Tesoro patrimonial en los conventos de Totolapan y Tlayacapan: un rescate colectivo

Sep 17 • Conexiones, destacamos, principales • 3878 Views • No hay comentarios en Tesoro patrimonial en los conventos de Totolapan y Tlayacapan: un rescate colectivo

 

Después del sismo de 2017, numeroso patrimonio cultural quedó severamente dañado, lo que llevó al Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM a realizar un protocolo de salvaguarda surgido a partir del seguimiento a las labores de rescate en Tlayacapan y Totolapan, ambos municipios de Morelos. La doctora en arte Elsa Arroyo Lemus, nos comparte su experiencia al respecto 

 

POR SOFÍA MARAVILLA 
“Hay una cosa a que mí me dejó muy impresionada: ver a la gente sacar lo que podía, las esculturas, sobre todo a los santos, que son los objetos de mayor valor social, religioso y ritual, y las llevaba a lugares más seguros, (como) pensaban las propias comunidades que los claustros podrían ser, y ahí veías a los Cristos amarrados a los pilastros o a las columnas de los templos”, estas imágenes las recuerda Elsa Arroyo Lemus, académica del Instituto de Investigaciones Estéticas (IIE) de la UNAM, y quien estuvo al frente del Proyecto de Rescate de la Pintura Mural en los Conjuntos Conventuales de la Ruta de los Volcanes después del desastre en Morelos derivado de los sismos de septiembre de 2017. Lo que Arroyo Lemus describe, pues, era el compromiso de las comunidades con uno de los espectros de mayor cohesión social que atraviesan el espíritu humano y que encuentra un cimiento en la materialidad: los espacios religiosos.

 

Eran acciones inmediatas y de buena intención, desde luego, apunta la Doctora en Historia del Arte y también Licenciada en Restauración de Bienes Muebles, pero reconoce que, bajo la instrucción de especialistas dirigida tanto a las comunidades como a las instituciones encargadas de la salvaguarda del patrimonio del país, podrían obtenerse resultados mucho mejores para todos. De ahí la importancia de trabajar en protocolos de seguridad que fueran socializados y democratizados, basados en las labores de rescate focalizadas en dos casos específicos: el convento de San Juan Bautista Tlayacapan, que posiblemente se empezó a construir entre 1555 y 1565 y cuyos murales se realizaron en las décadas de 1570 y 1580, y el conjunto de San Guillermo Totolapan, terminado hacia 1545.

 

 

“En 2017, justo después de la emergencia que vivimos todos los que habitamos el altiplano central del país, decidimos llevar a cabo estas actividades de apoyo a las instituciones encargadas del patrimonio cultural, de su conservación y de su intervención directa, e hicimos este proyecto donde planteamos un protocolo para la recuperación de la pintura mural en los monasterios de siglo XVI, considerando que son joyas únicas del patrimonio que nos han llegado hasta estos días, no tienen igual en ningún lugar del mundo, y son el resultado de un proceso muy difícil de evangelización, de conquista, de ocupación de los territorios; eso se revela en estos muros”, comenta Arroyo Lemus. Sin embargo, en opinión de la Doctora, hubo dos aspectos importantes que han afectado, en mayor o menor medida, las labores de rescate: “En lo vital, la pandemia por Covid-19, y, en lo político, el cambio de sexenio. Creo que hemos tratado, desde diferentes ángulos, de apoyar esta situación que nos afecta a todos en términos de desarrollo social, sustentable y patrimonial, pero hemos ido más lento por vicisitudes globales”.

 

Aunque la conservación del patrimonio cultural en México depende del gobierno federal, este proyecto surgió como una iniciativa autónoma por parte del IIE, donde su comunidad se organizó para apoyar con brigadas en las zonas de desastre: “El gobierno federal está estructurado en sus diferentes estados para poder atender esa responsabilidad que está en la ley mexicana de 1972. En esta configuración, en que tenemos en nuestro país de protección patrimonial desde el centro, hay una especie de satélites que ayudamos a que estos trabajos, por un lado, tengan una especie de asesorías, fundamentos e investigaciones científicas que ayuden a apuntalar desde abajo las iniciativas ya directas de intervención del patrimonio; en esos satélites es donde está la Universidad”.

