Títeres en un mundo complejo

Mar 8 • Conexiones, destacamos, principales • 4222 Views • No hay comentarios en Títeres en un mundo complejo

 

ALEJANDRA HERNÁNDEZ OJENDI

 

A sus 40 años, Amaranta Leyva (Cuernavaca, 23 de septiembre de 1973) cuenta ya con una destacada trayectoria como titiritera y dramaturga. Cuando tenía 16, empezó a actuar en la compañía de títeres Marionetas de la Esquina, y desde el 2000 escribe obras de teatro sobre el mundo de los niños. En 2006, ganó el Premio Nacional de Literatura, en la categoría Obra de Teatro para Niños, con El vestido.

 

La vida de Amaranta ha estado siempre ligada al teatro. Cuando era una bebé de escasos ocho meses, Lourdes Pérez Gay, su madre, y Lucio Espíndola, esposo de esta última, fundaron Marionetas de la Esquina. De modo que Amaranta creció entre títeres, ensayos y funciones, a la par de esta compañía, que en mayo próximo cumplirá 40 años de vida.

 

“Me acuerdo que los títeres estaban en la sala de mi casa. En las mañanas podía jugar con ellos, pero los tenía que tratar con cuidado: desde chica aprendí que eran el medio de subsistencia de mi familia. En las giras o funciones a las que iba, cuando estaba atrás esperando a que fuera la función, aprendí a desenredar los hilos, a hacer las voces… Sobre todo empecé a ver que podían ser personajes”, cuenta Amaranta en esta entrevista que ocurre en su departamento, un lugar de paredes blancas al que entra la luz del día a través de una ventana que da a la calle. Son casi las tres de la tarde.

 

“La primera vez que actué como titiritera —continúa— fue porque la compañía iba a un Cervantino, y resulta que los que iban a actuar no pudieron sacar los papeles: se asustaron y se fueron. Entonces entramos a hacer la función mi hermano, una amiga y yo, que nos sabíamos la obra de memoria. Yo tenía 16 años”.

 

Para Amaranta fue fácil integrarse al elenco de Marionetas de la Esquina, no sólo porque se sabía de memoria los diálogos, sino también porque manipulaba los títeres con habilidad. Ni Lourdes, ni Lucio ni nadie tuvo que enseñarle a hacerlo. “Como que yo vi tanto cómo se agarraba un títere que para mí hacerlo era algo muy natural. Cuando doy talleres o tengo que explicar cómo manipular un títere me es difícil ponerlo en palabras, mejor les digo ‘véanme’. De hecho, si lo explico me sale muy mal”, afirma y enseguida ríe a carcajadas. Además de manipular los títeres, esta dramaturga sabe preparar la pasta para su elaboración. Aunque casi no realiza este trabajo. “A mí me tocan todos los pelos y pelucas”, explica.

 

“Cuando ya tuve que estudiar la carrera —prosigue—, me dio la cosa de ‘no quiero saber nada de esto, estoy harta’. Tuve una época en que no sabía qué quería estudiar: Estudié un poco de fotografía, me metí un semestre a arquitectura… Mi mamá fue la que me dijo ‘pues te gusta mucho leer, por qué no estudias letras’, y me metí a letras hispánicas [en la UNAM]. Sí leí y todo pero como que siempre me preguntaba qué voy a hacer de mi vida, qué voy a hacer con esto y qué voy a hacer con esto otro. Y de allí encontré un taller en la Facultad de adaptación de narrativa a teatro. Era como el salto que me faltaba dar. Pasé todas mis optativas a teatro y descubrí la dramaturgia. Mis historias eran de niños o sobre el mundo de la infancia más que de niños. Y traté de meterme a talleres y cosas con gente que hiciera esto, pero ninguno me satisfizo hasta que encontré a Suzanne Lebeau”.

