“Historia religiosa de Rusia y sus imperios”: un adelanto del nuevo libro de Jean Meyer
Este es un adelanto exclusivo del nuevo libro del historiador francés, publicado por Siglo XXI Editores, en el que hace un recorrido a lo largo de más de mil años de historia en la espiritualidad rusa
POR JEAN MEYER
1.¿Por qué un libro dedicado a la religión?
Algunos piensan que, como los dioses y Dios han muerto, vivimos en un mundo posreligioso, poscristiano y que, por lo tanto, se acabó el tiempo de tales estudios; no entienden ni su interés ni su utilidad y no están de acuerdo con lo que dijo Czeslaw Milosz (1911-2004):
En lugar de abandonar a los teólogos a sus preocupaciones, he meditado constantemente sobre la religión. ¿Por qué? Sencillamente porque alguien tiene que hacer esto. Escribir sobre literatura o arte era considerado como una honorable ocupación, mientras que, si aparecían nociones tomadas del lenguaje de la religión, quien las usaba era inmediatamente tratado como una persona falta de tacto, como si un pacto de silencio hubiera sido quebrantado. He vivido un tiempo en el que ocurría un gran cambio en los contenidos de la imaginación humana. Durante mi existencia, Paraíso e Infierno han desaparecido, la creencia en una vida después de la muerte se ha debilitado mucho, la frontera entre los hombres y los animales, antes tan clara, ha dejado de ser obvia bajo el golpe de la teoría de la evolución, la noción de verdad absoluta ha perdido su posición suprema, la historia dirigida por la Providencia ha empezado a verse como un campo de batalla entre fuerzas ciegas. Después de dos mil años durante los cuales un alto edificio de creencias y dogmas ha sido levantado, desde Orígenes y san Agustín hasta Tomás de Aquino y el cardenal Newman, y durante los cuales cada obra del espíritu humano y de las manos del hombre ha sido creada dentro de un sistema de referencia, ha caído la edad crepuscular de la vida sin hogar, la intemperie. ¿Cómo podría no pensar en eso? ¿Y no es sorprendente que mi preocupación haya sido un caso raro?(1)
Hago mías sus palabras para justificar el proyecto de escribir una historia religiosa de Rusia, de “todas las Rusias”, para contestar a la pregunta crítica: “¿Cómo, en nuestro tiempo, puede uno preocuparse por semejantes cuestiones?” Es más que simple curiosidad arqueológica; las religiones son como moldes en los que los siglos han metido a las generaciones sucesivas. Anatole Leroy-Beaulieu (1842-1912), en su gran libro L’Empire des tsars et les Russes [El imperio de los zares y los rusos], apunta que “muchas veces la huella persiste después de la quiebra del molde. A veces, al contrario, la religión se moldea sobre el pueblo que pretende formar a su imagen… Al examinar la religión del pueblo y sus creencias, al considerar la Iglesia que lo instruyó y las sectas que lo atraen, estamos convencidos de que estudiamos el Estado y la sociedad rusa en uno de sus principales elementos, en lo que, en realidad, les sirve de base y soporte.”(2)
El protopresbítero Aleksander Schmemann (1921-1983), formado en el instituto ortodoxo Saint-Serge, de París, consideraba que la historia de la Iglesia rusa es tan inseparable de la historia de Rusia como de sus orígenes bizantinos; que la ortodoxia es uno de los elementos esenciales de la historia rusa y que el destino de Rusia determinó el de la ortodoxia rusa. Escribió entonces que no existía todavía una historia religiosa completa de Rusia, como tampoco existía una verdadera historia de la Iglesia rusa. Desde la disolución de la Unión Soviética se ha progresado mucho en ese sentido y los estudios tanto en Rusia como afuera de ella se han multiplicado.
