La Máquina México

Mar 8 • destacamos, principales, Reflexiones • 3262 Views • No hay comentarios en La Máquina México

 

MARISOL RODRÍGUEZ

 

Nuestra capacidad de ir más allá de la máquina descansa

sobre nuestro poder de asimilar a la máquina. Hasta

que hayamos absorbido las lecciones de objetividad,

impersonalidad, las lecciones del reino de la neutralidad

mecánica, no podremos ir más allá de nuestro desarrollo

hacia lo más orgánicamente, lo más profundamente humano.

Lewis Mumford, 1934

Marcela Armas llegó a la ciudad de México hace diez años. Nacida en 1976, cambió el frío serrano de su Durango natal por el más templado Bajío guanajuatense en donde estudió artes plásticas. Antes de llegar a la ciudad de México pasó un año en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Politécnica en Valencia, ciudad europea que con sus casi 800 mil habitantes no logró prevenir a la artista del shock que le causaría vivir entre casi nueve millones de almas defeñas.

Su obra refleja la sensibilidad de quien reflexiona con frecuencia en sobre la textura de su entorno, su forma, su velocidad. La objetificación de lo intangible (el aire, el smog, la contaminación sonora) es una constante en la obra que ha creado a partir de su llegada al D. F., en donde ha afinado los mecanismos de representación que utiliza en instalaciones, acciones y videos en los que plantea una crítica, a veces casi un lamento, por el México de hoy.

 

Perversa eficiencia

 

Un megaorganismo femenino y multiforme recorre los pasillos de una clínica gubernamental. Está embutido en una bata verde pero, en vez de dos, tiene nueve brazos visibles y 20 piernas. Se transporta a veces torpe pero organizadamente ante el asombro disimulado de los pacientes que, pacientes, se presentan cada día en estas oficinas para pedir un sello aquí, una firma acá, un guiño, una nota y el garabato final que les dará acceso a la tierra prometida: la atención médica gratuita.

 

Un día de trabajo es un video en que se registra la acción que el 8 de noviembre del 2006 Marcela Armas orquestó con diez asistentes médicas en la Unidad Médica Familiar No. 2, de la ciudad de México, posiblemente “la que le tocaba”, por la cercanía de su estudio, entonces ubicado en la colonia Santa Maria la Ribera.

 

La dramaturgia burocrática resultante es tragicómica como lo es la experiencia misma de enfrentarse en primera persona al estado y sus calculadas trabas. La gravedad (en 2007, precisamente y tras una larga polémica, fue abrogada la Ley del ISSSTE de 1983) se esconde tras un velo de ligereza que en un primer momento provoca risa, pero el humor de Armas es profundamente serio y deviene muestra microscópica de la kafkiana maquinaria oficial en su totalidad.

 

Memoria colectiva e infinito imaginario

 

En el 2008 se registraron oficialmente 6,290 muertes relacionadas con la guerra contra el narcotráfico. El 13 de septiembre aparecieron en Ocoyoacac, Estado de México, los cuerpos de 24 personas con el tiro de gracia. Dos días después, ocho civiles murieron víctimas de un ataque presuntamente perpetrado por La Familia Michoacana en la plaza Melchor Ocampo en Morelia, durante las celebraciones del 198 Grito de Independencia. En el mismo año, los hermanos Beltrán Leyva, anteriormente relacionados con el cártel de Sinaloa, se aliaron con el cártel de Los Zetas. En noviembre, Juan Camilo Mouriño, secretario de gobernación de Felipe Calderón, murió en un accidente aéreo. México entró en recesión pocos meses después, siguiendo la caída de los mercados internacionales. El 1 de septiembre del 2008 se inauguró la muestra Sinergia en el Laboratorio Arte Alameda, en el D. F. En ella participó Marcela Armas con I Machinarius, una máquina industrial sobre muro que, lubricada con petróleo y en cíclico funcionamiento, delineaba el mapa de México invertido. Al final de la exhibición, un mes y medio después, el muro blanco del museo se había convertido en la mancha de la silueta herida por el chorreo de su combustible.

 

La muestra curada por Karla Jasso buscaba reflexionar críticamente en torno a los puntos de encuentro entre energía y tecnología dentro de la coyuntura del debate energético en el 2008. La pieza de Armas, única mujer en un grupo de siete artistas comisionados para realizar obra ex profeso, sobrepasó la tarea al convertir su pieza en un comentario atemporal que resonó con fuerza entonces, cuando en los medios nacionales e internacionales se hablaba del estado fallido, que hoy podría ser nuevamente interpretada frente a la actual retórica priista de la reforma estructural, y así, ad infinitum frente a un futuro nacional sombrío en que se prefigura, si no la hecatombe, sí el usual statu quo.

