El héroe que no amaba a las mujeres

Feb 8 • destacamos, principales, Reflexiones • 10998 Views • No hay comentarios en El héroe que no amaba a las mujeres

POR REBECA JIMÉNEZ CALERO

 

Seguramente Rodolfo Guzmán Huerta fue un hombre normal en cuanto a convenciones sociales se refiere; es decir, se enamoró, se casó, tuvo hijos y éstos a su vez le dieron nietos. Como buen hombre de familia, Guzmán desempeñaba con ahínco su oficio para sacar adelante a sus diez hijos, como lo haría cualquier padre responsable. Pero, como todos sabemos, Rodolfo Guzmán no tenía un trabajo cualquiera: no solo era luchador profesional, sino también estrella de cine; era un héroe en los dos ámbitos.

 

Santo, el Enmascarado de Plata, era la otra personalidad de Rodolfo Guzmán, un hombre que convirtió su pasión por el deporte en el eje de su vida. La lucha libre hizo del Santo un ídolo, pero fue el cine el que lo convirtió en una leyenda. Fue a principios de la década de los cincuenta cuando Santo, ya convertido en una figura fundamental del cuadrilátero, es llevado a una historieta por el dibujante José Guadalupe Cruz, quien inventa una serie de aventuras protagonizadas por el Enmascarado de Plata, una mezcla entre luchas en el ring y misterios por resolver.

 

Unos años más tarde, gracias a la popularidad que habían alcanzado las transmisiones de la lucha libre por televisión, el cine vio en este espectáculo una nueva temática que podría llevar gente a las salas y, lo que es mejor, los productores no tuvieron que quebrarse la cabeza inventando protagonistas: éstos ya existían, sólo había que crear historias alrededor de ellos. Y nadie mejor que Santo para hacerlo: él ya era taquillero, su público lo seguiría de la arena a la sala de cine sin chistar.

 

Santo luchaba del lado de los técnicos. En el cuadrilátero se destacó siempre por su estilo limpio y por desacreditar el juego sucio de los rudos. Para él no había otro camino que el bien y su tarea, por ende, era acabar con los malos. Esta  remisa facilitó la labor de quienes tenían que idear las aventuras del Santo en el cine: él tendría que ser una especie de justiciero y enfrentarse y derrotar a los villanos. Estos últimos, por cierto, fueron quienes más alimentaron la imaginación de los guionistas, no porque se trataran de seres psicológicamente complejos, sino porque tenían los orígenes más disparatados: podían ser mafiosos, pero también monstruos como vampiros y momias, pasando por extraterrestres, científicos locos e, incluso, fantasmas de otras épocas. Todos estos seres solían tener planes malignos casi siempre motivados por la venganza, y el objetivo solía ser un científico y su siempre bella hija, quienes recurrían al Santo en busca de protección. ¿Pero por qué uno llamaría a un luchador profesional cuando se encuentra a merced de una amenaza de otro mundo o dimensión? ¿Es Santo un luchador, un justiciero, un superhéroe?

 

Quizá lo que más se vio afectado por el rápido tránsito del cuadrilátero a la pantalla fue justamente su genealogía como superhéroe, pues, ¿cómo explicar que un luchador no sólo se dedica a pelear contra sus adversarios en las arenas sino demás se da tiempo para combatir al crimen, en la forma que se presente? Lo más sencillo fue precisamente no explicarlo: Santo está ahí para hacer el bien y ya, no hace falta entender sus motivaciones ni sus orígenes. Al carecer de súper poderes, se le dieron otro tipo de atributos, una mezcla de sagacidad policial y capacidades científicas que le facilitaba ser amigo de profesores, antropólogos, astrónomos y físicos nucleares, entre otros. A diferencia de los clásicos superhéroes, El Santo no estaba al servicio de ninguna institución, ni velaba por el bien de una comunidad entera; las personas a las que tenía que proteger eran cercanas a él, por eso le llamaban directamente.

