La llama de Efraín Huerta

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A los editores de Confabulario:

Ejerciendo mi derecho de réplica, me permito señalar lo siguiente:

En el artículo de Guillermo Sheridan publicado el 30 de marzo, titulado “Efraín y Octavio: cabezas en llamas”. Se da a entender que Efraín Huerta se “amargó” y decepcionó de la política dejando entrever, una decepción profunda, lo que considero una calumnia a la trayectoria vital de mi padre que mantuvo en forma vertical TODOS LOS DÍAS DE SU VIDA. Él conoció la amargura y todo  el abanico de emociones humanas, como cualquier ser humano, y esta se refleja en su poesía y los cientos de artículos periodísticos que todavía no se conocen. Efraín fue un hombre alegre, vital y juvenil hasta el día de su muerte, aún tras haber sufrido una laringectomía; fue precisamente cuando creó los poemínimos que jamás podrían haber nacido de un espíritu ensombrecido. Las líneas “La decepción es demasiado objetiva, demasiado visual para encontrar ya en aquel maravilloso atolondrado un ejemplo a seguir”, entrecomilladas por GS están sacadas de contexto pues Efraín Huerta se refiere con ellas a un personaje literario, Julián Sorel, (nombre que incluso utilizó como seudónimo) en un artículo muy interesante que cito a continuación y que vale la pena conocer. Mi padre nunca dejó de ser un combatiente en la palabra y en la vida política activa.

Partiendo de este ejemplo sería bueno saber de dónde salieron los demás entrecomillados citados en este artículo y en qué contexto fueron escritos. Me parece que esto es de parte de GS, más que una falta de rigor académico, pues el mismo publicó completo el texto de EH de donde toma su entrecomillado, en un libro en donde todos los textos de EH presentan mutilaciones o errores de transcripción (aunque parezca imposible así es, pues poseo la mayoría de los recortes de mi padre y pude cotejarlos palabra por palabra). A continuación el artículo original, para que sean los lectores quienes juzguen:

Releyendo a Stendhal

Efraín Huerta

Todavía hace cuatro años pensábamos en Julián Sorel como en el perfecto símbolo a copiar para el desarrollo juvenil. Era entonces la etapa de la soberbia, de la estudiada pedantería, de las fáciles entregas sentimentales, de las pequeñas ambiciones, del despilfarro mental, del ensueño organizado. Era la dichosa y brillante época de los impulsos irrefrenables, del ansia, de la lujuria estallante, de la inercia también… y del cinismo. Era el único tiempo propicio a las enseñanzas de Julián Sorel. “Era entonces la etapa marinera”, diría albertianamente don Miguel N. Lira.

Mucho frío ha hecho en el mundo desde entonces. Ya hemos encontrado y hallado en nuestra ruta las molestísimas rocas del desaliento y el desengaño. Solamente una magnífica idea nos eleva y estimula.

Así, en un estado de sequedad espiritual —después de todo “espiritual” es una muy linda palabra— volvemos a leer “Rojo y negro”, caro a José Alvarado, a Carrillo Zalce y a Benjamín Jarnés. Una nueva lectura del gran libro de Henry Beyle. Otro encuentro con la exquisita señora de Renal, con la muy guapa y coqueta Matilde, con Fouqué el laborioso y con el joven Julián. La decepción es demasiado objetiva, demasiado visual para encontrar ya en aquel maravilloso atolondrado un ejemplo a seguir. Se nos hace agradable la profesión de preceptor, sí: atractivas las aventuras amorosas por lo que tienen de espontáneo e inmediato; sugerentes los caracteres —el del vicario general, el del marqués, el del director del asilo, el de Pirard—; muy curiosa la miedosa nobleza de la época; insoportable la vida en el Seminario —recordamos A.M.D.G., de Pérez de Ayala y “El Convidado de papel”, del ya citado Jarnés—; pero nada más. Porque todo lo anterior es paisaje, escenario, para el libre desenvolvimiento de Julián Sorel. Todos los tipos como que resultan instrumentos en las manos de Stendhal, y de paso, en el inquieto y prodigioso cerebro del joven estudiante de Teología. La decepción deviene clarísima, plástica.

Veamos: Sorel es un egoísta, un irredento egoísta; el egoísmo es su virtud medular. ¿Encaja el egoísmo de Julián con nuestros mejores deseos de ser generosos, bondadosos? No, desde luego. Nosotros no tenemos derecho al egoísmo. Nos está prohibido como la compasión, la lástima. No podemos permitir que alguien repita, por muy joven y tarambana que sea, aquello de “¡Primero yo, después yo, y siempre yo, en el desierto de egoísmo que llamamos vida!”, porque lo condenaríamos a muerte moral, sin apelación. Claro que hay todavía una especie de jovenzuelos dedicados al virtuosismo egoísta, pero son precisamente los que nosotros llamamos indeseables.

(Publicado en: Diario del Sureste, 15 de abril 1937). De próxima publicación en la antología de Efraín Huerta, Canción del alba, Guanajuato, Ediciones La Rana. Instituto Estatal de la Cultura de Guanajuato, 2014 (en prensa).

Me parece importante conocer uno de los primeros textos de Efraín Huerta, en el año de su centenario natal. Agradezco su atención, reciban un cordial saludo. Atentamente:

Raquel Huerta-Nava. Historiadora por la FFyL. UNAM.

Respuesta

Lamento que mi artículo sobre Efraín Huerta y Octavio Paz haya irritado a la Lic. Raquel Huerta Nava. Lamento que evocar las profundas decepciones personales a las que se refiere Efraín en algunos escritos se entienda como una calumnia. Pero celebro que el mismo Efraín se haya calumniado. Pero lamento que la Lic. Huerta Nava desdeñe las zonas amargas de un buen poeta y prefiera sólo su lado “alegre, vital y juvenil”. Pero celebro que escriba que Efraín “conoció la amargura y todo el abanico de emociones humanas, como cualquier ser humano”. Pero lamento que olvide, de inmediato, lo que acaba de escribir.

Por último, lamento que no hayan aparecido aún, en 2014, los artículos periodísticos de Efraín. Pero celebro que ella los esté reuniendo. Pero lamento haberlo hecho yo hace ocho años. Pero celebro que ella sí sabrá cómo hacerlo bien, algún día. Pero lamento que crea que yo ya lo hice mal. Pero celebro no estar de acuerdo con ella. Etcétera.

Guillermo Sheridan

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