Alain Besançon les da la razón a Leroy-Beaulieu y a Schmemann cuando afirma que hay que regresar muy lejos en la historia de Rusia para entender el presente, hasta las primeras experiencias que dejaron alguna huella:
Estructuras religiosas que tienen su origen fuera de Rusia, en Bizancio. En la Rusia que las recibió fueron transformadas por su historia y sus experiencias propias. La matriz religiosa se grabó en la conciencia rusa. Incluso cuando ha sido olvidada, por ejemplo, en tiempos de los emperadores de San Petersburgo, o violentamente borrada, como en los tiempos bolcheviques, periódicamente vuelve a la superficie… Afirmo que la teología —y las opciones que rige— tiene un importante valor de explicación y que su ignorancia oscurece la inteligencia histórica.(3)
El cineasta ruso Andréi Konchalovski da un testimonio muy personal, a propósito de su película The Inner Circle (1991):
¿Qué es Bizancio? El heredero de la Grecia que representa la mentalidad dionisiaca, la sensualidad, la irracionalidad, la emoción. Mucha armonía, pero sin simetría. Los latinos crearon el código romano y las leyes romanas siguiendo las leyes de simetría y orden; los griegos, no. En el orden dionisiaco, la emoción es más importante que la razón y eso coloreó al cristianismo oriental. Tal color oriental en la Iglesia es también la riqueza dorada como símbolo del poder absoluto, todopoderoso. En ese sentido, Rusia se volvió la tercera Roma. “La primera es Roma, la segunda es Bizancio, la tercera es Moscú y no habrá cuarta”, como repitió Iván el Terrible… Con Cirilo y Metodio tuvimos la religión ortodoxa y la Biblia traducida en eslavo. Pero en Bizancio todos los teólogos hablaban griego, latín y hebreo, con una cultura de la discusión heredada de Platón, el neoplatonismo. Eso significa que nosotros los rusos tenemos la religión sin la filosofía griega, sin la ley latina y sin la escolástica. Toda esta cultura, esos tres elefantes sobre los cuales está basada la cultura occidental, no la tenemos. Tenemos una didáctica, como el Partido Comunista. Eso quiere decir que no tenemos derecho ni posibilidad de discutir. La duda queda excluida, la duda que es la base de la filosofía… Las relaciones entre los rusos son verticales, como las relaciones con Dios. Los rusos no pueden sentarse en el templo, no hay bancas. Deben quedarse de pie cinco horas, una tortura. Si hay una banca, no hay relación totémica y una discusión puede empezar en una relación diagonal con el poder. Una forma de relación más horizontal empezó con Lutero y el protestantismo. Para resumir, nosotros tenemos una relación vertical con Dios, los latinos la tienen diagonal y los protestantes están en un mismo nivel, en igualdad.(4)
Ahora me toca a mí, el autor, dar mi testimonio personal para que el lector sepa que no puede pretender una absoluta objetividad; la simpatía participativa que siento por este tema, si bien me permite conocer y entender ciertos aspectos poco visibles para un observador totalmente externo, tiene que afectar mis juicios. Bautizado en la iglesia católica, apostólica y romana en 1942, fui ungido en la iglesia ortodoxa en 1969, sin conocer lo dicho por el poeta ruso Viacheslav Ivánov en 1926: “Europa debe respirar con dos pulmones, el catolicismo y la ortodoxia”. En 1980, el papa Juan Pablo II expresaría: “Uno no puede respirar como cristiano, es más, como católico, con un solo pulmón; es necesario tener los dos pulmones, es decir el oriental y el occidental”. Comparto la teoría de las ramas en el seno de la Iglesia una. Las tres ramas son la Iglesia latina de Pedro, la ortodoxa de Andrés y la protestante de Pablo, según el “movimiento de Oxford” (1833), ideado por los anglicanos que buscaban entrar en comunión sacramental con los ortodoxos sin abjurar de su fe anglicana: si una de las tres ramas cubre un territorio, las otras dos desaparecen automáticamente, de manera que uno es ortodoxo en Moscú, anglicano en Oxford, católico en México.
El filósofo ruso Serguéi Avérintsev (1937-2004) no pensaba de otro modo y practicaba tranquilamente la intercomunión, la “doble pertenencia”.
En 1946, el historiador ruso Pierre Kovalevsky (1901-1978) escribió, con un generoso espíritu ecuménico, que el estudio de la ortodoxia no puede realizarse sin una penetración más o menos profunda en el espíritu y el clima ortodoxos, sin una comunión directa con la vida de la iglesia ortodoxa. Eso vale también para el estudio del cristianismo occidental. Mi doble pertenencia, a lo largo de los últimos cincuenta años, me ha ayudado a comprobar las difíciles relaciones entre los dos cristianismos y me llevó a publicar en 2005 La gran controversia. Las iglesias católica y ortodoxa de los orígenes a nuestros días (México, Tusquets). El Occidente no conoce la ortodoxia y viceversa; hay que saberlo. Porque Rusia cuenta unos ochenta millones de ortodoxos y porque la Iglesia Ortodoxa de Todas las Rusias es la más grande de las iglesias ortodoxas, decidí escribir este libro para que el lector occidental la conozca y conozca, más allá de ella, la ortodoxia. En el espíritu del padre Schmemann: “Espero que el lector podrá convencerse de que el pasado de la Iglesia —y poco importa si su historia se limita localmente al Oriente o al Occidente— es también su propio pasado, el pasado de un mundo en el cual todo nos llama a la catolicidad, es decir a rehacer lo que ha sido quebrado y reencontrar nuestra totalidad perdida”.(5)
Una precisión metodológica: en 1997 empecé con el proyecto de hacer una historia de la ortodoxia en Rusia a partir de los grandes cambios provocados por la Perestroika y la disolución de la Unión Soviética, historia que debía acompañarse de otra, paralela, de las Iglesias no ortodoxas en Rusia y el espacio soviético. Junté día tras día, hasta la fecha, material sobre la actualidad en desarrollo, en la prensa nacional e internacional, y en las publicaciones de las Iglesias. No hay trabajo de archivo, sino lectura y compilación de la inmensa bibliografía que trata sobre los más de mil años de la ortodoxia en “todas las Rusias”.
