Il Trovatore: Deterioro, vergüenza y fracaso

Jul 5 • Miradas, Música • 4037 Views • No hay comentarios en Il Trovatore: Deterioro, vergüenza y fracaso

 

POR IVAN MARTÍNEZ

 

Mucho se ha debatido en los últimos meses sobre la pertinencia que han tenido, o no, las decisiones administrativas y artísticas de la nueva dirección de la Ópera de Bellas Artes, encabezada ahora por Ramón Vargas.

 

Tener a alguien como él, tenor de sólida trayectoria internacional y con una carrera todavía en activo, personaje habitual de la crítica que gustó de polemizar durante sus visitas como cantante en el pasado, ha convertido los resultados de su gestión, tanto los internos como los públicos, en tema abierto de controversia y discusión que ha llegado a un cierto nivel de acaloramiento en el que ya suele olvidarse lo más importante: la ópera; el canto, la música, el teatro.

 

El debate volvió a prender esta semana, a raíz de la participación del tenor en el rol principal de Il Trovatore, de Verdi, en temporada estrenada el pasado domingo 29 de junio en el Palacio de Bellas Artes, y en cuyo estreno Vargas abandonó el escenario entre las escenas del tercer acto por “una reacción alérgica” que le impidió seguir cantando.

 

Creo en la urgencia de una reforma administrativa en el sector cultural que permita mayor libertad a sus direcciones, según las necesidades de cada disciplina: es absurdo que se llame conflicto de interés, en el ámbito de las artes escénicas, el que un funcionario-artista se elija para encabezar un reparto, o dirigirlo.

 

Absurdos como ese hay muchos y hay coincidencia, espero, en que el proceso de contratación de una compañía transportista, por ejemplo, no puede llevarse a cabo de la misma manera que la de una soprano. Un poco irracional también suena que se exija su permanencia en la ciudad de México de tiempo completo; acaso habría que criticar el error de comunicación oficial al anunciarlo como director artístico y no como un simple consejero, o la poca claridad con que se creó la estructura paralela que hoy trabaja para él.

 

La Orquesta Sinfónica Nacional y la Compañía Nacional de Teatro, por cierto, no reciben esas críticas.

 

El presupuesto ampliado, de fiscalización, auditoría y sanción necesarias cuando existen evidentes abusos, como un boleto de avión al mil por ciento de su precio comercial, tampoco debiera ser problema. Es decir, no cuando el gasto se traduce en más y mejor ópera.

 

El inconveniente surge cuando esos detalles, mínimos, evidencian el problema real y mayor: la inexistencia de una política cultural alrededor de la Compañía Nacional de Ópera. Mi mejor argumento es, precisamente, todo en torno de este Trovador.

 

Se sigue programando caprichosamente. No hay claridad en el qué se programa, ni mucho menos el por qué y el para qué: la muestra es que a un año de un estruendoso fracaso, se vuelve a programar la producción de esta ópera de engorrosas necesidades artísticas, como parte de una obsesión personal que no tiene que ver con el desarrollo de la ópera mexicana, ni con sus artistas ni con sus públicos. Y que, artísticamente, no tiene salvación en ninguno de sus elementos escénicos o musicales.

 

Escénicamente, se trata de la recreación futurista de Mario Espinosa ubicada en una “postcatástrofe” que enmarca una dirección escénica básica, a su vez entorpecida continuamente por la incómoda escenografía de Gloria Carrasco e iluminada humilde e incoherentemente por Ángel Ancona. Un experimento escénico suficientemente abucheado en el pasado reciente.

 

Musicalmente, se confirma el poco tino para conformar repartos: las voces, o no cumplen con un estándar mínimo profesional —es el caso de la soprano Joanna Parisi como Leonora, de poca precisión en sus notas y palabras— o, simplemente, no les son asignados papeles adecuados, como penosamente ocurre, en esta ocasión, con Ramón Vargas en su debut como Manrico: un rol demasiado pesado para su voz y que ya hace un año había tenido que cancelar por “inmovilidad física”.

 

Una lástima atestiguar, además de la rudimentaria actuación de este tenor, el vox populi sobre sus recientes actuaciones en Nueva York y San Francisco: el notable deterioro de sus capacidades vocales.

 

Pobre como Azucena, la mezzo Elena Cassian. Mejor que en otras ocasiones, pero sin lograr distinguirse, el bajo Rubén Amoretti, ahora como Ferrando. Suficiente y sobresaliente, por el peso de su voz, el barítono George Petean, como el Conde de Luna. Burda la participación del Coro de Bellas Artes y mejor coordinación entre la orquesta y la escena, gracias al oficio concertador de Enrique Patrón de Rueda, que por otro lado no logró pulir suficientemente los colores y matices posibles de la orquesta del Teatro.

 

El problema de nuestra ópera está ahí: en el escenario, en lo que se ve y escucha.

 

El problema no es de quién programa, como absurdamente se ha leído, sino en cómo lo hace. No es la relación que tenga con quien elige, sino que esa sea su única cualidad. Tampoco debiera ser el presupuesto aumentado, sino que con el que teníamos “gozábamos” las mismas funciones producidas bajo mayores estándares de calidad. Y mucho menos lo es el que un tenor en activo se autoprograme, sino que, al hacerlo, cante como se ha hecho o, peor, que tenga que dejar de hacerlo.

 

Lo vergonzoso es que se utilice al público mexicano, al de la ópera oficial, como laboratorio para experimentos: hoy lo fue Manrico, hace tiempo lo fue Fausto.

 

Lo peor, que lo sepamos de antemano. ¿O alguien se puede llamar a novedad?

 

*Fotografía: Ramón Vargas tuvo el rol principal en “El Trovador”./ CORTESÍA INBA

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