La pluralidad de una década

Jul 5 • destacamos, Lecturas, Miradas, principales • 4680 Views • No hay comentarios en La pluralidad de una década

 

POR DAVID RUANO GONZÁLEZ

 

1. A Francisco Magaña (Paraíso, Tabasco, 1961) se le reconoce como un poeta católico por la constante relación que su obra tiene con su religión. Su nuevo libro, Padre nuestro, parecería no ser la excepción en este contexto, pues desde el título se recuerda el rezo más conocido de la cristiandad. A pesar de ello, el libro se contrapone a dicha clasificación.

 

Padre nuestro es una elegía al padre, muerto en la adolescencia del poeta. Así, los ojos de la crítica deben estar enfocados hacia lo laudatorio más que hacia lo religioso, cuya ausencia es característica. Más allá de dos o tres breves reformulaciones bíblicas, que no sobresalen, Magaña deja a un lado los textos que hacen alusión a su fe para hablar sobre el duelo. Formado por tres secciones —la primera no numerada y que sirve como preámbulo de los poemas que le siguen—, en este libro se puede detectar más de una voz en distintos tonos que exploran los varios puntos del dolor: cuestiones de identidad que deja el vacío del padre, tiempos de maduración a los que obliga la muerte de un ser querido, así como los recuerdo del antes y el después del luto.

 

El tema ya es un tópico en la tradición de la poesía hispánica, desde Jorge Manrique con las Coplas a la muerte de su padre hasta Algo sobre la muerte del mayor Sabines en el siglo XX, esta última referida en la cuarta de forros. El reto de Padre nuestro sería aportar algo innovador. El autor echa mano de varios recursos ya utilizados previamente por Jaime Sabines: el tono nostálgico, un lenguaje natural, sin adornos, figuras de repetición, por mencionar algunos. Una diferencia está en la extensión de los poemas: mientras que en el poeta chiapaneco hay un llanto extendido, Magaña se caracteriza por la brevedad. Este rasgo se podría relacionar con Manrique; sin embargo, en las Coplas hay una naturaleza sentenciosa por la que idea y contenido se funden para que en pocos versos haya una concreción que, en cambio, el autor tabasqueño no logra: sus textos se sienten apenas como pequeños suspiros de nostalgia sin llegar a un punto catártico, a la manera de ideas que no se puntualizan y se quedan en la vaguedad.

 

El lenguaje no da pie a un sentimentalismo exacerbado o lacrimoso; sin embargo, se echa de menos ese golpear las palabras que desgarran el pecho, como decía Paz de Sabines, en una operación que cuestione el dolor a través de la poesía y no como una triste aceptación o un dolor estancado y temeroso de echar a perder la resignación.

 

Algo que catapultó a Algo sobre la muerte… como un clásico de la poesía mexicana fue, gracias a su excelente factura, su poder de empatía al transferir la experiencia de la muerte del mayor Sabines a la del padre propio de quien lee. Pareciera que Francisco Magaña con su Padre nuestro, en lugar de hacer referencia a la oración, intenta crear el mismo efecto retomando, además del tema, distintos métodos de escritura, contenido y registros léxicos. El problema es que no basta la reconstrucción de lo antes conseguido por Sabines para obtener los mismos resultados. Aunque hay algunos poemas o versos sueltos de gran calidad, la obra no conmueve al hacer de la experiencia algo demasiado íntimo y no permite entrar a lector dentro del duelo colectivo.

 

2. La poesía de María Baranda (Ciudad de México, 1962) se caracteriza por la búsqueda de la belleza del lenguaje, en una escritura próxima al barroco, a veces críptica, donde las imágenes fluyen en una especie de revelación y que se desarrolla en el mundo de la palabra. En su nuevo libro, Yegua nocturna corriendo en un prado de luz absoluta, la autora retoma una de las figuras literarias mexicanas más importantes, sor Juana Inés de la Cruz. Reconstruyendo la vida y obra de la monja, como la haría Baranda en 2003 con Dylan Thomas en Dylan y las ballenas, Baranda describe una experiencia metafísica, cuasi mística, de lo que pareciera la creación poética, tomando como base el Primero sueño.

