“Carmen” y “Butterfly”: mucho más que “localidades agotadas”

Jul 1 • destacamos, Miradas, Música • 3167 Views • No hay comentarios en “Carmen” y “Butterfly”: mucho más que “localidades agotadas”

 

Dos funciones de Ópera contrastan entre sí por la calidad; una se presentó en Bellas Artes y la otra en el Teatro de Monterrey

 

POR LÁZARO AZAR 
Hace unos días, un amigo me compartía su preocupación por el futuro de la ópera en México. Comentaba cuán surrealista le parecía la existencia de una asociación como ProÓpera, a la que cada vez le es más difícil incentivar a sus socios dado lo poco y malo que, en esta administración, ha presentado la Ópera de Bellas Artes y, con gran tino, me desarmó con mis propias palabras al incluir en su argumentación hasta una frase que escribí en la columna pasada: “Así como salió Diemecke y la orquesta se vino abajo, ante la ineptitud de Alonso Escalante, la cortedad de miras de Lucina Jiménez y la ignorancia y el desinterés de Alejandra Frausto, pasó lo mismo con la ópera: se fue Dinić y la Ópera se vino abajo”.

 

No comparto tal pesimismo, pues considero que no debemos limitarnos a la oferta centralista oficial, ya que —como nunca antes— hay una gran actividad operística en provincia, con todo y que estados que se habían distinguido por su vocación lírica, como Jalisco y Yucatán, se han quedado rezagados. En Guadalajara, además de las óperas que eventualmente forman parte de la programación del Festival Cultural de Mayo, durante su gestión como secretaria de Cultura, Miryam Bachez impulsó el género con más de un título al año; sus producciones eran de gran dignidad y sus elencos, sabiamente equilibrados por Marco Parisotto, integraban lo mejor del talento local con las figuras internacionales que hoy tanto se extrañan. En Mérida se volvió a disfrutar de la ópera de manera ininterrumpida desde que Don Adolfo Patrón fundó la Orquesta Sinfónica de Yucatán, y espero que pronto concluya el receso al que les orilló el incendio del Teatro Peón Contreras. En estos días, se anuncia el regreso de la ópera a Jalisco con una Madama Butterfly auspiciada por el Conjunto Santander de Artes Escénicas.

 

Ha sido justamente con ese título pucciniano que, aún consciente del riesgo que corría —ya saben: “no hace falta probar la cicuta para saber que es veneno”—, me aventuré a ir el martes 27 de junio al Blanquito y, ahí sí, ni cómo no darle la razón a mi amigo: la pobreza de la producción es evidente. Cual espadas de Damocles, colgaron sobre el escenario nueve tablones como punto focal. Qué pretendían aquí con ellos, nadie lo sabe.

 

La iluminación pecó de deslavada, aunque no tanto como el desempeño de la orquesta: más que las terribles desafinaciones de los metales durante la introducción al tercer acto, me decepcionó su sonido durante toda la función. Falta de relieves, no sabía si le habían puesto sordina o la tenían guardada en un clóset. ¿Qué pasa con Iván López Reynoso, que no le exige lo debido a sus atrilistas? ¿Temerá incomodarlos y que vuelva a arremeter contra él el sindicato? ¿Será porque el INBAL sigue sin hacer público el dictamen de un Comité de Ética cuyo anonimato, de entrada, ya lo hace cuestionable?

 

El trazo de Juliana Faesler no pudo ser más elemental. Afortunadamente, la contuvieron de narrarnos las historias que se inventa al no profundizar en los libretos. No se trata de ver “lo mismo de siempre”, como declaró. Se trata de respetar al compositor y al libretista, aunque aduzca que, ahora, lo suyo no fue “un discurso personal, sino colectivo”. Habiendo padecido varios de sus estropicios “pudo ser peor”, y qué bueno que, por “discurso colectivo”, debamos entender que, partitura en mano, los cantantes impidieron que alterara la historia.

 

En cuanto al elenco, este martes el Pinkerton de Andrés Carrillo sonó un poco entubado y con agudos inestables, oímos un correcto Goro encomendado a Gerardo Reynoso e Itzeli Jáuregui ofreció una extraordinaria Susuki. Dirigido por Rodrigo Cadet, el coro cumplió adecuadamente, pero, quienes dieron cátedra de oficio y colmillo fueron Jesús Suaste con un digno e impecable Sharpless, y la gran Maribel Salazar, cuya solvencia vocal fue rebasada por la intensidad e histrionismo con que personificó a Cio-Cio San. Se nota que ambos han cantado muchas veces sus roles, pues fueron los que tenían más clara la psicología de sus personajes, importantísimo “detallito” que fue omitido en esta puesta.

