Los fantasmas de Rico MacPato

Oct 25 • destacamos, principales, Reflexiones • 3958 Views • No hay comentarios en Los fantasmas de Rico MacPato

 

POR MARISOL RODRÍGUEZ

 

En 1972 se publicó Para leer al Pato Donald, la crítica al avance ideológico que a través de los cómics de Disney realizaba el imperio estadounidense en Latinoamérica según sus autores, Ariel Dorfman y Armand Mattelard.

 

En 1983, doce años después de su publicación, el libro ya había alcanzado el estatus de paradigma de los análisis culturales marxistas, siendo citado en textos académicos de al menos los trece países alrededor del mundo en que se habían traducido y editado las palabras de la dupla.

 

A 42 de su publicación, el libro en inglés se puede conseguir solo de contrabando, en un archivo PDF en internet o de segunda mano en ediciones añejas. Según Dorfman, ciudadano estadounidense desde 2004 y profesor en la Universidad de Duke, Disney demandará hasta sus últimas consecuencias a quien se atreva a publicarlo. En español el título sigue circulando bajo el sello de Siglo XXI y en cierta medida el tipo de análisis que propone continúa siendo utilizado, pese a sus puntos ciegos, en los pocos estudios rigurosos que en México se realizan actualmente en torno al cómic.

 

Altamente influyente en los escuetos estudios culturales de nuestro país, Para leer al Pato Donald es ante todo un documento histórico que debe leerse sin perder de vista el contexto en que fue creado, es decir, en el marco político de la breve presidencia de Salvador Allende en el Chile prepinochetista de 1970 a 1973. Tanto Dorfman, argentino-chileno, como Mattelard, belga, eran parte del gobierno de Allende y desde las trincheras de la literatura, los estudios culturales y la sociología diseccionaron los productos culturales predominantes en Latinoamérica que, según encontraron bajo la lupa de la teoría de la dependencia, no eran inocentes pasatiempos sino peligrosos vehículos ideológicos que propagaban las ideas de la derecha neoliberal recetada desde Washington.

 

En mayo de 1973, a unos meses de “la mordaza fascista”, Mattelard dictó en la Universidad Central de Venezuela la conferencia El imperialismo en busca de la contra revolución cultural. En la contratapa de Comunicación y cultura, la revista de divulgación en la que se publicó la ponencia, se comprende la postura militante del momento. En esta se llama a “tantos otros interesados en la participación y efectos de la comunicación masiva en el proceso de liberación de América Latina” a “hacer de su práctica de trabajadores de la comunicación, una práctica política al servicio de las luchas revolucionarias”.

 

En esta participación, Mattelard se dedicó a desmenuzar concienzuda y metódicamente a otro inocente producto educativo para la infancia: Sesame Street (Plaza Sésamo). Apegado al marco metodológico que dictaba la tarea, es decir, una comprensión basada en hechos y números de sus elementos materiales —producción, distribución y recepción— además de un estudio semiótico frío de los objetos en sí, Mattelard presentaba un panorama similar al que poco después firmaría junto con Dorfman.

 

Pero lo que en Mattelard era método en Dorfman era audacia, y Para leer al Pato Donald tiene la energía de una bofetada revolucionaria que no se detiene ante nadie y que, además, le habla de cara a sus detractores (“la gran familia de la burguesía criolla” encarnada en el diario El Mercurio) dándoles un marco para “unificar” los criterios con que habrán de descalificarlos en sus Instrucciones para ser expulsado del Club Disney:

 

“Los responsables del libro serán definidos como soeces e inmorales (mientras que el mundo de Walt Disney es puro), como archicomplicados y enredadísimos… miembros de una elite avergonzada (mientras que Disney es el más popular de todos), como agitadores políticos,… como calculadores y amargados (mientras que Walt es espontáneo y emotivo, hace reír y ríe), como subvertidores de la paz del hogar y de la juventud (mientras que Disney enseña a respetar la autoridad superior del padre, amar a sus semejantes y proteger a los más débiles), como antipatrióticos (porque siendo internacional, el Sr. Disney representa lo mejor de nuestras más caras tradiciones autóctonas) y por último, como cultivadores del ‘marxismo-ficción’”.

