Morir para vivir

Mar 22 • Lecturas, Miradas • 3391 Views • No hay comentarios en Morir para vivir

ANA CLAVEL

 

“Vivir mata”, dice una conocida frase no exenta de ironía. Al margen del gozo, o entreverado en el devenir de su existencia, vivir duele, vivir espanta, violenta. Con una destreza en el arte de confeccionar cuentos certeros como dardos hirientes y punzantes, en los que ningún elemento sobra ni falta, Odette Alonso (Cuba, 1964) nos ofrece en Hotel Pánico, su segundo libro de cuentos, un conjunto de relatos estupendamente urdidos, que apelan a nuestra capacidad de asombro ante las experiencias del amor, la amistad, la traición, el falso olvido, la venganza, el sexo boqueante, el infortunio, lo insólito, la muerte.

 

Toda memoria es una isla que resplandece y nos marca con cicatrices de luz. Situada entre dos islas de la memoria reciente, Cuba y la ciudad de México, la autora nos plantea un ejercicio de imaginación para vislumbrar los resortes de una cotidianidad que se desborda en sus mecanismos de azar y sorpresa cuando la miramos con la atención suficiente. Cuando, como el personaje de Esperanza en el cuento “La casa vieja”, enfocamos con la precisión necesaria el objetivo de la cámara de la memoria y atisbamos jirones de la huida política de la isla, entre las lecciones de pederastia del negro Juanito, y un presente de demoliciones y decadencia que la protagonista ha ido a filmar como último testimonio para su madre anciana y enferma.

 

Surgen entonces los momentos epifánicos a lo Joyce, a lo Hemingway, a lo Jorge Onelio Cardoso, a lo Odette Alonso. Lo mismo instantes reveladores en los que se reconoce el pasado deslumbrante como una pérdida de la inocencia en los cuentos “Desde el pasado” y “Tan amigos” que obligan a la decisión del olvido, el acto voluntario que con un click del mouse hace desaparecer toda posibilidad de comunicación, el bloqueo a ciertas zonas de nuestra existencia por considerarlas ominosas —o demasiado placenteras. También la traición tiene cabida como un dispositivo de la memoria avergonzada que no se cansa de proyectar en el relato “Que se vaya la gusanera” las imágenes oprobiosas de un linchamiento moral en el que no sólo se ha sido cómplice sino también victimario.

 

Toda vida es el relato de una educación sentimental. Como un breviario condensado los cuentos de este hospitalario Hotel Pánico registran en vertientes no pocas veces violentas y crueles ese deambular por las grutas del deseo en el que los géneros bien portados no siempre tienen cabida. Es el caso de la historia relatada en “Papa podrida”, suerte de trampa que busca atrapar a una “tortillera”, fruto corrompido para los ideales de la revolución, para la que toda diferencia, así sea política o sexual, se vuelve deslealtad de invertidos. O el relato “Bajo la jacaranda”, trágico desenlace para una historia de amor que muy pronto se desvía de los roles tradicionales comúnmente asignados a los sexos.

 

No pocas veces, los personajes femeninos de este volumen poseen la fuerza de una rebeldía que los convierte, así sea momentáneamente, en soberanos de sus actos o sus vidas. Protagonistas de sus deseos como en el relato “Cuentas a su padre”, en el que una resuelta Xóchitl puede tener más empuje que el hombre que pretende seducirla. Pero también es cierto que el deseo que parece enseñorearlas puede volverlas esclavas de sus pulsiones, afinando ese inmejorable instrumento de tortura que llamamos pasión amorosa, como en el relato “Nunca más”. Como si a final de cuentas, contemplarnos en el mar de espejos del amor y sus desbordamientos, nos devolviera, tanto a mujeres como a hombres, por igual, los rostros desconocidos que llevamos dentro. No es otra la respuesta que descubre Milo, cuando contrario a toda expectativa, deja con vida al rival que antes ha violado a su prima y ahora a un muchachito en el cuento “Nube de polvo”.

 

Se trata de revelaciones capaces de introyectar en el cinematógrafo interior de la conciencia, los rastros del reconocimiento, la lucidez trágica del espanto y la culpa, pero sobre todo la increíble realidad de sabernos supervivientes a pesar de todo… Y de hacerlo con las estrategias de la autora: ironía y sentido del humor, muchas veces entre frases coloquiales de giros dulces y populares, letras de boleros subyugantes, o la perorata de un vendedor ambulante como telón de fondo. Como si la vida fuera un permanente viaje subterráneo —no es gratuito que varios relatos tengan por escenario el metro— que por momentos se ilumina gracias a la aquiescencia de un ángel tutelar, encarnado en la figura de una joven con capucha en el cuento “Como un ángel”.

 

Tampoco resulta casual que muchos de estos momentos epifánicos deriven en momentos “extraordinarios” a lo Poe, signados precisamente por un aliento de temor “pánico” que nos sumerge en la presencia de lo irracional, lo desconocido, lo insólito en plena urbe contemporánea. Es el caso de historias como “La ciudad perdida”, “El último convoy” y “La suite de Margarita”, cuentos en los que lo fantástico se da la mano con lo sobrenatural lo mismo como una ensoñación catastrofista donde el mundo desaparece en la eternidad de un minuto para emerger renovado y limpísimo al minuto siguiente, que como la puntual puesta en escena de un ritual de brujería en el que la obsesión sexual y el afán de dominio convierten a sus protagonistas en fantasmas del deseo y la muerte.

 

En esta misma línea de relatos sobrenaturales, encabezándolos por su arte de narrar, se encuentra el título del cuento que da nombre a la colección completa: “Hotel Pánico” que consigna los trabajos de investigación policiaca en torno a un crimen cometido en un hotel de paso, cuyo nombre original es el mismo de una de las calles de la colonia Cuauhtémoc de esta ciudad: Río Pánuco. Muy pronto convertido por el azar y lo insólito en una morada donde el temor provocado por el otrora dios que asediaba a ninfas y mancebos, se manifiesta ahora en una presencia fantasmal de la urbe, el Hotel Pánico es el centro de apariciones de una sensual emisaria de la muerte, en cuyo abrazo carnal —eros y tanatos unidos— más de uno desearía regocijarse.

 

Relatos ágiles, urdidos como mecanismos de relojería digital, con estructuras y urdimbres poco convencionales que abrevian vertiginosamente los tiempos narrativos para incidir con certeros knock-outs de consumada efectividad, en los que no obstante la violencia y el desasosiego, hay lugar también para el goce y el sentido del humor. Los cuentos de Hotel Pánico nos recuerdan que si bien “vivir mata”, también se puede morir para vivir en la revelación del instante, y que leer a Odette Alonso es dilatar el placer de la espera entre esos dos extremos.

Imagen: Odette Alonso. Hotel Pánico, Universidad Veracruzana, Xalapa, 2013, 124 pp./ESPECIAL.

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