David Huerta: Lector de los Siglos de Oro

Oct 8 • destacamos, principales, Reflexiones • 1944 Views • No hay comentarios en David Huerta: Lector de los Siglos de Oro

 

Aunque formado inicialmente como filósofo, la inclinación de Huerta hacia el estudio de la literatura inspiró a sus estudiantes, entusiastas de la materia, a encontrar sus propias vocaciones y a descubrir por sí mismos a los mejores autores de la literatura en español y también en otras lenguas

 

LÁZARO TELLO 
David Huerta Bravo estudió Filosofía en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Sin embargo, terminó dedicándose más, en un principio, a la edición, redacción e impartición de talleres a lo largo de México. En las últimas décadas de su trayectoria literaria, se inclinó a la enseñanza de poesía en las aulas universitarias. Estudió la poesía en lengua española e inglesa; sus trabajos sobre la poesía de los clásicos en lengua española lo constatan.

 

Llamamos Siglos de Oro a la literatura desarrollada entre los siglos XVI y XVII en el ámbito de la lengua hispánica. Por eso reconocemos a sor Juana como el broche de oro de este periodo. Entre las potencias de esta literatura están su anudamiento de lo popular con lo culto. Villancicos, décimas, romances, octavas reales, silvas y sonetos se difundían en recitación de memoria, en pliegos y en ediciones que se vendían rápidamente. La figura de David Huerta está ligada a esta literatura, aunque él modestamente nunca se consideraba un profesional. Ni filólogo ni académico, “soy un poeta de a pie” reconocía en muchas ocasiones.

 

David Huerta impartía clases en dos universidades, la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM). Eran cátedras libres. Por un lado, el curso podía tratar sobre Jorge Luis Borges, José Gorostiza, Enrique González Martínez; por el otro, un seminario libre donde acudían estudiantes de distintas carreras: Creación literaria, Comunicación y cultura, locutores de radio, actrices dramáticas; en suma: todos entusiastas de la literatura. Uno de los aprendizajes que nos dejó la pandemia fue la inclusión de las tecnologías de videollamada para la impartición de clase. Las últimas sesiones del seminario en el Centro Vlady de la UACM funcionaban en formato híbrido.

 

El método de lectura era como el de sus maestros, los mayores filólogos que ha dado México: leer lento y con cuidado. Se utilizaba la misma metodología si se trataba de verso o prosa. Los grandes autores logran cargar cada una de sus obras con tanta densidad semántica que es posible analizar una estrofa o un párrafo como si de un paisaje se tratara. Se privilegiaba, eso sí, la obra, siempre a la vista, siempre hilada en el tono de la exposición y argumentación, ayudada por la numerosa lista bibliográfica almacenada en su memoria. Bastaba una mención de un río en Garcilaso, para transitar a fray Luis de León y el Tajo, Luis de Góngora y el Esgueva de Valladolid o Borges y el Rhin; o un verso para traer a colación una anécdota sobre escritores, el pasaje de alguna novela, las líneas iniciales o finales de un cuento. En su seminario leímos con verdadero aprendizaje Los 1001 años de la lengua española. Admiramos la gradación semántica de las enumeraciones hechas en el libro y reconocimos en Antonio Alatorre de veras a un escritor notable.

 

La convivencia con David Huerta transmitía a quienes lo rodeaban la pasión por la poesía. Era un azuzador de vocaciones. El entusiasmo pasaba de mano en mano, de conversación en conversación, de libro en libro. Allí fuimos seducidos por una idea suya, que seguíamos laborando en la conversación luego de salir del seminario. Todo para descubrir con gran sorpresa que ya la había escrito y publicado para una revista universitaria. Cuando él ya había leído los libros que nosotros afanosos comenzábamos a leer, nunca hubo disminución por parte suya. A la mención de Deleuze seguía la recomendación:

 

“¿Y ya leíste esto, y esto y esto?” Lo aprendió de uno de sus maestros. En cierta ocasión, Huerta contó con entusiasmo a Alatorre el comienzo de la empresa de leer la Auracana de Alonso de Ercilla. También Huerta fue cuestionado por Alatorre quien le preguntó: “¿y ya leíste esto y esto?” David contestaría que no, que no se puede leer todo. Alatorre sentenciaría que se lee todo si no, no se conoce la obra a cabalidad. Quiero decir con esto que la relación con David siempre era una invitación a la lectura, nunca su extinción.

 

De las últimas veces que acudí a él con emoción fue luego de mi descubrimiento de Maria de Francia. Me contó con orgullo que estaba trabajando al alimón junto a Verónica Murguía en la traducción y comentario de uno de los lais, justamente el de “La madreselva y el avellano”, que sería publicado en un libro colectivo que lideraba Francisco Segovia, Adrián Muñoz y Juan Carlos Calvillo. De inmediato le dije que me mandara el archivo word. Allí estaba en mi bandeja de entrada. La traducción, en efecto, es la que aparece en el libro Primer amor, que se publicó este año para El Colegio de México.

 

Quienes no tuvieron la fortuna de acudir a sus cursos y seminarios pueden revisar las columnas Aguas aéreas, digitalizadas y puestas para todo el público por la Revista de la Universidad de México.

