Identidad y memoria: cada oscura tumba

Dic 17 • Lecturas, Miradas • 985 Views • No hay comentarios en Identidad y memoria: cada oscura tumba

POR VICENTE ALFONSO

En Colombia, durante 2001, comenzó a detectarse un patrón entre las fuerzas armadas: los reportes de combate contra grupos guerrilleros y bandas criminales aumentaron drásticamente, así como las bajas causadas por el ejército entre esos adversarios. El crecimiento en los números coincidía con una nueva política promovida desde los altos mandos castrenses: a los militares que no daban resultados se les daba de baja de manera fulminante, y por el contrario se premiaba a quienes ayudaban a engrosar las estadísticas de la llamada lucha contra el crimen. Hoy se sabe que muchos de aquellos combates jamás ocurrieron: mediante engaños, jóvenes que nada tenían que ver con el hampa o la guerrilla fueron ejecutados a sangre fría. Sus cadáveres eran vestidos con trajes y botas de guerrilleros, y fotografiados con armas en las manos. Se les conoce como falsos positivos.

“Si hubieran sido diez, sería gravísimo. Si hubieran sido cien, sería para exigir el cambio de un ejército. Fueron miles y es una monstruosidad”, señala el informe Hay futuro si hay verdad, elaborado por la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No Repetición. Tras años de realizar investigaciones y reunir testimonios, dicho organismo ha estimado que entre 2002 y 2008 los civiles asesinados bajo ese esquema fueron al menos 6,402, aunque, aclara el mismo informe, podrían ser muchos más. Seis mil cuatrocientos dos. El número se socializó a tal grado que “se volvió consigna en los murales callejeros”. No obstante, como solía advertir el novelista y periodista argentino Tomás Eloy Martínez, hay aspectos de la realidad que escapan a las cifras: “Cuando leemos que hubo cien mil víctimas en un maremoto de Bangladesh, el dato nos asombra pero no nos conmueve. Si leyéramos, en cambio, la tragedia de una mujer que ha quedado sola en el mundo después del maremoto y siguiéramos paso a paso la historia de sus pérdidas, sabríamos todo lo que hay que saber sobre ese maremoto”, escribió Martínez al abordar las relaciones entre periodismo y narración.

Retratar en profundidad esas zonas eclipsadas en la tragedia de los falsos positivos es el objetivo de Cada oscura tumba, novela publicada en 2022 por el médico y escritor Octavio Escobar Giraldo bajo el sello Seix Barral. Nacido en Manizales en 1962, Escobar es autor de una decena de libros entre novelas, volúmenes de cuento y poesía. Su obra ha sido distinguida con una nutrida lista de galardones, entre ellos el Premio de Novela Corta Ciudad de Barbastro y el Premio Crónica Negra Colombiana. Más allá, destaca que Escobar ha sabido poner su bien temperada pluma al servicio de la memoria en varias de las causas más dolorosas en nuestro continente.

Cada oscura tumba es un estrujante relato de 255 páginas divididas en dieciséis capítulos. El primero de ellos nos hace testigos del momento en que un joven llamado Anderson es convencido por un grupo de militares de ganarse unos pesos a cambio de hacer un trabajo sencillo: vestirse a la usanza de un guerrillero y dejarse retratar con un arma en las manos. Poco les importa a los soldados que Anderson padezca discapacidad intelectual: apenas termina de posar ante la cámara, es ejecutado. Las imágenes servirán para presentarle en los noticieros como un peligroso guerrillero “abatido en combate” y como operador financiero en una célula de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).

A partir del segundo capítulo, la historia se bifurca para profundizar en dos entre los muchos ámbitos en que la muerte de Anderson resonará en la sociedad en que ha ocurrido: por un lado conocemos a su hermana, Melva Lucy, quien se dedicará a buscar justicia en Bogotá, pues ha logrado identificar al militar que orquestó la muerte de su hermano. Para no adelantar demasiado, diré apenas que tras años de promover su causa entre colectivos y tribunales, a Melva Lucy se le presenta la oportunidad de cobrar venganza por propia mano, camino que desembocará en una serie de consecuencias inesperadas. Por otro lado tenemos al encargado de llevar la causa jurídica de los falsos positivos: el doctor Álvarez Cuadrado, abogado que trata de ejercer su oficio con una ética blindada, aunque hacerlo se traduzca en magras ganancias económicas. Puede decirse que Cuadrado es también una víctima indirecta de los crímenes, pues su compañera de vida, otra abogada, le abandona amedrentada por las amenazas que les hacen llegar los responsables de las masacres.

Así, una entre las muchas virtudes de Cada oscura tumba reside en su estructura, pues al alternar las historias de Cuadrado y Melva Lucy nos permite apreciar cómo las decisiones tomadas por los personajes de una línea alteran sin saberlo el curso de la otra. Como en una variante novelística de la teoría del iceberg propuesta por Hemingway, lo narrado en un centenar de páginas nos hace intuir que atisbamos apenas un par de eslabones en una larguísima cadena de hechos que se prolongan y se influyen más allá de lo imaginable. Acaso por eso todos los personajes de la novela comparten un rasgo común: intentan reconstruir su vida tras haberse topado con la violencia en alguna de sus manifestaciones: secuestro, asesinato, robo, maltrato doméstico… “En este país muchos tenemos vidas complicadas. Hay demasiadas violencias”, dice uno de los personajes en la página 122. Destacan en este inventario Hildebrando Ramírez, dueño de la pequeña fonda donde trabaja Melva Lucy, así como Ignacio Celis, taciturno amigo de ambos que responde al enigmático apodo de “El Suave”. Destacan también Paula Cristina, psicóloga especializada en literatura que se gana la vida reviviendo clásicos en una pequeña editorial, y el doctor Rosales, profesor de Derecho que destina sus últimos esfuerzos a luchar contra el desencanto del oficio y contra los demonios del alcoholismo.

Otro de los puntos fuertes de la novela estriba en la exploración que hace de las distintas formas en que procesamos los episodios conflictivos del pasado para construir memorias individuales y colectivas. El asunto no es menor, pues cuando hablamos de memoria lo que está en disputa es nuestra propia identidad. En este sentido, Cada oscura tumba hace referencia a varios de los momentos más dolorosos de nuestra historia reciente: los terrores del franquismo en España, los innumerables casos de tortura y las desapariciones forzadas ocurridas durante las dictaduras en Bolivia, Perú, Argentina y Chile; los genocidios desatados por las guerras civiles en El Salvador y Guatemala. Se trata, en todos los casos, de sucesos traumáticos que nos colocan frente a un pasado que se prolonga, que no termina de pasar y que exige de nuestra parte una toma de postura: una construcción de memoria. Así, casi de manera natural, surge una pregunta: ¿llegará el momento en que las heridas puedan cerrarse?

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