 

Esa dramaturga, nacida en Quebec, Canadá, en 1948, ha sido maestra de Amaranta. “Me fui a estudiar seis meses con ella… Lo que me gusta de ella es que se atreve a explorar sin miedo las emociones en la infancia, o que sus personajes pueden ser muy profundos y no se detiene a decir ‘como es para niños, hasta aquí cuento’. Como que toca la llaga hasta que deja de doler, y lo que se hace mucho en el teatro para niños es medio empezar a tocar, medio abrir la cortina y vámonos rápido porque los papás se molestan, porque quién sabe qué puede pasar con los niños…”

 

A Amaranta también le gusta tocar las llagas de sus personajes. Por eso, sus protagonistas están muy lejos de vivir en un mundo en el que sólo hay lugar para juegos y diversión; más bien, enfrentan problemas de diversa índole. Ahí está Emilio, un niño de 8 años cuyos padres se acaban de separar (Dibújame una vaca); Ana, una niña a la que le cuesta trabajo decir “no”, (El Vestido), o Catalina, de 10 años, quien ve en el nuevo novio de su mamá a un intruso (El intruso).

 

“Más que abordar temas, me interesa crear personajes, personajes complejos e intensos en teatro y que sean para niños. Esto lo encontramos en el teatro de adultos desde los clásicos, desde Edipo, pero que luego cuando empezamos con niños como que decimos vamos a contarles Caperucita Roja y ya”, afirma la dramaturga.

 

Además de las obras mencionadas, Amaranta ha escrito, entre otras, El señor de Tierrablanca (adaptación de El vizconde demediado, de Italo Calvino), El siglo de mis abuelos, El cielo de los perros (ésta y Dibújame una vaca fueron seleccionadas para formar parte de las Bibliotecas del aula y del maestro de las escuelas de la SEP), La vida de Emiliano Zapata, Mía, ¿Qué es? y El sueño de la bella durmiente. Sus obras son montadas por Marionetas de la Esquina y han sido presentadas en México, Estados Unidos y Canadá; algunas han sido actuadas por ella misma.

 

El sueño de la bella durmiente es la obra más reciente que ha montado la compañía dirigida por su mamá y por Lucio Espíndola, con funciones en la ciudad de México y en Nueva York entre fines de 2013 y principios de este año. Es una versión libre de La bella durmiente, de los hermanos Grimm, que cuenta la historia de una princesa sobreprotegida por sus padres que trata de hallar la forma de liberarse de las paredes del castillo en el que vive. La escritura de esta obra fue un encargo del Kennedy Center for the Arts, lo cual representó un reto para la dramaturga, quien asegura que sólo puede escribir sobre cosas de las que necesita hablar.

 

La bella durmiente fue un sufrimiento brutal porque no venía de acá —señala su estomago—. Entonces tuve que darle vueltas y vueltas y vueltas hasta que encontré lo que yo quería decir dentro de ese encargo, pero si no a lo mejor hubiera cancelado… Hace poco me proponían escribir una obra con tema, sobre el bullying. Yo decía ‘sí, está padre, pero no es un tema que me llegue, que me interese explorar’. Creo que es muy fácil, sobre todo cuando escribes ya sea narrativa o teatro o poesía para niños, caer en lo didáctico o en lo pedagógico. Pero yo creo que hay que ser muy honesto consigo mismo cuando escribes y sobre todo si es para niños porque ellos se dan cuenta cuando no eres honesto”.

 

A diferencia de El sueño de la bella durmiente, que fue una encomienda, obras como Mía o como El intruso están inspiradas en vivencias de la propia autora. Del caso de Mía, una niña de 8 años cuyos padres se pelean, Amaranta comenta: “Ese fue mi problema de la infancia, cuando mis papás se separaron”. Para la creación de ese personaje, la dramaturga también partió del caso de una niña que sufría violencia intrafamiliar con la que convivió un mes (Amaranta ha fundado parte de su trabajo en los talleres que da a niños). El intruso también está inspirada en la historia de la autora con Lucio Espíndola, pareja de su madre.

 

“Para escribir una obra de teatro —insiste— parto de una emoción. Primero hago un primer vomito: escribo, escribo, escribo. Y de allí descanso un poco. Releo, y si va por algún camino, si es algo que quiero contar, que necesito contar, lo continúo, si no, tengo mil cosas guardadas en el cajón”.

