Un acto de traición

Jul 5 • Conexiones, destacamos, principales • 2902 Views • No hay comentarios en Un acto de traición

 

POR GENEY BELTRÁN FÉLIX

 

Fabio Morábito (1955) es un ejemplo contemporáneo del escritor polígrafo del que la literatura mexicana ha venido dando notables ejemplos. Narrador en distancias breves y en la larga travesía de la novela, ensayista y prosista a menudo inclasificable, Morábito ha también desarrollado una reconocida trayectoria como poeta, ya desde 1985, cuando debutó con Lotes baldíos. Ahora, este autor siempre inquieto en sus exploraciones literarias ha publicado El idioma materno (Sexto Piso), un libro de prosas que, teniendo como núcleo secreto a la poesía, reúne textos de distintos géneros: ensayos, ficciones, apólogos, viñetas autobiográficas y oníricas, a los que conceden unidad compositiva el estilo siempre impecable y preciso y la conciencia de la escritura y sus complejidades y aristas. Morábito aceptó responder una entrevista para Confabulario.

 

—¿Nació como un proyecto unitario El idioma materno?

 

—Nació de una manera un poco casual, a partir de una invitación que me hizo el periódico Clarín de Buenos Aires de escribir una columna mensual. Dos mil caracteres, es decir, algo realmente muy breve, sobre el tema que yo quisiera. Yo estaba reacio al principio porque no soy muy dado, digamos, al periodismo. Pero al ser un tema abierto me animé bastante y mandé la primera colaboración. Desde entonces me quedó muy claro que no me interesaba tanto la colaboración periodística, sino, con ese formato y extensión, hacer un libro. Estuve colaborando con esa columna durante dos años y pico, y ya después de me seguí con el libro.

 

—Parece un libro escrito por alguien que en efecto ha publicado varios otros títulos y llega a punto en el cual se para a contemplar su estado y a ver los pasos por donde ha venido. ¿Habría un punto de inflexión en tu obra, con esta mirada hacia atrás?

 

—No sé. De algún modo responde a la pregunta que me imagino todo escritor en algún momento se hace: ¿por qué terminé escribiendo? ¿Por qué escribo? O ¿seguiré escribiendo? No es un libro autobiográfico, sino más bien como una indagación a partir de ciertas imágenes y recuerdos de mi vida que, aunque aparentemente triviales, han quedado en mi mente. El libro ha servido para ver por qué ese recuerdo me sigue persiguiendo, y así he podido buscar las huellas e indicios de mi vocación literaria.

 

—En El idioma materno se registra la consciencia de un yo postizo en tu escritura…

 

—Esto ocurre en toda escritura. Un escritor se vuelve escritor cuando no se toma totalmente en serio, es decir, no pretende que la escritura, la literatura sirva para expresar lo que sea. Cuando uno aprende que eso no es lo importante, y el carril central del yo se desvía a un carril marginal, es cuando uno empieza realmente a escribir. El precio es ese. El precio es que uno realmente nunca sabe lo que está escribiendo, si es uno el que escribe, o si lo está escribiendo la escritura a uno y uno es un simple vehículo. Esa es la indecisión permanente, pero sin esa indecisión no existiría la literatura.

 

—¿Será que, aunque es un libro en prosa, la poesía es el núcleo secreto de El idioma materno debido a una forma de pensamiento que se manifiesta en los textos, y que establece asociaciones inusitadas entre asuntos y realidades dispares?

 

—Puede que sí, por una razón muy pragmática: los textos son muy breves. No hay tiempo para ensayar, es decir, para argumentar. Desde el primer texto me di cuenta que había que tomar muchos atajos. Es un libro lleno de atajos. Los argumentos son en el fondo ficticios. No son tales y apelan al poder de asociación del lector…

 

—El libro incluye, entre otros, un ensayo auténticamente genial, titulado, “El dios Pan”, en que dices: “Hay en todo artista un marginado de la tribu y hay en todo arte, por su mixtura de realidad y ensueño, un halo de penumbra a mediodía, de siesta indebida, de negativa a procrear y de vicioso ensimismamiento. Hay en todo arte, pues, una reclusión culpable y una dosis de vergüenza o de soledad vergonzosa”. ¿Este ensimismamiento no se rompe en el momento de ser leído?

 

—Cómo saberlo. Nunca sabemos cómo nos estamos comunicando con nuestro lector, y tal vez sea mejor así. El no saber esto produce un estado de alerta que obliga al escritor a ser varios escritores a la vez.  Por otro lado, efectivamente hay un aislamiento perenne en el escritor. Hay un acto de traición entendido en el sentido de que el común de los mortales que no le apuestan su trascendencia individual a la escritura están viviendo su vida y la inventan cada día y luchan por ella y están como en la trinchera. El escritor en cambio se retira, no está nunca en la trinchera, está como en las líneas rezagadas, y necesitamos de él porque gracias a ese retraimiento nos puede dar otra mirada, pero no deja de ser un traidor. Finalmente, la escritura sí mutila y traiciona la vida, eso me queda clarísimo…

 

*Fotografía:  Fabio Morábito, poeta, narrador, ensayista…/ David Jaramillo, ARCHIVO EL UNIVERSAL.

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