Sotto Voce: ¡Qué difícil es hacer Ópera!

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Lázaro Azar cuenta los pormenores del mundo operístico, desde el rescate de partituras en las universidades, hasta las interpretaciones estudiantiles de Mozart y profesionales de Stravisnky 

 

POR LÁZARO AZAR 
El martes 25 de octubre se celebró el Día Mundial de la Ópera y, en coincidencia con él, acudí a la Facultad de Música de la UNAM para atestiguar la presentación de la primera edición crítica de una ópera mexicana del siglo XIX. Un día antes, me llamó la atención leer que, al quejarse la compositora Gabriela Ortiz de la falta de una política de grabación en México, saliera a colación la necesidad de reactivar un proyecto como Ediciones Mexicanas de Música pues, sin partituras, el legado de los compositores ni a letra muerta llega.

 

Puedo entender que, como parte de su enciclopédica ignorancia, el vampiro tabasqueño proponga que copiemos el modelo cultural que José Antonio Abreu implantó en Venezuela y funciona aquí desde 1989, pero no que tan conspicua docente desconozca que, tal y como señalé en mi entrega anterior, entre los esfuerzos universitarios por mantener la Cultura a flote, se incluye el rubro de la edición musical: desde hace varios años, la citada facultad se ha abocado a editar la obra de Manuel M. Ponce bajo la coordinación y revisión general de Paolo Mello.

 

Al momento, la serie consigna cerca de 30 títulos que abarcan piezas vocales, para piano, guitarra y ensambles de cámara; expandiendo sus horizontes, lanzan ahora la partitura para voz y piano de la ópera Catalina de Guisa de Cenobio Paniagua (1821-1882), con base en las investigaciones de Verónica Murúa y Áurea Maya, quien señaló que “este título significó un parteaguas para la ópera mexicana al ser la primera en ser representada en el Teatro Nacional. Historiadores posteriores a la Revolución etiquetaron como imitaciones europeas las creaciones de Paniagua, Morales, Meneses y otros compositores de la época. Nada más equivocado. Sin embargo, argumentar lo contrario resultaba difícil pues varias de estas partituras se hallaban perdidas o esperando su rescate (…), de ahí la relevancia de esta presentación.”

 

La Universidad de Colima contribuye a poner el listón en alto: los dos exhaustivos tomos que ahí ha publicado Rogelio Álvarez en torno a la vida y obra de Ricardo Castro (1864-1907) preludian la aparición en marzo de 2023 de un volumen con la totalidad de su música de cámara y –aquí entre nos y a más largo plazo- la edición de su ópera Atzimba, recuperando la versión original del segundo acto que, por hallarse perdido, fue reorquestado por Arturo Márquez con base en la reducción para piano del propio autor.

 

Si en el ámbito académico estos proyectos son dignos de elogio, en la práctica la Escuela de Bellas Artes de la Universidad Panamericana merece mi más profundo reconocimiento por lanzar a sus alumnos a un ruedo que, celebro, visualiza como una industria que debe abordarse profesionalmente: entre alumnos, profesores y personal administrativo, involucraron a más de 120 personas en la puesta del Don Giovanni de Mozart, cuya primera función arrancó a la par del mes, y a pesar de los infaltables “asegunes” que conlleva toda producción estudiantil, el resultado estuvo muy por encima del más reciente desliz de la Ópera de Bellas Artes, y eso que, ahí, la escena y la concertación también fueron confiadas a Mauricio García Lozano e Iván López.

 

Sigo sin entender que hacían aquí las tres damas de Die Zauberflöte, pero el trazo escénico fue ágil y coherente (si acaso, un poquito amontonado durante la “coreografía” del minueto) y la escenografía de Mario Marín fluyó limpiamente. Donde podría decir que no todo estuvo de muy buen nivel, fue en la selección de las voces, ya que escuchamos desde una impecable Donna Elvira (encomendada a Jennifer Mariel), hasta otras minúsculas e insípidas vocesitas que apenas se oían, pero que –también hay que reconocerlo– mantuvieron la afinación.

 

Tratándose de una producción escolar, se entiende que haya que darle cabida a la mayor cantidad de alumnos en este magno festival al cual que asisten los padres y familiares que aportan las colegiaturas, pero, como me dijo Gabriela Herrera, directora vocal y co-productora de tan loable proyecto, “algunos apenas están en tercer semestre y es lo que tenemos”. Admitiendo dicha premisa y que, en consecuencia, estamos ante voces que aún no se desarrollan plenamente, lo único inadmisible fue la pronunciación descuidada de más de un personaje, como el epónimo, quien nunca enunció debidamente las consonantes dobles.

 

Considerando que Mozart dejó dos versiones de ésta ópera (la de Viena y la de Praga), vale precisar que esta no se apega a una ni a otra, y lamento que se omitiera el aria Mi tradi quell’alma ingrata de Donna Elvira, no solo porque la hubiera cantado la poseedora de la mejor voz del elenco correspondiente a la primera función, sino porque hasta mencionan su peso argumental en la sinopsis del programa de mano. A cambio, contamos con la soltura escénica de Esteban Baltazar, cuyo desenfadado histrionismo brindó un Don Giovanni muy creíble, ¡tan seductor como despreciable! y si hubo algo muy cuidado en toda la función al grado de sonar profesional, fue la orquesta. Repito: nada mal, para ser una propuesta estudiantil.

 

Qué diferencia cuando, a nivel profesional –donde se debe hacer una elección idónea de reparto- se incurre en previsibles tropiezos como el padecido con la puesta de The Rake’s Progress de Stravinsky recién cometida en Bellas Artes y a la cual no asistí porque, como decía José Antonio Alcaraz, “no hace falta probar la cicuta para saber que es veneno”. Días después, corroboré por las reseñas y opiniones del público en las redes que hice bien en no perder mi tiempo: unánimemente, coincidían señalando la proverbial mediocridad del protagonista.

 

De lo que sí puedo dar fe en primera persona, es del nulo entendimiento del personaje e ignorancia de las mínimas indicaciones que Cocteau y Poulenc dejaron explícitas en La Voix Humane, título que presencié el fin de semana pasado. Fue parte de los conciertos sinfónicos de la temporada regular de la OSEM y anunciaba a Rodrigo Caravantes como director de escena y Graciela Morales como solista. No sé qué haya hecho Caravantes, pero en una tragedia lírica como ésta, limitarse a “cantarla bonito”, es lamentable. Si hubiera sido una mera versión concierto, nadie objetaría el pretencioso vestido de boda ni el funesto peinado de salón que nada tenían que ver con Elle, el personaje que, si algo podía haberle devastado más que el abandono que sufre durante la trama, fue la superficialidad de esta soprano. Ni modo. Nadie está a salvo de un elenco fallido, y en esta ocasión, le tocó a Rodrigo Macías. ¡Qué difícil es hacer Ópera!

 

FOTO: Alumnos de la Escuela de Bellas Artes de la Universidad Panamericana interpretan Don Giovanni/ Facebook Bellas Artes UP

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