 

Esta obra se divide en dos: “Yegua nocturna”, que ocupa la mayor parte de la publicación, y “Víbora” con apenas seis poemas. El nuevo libro de la poeta es una propuesta un tanto diferente a lo que ha publicado a lo largo de su carrera, principalmente en el aspecto formal de la primera sección. Por ejemplo, María Baranda suele utilizar versos de arte mayor que rayan en lo versicular, mientras que ahora sorprende un cambio de registro: los versos de arte menor se hacen presentes y, cabe resaltar, también los pequeños poemas en prosa; además, frente a la mayor extensión de textos anteriores, en este caso la brevedad caracteriza a la obra. También, el uso de la intertextualidad a través de la reformulación de los primeros nueve versos del Primero sueño es algo no visto antes en la poeta.

 

Esta restructuración del poema de Sor Juana es materia de análisis. En un principio, se toma el primer verso, “Piramidal, funesta, de la tierra”, que sirve como el comienzo de varios poemas y resulta interesante ver cómo este preámbulo da paso a la creación. Conforme avanza la lectura, la autora comienza a tomar palabra por palabra del Sueño para insertarlas como núcleos de un verso:

 

…habría que procurar (piramidal) la curva y el envés

de toda (funesta) superficie.

La parte (de la tierra) delantera

que nos muestra (nacida) el doloroso paso

 

Esto hace un tanto predecibles los poemas que conforman esta pequeña parte, además de que pareciera que la escritura dependiera completamente de lo ya dicho por Sor Juana; esto no tendría inconvenientes si la intertextualidad fuera sólo un apoyo para decir lo que se quiere. En este caso, María Baranda pareciera que escribe de tal manera que sólo desea que encajen las palabras y lo poético va en detrimento. De igual manera, la brevedad afecta el ritmo y desenvolvimiento de los textos, pues el verso corto disminuye la intensidad y entorpece la revelación poética, lo que afecta la calidad.

 

Por lo que respecta a “Víbora”, vemos a la María Baranda de siempre: versos extensos, poemas de largo aliento y donde la poesía se hace presente gracias al gran manejo del lenguaje y el tema, imágenes potentes, un ritmo fluido, etcétera. Aquí también se retoma la creación poética en la que la víbora es una metáfora de la lengua. La calidad poética, por supuesto, se hace presente al estilo de los libros anteriores.

 

La carrera literaria de María Baranda ha dado giros interesantes fuera de una posible zona de confort en busca de nuevas formas de expresión; ejemplo de ello es su incursión en la poesía infantil. Yegua nocturna corriendo en un prado de luz absoluta es otro ejemplo de dicha búsqueda. Este es un poemario donde los descubrimientos poéticos son de gran alcance, pero no así la experimentación formal. Esto no quiere decir que el libro sea malo ni que las pruebas con otro tipo de lenguaje se deban abandonar pues hay una propuesta diferente, sino que el resultado no es el más afortunado. Si se es un gran lector de María Baranda, este libro resultará estimulante, pero si se es primerizo, es recomendable buscar obras anteriores para que este libro no deslumbre al punto de enceguecer.

 

3. Tras haber ganado en 2011 el Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes con el libro Cuenta regresiva, A. E. Quintero (Culiacán, Sinaloa, 1969) logró tener un lugar de prestigio en el mapa de la poesía mexicana contemporánea. Con su más reciente publicación, 200 gramos de almendras se reafirma como una de las voces más interesantes y frescas de la actualidad.

