El periodismo en que andamos

Ene 18 • Conexiones, destacamos, principales • 2642 Views • No hay comentarios en El periodismo en que andamos

POR JOSÉ VALES/CORRESPONSAL

 

Todavía no había terminado de desembarcar en México y ya estaba cubriendo un sorprendente conflicto armado que silenciaba a los teóricos del final de la historia y que sacudía al mundo en aquellas primeras horas de 1994. El levantamiento armado del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) me sorprendió aquel 1 de enero suspendiendo un paseo con mi hija por Coyoacán, escribiendo contrarreloj para la agencia de noticias que poco menos de 45 días antes me había destinado en México, interesada más en los prometedores efectos del Tratado de Libre Comercio (TLC) que en un alzamiento indígena. En la mañana del 2 de enero ya estaba en Tuxtla-Gutiérrez y por la tarde ya había recorrido por primera vez San Cristóbal de Las Casas. Allí, un puñado de periodistas, que días después se transformaría en una nube, buscábamos romper, de alguna manera, el cerco informativo para tratar de conocer qué era lo que estaba pasando. La cantidad de muertos, la esencia del EZLN, la enigmática figura del Subcomandante Marcos, el currículum del general Absalón Castellanos, tomado como rehén por el grupo insurgente, y la situación en Ocosingo, Las Margaritas y Altamirano como en los caseríos esparcidos en la belleza de la Sierra Lacandona.

 

La tarde del 4 de enero, después de una incursión periodística por la zona rural de San Andrés Larráinzar, y una hora después que el gobierno informara sobre el ataque al Cuartel de Rancho Nuevo, lo encontré con el gesto sorprendido y algo absorto. Fue en el Patio del Hotel Diego de Mazariegos, donde lo recuerdo entrando vestido de elegante chaqueta beige y su cigarro como una parte más de su ser, buscando dar el puntapié inicial a una cobertura que se escapaba de los cánones habituales de su corresponsalía en el D. F. para el matutino porteño Página/12. El periodista Juan Gelman acababa de llegar a San Cristóbal y, como no podía ser de otra manera para un argentino con poco más de 30 años, su presencia me cautivó de inmediato. Para varias generaciones aquí, Gelman fue el poeta perfecto. No sólo por su prolífica y destacada obra, sino por su historia personal y por su militancia constante contra la dictadura militar, tanto como por sus textos dominicales en las contraportadas de Página/12, por lo general, volcados al análisis de la política internacional.

 

Yo no era un gran lector de poesía por entonces. Pero Gelman estaba entre los míos como Machado y Neruda, González Tuñón o Vallejo. Llegué a la conclusión de que trataba de evitarlos todo lo posible, fruto de la envidia —que resultó sana— que siempre me provocaron los poetas por eso de contar un universo en un par de versos.

 

Aquel no había sido un día fácil de trabajo y nos preguntábamos con un colega qué hacíamos allí. Por eso, al verlo entrar al hotel, me vino al recuerdo el comienzo de uno de los poemas de Gelman que más me gustaban, “El juego en que andamos” y que terminó ayudándome a encontrar la respuesta en ese momento: “Si me dieran a elegir, yo elegiría/ esta salud de saber que estamos muy enfermos/, esta dicha de andar tan infelices…”

 

Estábamos muy enfermos de periodismo y bien “infelices” creyendo que estaba pasando algo grave para que todo cambiara. De eso trató muestra primera conversación allí, segundos después que me acerqué a saludarlo, a presentarme cuan compatriota, porque era la primera vez que lo tenía frente a frente. En Buenos Aires había quedado el último libro de él que había leído hacía unos meses. Era Exilio, un ensayo junto a Osvaldo Bayer que cité para un trabajo universitario sobre los vínculos ideológicos delMartín Fierro (el poema nacional argentino) y la vida de Vicente El Chacho Peñaloza, un caudillo de las guerras civiles en la segunda mitad del siglo XIX.

 

Me dio las gracias y de inmediato preguntó: “¿Sabés como tengo que hacer para acreditarme y todo eso?”

Allá lo acompañé yo, veterano de tres días en ese maremágnum de hombres de prensa, del que en unas horas más Juan iba a defenderse de la misma manera que solía defenderse del bullicio de las redacciones en las que había trabajado. Escribiendo poesía entre la edición de una página y una portada.

 

Yo me sentía como hablando con un prócer. No hacía mucho tiempo en la Universidad había participado en la recolección de firmas para que la Justicia dejara sin efectos los cargos con los que la dictadura lo había perseguido por su militancia en Montoneros y ahora estábamos en el bar del hotel tomando un café.

 

Aquellos días volvimos a encontrarnos un par de veces. Hablamos del país y del “desastre” que el menemismo estaba haciendo con la economía. Le llamaba la atención que una agencia de noticias hubiera enviado un corresponsal a México y me preguntó ¿Por qué te fuiste? La pregunta partía de un hombre que en el país había sufrido como nadie. La pérdida de dos hijos, una nuera, una nieta. Una vida. Un país, la Argentina, que —alguna vez le había escuchado decir a él en una entrevista— “es una trampa perfecta. Te deja ver que las cosas podrán ser de otra manera y cuando te tiene adentro, listo, todo vuelve a pasar…”

Por eso medité la respuesta. En mi caso no había exilio posible pero sí cierto hastío por una situación social y por el derrotero del país que hoy vuelve a repetirse y por eso apelé al poeta más argentino posible para contestarle. “Le hice caso a usted, maestro… Como el país es una trampa, preferí salir para defender lo bueno que aún tiene afuera, antes que seguir puteándolo [insultándolo] desde dentro…”

 

Benévolo, Gelman encontró aquella decisión “inteligente” antes que práctica o como un antídoto para mi salud mental.

Con los días y los despachos lo fui perdiendo de vista. Nos mandamos saludos, luego, con algunos amigos en común, y nada más. En marzo del 2000 regresé a Buenos Aires, por ese tango con el que estamos contagiados todos los argentinos, “Volver”, y una de las primeras notas que me toca cubrir es el encuentro de Juan con su nieta en Uruguay.

 

Pocos meses más tarde, en agosto de ese año, recibí un mensaje suyo cargado de elogios por una investigación periodística que había publicado y que tenía que ver con los horrores de la dictadura militar en Argentina. Aquel e-mail me hizo ruborizar. El poeta de las mil batallas, uno de los intelectuales más íntegros de este país, venía a comprometerme más aún con la profesión que nos cruzó en San Cristóbal de las Casas hace ahora 20 años.

 

Nunca lo supo, porque no me animé a tanto. Siempre es difícil hablar con los ídolos de uno. Fue él, en su poema “Mi Buenos Aires querido”, que hace rato me había enseñado aquello de “Ni a irse ni a quedarse, a resistir” como ahora, que seguimos andando en el mismo juego y que el hastío con el país vuelve a hacerse carne y que desde que supe de su muerte, me pregunto con él “¿Quién dijo alguna vez: hasta aquí el hombre, hasta aquí no?”

 

*Fotografía:  Gelman vivió en México los últimos 20 años/Reuters/Archivo.

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