2. La historia religiosa es parte de un todo
John Fennell, autor de A History of the Russian Church to 1448, advierte, en la primera línea de su libro, que es imposible entender la historia de esa Iglesia sin conocer el contexto histórico, político y social, y plantea en seguida una pregunta: “¿Quiénes eran, en el siglo noveno, los rusos?”(6) Volveremos sobre aquel importante tema de polémicas eternas; por lo pronto hay que recordar que el desarrollo histórico de Rusia, de “todas las Rusias”, ha sido y sigue siendo objeto de controversias, independientemente del periodo considerado: Rusia(s) antigua(s) —el plural señala que hay pleito—, el periodo de Kiev, el periodo moscovita, la era imperial, la era soviética, el tiempo presente. La historia se encuentra en el centro del pensamiento ruso y sobre cualquier tema uno encuentra opiniones contradictorias y juicios de valor que se apoyan sobre la ciencia histórica. Como la historia religiosa de Rusia es inseparable de la historia rusa, no debe sorprender que esté atrapada en el mismo torbellino de polémicas. “Por eso, todo juicio sobre el desarrollo de la historia de la Iglesia rusa, incluso toda descripción de aquél, supone de manera necesaria una toma de posición en cuanto al pasado de Rusia.”(7)
Lo comprobaremos inmediatamente a la hora de definir quiénes eran los rusos en 988, en el momento de la conversión del príncipe Vladímir, y al final del libro, cuando presentemos la inextricable situación de las Iglesias ortodoxas atrapadas entre Moscú y Kiev, entre Rusia y Ucrania, durante el enfrentamiento y la guerra de baja intensidad entre los dos países.(8)
3. Rusia y las Rusias
Cuando llega el momento de escribir sobre Rusia en el largo plazo, uno se encuentra en dificultades. Hay tres, cuatro, si no es que más Rusias. Por eso las fórmulas “todas las Rusias”, “Patriarca de Moscú y de todas las Rusias”. Retomando la denominación bizantina, se habla de Gran Rusia (Megále Rhosía) para la Rusia del norte, de Nóvgorod y luego de Moscú; de Pequeña Rusia (Mikrá Rhosía) para lo que hoy llamamos, mal que bien, Ucrania, y de Rusia blanca o Rusia del Oeste para la Bielorrusia de hoy. Vladimir Vodoff en su gran libro, claro y generoso, Naissance de la chrétienté russe(9) nos presenta la Rus de los orígenes. Así como Francia debe su nombre a una minoría de invasores, los francos, parece que el nombre colectivo rus (Rhos, en griego) se debe a la minoría de guerreros escandinavos rubios (rus) que siguen los ríos para llegar pronto a Constantinopla, en lugar de dar la vuelta por el Báltico, el Atlántico y el Mediterráneo. Esos hombres del norte, cuando no atacan la gran ciudad, sirven al emperador y comercian; son, si no los fundadores, sí los cuadros políticos y militares del inicial Estado eslavo de Kiev.
¿Cuál es el origen de la palabra Rus? Existen tres teorías, una que dice que viene del finés ruotsi, que calificaba a los suecos; otra, de Roths/Ruths, topónimo de la región del lago Ládoga, y una más que dice que viene de Ros, nombre de un río cerca de Kiev. Parece no importar mucho; sin embargo, es un elemento en el pleito entre dos escuelas historiográficas que están en guerra desde el siglo XVIII, en cuanto al origen del Estado de Kiev se refiere. La escuela normandista (de los normandos o vikingos, varegos venidos del norte) afirma el papel fundamental de los escandinavos en los inicios de Kiev. La otra escuela defiende el papel exclusivo de los eslavos. Para la primera, Rus viene de ruotsi; para la segunda, oficializada por Stalin, viene del nombre del río Ros. La primera confía en la Póviest vriémmienij liet [Crónica de los tiempos pasados], el texto histórico-legendario más antiguo, también conocido como Crónica primaria. En ella se lee: “Los chudos, eslovenos, kriviches y viés fueron al mar Báltico para ver a los varangianos (varegos), los Rus y les dijeron: nuestra tierra es grande y abundante y fértil, pero no hay ningún orden en ella. Vengan a gobernar y reinar sobre nosotros”.
