Nikolaj Arcel y la hazaña inexorable

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El bastardo retrata a un hombre tenaz del siglo XVIII en su misión por establecer un cultivo de papas en una tierra infértil; un western escandinavo, inspirado en la novela El capitán y Ann Bárbara

 

POR JORGE AYALA BLANCO
En El bastardo (Bastarden, Dinamarca-Noruega-Alemania, 2023), épico film 6 del danés copenhagués especialista en temas históricos de 51 años Nikolaj Arcel (El juego del rey 04, La reina infiel 12), con guion suyo y de Anders Thomas Jensen basado en la novela El capitán y Ann Barbara de Ida Jessen, el empobrecido excapitán bastardo de anónimo noble con una criada Ludvig Kahlen (Mads Mikkelsen soberbio) emerge de su retiro pensionado y, en pos de un simple título nobiliario, se ofrece absurdamente hacia 1755 para acometer, en autorizado nombre del rey de Dinamarca, la colonización de un páramo en la lejana inhóspita Jutlandia y, con el solo respaldo del fiel pastor evangélico local Eklund (Gustav Lindh), inicia la preparación del terreno para la providente siembra primaveral de papas germanas que crecen en cualquier lugar, contratando los trabajos de un clan de gitanos proscritos al que pertenece la niña ladronzuela nocturna Anmal (Melina Hagberg), y rehusando volverse arrendatario superexplotado del cruel propietario feudal De Schinkel (Simon Bennebjerg), quien ipso facto se erige en su acervo enemigo desproporcionado, saboteando durante diez años uno a uno los esfuerzos del buen hombre tenaz e inerme para lograr su propósito, cuantimás que su hermosa prometida rechazante Edel (Kristine Kujath Thorp) se ha comprometido en desafío con el resistente Kahlen y que un matrimonio de siervos prófugos formado por el sumiso rebelde aparente Johannes (Morten Hee Andersen) y la orgullosa calculadora Ann Barbara (Amanda Collin) se ha refugiado en la autodenominada Casa del Rey del capitán, y luego entre cólera fría y juramento el poderoso terrateniente desalmado logrará el huidizo éxodo de los gitanos, la casi muerte por inanición de Kahlen durante un penoso invierno al lado de la viuda Ann Barbara voluntariamente convertida en su amante y de la pequeña Anmal convertida a la brava en hija adoptiva de ambos, la captura del infeliz Johannes para ser cocido vivo con agua hirviente en una mazmorra y la intimidada deserción de los cincuenta colonos alemanes que habían levantado cosechas y pueblo, hasta que la indomable Ann Barbara consiga castrar a cuchilladas a un envenenado De Schinkel para ser recluida en prisión de por vida, y el militar también erigido vengador Kahlen padezca brutal tortura a causa de su ejecución de unos bandoleros a sueldo, se encargue en solitario de la educación de la repudiada niña Anmal y termine en efecto solo recibiendo el título nobiliario deseado cuando ya nada signifique ni remedie las penalidades sufridas en su hazaña inexorable.

 

La hazaña inexorable rememora, glosa, profundiza y desborda cual vasta alegoría inmortal o relevante drama histórico muy representativo, un episodio considerado insignificante en la colonización de Jutlandia del siglo XVIII, pero crucial para la expansión y el poderío escandinavo, tomando sobre todo en cuenta que el lamentable protagonista empecinado y condenado de antemano a la derrota no llega a la tierra prometida, sino al infierno vaticinado, a la irrespirable landa asesina, al desamparo nominal y a la relegación de todos tan temida, un descenso finalmente estático y dantesco, en contra de cualquier tipo de hostilidades naturales, estructurales y sociales, trazando visionarios paralelos con las diluciones agónicas y el suntuoso antimisticismo del reciente periplo islandés Godland del asimismo danés Hlynur Pálmason (22), sin que paradójicamente eso logre trastornar la magnífica fotografía abundante en gloriosos planos abiertos de Rasmus Videbaek, la rotunda música despiadada de Dan Romer y la contundente edición de Olivier Bugge Coutté dotada de una serena paciencia sin precipitación alguna en el tiempo detenido en sus acres interiores imperiales o en un despoblado sin salida.

 

La hazaña inexorable se agita entonces con triste grandeza fervorosa e insoslayada sobre temas, actos erráticos, desgracias, actitudes y objetos, como la majestad ascética de una recreación de época reinterpretada y desmitificada cual si fuese por primera vez, en las cien vueltas inesperadas de una saga de tesón resistente e incógnito vencimiento interior/exterior que se anuncia desde la primera secuencia y se confirma a cada paso, hasta una desembocadura ineluctable cuyos rasgos resultan insospechados.

 

La hazaña inexorable se articula así sobre el redescubrimiento crítico y devastador de una desalmada época monárquica rural vista sin idealización ni glamour pero con la inextirpable belleza telúrica de sus paisajes incomparables, el airado designio de una permanente condición humillada insalvable que se denota en el uniforme raído y se ostenta sin piedad en la desleída peluca grotesca, la negativa filosofía irracional que reitera en cada encuentro humillante y destructivo el imparable guapo descompuesto De Schinkel (“La vida es caos; el ganador es el que controla el caos”), la admirable y apabullante sobriedad impasible del héroe estoico atormentadamente autocompasivo/empático (un grandioso Mikkelsen vuelto ya un ícono fascinante tan alucinado como en Una ronda más de Vinterberg 20), la inmostrable efigie encarnada del Rey de Dinamarca de pronto en escamoteada visión subjetiva o reportada como la de un ebrio al que todo lo humano le es ajeno, la solidaridad de los marginados en la ignominia de una caricaturesca familia a fortiori y simbolizada por la hambruna invernal que degrada a niveles infrahumanos (comiéndose hasta a la cabra proveedora de leche pero sin tocar las sagradas papas del sembradío futuro), la escarnecida animalidad de mal agüero que secreta la gitanilla Anmal sin embargo sobrehumanizada con triunfante ahínco sea en la granja apodíctica sea en el orfanato dickensiano.

 

Y la hazaña inexorable se ceba y culmina a la sombra de ese título nobiliario a fin de cuentas irrisoriamente obtenido sólo para acabar arrumbado como un mero papelucho lacrado al mismo nivel de un sarcástico bibelot reinando en el gallinero.

 

 

 

FOTO: La cinta es protagonizada por Mads Mikkelsen, quien fue ovacionado por su papel en Druk. /Especial

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