La lección del maestro

Mar 22 • Lecturas, Miradas • 2943 Views • No hay comentarios en La lección del maestro

EUGENIO PARTIDA

 

Eduardo Antonio Parra ha perseverado en el cultivo del género cuentístico, no solo yendo a contracorriente de las exigencias editoriales de los últimos años, sino haciéndolo con calidad extraordinaria, nutriéndose y transformando la tradición del cuento en México.

 

Desterrados, publicado por Era —editorial sobreviviente del proceso de adquisición de sellos mexicanos por empresas españolas que han despreciado a la ficción breve, al preferir la novela—, es por principio un libro curioso, pues da la impresión de ser pequeño y delgado, y sin embargo agrupa 15 narraciones —con la excepción del cuento corto “El último round”— la mayoría de largo aliento. Además del disfrute que significa leer textos no solo interesantes por las anécdotas mismas —y que recorren distintas geografías tanto territoriales como humanas—, resalta el dominio del oficio y la honestidad del autor. (Aclaro: no hay narradores deshonestos, pues eso ya tendría alguna gracia parecida al cinismo; lo que hay son narradores que no dominan el oficio, lo que los hace tramposos). Decía el cineasta John Houston, “Cuando hago una película es simplemente porque creo que la historia es digna de ser contada”.

 

Adaptando la frase de Houston a la narrativa, diríamos que una historia debe escribirse solo si es digna de ser contada. Pero sucede que, inmediatamente después, aparece el problema del “cómo contarla”. Ideas o anécdotas que merecen ser contadas hay muchas; modelos para contarlas también, tantos como se descubran en la literatura; autores que dominan el oficio para hacerlo, pocos.

En Desterrados, como en los otros títulos de cuento de Parra, se despliega un puñado de historias sobre las que podríamos decir que “merecen ser contadas porque están contadas como se merecen”. Se hace notable en cada cuento la búsqueda del escritor por encontrar la forma que mejor acomoda para cada una de las historias, al contrario de la búsqueda de la “unidad” (esa idea que se pregona tanto en los talleres literarios) que muchas veces uniforma tanto estilo como temáticas y los vuelve predecibles o aburridos.

 

Desterrados va desde el lirismo, como en “El caminante”, pasando por el texto corto (el ya mencionado “El último round”), hasta textos de largo aliento que contienen un abigarrado cosmos y a los que bien podría considerarse a medio camino entre el cuento y la novela por la cantidad de información que presentan: aunque se trate de un instante determinado en la vida del personaje, como correspondería al formato tradicional del cuento, se nos remite tanto al pasado como a las posibilidades abiertas e inagotables de un futuro no dicho pero sugerido. Parra utiliza indistintamente el lenguaje coloquial, la sorpresa, el twist anecdótico, el erotismo, la descripción minuciosa. Elude en cambio los diálogos, los utiliza poco, sus personajes son más bien lacónicos, a la manera de Rulfo, y en general pertenecen o bien a la clase media o bien a la clase baja. En medio de un pesimismo por vivir o de resignación- rebelión ante la fatalidad, para muchos de ellos la vida es una carga, aunque esto no impide que, en algunos de los textos, Parra sea capaz de entregar fragmentos de poesía en prosa.

 

Parra alterna la experiencia citadina con la provinciana y rural. Al contrario del autor cuya experiencia provinciana o rural solo viene de sus lecturas, y por lo mismo adolece muchas veces de verosimilitud, en Parra se combinan estos paisajes de manera afortunada. Desterrados da mucha importancia a la descripción del entorno y del paisaje mismo, creando una atmósfera pesada que influye sobremanera en los personajes y por ende en el acontecimiento; podríamos decir que el entorno es un personaje más. Una vez logrado esto mediante la morosidad de las descripciones, Parra precipita al lector hacia el final de la historia, encontrando la frase justa, el adjetivo o el instante de la ruptura creando un efecto muchas veces magistral que cierra o da sentido al título del cuento: un mundo introspectivo, cerrado, tenso, con visiones contrapuestas de un mundo moral/amoral.

 

Tanto Desterrados como los anteriores volúmenes de cuentos de Parra tienen dos lecturas: la del mero disfrute del texto por el texto mismo en cuanto lector, y la de aquel que intenta escribir y busca aprender las claves del oficio, pues cada cuento aporta un formato y una técnica memorables que se revelarán, casi didácticamente, a un lector atento.

 

Se insiste en las contraportadas de los libros de Eduardo Antonio Parra que su influencia viene de Rulfo y Revueltas. Alguna vez pregunté a un editor por qué la insistencia de esa práctica, a lo que me contestó que lo hacían para que el “lector tenga una referencia”. En el caso de Parra resulta evidente desde sus primeras líneas que pertenece a una tradición cuentística muy bien asimilada, pero yo iría más allá del marco mexicano de Rulfo o Revueltas —que sin duda cultiva—: diría que asimila, continúa y renueva una vertiente de del cuento latinoamericano —Julio Ramón Ribeyro, Uslar Pietri, Onetti, entre otros— y elude evidentemente a escritores latinoamericanos que han sido imitados hasta el cansancio, y a los que, por lo mismo, imitar es un suicidio: García Márquez, Córtazar, Borges…

 

Se trata pues de una escritura vital que afortunadamente insiste en poner su vocación en el formato del cuento como género vivo y al hacerlo nos recuerda la importancia que este tiene en nuestra literatura. Los cuentos de Eduardo Antonio Parra son historias que merecen ser contadas porque son contadas como se merecen. Sin duda, uno de los cuentistas más importantes no solo de México sino de Hispanoamérica.

 

Imagen: Eduardo Antonio Parra, Desterrados, México/Culiacán/Monterrey, Ediciones Era/UAS/UANL, 2013/ESPECIAL.

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