 

Como dijo Arroyo Lemus, a los universitarios nadie les llamó. Fueron ellos quienes se pusieron en contacto con la red de investigadores para ofrecer sus conocimientos y apoyar al gobierno federal: “Fuimos directamente con el director del INAH, que sigue siendo Diego Prieto, y también con la Dirección Federal de Monumentos Históricos y la Coordinación Nacional de Patrimonio Cultural, que tienen que ver con la arquitectura y los bienes muebles (respectivamente). Ellos se tardaron mucho en darnos respuesta, porque obviamente tenían cosas de primera mano, de primera emergencia que atender. Cuando nosotros llegamos a los monumentos, ya había muchas otras brigadas. Ahí nos dimos cuenta de cuál era la situación: ya habían entrado empresas privadas contratadas con el seguro del FONDEN para poder solventar la primera atención a los monumentos”.

 

No obstante, después de las primeras acciones de la brigada, el IIE descubrió una aspecto impresionante: “Nos dimos cuenta que había un área completamente desatendida: la de los bienes muebles —pintura mural, esculturas, retablos—. Ahí entró nuestra brigada, que hizo un registro minucioso, con las mejores cámaras y tecnología como métodos de aproximación que tenemos para poder establecer un catálogo de imágenes, porque al principio nos enterábamos por Twitter y Facebook por las cosas que subía la gente: ‘Híjole, mi Iglesia ya se cayó’, pero no teníamos algo organizado ni sistematizado, entonces nosotros nos avocamos a construir ese banco de imágenes que pudiéramos utilizar. Además, desde la Universidad, en el IIE, tenemos un archivo fotográfico histórico, entonces era muy importante para empatar cómo estaba y qué era lo que habíamos perdido”.

 

 

Según destacó Arroyo Lemus, la primera intención de la brigada era ayudar a las autoridades a entender las afectaciones: “Nosotros les propusimos un catálogo de monumentos a los que podíamos ir, y para poder hacer ese trabajo utilizamos recursos de la propia Universidad, tanto de proyectos académicos que estaban en marcha y que entonces metimos cartas para pedir para que nuestras metas cambiaran —es decir: nosotros habíamos propuesto, por ejemplo, estudiar cuatro pinturas que se encuentran en un museo, entonces cambiamos esa meta y dijimos: vamos a apoyar la emergencia provocada por el sismo y vamos a reinvertir los recursos en otra cosa—. Todo eso fue increíble, la recepción de estas iniciativas; también fue muy importante que la Fundación UNAM y la Rectoría nos dieran dinero para llevar a cabo esas brigadas y ese trabajo. Fue (preguntarnos) cómo podíamos ayudar, cómo usaríamos el dinero para que todo se vaya hacia allá.”

 

A lo largo de su trayectoria, la historiadora ha incorporado metodologías interdisciplinarias a sus investigaciones para descubrir las estructuras materiales empleadas en El arte, lo cual la ha llevado a trabajar no sólo con humanistas, sino también con científicos, como químicos, biólogos e incluso físicos nucleares. Desde luego, este Proyecto no fue la excepción, y a lo largo de todo el proceso el punto clave de su metodología fue la integración de conocimientos de diferentes áreas que dialogaban entre sí: “Trabajamos con los alumnos y profesores del Posgrado en Restauración Arquitectónica, que nos iban a ayudar a entender la espacialidad y las afectaciones que tienen que ver con la vulnerabilidad intrínseca y los peligros del propio espacio; integramos a gente de Historia del Arte para que nos ayudara en la descripción de esas afectaciones al programa pictórico, a las fachadas, a los elementos decorativos arquitectónicos; invitamos a gente de Historia, que ya había hecho trabajos previos de catalogación del patrimonio cultural, lo cual jugó un papel muy importante, porque a partir de esos estudios y catálogos previos podíamos avanzar”.

