Encomio a la razón: Immanuel Kant

Nov 12 • Reflexiones • 1032 Views • No hay comentarios en Encomio a la razón: Immanuel Kant

 

El filósofo hizo uno de los aportes más importantes en la historia al tratar de demostrar cómo opera la razón, el instrumento con el que percibimos el mundo

 

POR RAÚL ROJAS
Immanuel Kant (1724-1804) era aquel filósofo prusiano tan metódico y puntilloso que la gente ajustaba sus relojes al verlo iniciar su caminata diaria en su ciudad natal de Königsberg, siempre a la misma hora, siempre por el mismo camino. Escribió muchos y diversos libros, pero su obra cumbre, sin duda, es la Crítica de la Razón Pura de 1781, con una segunda versión en 1787. En la terminología de Kant, la “razón pura” es nuestra capacidad de raciocinio, mientras que la “razón práctica” nos provee con un fundamento para la ética y la moral. La Crítica de 1781 fue el resultado de más de diez años de confrontación teórica con los empiristas ingleses, especialmente Hume.

 

Y es que la época de Kant es una de grandes avances científicos y de obsolescencia de explicaciones religiosas o metafísicas de la realidad. Por eso escribe en su libro: “Nuestra era es la era propia de la crítica, a la cual todo debe someterse. La religión, por su santidad, y la legislación, por su majestad, pretenden por lo común sustraerse a ella. Pero entonces suscitan una justificada sospecha en su contra y no pueden exigir sincero respeto, conferido por la razón solamente a aquello que ha podido pasar su examen, libre y público”. Eso no quiere decir que deban desaparecer, sino que debería ser posible fundamentarlas en la razón.

 

Se ha dicho que en el contexto de un mundo marcado por los avances científicos y técnicos de los siglos XVII y XVIII, el problema es explicar porque la metafísica es aún posible, a la que Kant define como “el inventario de todo lo que poseemos a través de la razón pura”. Se trata precisamente de examinar el instrumento con el que percibimos al mundo, sus posibilidades y limitaciones. En una carta de 1771 a su estudiante Marcus Herz, Kant le explica que está escribiendo un ensayo con el título tentativo Los Límites de la Percepción y de la Razón, que ya desde el primer momento estará dividido en dos partes: una para considerar a la razón en abstracto, la segunda para considerar la ética y la estética. La primera parte de aquel trabajo, con un título tan sugestivo, se convirtió a la larga en la Crítica de la Razón Pura.

 

Antes de Kant los empiristas ingleses (Locke, Berkeley, Hume) habían ya planteado que no conocemos al mundo exterior más que a través de nuestros sentidos. Pero lo que nuestros ojos o el tacto nos revelan del mundo, no es una descripción completa o exacta de las cosas. Con los ojos, por ejemplo, no percibimos la composición granular de la materia. Hay incluso longitudes de onda de la luz que simplemente no vemos, pero que ahí están. Más aún, para los empiristas como Locke y Hume, todas las ideas simples provienen de experiencias sensoriales. Ideas complejas son combinaciones de ideas simples. Pero la barrera que los sentidos nos imponen es infranqueable. No conocemos al mundo como realmente es, sino como creemos que es. Este subjetivismo alcanzará su apogeo en la concepción de Berkeley del mundo como una gran simulación de las cosas, a cargo de Dios, que nos proyecta en los sentidos una realidad que hoy llamaríamos virtual. David Hume puso incluso en duda que pudiéramos percibir causalidad en el mundo. Lo que vemos es un evento precediendo a otro, o sea una correlación de sucesos, pero no podemos estar seguros de que el primero sea la causa del segundo.

 

El empirismo nos deja entonces inundados de percepciones, sin que parezca posible poder organizarlas como algo sistemático e inteligible. Ante esta dificultad, Kant acomete la tarea de desarrollar una ciencia particular “que podría ser llamada la Crítica de la Razón Pura”, ya que “la razón pura es la facultad que contiene los principios cognitivos que nos permiten concebir algo absoluto y a priori”.

 

Aquí Kant se refiere a la distinción que hace entre verdades que conocemos “a priori”, es decir, sin mediación de la experiencia, y verdades que son derivadas “a posteriori”, a través de ella. Una verdad a priori sería afirmar, por ejemplo, que un cuerpo tiene extensión, porque es obvio que sin extensión no podríamos concebirlo. Además, hay que distinguir entre proposiciones que son “analíticas” y proposiciones que son “sintéticas”. La igualdad de un número consigo mismo sería un ejemplo de una verdad analítica. La afirmación “los cuerpos pesan”, por otro lado, sería una verdad sintética, ya que proviene de la experiencia, y la pesantez no está incluida automáticamente en el concepto de cuerpo extenso. Las verdades analíticas son necesarias y universales, dice Kant, mientras que las verdades sintéticas son las que las ciencias producen incansablemente. Y lo más importante: el campo de acción del intelecto es el de la combinación de verdades a priori, para producir verdades sintéticas. Kant pone un ejemplo: la suma “7+5” es igual a 12, pero no hay nada en el concepto del 7 o del 5 que nos lleve al doce, tampoco en el concepto de suma. Es solo la combinación del operador de la suma y los dos enteros lo que nos conduce a la conclusión de que el resultado es 12. Esta sería una verdad sintética a la que llegamos combinando conceptos dados a priori por la vía del intelecto. Por eso el “problema universal de la razón pura” es dilucidar como es que “los juicios sintéticos a priori son posibles”. Esos juicios son típicos de las matemáticas y por eso Kant se pregunta: “¿cómo es que la ciencia matemática es posible?”.

