Sofia Coppola y la violencia abstinente

Ene 6 • destacamos, Miradas, Pantallas • 2620 Views • No hay comentarios en Sofia Coppola y la violencia abstinente

 

Basada en las memorias de Priscilla Presley, la cinta ofrece un retrato íntimo del rey del rock, así como sus horas más oscuras que alentaban su trastorno de personalidad

 

POR JORGE AYALA BLANCO
En Priscilla (Italia-EU, 2023), vehemente opus 8 de la fina estilista dinástica ítalo-neoyorquina de 52 años Sofia Coppola (Las vírgenes suicidas 99, Perdidos en Tokio 03, En las Rocas 20), con guion suyo basado en el libro memorial Elvis y yo de Priscilla Beaulieu y Sandra Harmon (deficientemente TVfilmado por Larry Peerce en 1988), la tímida estudiante quinceañera estadounidense en Alemania temporalmente asentada Priscilla Beaulieu (Cailee Spaeny hipersensible) cae por azar en un weekend festivo del ídolo rockero fundacional Elvis Presley (Jacob Elordi) que allí cumple su ejemplarizante servicio militar y, pese a la diferencia de edades y su ajenidad al mundo del espectáculo, se enamora de ella, conviene en respetarla sexualmente de cara a su conservador padre el Capitán Beaulieu (Ari Cohen) y del suyo propio Vernon Presley (Tim Post), cuando el convincente Elvis logre que la chica resida como encomendada intocable en su feérica Graceland familiar en Memphis, aunque sea contraviniendo los deseos e impulsos vitales y urgencias amatorias de Priscilla, quien, aunque duerman juntos, ve aplazando hasta su mayoría de edad cualquier contacto carnal profundo que pudiera hacerle perder el control, si bien las insidiosas noticias de la farándula ligan al cantante con la sueca Ann-Margret y la baladista Nancy Sinatra durante sus largas ausencias para rodajes en Los Ángeles o para giras nacionales y en Las Vegas donde Priscilla es mal recibida, aunque tiranizada por el exigente Elvis incluso en su look y sus atuendos, hasta que, gracias a conseguir copiar exámenes a una compañera, la limitada Priscilla logre graduarse, casarse y tener una hija, sin egresar de la soledad, pasando de una jaula de oro a otra, rumbo a una doliente, heroica e inevitable ruptura con la avasalladora violencia abstinente.

 

La violencia abstinente ofrece un sutil e imprevisible retrato de Elvis Presley en las delicadas antípodas microfeministas de una semblanza-fantasía fílmica llena de trepidantes turbulencias como la dictada por la elvismanía fáustica al Elvis de Luhrmann (22), pues he aquí un sobrio, cerebral e inédito Elvis bipartido por una doble personalidad exterior/interior jamás confirmada pero así resentida por la damita eterna con quien compartió sus más intensas horas de intimidad, un Elvis atraído por las mujeres por ardor erótico tanto como por sed sentimental, pero disociando una atracción de la otra, por un lado el mariposeo visceral en plena prédica espiritualista y por otra casi de manera esquizofrénica, cual homenaje al estudio clásico El yo dividido de Laing, o sea un Elvis pinchemente dionisiaco hollywoodense fuera de control y un Elvis melancólico y autocontrolado en exceso, hasta el masoquismo y su invertida crueldad inherente (“El verdadero pervertido es el que se abstiene”: Klossowski), tal como, a fuerza de ser despojado de sus elementos anecdóticos, irá siendo develado como producto ambivalente de una autobiográfica Priscilla y una bien asumida/transferida especulación serena por un guion de Coppola, sin duda derivativo de y gemelo de aquella anacronizante e incomprendida María Antonieta rockera avant la lettre cual preciosa ridícula molièriana (Sofia Coppola 06 con Kirsten Dunst), ahora con fulgurante fotografía de Philippe Le Sourd y edición de Sarah Flack en sístole/diástole de quietas tomas largas interrumpidas por el bombardeo de tomas subliminales, más una añorante intemporal música de la banda poprockera francesa Phoenix y baladas rock de los Sons of Raphael que llegan a ser taciturnamente dominantes.

 

La violencia abstinente concede especial atención a los objetos de la sofisticación de época vueltos fetiches entrañables, los cosméticos rituales sobre fondo de alfombra rosa, el delineador de sobras oculares con refuerzo de pestañas postizas, las revistas de romances fabulosos, el obsequio del diminuto perro french poodle blanco cual único fiel compañero posible, formando un discurso paralelo con la interacción lírica de los aparentes amorosos en sus castos escarceos de cama y el perverso deslizamiento de pastillas relajantes o somníferas (dos días dormida con Placidyl para empezar) que habrá de estallar en la toma de LSD para abrir la conciencia (una sola reverberación óptica de la figura amada y un durable relampagueo escarlata sin referencia paradigmática alguna a El trip de Corman 67) o la pronunciada decadencia de la pareja e imparable de la estrella, porque lo que importa es visualizar el drama silencioso e informulable de una mujer transformada en objeto, un objeto deambulatorio dentro de su ámbito ideal pero disuelta en una luz absorbente y más amenazante que bella, un objeto sin voz ni capacidad de protesta devorada por la luz voraz y socavadora e implacable, un objeto atrapado en la indeterminación cual oblicua e irónica convocatoria evocativa de la miseria humana sin embargo cada vez más autoconsciente.

 

La violencia abstinente se funda en el arte del matiz y la sutileza armónica, lo que corresponde a las percepciones de una memoria viva que nunca logró ver más allá de su entorno resplandeciente y estrecho (ese pasmo compartido ante el amargo categórico Bogart de El halcón maltés de Huston 41), expuesta a la caricia ambiental de la luz como protagonista mayor de su mundo baldío y su contemplación asediada, el toque inefable de lo próximo instantáneo en el viaje sentimental que va de la actitud ilusionada a la decepción paulatina y reiterada siempre constante, al ritmo esencial de la revelación de un misterio inexistente, cumpliendo las stanzas de un pequeño cuerpo sacrificado en la espera y la luminosidad expectante de un encierro sin éxtasis ni recompensa.

 

Y la violencia abstinente quedaría neutralizada al franquearse las verjas grotescamente decoradas con notas musicales, ante el empuje del semblante decidido de una Priscilla antes ultraedipizada que botaba hija pequeña y magno status al fin resuelta a convertirse en ella misma.

 

 

 

FOTO: Cailee Spaeny y Jacob Elordi protagonizan esta cinta. /Especial

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