Pura intensidad narrativa

Ene 11 • destacamos, Lecturas, Miradas • 5148 Views • No hay comentarios en Pura intensidad narrativa

POR ALEJANDRO DE LA GARZA

 

Leer las más de 600 páginas de textos de Ricardo Garibay (Tulancingo, Hidalgo,

18 de enero de 1923 – Cuernavaca, Morelos, 3 de mayo de 1999) reunidos en esta

antología resulta una experiencia literaria emotiva y exultante. En ningún momento la

prosa decae; por el contrario, se inicia a fuerza de pura intensidad narrativa y continúa

subiendo de tono y energía mediante un poder sostenido con la capacidad de alcanzar

varios clímax.

 

Vehemente, abrupto, temperamental, soberbio, dotado de una potente emoción

descriptiva para dar cuenta de la realidad con brochazos abarcadores y tajantes, broncos

y reveladores, pero a la vez sofisticado para captar las sutilezas del carácter humano,

sus contradicciones y debilidades. Muy artista al retratar de manera hipersensible a

sus maestros, compañeros, amigos o personajes de ficción, y con el trabajado don de

conducir las palabras con el vigor intelectual y emotivo suficiente para producir en el

lector genuinos deslumbramientos narrativos, transparentes “astucias literarias”, como

calificaba él mismo aquellos momentos cuando es dado “atrapar en los textos esos

felices o astutos instantes en que se juntan dos o más palabras y se abre una inesperada

intelección del mundo”. La intensidad es la marca de la casa, de su estilo inconfundible.

 

La selección está organizada en media docena de apartados: Cuento, Memoria,

Crónica, Semblanza, Diálogos y Paraderos literarios. Josefina Estrada, autora con una

bien reconocida carrera periodística, fue de las personas más cercanas a Garibay durante

los últimos tres lustros de la vida del escritor. Con base en este conocimiento, así como

en la investigación y la lectura, dibuja en el prólogo uno de los perfiles más nítidos y

reveladores del autor. Estrada extiende su mirada sobre la vida, la obra y la muerte de

Garibay para mostrar al hombre entero, en sus regocijos y exabruptos, sus pesares y

logros. Además de la labor de seleccionar los textos “antologables” (tanto de los diez

tomos de sus obras reunidas como de otras fuentes dispersas), Estrada recopiló una

esclarecedora bibliografía donde se incluyen los guiones cinematográficos escritos por

Garibay desde los años cincuenta y hasta los ochenta, cuando decidió abandonar ese

ámbito de trabajo, harto de su tontería, comercialismo y vulgaridad, y donde vivió el

maltrato y la estupidez de sus “estrellas y directores”. Paradójicamente, este medio le

permitió al escritor subsistir durante su confesa neurosis de una década (1952-1962),

antes de publicar Beber un cáliz. El caso de su célebre guión de Milusos resume su paso

por el medio fílmico, lamenta Garibay, pues con él ganó más dinero que con treinta

libros.

 

El perfil nos recupera al niño Ricardo atormentado por la violencia paterna, al

estudiante en San Ildefonso, al matriculado a fuerza en derecho cuando él prefería

escribir, a sus noches estudiando leyes en la casa familiar mientras escucha el tren

lejano con la ambición de irse, viajar, vivir. Lo vemos además como fisicoculturista,

sparring y practicante del box. Lo acompañamos en sus visitas a la escuela de

Mascarones donde asiste a clases de filosofía y literatura, se hace de amigos y maestros

memorables y se enamora. Lo acompañamos a El Colegio de México, donde intenta

hacer una investigación sobre poesía mística española hasta ya no poder más y

anunciarle al mismo Alfonso Reyes su deseo de dedicarse a la literatura. “No sé qué sea

la literatura, dedíquese a su literatura”, le dice el maestro. Y aun más: lo vemos como

compañero de Rulfo y Arreola, Luisa Josefina Hernández y Chumacero en el Centro

Mexicano de Escritores a principios de los cincuenta. Luego será burócrata, oficinista,

guionista infatigable, jefe de prensa, siempre un tanto amargo, un tanto neurótico, pero

escribiendo todo el tiempo, inventando historias, inventándose como escritor diríase con

desesperación para ganarse un salario y mantener a su esposa y sus tres primeros hijos.