 

Esta ausencia de contexto en la vida del personaje del Santo lo convierte en un ser aislado: no tiene familia ni amigos cercanos que puedan dar más pistas sobre su persona. A lo mucho, en algunas cintas se hace referencia al Enmascarado de Plata como un héroe que viene desde siglos atrás y cuya descendencia llega hasta el protagonista de la historia en cuestión. Su identidad oculta bajo la máscara no se cuestiona, y más bien encuentra una justificación en su labor como justiciero. En la vida real, Santo sí tenía una doble personalidad, la del luchador enmascarado y la de Rodolfo Guzmán, lo cierto es que este siempre procuró ocultar su rostro, y el misterio en torno a la verdadera identidad del Santo despertaba más interés entre sus fanáticos. En las historias que se desarrollaron dentro de la pantalla, a nadie le interesaba quién era el Santo en realidad; si alguien quería quitarle la máscara era siempre arriba del ring, el único sitio válido para que ocurra un evento así.

 

Para que los espectadores podamos disfrutar del cine, tiene que haber un contrato tácito entre quien nos cuenta la historia y nosotros; nosotros debemos estar dispuestos a creer todo lo que nos cuentan, a aceptar que los vampiros existen, que se puede viajar en el tiempo, que un fantasma se apodere del cuerpo de una persona. Este contrato, el de la suspensión de la incredulidad, nos permite no cuestionar ninguno de los hechos que se proyectan ante nuestros ojos siempre y cuando sea plausible o verosímil. Además de aceptar a los vampiros y los viajes en el tiempo y los fantasmas, las películas del Santo también parecerían incluían otra cláusula: Santo no tiene pasado, ni familia, y la mayoría de las veces, ningún lazo afectivo con una mujer. Estos elementos son algo que vuelve vulnerables a los superhéroes tradicionales, y no es poco frecuente que los villanos los ataquen por ese flanco. Pero si vemos las películas del Enmascarado de Plata, ese flanco no existe: Santo no tiene ninguna vulnerabilidad y fueron muy pocos los momentos en los que se abrió la posibilidad de que el luchador tuviera un romance, o algo parecido a una relación.

 

Uno de esos pocos ejemplos fue en El hacha diabólica (1964), en la que Santo debe terminar con una maldición para que el alma de su amada pueda descansar en paz. Lo curioso es que Isabel, la mujer en cuestión, murió hace 400 años y es un descendiente del Enmascarado de Plata quien debe resolver el misterio. Más curioso aún es que en el presente Santo tenía una novia llamada Alicia, quien en un momento lo increpa “¿Puedo conocer tu rostro? ¿Acaso la máscara es para ocultar alguna deformidad en tu cara?” En esta ocasión el héroe cede y le responde: “Tú serás la primera y única persona que me conocerá tal y como soy”. Acto seguido, Santo se quita la máscara y la besa. Nosotros, desde luego, sólo vemos la nuca de alguien que muy probablemente era un extra. Más tarde en la historia, Alicia es asesinada y con ella muere el testimonio de la única persona que vio el rostro del Santo.

 

Este amor romántico se diluye en las cintas posteriores, en las que el héroe sólo está al servicio del bien. Y no es que no hubiera mujeres atractivas, es simplemente que Santo no está interesado en ellas. De hecho, otro de los atractivos de estos filmes es que eran protagonizados por actrices de gran belleza, ya sea en el papel de la mujer que debía ser rescatada o el de la villana que muchas veces solía usar su atractivo físico para su beneficio, como una especie de arma que tenía efecto en todos los hombres, excepto en el Santo; a pesar de recibir apasionados besos de parte de una seductora vampira —Santo y Blue Demon contra los monstruos (1969)— y de un par de sexis extraterrestres —Santo contra la invasión de los marcianos (1967)—, el luchador siempre resiste, nunca cae en la trampa.

 

Con el paso de los años, sus largometrajes evolucionaron y adoptaron ciertas modas de la época, y las mujeres que antes se mostraban provocativas, ahora se presentaban desnudas. Fue precisamente una de estas historias que incluían desnudos femeninos la que se convirtió durante muchos años en una de las leyendas más grandes en torno de la figura del Santo. Santo en el tesoro de Drácula fue dirigida en 1968 por René Cardona en blanco y negro y, en ella, el Enmascarado de Plata es un científico que crea una máquina del tiempo para viajar a vidas pasadas; su experimento pone en peligro a Luisa, quien en otra época fue asediada por el mismísimo conde Drácula.