La escuela que podemos calificar de nacionalista rusa dice que no se debe tomar la Crónica primaria al pie de la letra; sus partidarios moderados aceptan que el llamado a los suecos, en 859 según la Crónica, y la toma de Kiev por Oleg son acontecimientos importantes, pero que son posteriores a la fundación del Estado de Kiev, que sitúan en el siglo VI.
El otro pleito historiográfico empezó hace dos siglos: los historiadores nacionalistas de Rusia y Ucrania están enfrentados desde 1850 y pelean hoy (2021) más que nunca para definir los términos ruso y Rusia. Y distinguir, o no, entre dos etapas, la Rusia de Kiev (988-1240) y la de Moscú a partir del siglo XIV. La primera Rusia histórica, conocida como Rus, es el principado constituido alrededor de Kiev; el primer príncipe histórico, después del legendario —aunque la leyenda es parte de la historia— fundador Riúrik, es Oleg, quien lleva todavía un nombre sueco, mientras que sus sucesores, Ígor y Sviatoslav, usan nombres eslavos.
Los debates sobre la integración del periodo kievano en la historia rusa han sido terriblemente apasionados. El despertar nacionalista ucraniano en el siglo XIX provocó después de 1850 una violenta polémica para saber si los antiguos rusos eran “pequeños” o “grandes” rusianos. Hasta la fecha sigue el pleito para determinar a quién pertenece la formación del primer Estado. Moscú mantiene hoy las pretensiones de sus grandes príncipes de los siglos XV y XVI sobre “todas las Rusias”; considera que su historia empezó en Kiev, se vio interrumpida en 1240 por los mongoles y en los siglos XIV y XV por los lituanos y los polacos, para continuar finalmente bajo la égida de los zares. En esa lectura de la historia no hay lugar para los ucranianos y los bielorrusos. La historiografía soviética, historia oficial ante todo, certificó “la unión eterna de los tres pueblos hermanos”, confirmó la imagen de la Rusia de Kiev como “cuna de tres pueblos hermanos”. La desaparición de la Unión Soviética y la independencia de Ucrania y de Bielorrusia resucitaron el debate en el que no han faltado presiones de los tres Estados; sin embargo, existen investigaciones serias que no intentan atribuir exclusivamente la etapa de Kiev a uno de los contendientes. Arqueólogos, lingüistas e historiadores nacionales y extranjeros han hecho progresar notablemente la ciencia.
Rusia es un nombre que traduce en nuestros idiomas latinos dos realidades históricas distintas, designadas en ruso, cada una por su nombre: la Rus y la Rossia. En las fuentes más antiguas, Rus designa los principados de Kiev, Pereiaslav y Chernígov: el territorio del sur, más el país sometido al oeste y noreste al poder de los príncipes de Kiev. Esa Rus, por lo menos del siglo X al XIII, forma un cuerpo constituido alrededor de Kiev. La palabra Rossia aparece en el siglo XV para el conjunto de todos los territorios y no tarda en aplicarse a partir del siglo XVI a un Estado moscovita que se transforma en un imperio cuya expansión consigue su apogeo territorial en el siglo XIX, en detrimento de los otros pueblos.
Notas:
1. Czeslaw Milosz, To Begin Where I Am: Selected Essays, Nueva York, Farrar, Straus and Giroux, 2001, pp. 329-330.
2. Anatole Leroy-Beaulieu, L’Empire des tsars et les russes, París, Robert Laffont, 1990, p. 896.
3. Alain Besançon, Sainte Russie, París, Éditions de Fallois, 2012, p. 23.
4. Andreï Konchalovsky, Ni dissident, ni partisan, ni courtisan, conversations avec Michel Ciment, París, Institut Lumière-Actes Sud, 2019, pp. 133-135.
5. Aleksander Schmemann, Le chemin historique de l’Orthodoxie, París, ymca Press, 1995, p. 10
6. John Fennell, A History of the Russian Church to 1448, Londres y Nueva York, Longman, 1995.
7. Aleksander Schmemann, op. cit., pp. 320-321.
8. Este libro se terminó de redactar poco antes del 24 de febrero de 2022, fecha del inicio de la invasión militar de Rusia a Ucrania [E.]
9. Vladimir Vodoff, Naissance de la chrétienté russe. La conversion du prince Vladimir de Kiev (988) et ses conséquences (xi e-xiii e siècles), París, Librairie Artheme Fayard, 1988.
FOTO: La Santa Rus, por Mijaíl Nésterov, 1901-1905/ ESPECIAL
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