“El discurso literario debe transgredir”: entrevista con Fernanda Melchor

Feb 17 • Conexiones, destacamos, principales • 2358 Views • No hay comentarios en “El discurso literario debe transgredir”: entrevista con Fernanda Melchor

 

A propósito de la adaptación a cine de Temporada de huracanes, la autora reflexiona sobre el modesto rol social de la ficción y hace un balance del panorama literario

 

POR LEONARDO TARIFEÑO
Fernanda Melchor terminó Temporada de huracanes en 2016, pero el universo de violencia y odio retratado en su extraordinaria novela, una de las grandes obras de la literatura mexicana de los últimos años, parece lejos de ver su punto final. Un mundo que la directora Elisa Miller llevó al cine en la película homónima (disponible en Netflix) y que, más allá del libro y de la pantalla, se muestra imperturbable y siempre al acecho, como los criminales que se saben impunes. ¿El arte puede hacer algo al respecto? ¿Y debería hacerlo? Estas son algunas de las tantas preguntas que sobrevolaron el diálogo con la brillante escritora nacida en Veracruz, quien pasa estos días sumergida en la relectura de Stephen King.

 

¿Qué es lo que más te sorprendió de la versión cinematográfica de Temporada de huracanes?

 

Los actores, su talento y la pasión que le pusieron a la interpretación. Kat, Andrés, César, Ernesto, Paloma… todos hicieron un trabajo genial. Yo no participé en ningún momento de producción, por eso fue una sorpresa bellísima cuando Elisa me mandó fotos de los actores ya caracterizados. Me emocioné mucho, especialmente cuando vi a la Bruja. Es raro porque, aunque escribí el libro y viví muchos años con los personajes en mi cabeza, nunca le puse un rostro concreto a la Bruja, como sí se lo puse a Luismi, a Brando y a Norma. Nunca tuve claro cómo eran sus rasgos y me fascina que, de ahora en adelante, sea el maravilloso rostro de César Treviño el que mucha gente, yo incluida, veamos cuando pensemos en este personaje.

 

¿Qué fue lo que más te preocupó o interesó conseguir durante la escritura de Temporada de huracanes?

 

En esos años sentía mucha urgencia por escribir sobre las cosas espantosas que estaban ocurriendo en Veracruz. Cosas que ocurrían en todo México también y que, por desgracia, siguen pasando. Pensaba mucho en las historias que se contaban respecto a la gran violencia del narco y del Estado, los hallazgos de fosas comunes, los levantones, y de cómo la gente se sentía atrapada en esta violencia. Así que escribir la novela fue mi intento de procesar los orígenes y el contexto de tanto sufrimiento.

 

Pero la novela incluye una propuesta técnica y de estilo muy particular. ¿Esa búsqueda también era una de tus prioridades?

 

Bueno, buscaba una voz narrativa diferente a las que ya había usado en las crónicas de Aquí no es Miami y en mi primera novela, Falsa liebre. Para mí, escribir es una actividad que se sale de lo cotidiano, es como una irrupción, un rapto. Y yo me dejo atrapar por la historia, por la narración y por la forma del relato, me abandono por completo a esta voz y me dejo poseer hasta donde la historia quiera llevarme emocionalmente. Entonces, con Temporada de huracanes quería eso: que la novela fuera como un rapto. Y quería que para los lectores fuera tan imposible soltar el libro como para mí era imposible no escribirlo.

 

¿Ese vértigo está en la película?

 

Sí, creo que Elisa encontró maneras interesantes y efectivas de representar el torrente verbal de la novela en un discurso audiovisual que es igual de vertiginoso y adictivo. Creo que ahí hay un paralelismo interesante entre ambas obras, así como en la intención de mostrar a Veracruz, su belleza, pero también su brutalidad, con gran realismo.

 

¿Qué similitudes y diferencias hubo entre el proceso creativo que te llevó a Temporada de huracanes y el que terminó en tu siguiente novela, Páradais?

 

Las dos me demandaron mucho tiempo y energía. Con Temporada de huracanes, yo fantaseaba con viajar al lado oscuro del alma humana y mostrar las complejas circunstancias psicológicas, familiares, sociales y, tal vez, incluso el contexto antropológico que rodean los crímenes de odio que ocurren todos los días en nuestro país. Y con Páradais, la investigación fue de otro tipo: ya no estaba tan interesada en explorar ese lado oscuro del corazón y más bien quería escribir una historia en donde se demostrara que a veces la violencia más horrible es fruto del capricho, de la estupidez, del egoísmo y la impulsividad de personas inmaduras y cobardes. Con Páradais, el reto fue más técnico que emocional y eso se nota mucho en la voz.

 

¿Qué rol crees que tiene la literatura —si es que tiene alguno— en el cambio social?

 

Como cualquier otro arte, toda literatura tiene un papel en la sociedad y, también, un impacto político, aunque no trate de temas precisamente políticos. Escribo sobre las cosas que me preocupan y me asustan, y acerca de lo que no entiendo de mí misma o de los demás. Pero no estoy muy segura de que la literatura pueda combatir los problemas sociales en ningún país del mundo. El efecto de la literatura en el mundo, siendo realistas, es modesto, lento, limitado e indirecto. Yo, por supuesto, como cualquier persona, tengo una forma de ver la vida y la realidad que por supuesto está expresada en mis libros, sobre todo en los de ficción, pero no creo que mi visión de las cosas sea la neta del planeta, y por eso jamás he pretendido incluir mensajes políticos en mi trabajo. Como muchos creadores, pienso que el arte que deliberadamente pretende adoctrinar suele ser mal arte. O, al menos, a mí personalmente me da mucha hueva.

