Debuts y cancelaciones
La pandemia transformó nuestra apreciación cultural y descentralizó la actividad artística en México. Desde Monterrey hasta Oaxaca, eventos de primer nivel nos han cautivado, como el debut del destacado pianista Juan Carlos Fernández-Nieto. A pesar de las adversidades, la pasión por la música perdura, aunque a veces la falta de coordinación nos deje con un sabor agridulce. La crónica de la semana.
POR LÁZARO AZAR
Hay quienes afirman que el Covid fue decisivo en nuestra manera de apreciar la cultura. En gran medida, tienen razón: gracias al streaming, los escenarios más remotos llegaron a nuestras manos, y con ellos, la posibilidad de apreciar el nivel de la oferta generada en otras coordenadas. Ésta fue desbordante, y a la par de eventos de primerísimo nivel, también nos saturó la basura mediática.
Gracias al ejemplo recibido a través de estímulos como ese, se incentivó la descentralización de la actividad cultural en países como el nuestro. Muchos de los mejores eventos que hemos presenciado tras la pandemia no han tenido lugar en la Ciudad de México, sino en los estados, aunque esto se deba más a la ineptitud e ignorancia de funcionarios que no funcionan, pero se ufanan de ser un 90 por ciento leales…
No es secreto para nadie que, musicalmente, la prioridad de este pianófilo irredento sea, obviamente, el piano. Si por algo les conté la semana pasada que apuré mi estancia en Monterrey, urbe cuya oferta le ha posicionado como el epicentro de nuestra vida cultural, fue porque nuestro primer recital “imperdible” de 2024 tendría lugar el 27 de enero en el Teatro Macedonio Alcalá, así que más tardé en dejar el Auditorio Carlos Prieto que en estar en el aeropuerto para, escala chilanga de por medio, llegar a Oaxaca para atestiguar el debut en México del pianista hispano Juan Carlos Fernández-Nieto.
Si en La Sultana del Norte la Anita de Morales me remitió a los benditos aromas del Porfiriato, regresar a la patria chica del General Díaz para disfrutar un bien urdido recital, en ese relicario exquisito que es este recinto, se antojaba más embriagador que el mezcal que obnubiló la coherencia del engolado “maistro de ceremonias” que entorpeció este evento convocado por los Amigos de la Camerata de Oaxaca, la Asociación Oaxaca contra la Diabetes y los buenos oficios de ese gran melómano y culto istmeño que es el Doctor Martín Vázquez Villanueva.
El currículo del artista no podía ser más sólido: entre sus credenciales figuran las enseñanzas de Claudio Martínez-Mehner, Úrsula Oppens y Boris Berman, con quien concluyó su formación académica en la Universidad de Yale. Además, están las críticas halagüeñas que ha recibido por sus presentaciones en gran cantidad de teatros y festivales, sea como recitalista o como solista con orquesta, y los premios que ha ganado en concursos tan prestigiados como el José Iturbi y el Paloma O’Shea de Santander. Las reseñas que han recibido sus grabaciones fueron decisivas para acercarme a este artista, animándome a viajar para escucharlo y dar fe de si en vivo sonaba igual, ya que, actualmente, un buen editor puede hace milagros con lo que llega a nuestros oídos.
Si lo anterior era una garantía, el programa era aún más atractivo: inició con la Chacona BWV 1004 de Bach en la transcripción de Busoni, ese mayúsculo compositor que, al igual que Puccini, murió hace un siglo, pero cuya conmemoración está pasando desapercibida por estos lares. No es fácil iniciar con una obra de este calibre, por bien estructurada que se le tenga; sobre todo, considerando que no es fácil “hallarse” con la acústica de la sala –ya con público y concha acústica- y tal vez por ello sonó atropellada en más de un momento. Lo que sigo sin entender, es por qué destacó tan notoriamente las últimas notas de los compases 69, 70 y 71, interrumpiendo las frases que, independientemente de la ligadura, finalizan en la primera nota de los compases siguientes.
