Natalia López y la sororidad desolada

Mar 25 • destacamos, Miradas, Pantallas • 3149 Views • No hay comentarios en Natalia López y la sororidad desolada

 

Manto de gemas retrata tres formas de la desolación femenina marcada por la violencia y la disolución social que trasgrede a pequeñas comunidades de la provincia mexicana

 

POR JORGE AYALA BLANCO
En Manto de gemas (Argentina-México, 2022), minimalista ópera prima como autora total de la editora-actriz boliviana de 43 años Natalia López Gallardo (corto previo: En el cielo como en la tierra 06; colaboradora crucial de su esposo Carlos Reygadas aparte de Lisandro Alonso y Amat Escalante), la esmirriada rubita próxima a la edad madura Isabel (Nailea Norvind por completo desglamurizada) rechaza acremente el acercamiento físico de su semicalvo esposo flaco (Carlos Gallardo), con quien ha roto maritalmente y se halla en pleno proceso de divorcio, refugiada dentro de una vieja quinta campestre de una abuela inmemorial a donde se ha tras- ladado con su linda hija puberta Valeria Vale (Sherlyn Zavala Díaz) y su sobreprotegido hijo menor Benjamín Benja (Balam Toledo), donde a veces la visitan su ultraconvencional madre argentina (Mónica Poggio) y hasta un primo también foráneo (Francisco Berdiales), pero la buena mujer semiabandonada/autoabandonada descubre un día que su fiel y silenciosa empleada doméstica María (Antonia Olivares) se encuentra desesperada por la desaparición sin huella de una hermana y se dispone a prestarle ayuda aun cuando la propia mujer le echa en cara que nada entiende, por lo que la buena Isabel decide involucrarse aún más y hasta el fondo, ante la deserción de su niñera Mari desatiende a sus hijos dejándolos en manos de la ayudante ciega Juana (Monserrat Colsá), pretende investigar por su lado, chantajea a su rústico empleado el cauto anciano leñador Ventura (Ventura Rendón), se conecta con taxistas sospechosamente delincuenciales, es secuestrada y conducida a un cobijo para ser atormentada física y psicológicamente, por fin se le suelta desnuda y baleada de a mentiras (“Córrele, güerita”), antes de poder retornar a su redil, donde sus hijos han sufrido asimismo en carne propia los efectos de la violencia circundante, ese dominio violento que también se ha dejado caer sobre la infeliz María, quien de pronto acepta colaborar en el secuestro de personas, cuidando de ellas en una guarida (“Como que los meados de este güey ya están apestando”/ “Yo ahorita los seco”) y nunca jamás pudiendo romper con la organización criminal de la localidad, en tanto que algo análogo le sucede a la recia mujer policía encargada de indagar sobre la desaparición forzada de la hermana de María, una rotunda uniformada de nombre y apodo Roberta La Torta (Aída Roa) que a su vez debe lidiar con un hijo adolescente llamado Adán (Juan Daniel García Treviño el excumbiero genial del Ya no estoy aquí de Frías 19), enfrentado a serios problemas de adicción, rebeldía, involucramiento con las organizaciones criminales que entre otros minicapos opera amenazante El Gallito (Jorge Medina), ruptura con el convulso hogar materno y una inevitable desaparición conclusiva que no lograrán evitar o solucionar ni la autoritaria Roberta con el auxilio del subalterno Mondo (Gamaliel Ortega) o los procedimientos turbios en revuelta que provocarán su expulsión del corporativo policial, a modo de un chivo expiatorio más de cierta indetenible sororidad desolada.

 

La sororidad desolada inscribe sus búsquedas estéticas sobre todo en el uso sistemático, prácticamente exclusivo y retadoramente desmedido de los planos secuencia, sostenidos irrazonablemente, de distinta estructura interna y duración, planos secuencia entre elipsis audaces del relato lineal y elípticos ellos mismos hasta tornar el nivel de la simple comprensión y el seguimiento de la trama anecdótica en algo críptico y arduo de comprender, planos secuencia-vehículo atravesados por verdaderos enjambres de voces en off cual Zama de Martel (17) en versión de loco furioso (“Tienes algo más culero, que se llama cara”), planos secuencia que vuelven al cine de Reygadas un referente expresivo fundamental, para dar como resultado una obra indirecta, en clave, imaginaria al grado de imaginarse a sí misma, y dar la impresión de inventarse a cada plano secuencia desprendible y roto de antemano.

 

La sororidad desolada invoca y delinea tres formas de la desolación femenina marcada por la violencia y la disolución social que predominan en las pequeñas comunidades de la provincia mexicana (como ésta situada en el estado de Morelos), tres formas brutales de una desolación tan oblicua cuan directamente representadas: la desolación ingenua y bienintencionada de la patrona Isabel, la desolación inerme y acosada de la sirvienta María y la desolación rabiosa e impotente de la policía Roberta; tres formas caracterizadas por diversas maneras de enfocar fílmicamente el cuerpo femenino dado en la tensión entre lo que vemos y lo que no vemos o se escamotea significativamente, entre la impasibilidad irremediable del espacio del campo visual y una calculadísima y casi perversamente bien articulada red de espacios fuera de campo; tres formas de la desolación que corresponden a tres maneras de contemplar e insinuar la imperiosidad del cuerpo de la mujer vuelto sujeto de la percepción apasionada o apisonada.

 

La sororidad desolada extiende así su Manto de Gemas como una película-objeto deliberadamente abstrusa e indescifrable sobre criaturas en la marginalidad, sin margenialidad alguna, con eficacia emocional en los súbitos abrazos solidarios de las mujeres (“Mi película no es sobre la violencia, sino sobre la herida”: López), tres efigies señeras y trágicas pese a todo, tres cuerpos atrapados en un contexto histérico-histórico social donde el sufrimiento lo metamorfosea en lo contrario de un manifiesto feminista.

 

Y la sororidad desolada desemboca en el largo plano fijo que contempla a un hombre debatiéndose con su propio cuerpo al ser quemado vivo en un extremo del encuadre atroz mientras en el otro extremo, quizá aún más atroz, varios lugareños observan inmóviles e inamovibles la escena, en el seno de una imagen extática cuya desolada pasividad activa parece devorarse a sí misma hasta el contundente oscurecimiento reflejo, instintivo y final.

 

FOTO:Esta ópera prima fue galardonada con el Premio del Jurado del Festival Internacional de Cine de Berlín. Crédito de foto: Especial

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