 

En una entrevista de 2018 dijiste: “Ser mujer en México es como haber nacido con una discapacidad”. ¿La situación de la mujer ha cambiado en estos cinco años, que coinciden con el sexenio de AMLO?

 

¡Uy, me fue bien mal cuando dije eso! Un montón de cuentas de asociaciones de personas con discapacidad me insultaron en redes sociales por haber afirmado que, al igual que a ellos, históricamente a las mujeres se nos ha considerado ciudadanos de segunda categoría. Imagínate: ¡ni a las personas con discapacidad les gustó ser comparados con mujeres! Y eso revela la enorme misoginia interiorizada con la que muchos mexicanos hemos crecido. Una misoginia que no sólo controla, denigra, impreca y violenta a las mujeres, sino que, además, las idealiza cruelmente, las desdibuja y santifica en modelos imposibles que producen muchísimo sufrimiento y convierten el resentimiento en más violencia, en un círculo vicioso. Es triste e indignante ver que, a pesar de todos los avances logrados en las últimas décadas —la mayoría impulsados por mujeres—, seguimos viviendo en el México de “todas son putas menos mi mamá, mi hermana y mi novia”, en el México que estrangula los pocos programas sociales dedicados a disminuir la brecha de desigualdad. Afortunadamente, las nuevas generaciones de chicas y chicos son diferentes, y da la impresión de que ellos sí han entendido que las mujeres somos personas con derecho a la dignidad y a la libertad, pero a veces temo que esta nueva percepción sea una burbuja que cualquier viento adverso pueda hacer estallar, como ocurre en muchas partes del mundo.

 

Teniendo en cuenta que en tu literatura están presentes tus posiciones personales, ¿crees que el discurso literario debería tener una “intención” determinada?

 

Vivimos en una época en la que los autores no podemos concentrarnos exclusivamente en la obra, sino que también debemos calcular las posibles consecuencias que tendrá la ficción que escribimos. Esto ha pasado en muchas épocas; lo curioso es que ocurría en gobiernos totalitarios y sociedades represivas, pero ahora ocurre en las democracias, y eso me preocupa. Honestamente suscribo la idea de mi colega Ariana Harwicz, de que hoy en día se imponen dos estilos que cada vez resultan menos compatibles: el de quien escribe asumiendo la independencia de la literatura y el que lo hace “apuntando con el arma de la ideología”, como ella dice. Personalmente, me siento más cercana al primer estilo porque no estoy interesada en incluir deliberadamente mensajes políticos en mis libros ni me interesa que se me asocie a alguna causa o movimiento. Tú me preguntas cuál debe ser la intención del discurso literario, y yo coincido con Ariana: es transgredir, arriesgarse, desobedecer las modas y los mandatos, escribir lo que nadie está aún preparado para leer, aunque no vendas ni sea bueno para tu “carrera” ni ganes premios, o incluso aunque te cancelen.

 

¿Qué escritores te estimulan?

 

Todos los años releo las novelas completas de Manuel Puig. Cuando lo leo, encuentro muchísimas ideas para mis propias historias, aunque creo que nadie diría que nuestros estilos son parecidos. Otro autor importante para mí es José Donoso. El obsceno pájaro de la noche me cambió la vida, y gracias a él aprendí a escribir en tercera persona. Agota Kristof es otra autora que me afectó muchísimo, aunque más tarde; creo que de no haberla leído, no habría podido escribir libros como Temporada… o Páradais, no habría tenido el valor. Ella me lo dio, ella me dio permiso para escribir desde el odio y la indefensión. De los mexicanos, mi favorito solía ser Rulfo, pero de unos años a la fecha me inclino más por Sergio Pitol. Aprendí mucho del narrador de La vida conyugal para escribir Páradais y, en general, sus novelas y sus cuentos me parecen excepcionales, lo mismo que sus ensayos y crónicas. Otro libro mexicano que me parece magistral es Elsinore, de Salvador Elizondo.

 

¿Cuál es tu visión de la literatura mexicana actual?

 

Me agrada la diversidad que hay en cuanto a géneros y autores, pero me preocupa la frivolidad de los creadores, sobre todo de los que están empezando, y ojo: no estoy hablando de ninguna generación en particular: un autor que empieza puede tener 15 o 60 años. Y digo esto con conocimiento de causa, porque llevo varios años siendo jurado de dos premios literarios para autores emergentes, y tengo la impresión de que, aunque parece haber muchísimo talento en México, muy pocos escritores y escritoras están dispuestos a arriesgarse, a correr riesgos técnicos, de lenguaje, emocionales. Lo que sí hay, y mucha, es una inmensa urgencia por ser reconocidos y aplaudidos como escritores, como si la identidad fuera más importante que la praxis. Claro, hay autores que sí se arriesgan, que no descuidan la obra y la técnica, pero a la mayoría le cuesta esperar a que su escritura madure en silencio: les urge publicar, tener agente, impartir cursos, protagonizar dramas en redes.

 

¿Y de la literatura actual en general?

 

Me interesan escritores contemporáneos como A.M. Homes, Emma Cline, María Moreno, la citada Ariana Harwicz, Mariana Enríquez, Emiliano Monge, Bret Easton Ellis, Roque Larraquy, Annie Ernaux y Eva Baltasar, entre otros. Ahora, por ejemplo, estoy muy emocionada releyendo a Stephen King, porque son vacaciones y porque quiero escribir algo sobre la experiencia de haber pasado mi adolescencia en compañía de las historias del viejo y querido tío Steve.

 

 

 

FOTO: Fernanda Melchor (Boca del Río, 1982), autora de Páradais. Crédito de imagen: Billy & Hells

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