 

Resistencia

 

No se puede hablar del trabajo de Marcela Armas sin revisar su labor en colectivo, pues pareciera que es cuando sale de sí misma que la angustia de la ruina cotidiana se disuelve y se reconfigura en el grupo que la arropa. En sus colaboraciones con Gilberto Esparza (GILMAR) la naturaleza, la música y la tecnología convergen en máquinas que parecen más cercanas a lo que Armas deja ver de sí misma cuando le pregunto, ambiguamente, qué es lo que le gusta de la cultura contemporánea. “Me gusta la diversidad de manifestaciones en todos los sentidos, no solo en el arte sino en los movimientos de resistencia social, los nuevos modelos de vida, de pensar de gente tan diversa que estamos en este proceso de aprender a vivir juntos en comunidad”.

 

Como parte del colectivo Bios Ex Machina —en colaboración con el Departamento de Ingeniería Mecatrónica de la UNAM— surgido del grupo de investigación y creación “arte+ciencia” de la UNAM, presentó en noviembre del 2012 la pieza Milpa Polímera en la exhibición Sin origen, sin semilla en el MUCA Roma. En ella, un tractor robot gira sobre su propio eje en un sembradío circular. Sobre el vehículo, una impresora 3D programada con software libre es alimentada por un carrete de ácido poliláctico (PLA, un material de patente), un biopolímero termoplástico hecho a base de maíz, que en esta pieza se utiliza para imprimir semillas. Una vez nacida-impresa esta —supuestamente biodegradable pero intrínsecamente estéril pues incluso la degradación del plástico se da solo en condiciones específicas de composta que ponen en duda su pertinencia como alternativa al PET— es arrojada a la tierra, activando un circuito de producción que cuestiona en su solipsismo el sentido de la originalidad ante una naturaleza genéticamente modificada y un entorno intelectual que a pesar de estar parcialmente liberado —la impresora utiliza software libre y puede, por tanto, imprimir cualquier cosa que un diseñador sea capaz de programar, incluso armas— es alimentado por un material cerrado que es, además, producido con maíz transgénico, también de patente.

 

La máquina es el vehículo de significado para Marcela Armas. En ella transporta con arcaicos movimientos articulados sus más personales preocupaciones. Del sentido filosófico del original en la obra de arte y la naturaleza, a la violencia en la frontera norte, el devenir ecológico y energético de México o la experiencia sensorial fundamental del ser humano en su entorno inmediato.

 

¿Qué es lo que menos le gusta a Marcela Armas de la cultura contemporánea? “Hay muchas cosas que podemos replantear sobre el cómo vivimos nuestra relación… con la naturaleza, con los entornos que construimos…”, según dijo en entrevista publicada en febrero de 2013 en La Ciudad De Frente.

 

Vórtice

 

Este año se cumple el 55 aniversario fundacional de la Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuitos. Su historia (disponible en el sitio oficial de la dependencia) es casi un anzuelo para el lector mínimamente perspicaz: “a mediados de los 90 —es decir, más de cuarenta años después de su creación—, y por primera vez en la historia (itálicas agregadas) de la Comisión, los libros de texto gratuitos llegaron a las escuelas antes del inicio de clases, gracias a la coordinación de esfuerzos con distintas dependencias federales, estatales y municipales”.

 

Ante las posibilidades que presenta el proceso indagatorio, Marcela Armas selecciona la materialidad del libro para articular Vórtice, un proyecto comisionado por el Museo Universitario Arte Contemporáneo (MUAC) para concluir el ciclo de exhibiciones Por amor a la disidencia.

 

Un vórtice es un flujo turbulento en rotación espiral con trayectorias de corriente cerradas. Para elaborar la pieza, que a partir del pasado jueves 6 de marzo puede verse en el Museo de Arte de Zapopan, en Jalisco, Armas se adentró en la producción del papel con que se imprime una parte del tiraje global. Y es que, a partir del 2004 y después de un decreto presidencial, todas las entidades federales están obligadas a donar papel usado a la Conaliteg para que sea reciclado y finalmente utilizado para imprimir libros de texto gratuitos.

 

Para Armas, la carga política y simbólica de los libros no está únicamente en sus contenidos. También aparece en su material como contenedor: llevan el código genético de su origen burocrático.

 

Si bien el planteamiento es rebatible —pues se trata, finalmente, de productos gubernamentales que, reciclados o no, no podrían tener otro código genético que no fuese burocrático, a menos que se realizaran por comisiones independientes (inevitablemente también burocráticas dada la magnitud de la empresa) con procesos abiertos y multidireccionales de construcción de la historia y la memoria—, Marcela Armas determina con precisión, una vez más, una herida longeva del sistema mexicano que palia en vez de sanar, hundiendo las piernas cada vez más profundamente en el infinito arenal de su mediocridad.

 

Marcela Armas transforma lo cotidiano en inquietante. Su personalidad dulce y sencilla disimula su capacidad de ver a esta monstruosa bestia llamada México, llamada yo, llamada tú mismo, en todas sus facetas y mostrárnosla así, como si solo faltara ponerle engranajes y apretar: ON.

 

*Fotografía: ”Vórtice”/Cortesía del MUAC.

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