 

El interés de Arroyo Lemus por democratizar el conocimiento obtenido a partir de estos procesos de rescate en los conventos de Tlayacapan y Totolapan surgió también por lo que ella misma veía en el campo: el empeño de las comunidades, específicamente de los feligreses, por rescatar aquellos objetos que para ellos representaban un asidero de su propia espiritualidad: “Había lugares en los que justamente la comunidad —los sacristanes, las personas que rezan todos los días— sacaron las imágenes y se las llevaron a sus casas; cuando llegabas ya no estaban ahí, (y había que preguntar) dónde estaban, quién sabía, qué es lo que había ahí, y justo había que revisar esos catálogos previos, esa gente que tiene que ver con las comunidades. Entonces hicimos un grupo con el Centro INAH Morelos, donde trabajamos con la directora de ese entonces —la Dra. María Isabel Campos Goenaga, que desafortunadamente falleció, de hecho ella tuvo que dejar ese puesto por una enfermedad—, y fue muy importante el trabajo con ella y con la gente de Conservación y de Arquitectura directamente de Centro INAH, y con la Coordinación del Patrimonio Cultural en Churubusco, y a partir de allí hicimos un proyecto de intervención”, el cual inició con Tlayacapan, que fue de los lugares más dañados, y después procedieron hacia Totolapan.

 

 

Sin embargo, a pesar de que la brigada ha trabajado arduamente a lo largo de cinco años, la desaparición del FONDEN ha sido una gran traba en el avance del rescate del patrimonio: “Hay un punto importante con relación a los monumentos, que es la desaparición del FONDEN y de los seguros para la intervención. Cada edificio y cada zona han tenido que ajustar el dinero como pueden. Aquí hay un tema de inyección de recursos, y también vi es que hubo un momento en el que estos edificios fueron abandonados por las empresas que habían sido contratadas con ese Fondo, que digamos que era como a promesa, ‘te vamos a pagar y tal’, pero después ese Fondo desaparece y me imagino que las empresas ya no dieron aquí su capacidad para poder continuar; eso es lo que yo percibo”.

 

Por otro lado, dado que son edificios de fuerte carga simbólica para las comunidades, éstas los han comenzado a adaptar a sus necesidades aun cuando no se encuentran en condiciones óptimas de seguridad: “Muchos de estos atrios, en tiempo de la emergencia, fueron utilizados como capillas al aire libre, entonces sólo pusieron carpas como de fiesta y allí se daban las misas. Siento que esa ocupación, digamos efímera, hoy se ha convertido en algo muy establecido, así que hay que poner orden con base en tener un espacio ya seguro para la habitabilidad y para el uso de las personas. Es todo un reto”.

 

A las restauraciones habría que sumar otro factor importante que antes no se había tomado en cuenta: la temporalidad a la que respondía la arquitectura, tan antigua, intervenida de manera intempestiva y arriesgada, las características espaciales, la accesibilidad geográfica de las localidades, lo que ha hecho aún más desigual la labor de restauración: “Ha sido todo muy desigual, hay lugares con más éxitos y avances, y otros que se han quedado rezagados. Otra cosa que sí veo, y lo digo con optimismo, es que estamos muy a tiempo de detener esa necesidad de intervenir precipitadamente, y más bien volvernos a sentar, quienes como satélites estamos alrededor de todo este patrimonio más las personas que están directamente encargadas, para ver hacia dónde vamos, cuál es ese plan de desarrollo del país que tiene que ver con su patrimonio y cómo ir avanzando, nuevamente estableciendo esas metas y etapas posibles, (pensar) cómo nos vemos hoy a cinco años, a diez años, cómo vemos este rescate patrimonial en esa temporalidad.