 

Durante muchos años, dentro de las leyendas de la cinematografía nacional, se dijo que existía una versión en la que aparecían vampiresas desnudas, pero nadie pudo comprobarlo hasta 2011, año en que apareció una copia hasta entonces desconocida de El vampiro y el sexo, versión a colores y sin censura del filme de Cardona.

 

Los aspectos sexuales de esta historia están reservados, como bien lo indica su título, al conde Drácula, quien aparentemente tiene una debilidad por los senos femeninos. El actor italiano Aldo Monti interpreta al temido monstruo, quien como parte del ritual de ingreso de vampiresas a su séquito, pasa sus manos y sus labios por los pechos de sus víctimas antes de insertar sus colmillos en sus cuellos. Lo mismo sucederá con Luisa, quien incluso antes de recibir la visita del conde, caerá en una especie de éxtasis en el que la vemos gemir y retorcerse en su cama, a la vez que desnuda sus senos y los acaricia, segundos antes de que el vampiro pose su boca en ellos. Si bien Santo no se encuentra físicamente en ningún momento en el mismo lugar en donde tiene lugar algún desnudo, tanto él como el padre de Luisa y Perico, su asistente, han estado viendo la escena antes descrita a través de una pantalla de televisión, como meros espectadores. Desconozco si René Cardona decidió intencionalmente no intercalar planos de reacción de los rostros de los tres hombres mientras veían dicho momento, ya que dichos planos habrían cambiado por completo el significado de esa secuencia, al permitirnos reconocer a Santo y que él se reconociera a sí mismo como un voyeur.

 

Un momento en el que esta situación sí tuvo lugar, aunque sin desnudos, fue en El tesoro de Moctezuma (1966); aquí Santo tiene como aliado a Jorge Rivero, con quien forma un equipo de agentes secretos que andan tras la pista de una banda criminal que se introduce en el Museo de Antropología e Historia para hacerse del tesoro del emperador azteca. Rivero desempeña el papel de compinche y amigo del enmascarado y su debilidad son las mujeres. A través de una pequeña cámara espía, Santo logra ver cómo su socio seduce a Estela, la lleva a su casa y se divierten en la alberca. Más tarde, Santo le confiesa haber visto su aventura, “¿Todo?”, pregunta el desconcertado casanova. “Vi todo, pero sólo hasta la escena submarina. Ya sabes, soy un caballero”, le responde el héroe.

 

Al contrastar el evidente interés del personaje de Jorge Rivero por el sexo femenino con la apatía e incluso rechazo del Santo hacia este tipo de relaciones, resalta aun más la forma en la que los guionistas y directores de sus películas trataban de hacer evidente que nuestro superhéroe no podía entregarse a ese tipo de placeres. De hecho, en algún momento, Santo reclama a Rivero su actitud: “Tus aventuras amorosas nos han acarreado peligros y dificultades”, a lo que el musculoso galán responde: “Si el amor no acarrea peligros y dificultades, ¿qué chiste tiene entonces?” Tanto en El tesoro de Moctezuma como en Operación 67, ambas protagonizadas por este dúo de agentes, Jorge Rivero se enamora de una mujer que al final termina muerta. Cuando Rivero se despide de su amada, Santo le dirige una mirada condescendiente: él tenía razón, el amor siempre acaba mal.

 

Al no ser un personaje delimitado de manera estricta, Santo tuvo muchas facetas en cuanto a su relación con las mujeres, pero en la mayoría de los casos, más bien las evitó. Las cuestiones no sólo sexuales sino también las emocionales parecieron estar solo reservadas para los villanos, quienes demostraban locura, pero también pasión, característica de la que carece nuestro héroe fílmico. Es destacable que, aún sin eso, pudiera haber alcanzado un estatus de figura de culto en México y en varias partes del mundo. Sin embargo, no dejo de pensar que habría sido más interesante que el Santo hubiera sido más humano y menos santo.

 

*Fotografía: Póster de la película “Santo vs. la invasión de los marcianos”/Tomada del libro Quiero ver sangre.

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