Apatzingán busca un corrido
POR GERARDO MARTÍNEZ
En Apatzingán los músicos cantan y componen por dinero. Ellos saben que su voz tiene precio y la alquilan para cantar un logro, una hazaña o la muerte de un amigo.
Esta ciudad busca un corrido que describa la violencia de Tierra Caliente. Sin embargo, ninguno de los cantantes del pueblo aborda el tema. Aseguran los pobladores que el músico que logre describir los episodios de violencia por el que pasaron desde 2009 hasta hace unos meses esperará el momento más seguro para cantarlo en público. Aquí todos se conocen y saben quién estuvo con la maña, quién se unió a las autodefensas y quién cambió de bando. Por eso nadie canta sobre las dos muertes del Chayo o el corrido del doctor Mireles. Los músicos prefieren otras letras para ganarse los centavos en las fondas, en los quioscos y en la terminal de autobuses.
Mientras ese momento llega, los 120 mil habitantes de esta ciudad donde se firmó la Constitución que buscaba concretar la independencia de México prefieren la distracción de la Feria Octubrina, con su reina de belleza y los Hermanos Carrión como plato fuerte. Han pasado dos siglos desde que las rancherías, pueblos de indios y caminos rurales que rodean esta ciudad ofrecieron refugio a las tropas de Morelos y el general José María Liceaga. Hoy, Apatzingán es otro. Es la tierra del limón, el mango, el melón, y durante décadas uno de los principales productores de algodón en el país. Pero la vida en el campo es una vida de ciclos que aquí se abrieron con la Constitución.
El refugio constituyente
“Cuando llegó Morelos, Apatzingán era un pueblito pequeño, perdido en un mar de palmeras, un pueblo bellísimo, pero también había mucho insecto, muchas plagas. Era inaccesible”, describe María Luisa Prado, cronista de la ciudad e hija de Antioco Prado Reyna, quien por décadas mantuvo la memoria histórica de Tierra Caliente.
“Los constituyentes decidieron venirse a Apatzingán por eso. No los iban a seguir tan fácil los realistas. Iturbide estaba en Valladolid (hoy Morelia) porque acababa de derrotar a Morelos en el campo de Santa María”.
En la Casa Museo de la Constitución, ubicada en el primer cuadro de esta ciudad, María Luisa Prado explica que después de esta derrota, las tropas de Morelos –compuestas por los llamados cuerudos, que recibieron el mote por las chaparreras que los distinguían de los soldados realistas– escaparon hacia Lombardía, Parácuaro y otras poblaciones al oriente de Apatzingán, adonde finalmente entraron entre el 18 y 19 de octubre de 1814.
“Ellos entraron por la calle que hoy se llama Morelos, que era un callejón porque la ciudad sólo abarcaba una cuadra. Luego mandaron construir un fortín en cada entrada del pueblo. Después llegaron aquí, a la casa del señor Francisco Basurto Murillo, que contaba con miscelánea y tienda de abarrotes en la parte exterior”.
Fue en esta casona de cantera rosa, paredes encaladas y columnas sobrias, donde los diputados José María Cos, José María Morelos, Andrés Quintana Roo, Carlos María de Bustamante y otros insurgentes miembros del Congreso creado un año antes en Chilpancingo firmaron la primera constitución en suelo novohispano.
Sobre esta primera constitución y sus alcances en la historia de México, el historiador Alfredo Ávila abunda en los detalles que distinguieron al ejército insurgente de Morelos. “En estas tropas había mucha gente de los actuales estados de Guerrero y Michoacán. Era una población mestiza, algunos pueblos indios, con una presencia importante de afrodescendientes. Contaba también con una oficialidad criolla compuesta por dos clases de personas”.
Entre los primeros de este tipo, menciona a los hermanos Galeana, Bravo y Mariano Matamoros, personajes con influencia entre la población por su capacidad económica. Frente a estos hubo también una dirigencia criolla ilustrada, como el ingeniero Manuel Mier y Terán —encargado de la artillería de Morelos—, o teólogos como José María Cos, encargado de la organización de la prensa insurgente.