 

Y así como se agotaron las localidades para las cuatro funciones de este montaje “profesional”, así también se agotó el boletaje del Teatro de la Ciudad de Monterrey, para las tres funciones que protagonizaron el fin de semana pasado los becarios de esa admirable iniciativa privada que es el México Opera Studio (MOS), con otro título igualmente taquillero: Carmen, de Bizet.

 

Del 2020 a la fecha, el MOS ha presentado once exitosos títulos; sin embargo, debo admitir que me inquietó saber que vería a más de 160 artistas en escena y eso, sin contar a la Orquesta Filarmónica del Desierto o que la “experiencia inmersiva” iniciaba desde que llegaba uno al lobby del teatro y se topaba con un tablao flamenco, y era abordado por pícaras gitanas, prestas a leernos la mano.

 

Asistí a las funciones del sábado 24 y el domingo 25 y ¡vaya sorpresa que me llevé! De entrada, el trabajo acucioso en cada detalle era incuestionable: sin ser aparatosa, la escenografía fue mutando y le dio una identidad claramente diferenciada a los espacios donde se desarrolla cada uno de los cuatro actos. Si la escenografía de Arturo Nava y Sonia Flores fue un acierto, la iluminación de Pepe Cristerna lo fue aún más: su intensidad iba a la par con el modo de la música y estuvo muy bien sincronizada con los relampagueantes nubarrones proyectados durante el cuarto acto.

 

Como hacía mucho que no me ocurría, me emocioné hasta las lágrimas desde el primer acto, y no por el destino de Carmen, sino de ver cuán asumidos tenían sus roles y el trazo escénico que les correspondía, no solamente a los protagonistas, sino a cada uno de los más de cien cantantes provenientes del Coro de niños Rosa de los Vientos, de la Compañía de Ópera de Saltillo y del Coro MOS; de igual modo, fue notoria la preparación que tuvieron las cantantes con los bailarines de FlamencoPhilia, aunque, lo más admirable, fue ver cumplirse a cabalidad la razón de ser de un taller de ópera: explotaron todas las posibilidades de sus becarios, al rolarlos en los diferentes personajes que podían abordar.

 

Primeramente, disfruté de un maravilloso Escamillo que me recordó la fanfarronería de Mauricio Garcés, espléndidamente cantado por Isaac Herrera, en tanto que Alejandro Paz dobleteaba los roles de Dancairo y Morales; en la función del domingo, intercambiaron sus papeles. El sábado, Manuel Dávalos hizo un apasionado Don José desde que apareció en escena, mientras que el domingo, Rafael Rojas lo empezó muy cuidadoso, para echar toda la carne al asador a partir del tercer acto. De las tres Micaelas, no escuché a Priscila Portales, pero me quedo con la simpatía de Luisa Mordel y el timbre de Valeria Vázquez. Donde sí fue notorio el cambio, fue en el voluptuoso rol de la epónima: la presencia de Mayela López es despampanante, pero su volumen actual resultó insuficiente para este personaje que, a sus escasos 23 años, debutó con gran pasión e intensidad Daniela Cortés en la función del sábado.

 

Qué gran trabajo desempeñaron Rennier Piñero en la dirección escénica y, más aún, Alejandro Miyaki en la concertación. Como dijo un crítico operístico sentado a mi diestra: “Qué bien ha hecho sonar la orquesta, qué madurez y vitalidad la suya, y nunca lo han invitado a Bellas Artes”. Me temo que ignora que, en el ámbito oficial, la solvencia profesional es lo que menos importa. Lástima, porque trabajos como éste son los que deberían verse en Bellas Artes. Gracias a ellos podemos afirmar que la Ópera está más viva que nunca.

 

 

FOTO: La Ópera de Carmen, de Bizet, se montó en el Teatro de Monterrey bajo la escenografía de Arturo Nava y Sonia Flores; la iluminación corrió a cargo de Pepe Cristerna. Crédito de imagen: Cortesía MOS

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