 

 

“En el 83 y en el 88, hubo también sismos importantes, no tan fuertes como el del 2017, pero a partir de ahí algunos monumentos fueron intervenidos como en una campaña desbocada y con materiales más económicos, colocando estructuras de concreto armado, por ejemplo en las torres, o cubiertas en las diferentes dependencias también de concreto, que son materiales incompatibles, mucho más rígidos, que no trabajan de igual manera que los sillares de roca, o morteros de cal y arena, entonces todo eso ahora en el 2017 se cayó, y el concreto armado lo veías ahí hecho pedazos en los patios. Esa fue una lección evidente: sí aprendemos sobre la marcha, pero también no había que volver a intervenir de esa manera. Ahora que a nivel estético también se hagan cosas como para dejar prístino, como si nada hubiera pasado, tampoco es uno de los criterios que a mí me gustan, entonces insisto con la necesidad de valorar y de evaluar muy bien, y yo le daría, como siempre se dice, mucha más prioridad a los trabajos de mantenimiento y de garantizar la seguridad de las personas, antes que la intervención estética de esos monumentos.”

 

Resultaba vital dejar la evidencia del rescate del patrimonio en un manual en el cual quedaran establecidas las etapas del proyecto, desde su primera intervención en 2017 con los alumnos del posgrado en Historia del Arte, de la Licenciatura en Historia y Conservación y también de la Maestría en Restauración de Monumentos de la UNAM, cuando, según Arroyo Lemus, decidieron proceder de una manera arqueológica, lo cual hace a estos protocolos material fundamental porque permite tomar acciones directas y de corresponsabilidad con las diferentes instancias que tienen que intervenir en un sismo: “Vamos a ver, si es una cosa de la intensidad que vivimos en 2017, incluso se activa el Plan DN-III-E, o sea, sube el nivel de atención que se recibe desde las propias instancias del gobierno, ya no es solamente pensar en lo que tiene que ver directamente con el patrimonio cultural sino que ya se trata de una cosa territorial y social mucho más intensa. Estos protocolos nos permiten saber en qué nivel estamos y cómo se tiene que actuar, no de una manera desordenada, sino justamente de comunicación para saber qué le toca hacer a cada quién, porque me acuerdo que en 2017 había muchísima ayuda que no podía llegar a los lugares, entonces creo que esos protocolos son fundamentales para que todos tengamos claro ese lugar en donde se nos requiere. Por otro lado, es algo muy importante que cada sitio, por más pequeño que sea, —una capilla, una iglesia—,debería tener su plan de manejo. Entonces, si todos pudiéramos trabajar así, si tuviéramos nuestros directorios armados, nuestras rutas de evacuación bien hechas, nuestros inventarios actualizados y en correlación con las personas que se encargan de eso, estaríamos realmente preparados. Me parece que en México si hemos avanzado muchísimo desde el (sismo del) 85, en cuestión de garantizar la seguridad, pero siento que esto se reduce mucho hacia los espacios urbanos, y necesitamos ampliarlo y además integrar, claro, el problema de la protección patrimonial”.

 

Por ello, otra palabra clave de este proceso radica en el papel de la sociedad: “Ahí es donde veo que hay que trabajar con más fuerza. Eso es lo que no vi. Eso es lo que creo que hoy debemos empezar: socializar mucho más, a trabajar desde las bases, no tanto en esa jerarquía de no saber qué es lo que uno tiene que hacer, sino entender las dinámicas que hay en las comunidades, que son las primeras que van a atender, que van a reaccionar. Entonces, ¿cómo hacemos para que estos manuales vayan desde ahí? Entonces creo que ahí vamos a lograr tener algo mucho mejor articulado”.

 

FOTO:  El conjunto de San Guillermo Totolapan sufrió daños casi en la totalidad de su estructura a causa del sismo del 19 de septiembre de 2017/ Imágenes: IIE-UNAM/Cortesía: Elsa Arroyo Lemus

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