Aun con todo el mérito que tuvo este primer grupo de independentistas, el investigador del Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM pone sus propios acentos en esta Constitución. Resalta que la primera carta magna de corte liberal que se aplicó en la Nueva España fue la promulgada en Cádiz en 1812 en ausencia del Rey Fernando VII, preso entonces por Napoleón Bonaparte.
“Fue la primera que se aplicó en estas tierras y que garantizó la libertad de imprenta, la existencia de elecciones, la abolición de la inquisición, la creación de ayuntamientos constitucionales”. Refiere que la Constitución firmada en esta ciudad, en cambio, tuvo una aplicación que se limitó a los territorios donde las tropas insurgentes manifestaron su jurisprudencia.
El investigador destaca que otra de las dificultades que enfrentaron los constituyentes fue la división en dos especies de grupos parlamentarios al interior del Congreso de Anáhuac, creado en Chilpancingo en septiembre de 1813: una que comulgaba abiertamente con los Sentimientos de la Nación y una más que se oponía a los postulados de Morelos. Entre los primeros estaban los diputados José Manuel de Herrera, Andrés Quintana Roo, José María Cos y Carlos María de Bustamante.
“En cambio otros diputados como Murguía, miembro prominente de la sociedad oaxaqueña, decidió dejar la vinculación con los insurgentes. Incluso en cuanto pudo se regresó a Oaxaca y dejó de participar en los debates para la Constitución de Apatzingán. Por otro lado estaban los diputados Rayón, Verduzco y Liceaga que ni siquiera estaban de acuerdo ente ellos”.
Menciona que la historiografía elaborada durante el siglo XIX se encargó de contrarrestar la influencia de la Constitución de Cádiz. “La actitud de los políticos e historiadores como Lorenzo de Zavala, Carlos María de Bustamante y José María Luis Mora fue de minimizar el impacto de la herencia española. Esto hizo que en la segunda mitad del siglo XIX con la publicación de la maravillosa obra que se llama México a través de los siglos se le pusiera más atención a la Constitución de Apatzingán que la de Cádiz, aunque en la práctica tuvo mayor impronta la segunda”.
Las paradojas del progreso
En la plaza principal de esta ciudad, a unos pasos del sitio donde el Congreso de Anáhuac concluyó su principal obra legislativa, elementos de policía municipal vigilan las oficinas gubernamentales y patrullan las arterias principales. A unos metros, camionetas con rótulos improvisados de las Fuerzas Rurales —antes autodefensas, hacen sus propios rondines.
Desde la terraza de la Quinta del Sol, el hotel más céntrico de Apatzingán, don Francisco Mendoza, de 90 años de edad, comparte el testimonio de un cuerudo, como se conoce en la región a las defensas rurales reguladas por el Ejército desde inicios del siglo XX y que heredaron el nombre de las tropas de Morelos. En primer lugar reconoce que el recuerdo de las tropas que lucharon con Morelos ha quedado diluido en la memoria de la población. Acepta, en cambio, el recuerdo que se guarda de Lázaro Cárdenas, creador de los ejidos que al paso de los años desde la década de los treinta ganó terreno al monte para hacerlo productivo.
Mendoza dirigió por 30 años a los cuerudos de Apatzingán y Buenavista. Desde 1950, bajo el gobierno de Miguel Alemán, hasta 1980 con López Portillo dirigió el batallón de cuerudos, que representaban a las patrullas campesinas de Tierra Caliente en el desfile del 16 de septiembre. Desde los años cuarenta, Mendoza fue testigo de la inversión hecha por el gobierno para la construcción de infraestructura y la entrada de nuevos cultivos, primero de melón, y posteriormente de algodón, que era exportado en su mayoría a los mercados de Estados Unidos y Japón.
“Lo que nos llevó a la quiebra del algodón fue la plaga y los pesticidas que nos daban en ese tiempo. La primera cosecha la logramos con tres fumigadas de polvo y una de líquido. En la última fueron 27 fumigadas con puro líquido que era muy caro”.