 

Para decirlo con un anacronismo: lo que Kant plantea es que la maquinaria del pensamiento opera con juicios y conceptos que se distinguen por ser verdaderos sin mediación de la experiencia. Combinándolos de manera lógica se puede ir más allá de las meras tautologías y descubrir cosas novedosas, es decir, verdades sintéticas que le dan contenido a una ciencia como las matemáticas.

 

Pero a partir de aquí la Crítica ya se hace más compleja y no sorprende que cada año se publiquen cientos de ensayos sobre la obra. La exégesis kantiana es uno de los campos más fértiles de actividad académica. Permítaseme entonces tratar de entender porciones de la Crítica desde la perspectiva, no del filósofo profesional, sino de alguien educado en las ciencias naturales.

 

Kant continúa su argumentación en la Crítica dividiéndola en dos partes: lo que llama la “estética trascendental” y la “lógica trascendental”. Con el primer término, Kant se refiere al análisis de los sentidos tal cual están interconectados con el pensamiento. Con el segundo, se refiere a la forma en que la lógica opera con los conceptos de la cognición.

 

Hay dos nociones a las que Kant se refiere de inmediato en la primera parte de su argumentación: el espacio y el tiempo. Ambos son “representaciones” que poseemos a priori en nuestro pensamiento. Sin una noción de lo que llamamos espacio, es simplemente imposible pensar sobre los objetos. No importa que información nos proporcionen los sentidos, sin ese presupuesto todo lo que nos enviaran no tendría sentido alguno. Lo mismo sucede con el concepto del tiempo: el mundo exterior no se encuentra congelado en un instante, hay una sucesión de eventos e incluso el pensamiento implica una sucesión de estados mentales. Sin los conceptos de espacio y tiempo simplemente no podríamos pensar sobre las cosas. Pero lo importante es que ambos conceptos no provienen de la experiencia, “la representación del espacio debe existir (en la mente) como fundamento”. Más aún: el espacio “es la condición subjetiva de la percepción”. Y sobre el tiempo dice Kant: “el tiempo es una representación necesaria que está en la base de todas nuestras intuiciones”.

 

O sea, para explicarlo de otra manera, las percepciones no son simplemente copias defectuosas y más débiles de lo que hemos visto o escuchado. Las percepciones son organizadas por la cognición utilizando representaciones disponibles a priori en nuestro cerebro, como son el espacio y el tiempo. Hoy diríamos que el acto perceptivo no es pasivo, no es simplemente una huella en el lodo, sino que es algo activo, que organiza de inmediato lo información que llega de los órganos sensoriales en algo coherente. La información de los sentidos la categorizamos para que pueda ser consumida por los mecanismos mentales a nuestra disposición. Se convierte de información “en bruto” en información cognitiva. Un ejemplo moderno serían las muchas ilusiones ópticas que han sido ampliamente estudiadas: el cerebro preclasifica lo que vemos antes de que estemos siquiera conscientes de lo que está ocurriendo. Creemos ver movimiento en escenas estáticas o pensamos que una figura geométrica es más grande que otra, hasta que las medimos para darnos cuenta del error perceptual. Esos errores perceptivos nos revelan cómo el cerebro continuamente moldea a la información de los sentidos para ajustarla a las categorías mentales, incluso cuando falla.

 

Por eso la segunda parte de la argumentación de Kant consiste en analizar toda esa actividad mental y todos sus constituyentes que existen a priori. No voy a entrar en detalles, pero es claro que además de los conceptos del tiempo y del espacio, se necesitan engranes adicionales para la maquinaria cognitiva, lo que Kant llama “conceptos puros del entendimiento” o “categorías”. Son muchas, pero las de cantidad, por ejemplo, son el concepto de unidad, pluralidad y totalidad. Las de modalidad se refieren a la posibilidad/imposibilidad de las cosas, a su existencia o inexistencia, y a su necesidad o contingencia. Las categorías de relación entre las cosas son las de substancia/accidente, causalidad/dependencia y de reciprocidad. Estos y otros son los átomos del pensamiento, que son completamente a priori y no han sido derivados de la experiencia. Nuestra mente no es la “tabula rasa” de la que hablaba Locke, sino que exhibe una estructura compleja. Así como nuestros brazos y piernas no surgen de la experiencia, sino que se desarrollan siguiendo un plan biológico, así la mente se arma de toda esa maquinaria cognitiva al ir madurando.