 

A diferencia de Cuenta regresiva, en que se expone una serie de acontecimientos que ocurren mientras se termina el tiempo que se anuncia en el título, 200 gramos de almendras no tiene en sí mismo un hilo conductor, a la manera de una narración. Si algo le da unidad a este libro son la expresión del dolor y los recuerdos, ya que varios de los poemas parten de un suceso cotidiano que coloca al yo lírico ante un tipo de experiencia proustiana que lo lleva a la remembranza de un suceso que lo ha marcado y se caracteriza por el malestar que provoca la simple mención. Otro de los elementos que une al poemario es que, en la mayoría de las ocasiones, las dolencias que se retratan son causadas por la crueldad de alguien más, ya sea los abusivos de la escuela o los sicarios que entraron al restaurante, mientras que la culpa nunca es de uno.

 

Dentro de estos recuerdos, Quintero retoma constantemente el asunto de la niñez, mas no como la época dorada ni mucho menos, y habla sobre el niño que ha sufrido de bullying, desde la perspectiva del que es tachado de “joto” y vive y crece con la culpa y el temor de lo que se es (“El miedo / es una escuela con muchos niños. / Un patio de recreo”). Sin embargo, uno de los aciertos del autor es cuando lleva el tema de cierta manera que la naciente homosexualidad no es el asunto en sí, sino el abuso y, de esta forma, los poemas son más universales, ya que podrían ser también los escritos del niño gordo, del cuatro ojos, etcétera.

 

Por otra parte, el desarrollo del asunto de la homosexualidad resulta interesante y afortunada porque no es una búsqueda de equidad sexual en un tono político y panfletario, sino que se expone como el dolor de un descubrimiento y exploración en el que existe la culpa por estar fuera de “lo común” y el temor de que esto se revele a la familia. Ejemplo de ello, estos versos aplastantes:

 

Pero no encontrarás a tu padre muerto, porque

de tantos disgustos que le diste, lo enfermaste. Por eso se fue,

niñita. Por eso le dio cáncer. Tú

le provocaste cáncer.

 

En lo que se refiere al manejo del lenguaje, el autor utiliza el habla coloquial, sin muchos ornamentos, con una propuesta fincada en un yo lírico más sentimental que estilizado. Ya mencioné también la fórmula en varios de los poemas y cómo se desarrolla el recuerdo; también hay una búsqueda formal que llama la atención en el poema “Receta para hornear un delicioso pastel de carne y almendras”, de donde se desprende el verso que da título al libro, que toma la estructura de una receta de cocina y el resultado es venturoso, al llevar el acto culinario al plano de los sentimientos.

 

En esta reunión de poemas, el autor logra una de las mayores obras líricas de los últimos años. A través de pequeñas estampas de la dolorosa cotidianeidad, recupera lo poético que radica en ellas a manera de un recuerdo que lleva a la reflexión sobre sí mismo, vengando la infancia y el sufrimiento a través de la palabra.

 

Por último, no hay que perder de vista lo que están haciendo A. E. Quintero, por una parte, y la editorial Andraval en su colección Punto Luminoso, por otra. El primero por la publicación de dos libros nuevos este año, El taxista saca su pene (Praxis) y La telenovela de las cuatro no se detendrá porque alguien logró matarse (Simiente). Y la segunda por los buenos títulos que está publicando; por ejemplo, La sagrada rutina de René Higuera, Trevas. Canción del navegante de sí mismo de Mijail Lamas y Hablar sombras de Mario Bojórquez.

 

 

Francisco Magaña, Padre nuestro, Libros Magenta/Conaculta, México, 2013.

María Baranda, Yegua nocturna corriendo en un prado de luz absoluta. México, UNAM-Dirección de Literatura/Ediciones Sin Nombre, 2013.

A. E. Quintero, 200 gramos de almendras, Andraval/INBA, Culiacán/México, 2013.

 

*Fotografía: A. E. Quintero (Culiacán, Sinaloa, 1969)./ ARCHIVO A. E. QUINTERO

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