Este hombre de campo explica los trabajos y los días que marcaron los ciclos agrícolas de Apatzingán. Hoy, por las condiciones de violencia que se vivieron en esta ciudad, la producción agrícola enfrenta nuevos retos.
“Estamos en una etapa mucho muy difícil. Se dice que las cosas ya están tranquilas. No es así, estamos viviendo en la olla del polvorín”. La narración de Francisco Mendoza coincide con la fecha que marca el desarrollo de Tierra Caliente a partir de la llegada del ferrocarril en 1941. Sin embargo, la descripción histórica de los últimos cien años de Apatzingán pertenece a Miguel Estrada, El Monky, otro de los cronistas de la ciudad, quien insiste en rescatar la influencia que desde en 1895 tuvo la familia Cusi, procedente de Florida y pionera en la siembra de limón en Michoacán, que en esta década llegó a los municipios de Lombardía, Nueva Italia, Parácuaro y parte de Apatzingán.
“¿En qué consiste la importancia de los Cusi? Consistió en dar trabajo, en tener tecnología de punta en su tiempo, con hospitales y escuelas para sus gentes. Pero a ellos los acabó el reparto agrario”.
Luego de la debacle de esta familia, relata El Monky, llegó un periodo de violencia local que se caracterizó por delitos como abigeo y asaltos que concluyó en la década de los sesenta con el programa de desarrollo local con que el gobierno buscaba conmemorar el 150 aniversario de la Constitución de Apatzingán.
“El gobierno puso los ojos en esta región inhóspita, alejada de la mano de Dios. No teníamos comunicación más que por ferrocarril. No había carretera. Entonces se implementó este programa para encauzar todas las aguas naturales que corrían por nuestra región”.
Este proyecto que abarcó la cuenca de los ríos Tepalcatepec y Balsas incluyó la construcción de escuelas y hospitales. La red de caminos vecinales más importante se construyó en esos años. También el número de hectáreas dedicadas al cultivo creció a 64 mil, lo que atrajo a empresas extranjeras.
El llamado Río Grande, que separa los confines de Apatzingán con la zona más accidentada de la Tierra Caliente, es una de las fronteras naturales que separa la ciudad de los puntos más aislados de la geografía michoacana. El aislamiento propio del terreno y la fertilidad de sus tierras dieron pie a la introducción hace cinco décadas del cultivo de enervantes que cambiarían la dinámica de la ciudad.
El Monky, un apasionado de la historia de Tierra Caliente y quien insiste en que la presencia de las autodefensas no es un episodio nuevo en la región sino una dinámica cíclica que se puede rastrear desde los levantamientos de líderes locales en 1830 y la formación las Defensas Rurales en el siglo XX, ubica la fecha en que estalló el enfrentamiento gubernamental con el narcotráfico.
“Se empieza a detectar oficialmente en 1966, cuando el único agente del Ministerio Público federal que estaba en Morelia ubica entre 15 y 25 hectáreas de mariguana.”
En respuesta, dice, el gobierno envía un batallón que denominaron el 49 de Fuerza Ultra, al mando el coronel Salvador Medina Rangel. Así, el combate al narcotráfico en Michoacán comenzó hace casi cincuenta años.
La historia reciente de Apatzingán es de dominio público. Tras la primera muerte del Chayo —uno de los cabecillas del crimen organizado en Michoacán— y la creación de las autodefensas en los municipios vecinos, los pobladores se refugian en la distracción de la Fiesta Octubrina, con La Arrolladora Banda El Limón, los Hermanos Carrión y la exhibición de globos aerostáticos como atractivos principales.
Con estas actividades, el gobierno local busca la reactivación del turismo en esta ciudad en la que hace dos siglos se refugiaron las tropas insurgentes, que hoy busca recuperar su camino y que le compongan su corrido.
El Monky agrega: “Los últimos 15 años han sido los más difíciles. Hechos violentos. Todos los conocen. Una situación crítica, una situación en que el que no perdió al padre, perdió al hermano, al vecino. Una situación violenta que difícilmente no vamos a superar en dos generaciones”.
* Fotografía: Apatzingán se distinguió por décadas como uno de los principales productores de melón, algodón y limón / Luis Cortés