Noche de escándalo

Dic 21 • Conexiones, destacamos, principales • 3224 Views • No hay comentarios en Noche de escándalo

POR MARCOS AGUINIS

 

La Nación/GDA

 

Hace cien años, Ígor Stravinsky fue el destinatario, en el Théatre des Champs Elysées de

París, del abucheo más intenso que recuerda la historia de la música. Corría el año 1913 y

el talentoso empresario y crítico Serguéi Diáguilev fascinaba con la novedad de sus ballets

rusos. Decidió estrenar la revolucionaria obra de un joven compositor que sorprendía con

sus innovaciones. Tanto le entusiasmó el trabajo que contrató al coreógrafo Nijinsky para

que dirigiese el ballet. Stravinsky trabajó en íntima colaboración con el coreógrafo porque

le importaba sobremanera el vínculo entre la música y la danza, al extremo de señalar sobre

la misma partitura algunas de sus exigencias. Se trataba de un desafío mayúsculo. Y el

resultado fue un desastre —pero momentáneo.

 

En efecto, se dejaban atrás modalidades consagradas. El flamante siglo XX —que aún no se

había lanzado a la secuencia de guerras atroces— vibraba con las innovaciones artísticas en

el campo de la literatura, la pintura y la música. Allí combatía lo mejor del espíritu humano.

 

Diáguilev se enamoró de la partitura que le había ofrecido Ígor Stravinsky, quien había

recibido lecciones de Rimski-Kórsakov y se destacaba por su talento rupturista. Dado el

anhelo de novedades que lo desvelaba, Diáguilev brincó de alegría al comprender que a

sus manos había descendido un tesoro. El título en francés era Le sacre de printemps ( La

consagración de la primavera). Constaba de dos actos y se ambientaba en la cruel Rusia

pagana. Describe el episodio del rapto y sacrificio de una doncella que debía bailar hasta

morir para que los dioses permitieran el demorado estallido de la primavera. A diferencia

de los ballets conocidos hasta entonces, Stravinsky se atrevía a innovaciones radicales que

dejaban atrás los más audaces experimentos franceses conocidos.

 

En efecto, prescindía de las familiares secuencias y abandonaba la sincronía o el

acompasamiento de las voces instrumentales, lo cual producía una sensación de

imprevisión, impulso, brutalidad y desorden, como se supone que existía en los tiempos

primitivos. Los ritmos se volvían irregulares por el constante cambio de compás o la

utilización de punzantes sincopados que alteraban el equilibrio de los volúmenes sonoros.

En el ritmo se sucedían pulsaciones desiguales, cortas y largas, estilo que se llama aksak

(del turco, “rengo”), y es frecuente en la tradición de muchos pueblos del este de Europa.

 

Por cierto que abundan las disonancias, a las que con el tiempo el oído cultivado ha

empezado a acostumbrarse. Su propósito era conseguir efectos onomatopéyicos que

reforzaran la representación plástica de los bailarines.

 

En cuanto a las melodías, se suceden escalas y modos “antiguos” que se asemejan a los

actuales, pero que no responden a lo habitual. Son melodías de corto recorrido, algunas en

escala pentatónica, y que se repiten o entrometen con obsesiva frecuencia. Su orden es un

sistemático y colorido desorden que mantiene un suspenso de novela.

 

La orquestación revela un virtuosismo asombroso. No sólo están presentes las innovaciones

del maestro Nikolai Rimski-Korsakov, sino que va mucho más lejos con efectos de

percusión violentos y rudos desconocidos hasta el momento. Predominan los instrumentos

de viento respaldados por esa percusión alarmante que recrea el ámbito salvaje y primitivo.

Las cuerdas que en general suelen predominar en una obra sinfónica se limitan al

acompañamiento rítmico. Stravinsky logra un clima insólito. A partir de esta obra, los

compositores del futuro ya no podrán ignorar estos nuevos recursos.

 

En la sala repleta del Théatre de Champs Elysées procuro imaginar al público que

lo llenaba un siglo atrás, con la expectativa de conocer una obra deslumbrante. Pero

una parte de ese público empezó a sentirse muy desconcertada, estafada, y descerrajó

silbatinas que pronto fueron acompañadas por exclamaciones, risas y maldiciones. Quienes

percibían que se trataba de algo nuevo, valioso, respondieron con más gritos. Entre

los balcones y por sobre las butacas empezaron a volar cartulinas, sombreros y bolsas

con golosinas. El escándalo crecía de forma acelerada. Nijinsky, tras las bambalinas,

seguía dando transpiradas instrucciones a los bailarines para que no se desorientasen

en medio de la batahola. La orquesta, dirigida por el maestro Pierre Monteux, hacía

esfuerzos sobrehumanos para seguir la partitura. Este ballet había exigido una preparación

excepcionalmente minuciosa, con un número inédito de ensayos que, según se afirmaba,

llegaron a los 120. El compositor Camille Saint-Saëns abandonó el teatro golpeando el piso

con su bastón, indignado. Muchos puños asomaban desde los palcos y varios caballeros

cambiaban tarjetas para sus duelos inminentes, en tanto que las damas trataban de mantener

en su lugar los sombreros, golpeados sin querer por brazos y codos ciegos. Una crónica

señala que incluso hubo bofetadas de mujeres contra los caballeros furiosos.

 

En el año 1940, esta vilipendiada obra fue introducida en el film Fantasía, de Walt

Disney, lo cual revela el calificado nivel artístico del que supo rodearse este singular

realizador. Allí se narra la historia de la evolución de la Tierra desde el principio de los

tiempos. Muestra sucesivas etapas, desde las iniciales moléculas hasta los dinosaurios,

con el acompañamiento de una frondosa mitología. La banda sonora original de La

consagración… fue editada para esta película y se redujo considerablemente, pero el

inolvidable solo de fagot que luce en la apertura se repite al final.

 

Stravinsky visitó Buenos Aires varios años después, cuando su prestigio se había

convertido en una roca. Fue huésped de Victoria Ocampo. Poco antes le habían devuelto

la partitura original de La consagración de la primavera. Luego de hojear los envejecidos

papeles, escribió en la última página: “Ojalá que quienquiera que escuche esta música

jamás experimente la burla a que fue sometida y de la cual fui testigo en el Théatre des

Champs Elysées en París, en la primavera de 1913”.

 

 

*Fotografía: Partitura original de “La consagración de la primavera”, de Ígor Stravinsky/Especial

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