 

En la docena de cuentos vamos de sus primeros relatos de latente fuerza

descriptiva a una tercia digna de los clásicos de las letras mexicanas: “El pesaroso

comienzo de Erick Henry…”, “Trailer” y “Oro de peso pluma”. De ahí ahondamos en

Memoria, uno de los apartados con mayor intensidad y carga emotiva, donde recobra

su Fiera infancia, niñez atribulada y bronca, a veces histérica y siempre sometida al

autoritarismo paterno. Resulta llamativa por impía su descripción de sí mismo: “Canijo,

cobarde, llorón, chismoso, sumamente asustadizo, insomne, faldero, fantasioso y

discursero sin fin; y después, la arrogancia, la anarquía, la insolencia, y el resentimiento

que, supongo, se me salía por todas partes”.

 

Más adelante narra con brevedad sus fallidos intentos teatrales y abunda en su

experiencia en el cine, cómo llegó a actuar y dirigir, cómo fracasó y se volvió cómico de

la legua para viajar con una compañía disímil por el norte del país. El apartado finaliza

con su vida como funcionario agrario y sus viajes con aquel secretario del ramo de

origen mixteco, Norberto Aguirre Palancares. El apartado de Crónica es muestra de su

bien sabida maestría en el género: desde ya “Las glorias del gran Púas”, pero además

sus crónicas de lujo y hambre en el Acapulco de los hoteles y la guerrilla, de los presos

políticos y el turismo; su agradecida visión de la inmigración española, sus testimonios

de los basurales y miserias del D. F., de su gira por China con el presidente Echeverría o

su visita a Cuba.

 

En Semblanza sobresalen por su hondura y afectividad los retratos del abuelo

y el padre, los más ligeros pero también duros de las “criaditas” de su casa, de tanto

boxeador perdido y miserable recobrado en sus páginas, de personajes como Agustín

Lara o Emilio Uranga, su íntimo amigo suicida. Se incluye además la crónica de su

compleja relación con Gustavo Díaz Ordaz y la narración honesta de por qué aceptó

en 1969 un apoyo económico mensual del presidente a quien no obstante no dejó

de criticar y denunciar. El capítulo Diálogos es una impresionante muestra del oído

literario de Garibay, de su técnica única para captar y reproducir el habla popular o

refinada, local o regional, lumpen o elevada.

 

La antología finaliza con el apartado más extenso, Paraderos literarios, donde

Garibay extiende su intensidad y profundidad prosística al ejercicio del ensayo, la

crítica literaria, la reseña y el comentario libresco. Sus opiniones sobre otros escritores

pueden ser tan devastadoras y humanas como sus admiraciones explícitas y matizadas.

Destacan sus comentarios críticos sobre Borges, su demoledor retrato de Simenon,

su rendición ante Jacobo Wasserman, su devoción y sus retobos frente a Alfonso

Reyes, y el retrato del subvalorado Rafael Ruiz Harrell. Hay también reflexivas notas

sobre el arte literario, el estilo, la escritura como vocación y necesidad vital. Todo

intenso, fortísimo, inteligente y cargado de sensibilidad exaltada. Garibay acaba con la

reafirmación de la escritura como una forma de realización y plenitud vital, como “una

forma de orgasmo”.

 

Cuando Vicente Leñero, escritor superior de nuestras letras, recibió en 2001

el Premio Nacional en Lingüística y Literatura, dedicó el reconocimiento a Garibay,

“que mereció estar aquí antes que muchos, antes que yo, desde luego. Y no lo estuvo.

Negados, sistemáticamente, para el poderoso prosista, los reconocimientos de su propio

país”, dijo. Nada compensará esa injusticia, pero Ricardo Garibay está entero en su

obra. Y gracias a esta muy completa antología tenemos al escritor infatigable, el artista

soberbio, persistente en ser engreído ante los demás y humilde ante su arte porque “la

soberbia es condición primera del escritor, antes que el don y la aplicación; en ella

envuelve su quebrazón original, su gratuidad, la personalísima y creciente sospecha de

ser innecesario”.

 

Ricardo Garibay, Antología, selección y prólogo de Josefina Estrada, Ediciones Cal y Arena, México, 2013, 645 pp.

 

 

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