 

El numeroso trabajo dotó de corpus para reunir dos libros: El vaso de tiempo (2017) y Las hojas. Sobre poesía (2020). El primer libro incluye estudios sobre la naturaleza de los versos. Subrayo el trabajo “Regresos y peregrinaciones”. La idea del ensayo es la siguiente: “aun cuando sean recordados en soledad, o alejados del organismo al cual pertenecen, los versos, criaturas memoriosas, contienen dentro de sí, virtualmente, los versos anteriores y posteriores a su aparición”. La cualidad de la poesía es su fijación sonora en la memoria, y esta fijación estaría llamando a los versos siguientes en una concatenación rítmica, porque ese primer verso llama a los demás.

 

Estas Aguas aéreas pasan por la revisión de la poesía de Milton, Heaney, T.S. Eliot; son textos de una miscelánea de temas: los diccionarios, alguna minucia tipográfica, aves como la grulla o las golondrinas y su representación en la poesía, pero también se centran en temas nodales como el soneto. Me refiero al ensayo “Una invención del segundo milenio”, núm. 117 de la Revista de la Universidad de México de 2013. El texto sostiene que entre las invenciones como la imprenta, la máquina de vapor o el teléfono, el soneto debe considerarse uno de los inventos capitales del milenio. Es verdad, el molde ha pervivido hasta nuestros días. Por él han pasado Petrarca, Garcilaso, Góngora, Quevedo, García Lorca, Borges, Delmira Agustini, Guadalupe Amor.

 

Sus amores predilectos fueron Cervantes y Luis de Góngora. Del primero siguió la preceptiva de leer todo, incluso los papeles tirados en las calles. El segundo siempre fue su elección de lectura cuando se le preguntaba de los libros que se llevaría a una isla desierta. Escribió un trabajo sobre la octava real, donde analiza su historia y desarrollo, sus características. Lo definió como el “cuadrado verbal”. Hizo una imitación, en fondo y forma, de Góngora que la investigadora Martha Lilia Tenorio lee en sus clases cuando analiza la Fábula de Polifemo y Galatea. Esta octava puede leerse en After Auden (2018) y El desprendimiento (2021).

 

Horacio Warpola tuiteó recientemente: “Si eres poeta en México, algo hizo por ti David Huerta”. Se refiere a los numerosos talleres que dio por más de una veintena de años y que formó a poetas de distintas generaciones, y que ellos mismos reconocen el tutelaje de David Huerta. El enunciado se puede reescribir: si eres lector. Allí están las cuartas de forros anónimas para libros del Fondo de Cultura Económica, están sus introducciones a la obra de autores como Felisberto Hernández publicadas por la editorial Siglo XXI en 1983 y, en ese sentido, el caudal de artículos y ensayos sobre temas literarios en su columna Aguas aéreas.

 

Aunque nunca se consideró un académico en rigor, los colegas sí lo reconocieron. Fue así que trabajó para el Boletín de la Real Academia de Córdoba el comentario de la canción alirada “Donde las altas ruedas” de Luis de Góngora. Huerta preguntó con un poco de inseguridad a Amelia de Paz sobre qué edición debía usar para el análisis. La investigadora dijo que ninguna, que él propusiera su propia edición. Este tipo de respaldos legitiman la categoría de Huerta como investigador de primer nivel.

 

También la Cátedra Góngora, liderada por Joaquín Roses, uno de los mayores exponentes de los estudios gongorinos, recibió con elogios el trabajo de Huerta. El video está en Youtube y se llama: “El agua y la urna: una décima gongorina de 1617 (‘De la Fábula de Faetón…’)”. Con la hipótesis tomada de una línea de López Velarde, “la majestad de lo mínimo”, David Huerta desarrolla por una hora el análisis y comentario de la décima gongorina, máxima condensación en la mano del poeta cordobés. Allí analiza las oposiciones fulgurantes, la plata y el oro, los ríos, contrastes todos en ese pequeño poema de apenas diez líneas.

 

Su relación con la poesía medida alcanzó su plenitud en la conferencia en verso: “El poema y su sombra”, que suma nada menos que mil versos, y se sitúa por encima de poemas conocidos como Piedra de sol de Octavio Paz de 584 versos o poemas del Siglo de oro como el Primero sueño de sor Juana que acumula 975 líneas entre heptasílabos y endecasílabos. Esta conferencia puede encontrarse en el libro El correo de los narvales de 2006, enfocado en la figura de Pablo Neruda.

 

El relato grandioso sobre David Huerta se multiplica, todos fuimos ayudados, alentados con regalos precisos en forma de libros, reconfortados incluso cuando una pena nos sobrevenía. Los amigos nos preguntamos cómo organizaba su día para tener conversaciones de una hora por teléfono, colaborar en periódicos con sus puntuales columnas y en revistas, muchas de estudiantes que le pedían textos inéditos y que entregaba sin problemas, estar trabajando en una traducción o en la planeación de un coloquio; cómo le robaba tiempo al día para impartir sus clases. Los trabajos de David Huerta que representan verdaderas clases de poesía allí están a la espera de lectores. La poesía en su voz es una cátedra estimulante, que despierta la pasión y vocación en todos sus alumnos. Nos hemos dedicado a la poesía porque David nos enseñó, en verdad, a amarla y estudiarla.

 

FOTO: David Huerta y Lázaro Tello, de cacería en la librería Las Tres Cruces, en Coyoacán, 2018/ Cortesía Alejandro Arras

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