El dominio y la tranquilidad llegaron con los Dos Nocturnos Op. 48 de Chopin con que prosiguió el programa. Su interpretación del segundo de ellos fue la mejor lograda, gracias a que, ahí, su cantábile fue mucho más fluido. La obra que cerró la primera mitad del programa me confirmó que estábamos ante el artista que había querido escuchar: la Dumka, Op.59 de Tchaikowsky. No es fácil recrearla convincentemente, más que por sus dificultades técnicas, por la ramplona aridez de su introducción y su coda. Por primera vez, más que caer en un rudimentario “me gustó” o “no me gustó”, pude afirmar que “me convenció” esta pieza que, hasta entonces, consideraba muy menor en el catálogo de su autor.
Tras un intermedio durante el cual el “maistro de ceremonias” volvió a hacer de las suyas, vino la mejor parte: Fernández-Nieto ofreció cuatro incisos de la Suite Española de Álbeniz (Granada, Sevilla, Cádiz y Aragón), que recreó con gracia y gallardía antes de lanzarse con lo que más me interesaba escucharle: la Sonata n. 2, en Si bemol, Op. 36, de Rachmaninov. Obra que, lamentablemente, se ha puesto de moda como mero vehículo de virtuosismo y, por lo general, escuchamos en su segunda versión, terminada en 1931 y notoriamente más corta que la original, compuesta en 1913.
Amigo y notable intérprete de Rachmaninov, quien le admiraba profundamente, Horowitz le hizo notar que “se había pasado con la podada”, logrando que le autorizara a elaborar su propia versión fusionando las dos existentes. El resultado no pudo ser mejor: las acrisoló de manera insuperable, y aunque su versión de la Sonata no está editada y no soy el único que ha intentado reconstruirla empatando compás por compás, como un rompecabezas, ineludiblemente se escapaban esos “toquecitos mágicos” que le imprimió Horowitz y Fernández-Nieto logra rescatar gracias a que tuvo acceso a sus manuscritos, que forman parte del archivo que el virtuoso legó a la Universidad de Yale, Alma Mater de nuestro visitante.
Pianísticamente, el inicio del año no podía pintar mejor. Tras este digno debut en recital se vislumbraba, para el 24 de este mes, otro esperadísimo debut, con orquesta —la OFUNAM—, que la pandemia había postergado: el de Sir Stephen Hough, quien se presentó en México por primera vez el 5 de octubre de 2016, con un memorable recital que me enorgullece haber propiciado. Lamentablemente, fue el propio Stephen quien me avisó que, tras la imposibilidad de cumplir en tiempo y forma con las nuevas regulaciones migratorias, su agente optó por cancelar su tan anhelado retorno al país.
Qué pena, porque no sé si habrá sido por la ineptitud de los funcionarios a cargo, incapaces de mover los hilos adecuados, por desidia o falta de voluntad, pero me consta que rechazaron la ayuda ofrecida por nuestra Cancillería para lograr el visado necesario. “Nos tenemos que valer por nuestros medios, por muy limitados que parezcan”, me confió una funcionaria de la UNAM.
Sin demérito de los demás participantes del Festival Internacional de Piano universitario al que ya no llegó, y más bien, concediendo el beneficio de la duda a varios de ellos, que no rebasan el prestigio local, nadie pondría en entredicho el adjetivo “internacional” de haberse contado con la presencia de un artista del renombre mundial del Maestro Hough, que le daría el brillo, realce, prestigio e interés del que carece su edición 2024.
Tan es así que, en sus redes sociales, Daniel Gregorio, confiable youtuber a cargo del podcast El rincón del piano que cuenta con más de 100 mil suscriptores, escribió: “Me queda la sensación de que anunciaron el concierto de Hough sabiendo que no iba poder venir, para vender boletos y ya después anunciar que siempre no. No puedo asegurarlo y espero que no sea así, pero, de todas formas, me parece mala organización de Música UNAM”.
¿Qué les digo? Soy un decepcionado más.
FOTO: Juan Carlos Fernández-Nieto, en el Teatro Macedonio Alcalá. /Especial
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