 

Operando con esas categorías, la mente puede formular juicios, y a estos también los clasifica Kant. Los juicios pueden ser universales, particulares o singulares, su calidad puede ser afirmativa, negativa o infinita, su modalidad puede ser problematizadora, asertiva o apodíctica, etc. Esos juicios son formulados a través de la “función lógica del entendimiento”, que los conecta y garantiza su verdad. Nos encontramos aún a casi doscientos años del análisis de la lógica de predicados realizada por Frege, pero toda esta parte de la Crítica se lee como un adelanto, quizás innecesariamente complicado, de lo que los expertos en lógica van a producir en el siglo XIX.

 

Kant puede así responder al desafío de los empiristas planteando que una ciencia, como las matemáticas, no depende de conceptos derivados de la experiencia, sino de conceptos presentes a priori en nuestras mentes. Con respecto a la causalidad, que Hume afirmaba no sería posible verificar, ésta forma parte de aquellas categorías mentales con las que ordenamos al mundo. Nada sucede en el pensamiento sin que esté motivado por una causa. Y aquí Kant da el salto mortal: los principios de la física, sobre todo de la mecánica (es decir la física newtoniana), son principios que se pueden deducir a priori, dada una conceptualización de la extensión de los objetos y de su movimiento e interrelaciones. El principio de que cada acción provoca una reacción, por ejemplo, es intuitivamente claro. Por eso, mientras más matematizable es una ciencia, más fácil resulta argumentar su cientificidad, porque sus principios y leyes quedan garantizados por las férreas leyes de la lógica. En escritos posteriores, Kant hablará de la química como una disciplina no matematizable y por eso, esa sí, sujeta a la experiencia, porque tiene que acumular recetas de cocina en un cajón.

 

Así que, desde mi punto de vista, lo que Kant está diciendo es que los fenómenos de la experiencia son conceptualizados por la mente de manera abstracta (Kant dice a través de “esquemas”), como conexiones entre conceptos presentes a priori, y si la lógica nos garantiza la causalidad, por ejemplo, esto se debe reflejar en el mundo visible. De alguna manera hay esa correspondencia entre nuestros productos y categorías mentales y el mundo observable.

 

Habría mucho más que decir sobre la Crítica, que es extensa, densa, y que fue ampliamente discutida cuando vio la luz del día. Tanto que Kant se sintió obligado a retrabajar partes del texto para la segunda edición, no porque su sistema contuviera errores, sino para evitar falsas interpretaciones. Kant reafirma claramente en la “Introducción” a la edición de 1787, que la lógica provee las leyes del pensamiento, “ya sea a priori o empírico” y que las matemáticas y la física son aquellas ciencias que “determinan sus objetos a priori”. Es claro que así sea en las matemáticas, pero en la física se tuvo que introducir primero el método científico, porque “la razón solo percibe aquello que conforma de acuerdo a su propio diseño”. La validez de las leyes de la física proviene “de la validez de las leyes del pensamiento”. Cuando la razón contempla a la naturaleza “no lo debe hacer como un discípulo que escucha todo lo que le dicen, sino como un juez que le hace preguntas a los testigos”. La cognición humana es por eso activa, no pasiva, y eso resuelve la mitad de las paradojas planteadas por los empiristas ingleses. El problema de la imposibilidad de tener certeza sobre las leyes de la física desaparece si concordamos con Kant en que la mente reduce a la realidad a sus propias categorías, actuando como ese juez que hace preguntas. La ciencia, basada en verdades que son a priori y sintéticas, es por eso posible.

 

Immanuel Kant forma parte, junto con Leibniz y Hegel, del triunvirato de los más célebres filósofos alemanes. Kant propuso la primera teoría newtoniana sobre el origen del Sistema Solar, sus investigaciones sobre la justicia y ética son legendarias, así como sus tratados sobre la razón, como el aquí comentado. Cierto, unas pocas páginas no pueden hacerle justicia a la amplitud y profundidad de su obra, pero ojalá sirvan para provocar en el lector interés y curiosidad sobre sus escritos, algunos de los cuales lo llevaron a chocar con los poderes fácticos de su época. En 1827 la iglesia católica ingresó a la Crítica de la Razón Pura en el índice de libros prohibidos, donde llegó a hacerle ilustre compañía a las obras de Descartes y Galileo, así como del empirista inglés John Locke.

 

FOTO: Kant y sus invitados, pintura de Emil Doerstling, circa 1892. El filósofo se encuentra en la cabecera de la mesa/ Especial

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