 

Un poco de disciplina

 

Es martes 4 de marzo. Dos de la tarde. Ama, como la llaman sus compañeros, tiene ensayo con el resto de los integrantes de Marionetas de la Esquina en el teatro del Foro Cultural Ana María Hernández (Coyoacán, ciudad de México). En el escenario están dispuestos varios de los personajes de esta titiritera y dramaturga: un sapo amarillo, una vaca verde, una princesa de cabellos rojos… Amaranta está sentada en una de las butacas. Lleva puestos unos lentes rojos. Luego de que nos saludamos, se despide sus compañeros y nos vamos a su departamento, que está a unas cuadras del Ana María Hernández.

Ahora que Marionetas de la Esquina no está presentando en teatros ninguna función, la autora de El vestido ensaya con sus compañeros dos días a la semana: martes y jueves; empiezan más o menos al mediodía. Aunque su día comienza mucho antes: a las cinco de la mañana. De más o menos cómo es un día en su vida ahora que no está en funciones, habla ya en su casa:

 

“Estuve viviendo seis años en Canadá. Regresé a mediados del año pasado y estuve en ese proceso de mudanzas, cambios y adaptación. Hasta ahora pude establecer mi escritorio, mi espacio. Me levanto a las cinco de la mañana. Me hago mi café o mi té y empiezo a leer y a escribir, más a leer que a escribir porque sí creo que si no lees te vas reduciendo el mundo, y porque tengo una hija que se levanta a las siete y media de la mañana. Cuando ella se despierta, se me acaba la concentración”.

 

—¿Qué estás leyendo ahora? –le pregunto.

—Ahorita estoy leyendo este libro —señala Cero Cero Cero, de Roberto Saviano. El ejemplar está sobre la mesa del comedor, que es donde conversamos, sobre un mantel de cuadros de colores—, pero al mismo tiempo estoy leyendo libros sobre psicología de niños y estoy manteniendo un diario por correspondencia con Suzanne Lebeau para impulsarnos a escribir. Estamos sacando ideas para una teoría del teatro para niños. Nos escribimos un día ella, un día descanso, un día yo, un día descanso, un día ella, un día descanso, un día yo… Eso nos ayuda mucho a las dos porque encontrar y tener un interlocutor al que le guste tu tema es muy difícil”.

 

Cuando Alicia, de casi tres años, se despierta, Amaranta la saluda, juega con ella, le prepara el desayuno, le hace el lunch y la lleva a la escuela. “Regreso aquí cuando ya está… ¿Oyes este silencio? Y empiezo a releer y a arreglar textos que ya tenía. Luego empiezo a preparar la comida, voy por mi hija a la escuela, comemos, se la entrego a su nana y me vuelvo a poner a leer o a escribir. Tengo que acabar como a las seis, que es a la hora que regresa mi hija. Estoy otra vez con ella, cenamos, jugamos y ya se duerme. Entonces vuelvo a leer, yo me duermo como a las doce o a la una de la mañana”.

 

Amaranta asegura que sólo con una rutina así se obliga a escribir. “Si no, me pongo a ver una serie —ahora está enganchada con House of cards—, pongo música, le arreglo el cuarto a mi hija… Pero también he aprendido que me tengo que dar esos permisos porque si no puedo ser un Hitler terrible conmigo misma, y me siento y me atoro: no escribo… He tenido que lidiar mucho para aceptarme como escritora, más que como titiritera. Ahora ya digo ‘sí soy dramaturga y sí soy titiritera’, y en ese proceso entonces sí me tengo que obligar a ponerme tiempos de escritura porque si no puedo pasar un rato sin escribir nada”.

 

La disciplina de esta titiritera y dramaturga, que en 2013 ingresó al Sistema Nacional de Creadores de Arte, sigue dando frutos: ahora está escribiendo una obra sobre Rita, una niña de la que hasta el momento sólo tiene una imagen: está enfrente de un pedazo de pastel de chocolate, y luego explorará su cuerpo y su identidad. También planea montar próximamente una obra de títeres para adultos, “son pequeños cuadros de personajes que van a un spa”. Rita y el spa son sólo dos de los varios proyectos en los que trabaja esta dramaturga que de niña jugaba con títeres y ahora escribe sus propias obras.

 

*Fotografía: Amaranta Leyva durante un ensayo en el teatro del Foro Cultural Ana María Hernández el martes pasado/Yadín Xolalpa, Archivo El Universal.

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