 

Esta actitud desafiante le costó a Mattelard el exilio inmediato y a Dorfman un purgatorio más largo antes de poder alejarse de su Argentina natal y de su Chile adoptivo ante el golpe de estado de Pinochet. Como narra en un pasaje de su recuento autobiográfico Rumbo al sur, deseando el norte. Un romance en dos lenguas (Planeta, 1998), mientras estaba en Argentina, con la persecución en los talones y desesperado por huir, su “diatriba sobre Disney [lo] perseguía. Era inútil tratar de esconder quién era…, fingir que era un escritor argentino un poco confundido que se había metido por despiste en el pantano político del otro lado de los Andes”.

 

La teoría engendrada en el Chile que aspiraba a asistir a la creación de un estado socialista tuvo un eco importante en Latinoamérica que se nota en textos como Para leer a Mafalda (1975) de Pablo José Hernández; el ensayo La magia de los cómics coloniza nuestra cultura (1978) de Higilio Álvarez Constantino; La fotonovela como una herramienta de dominación cultural y de clase (1978) y Roasting Donald Duck de Cornelia Butler Flora y Jan Flora; Impresiones sobre la cultura popular urbana en México (1977) de Carlos Monsiváis y más extensamente en Mitos y monitos (1979), de Irene Herner.

 

La teoría del imperialismo cultural a la que se apegan estos estudios dejaron una huella que se siente hasta hoy en los estudios de cómics en México, mismos que en su casi absoluta inexistencia revelan los prejuicios de la academia hacia las expresiones populares de carácter masivo que son hoy, como lo fueron durante el siglo XX, los productos literarios de mayor alcance y popularidad en México.

 

En 1979, Irene Herner explicaba: “En México, al igual que en muchos otros países de economía capitalista, ha sido imposible desarrollar las extraordinarias potencialidades de este medio [el de las historietas] de comunicación, como instrumento para elevar el nivel educativo y cultural de sus consumidores, por el hecho de que su producción y distribución se hallan en manos de la empresa privada”.

 

Agregaba: “Profundizar una política para que sea el Estado, y no la empresa privada, el que controle en estos momentos los medios masivos de comunicación resulta una necesidad de primer orden”. Tal vez motivada más por un modelo de socialismo idealizado que por la realidad política del momento, Herner pasaba por alto que el gobierno en efecto estaba a cargo de lo que se publicaba o no en los medios a través de su injerencia directa en los contenidos (a través de la Comisión Calificadora de Publicaciones y Revistas Ilustradas) o a través de su papel como proveedor de las materias primas donde se imprimían —o no— todas las informaciones y entretenimientos del país (PIPSA).

 

En Mitos y monitos encontramos, previsiblemente y de modo análogo al estudio de Dorfman y Mattelard, que figuras como Rarotonga y Kalimán no eran más que manifestaciones gráficas de la lucha de clases, vehículos para perpetuar las relaciones de dominación que mantenían al proletariado oprimido y dócil bajo el yugo de la oligarquía que controlaba los medios de producción.

 

Bajo este modelo de análisis, el lector se presenta como una víctima que no tiene participación alguna en la creación de los contenidos. La realidad en México era que, lejos de comportarse como zombies, los lectores mantenían una relación activa con los productores de las historietas. Como detalla Anne Rubenstein en su estudio de la historia política de la historieta mexicana, “la evidencia irregular sobre los lectores indica que las audiencias encontraban sus propios significados idiosincráticos en las revistas que consumían. Y la evidencia sugiere que estos significados pueden haber sido construidos tanto de los discursos culturales más amplios en los que participaban los miembros de la audiencia como de los detalles o las moralidades de las propias historietas”.

 

Los valiosos estudios acerca de las historietas en los años setenta y ochenta, informados por las teorías de Dorfman y Mattelard, se leen, a cuatro décadas de su creación, incompletos y, algunos dirán, obsoletos dada la evolución de las teorías de la comunicación. El mismo Mattelard advertía en 1980 sobre la trampa de considerar al imperialismo cultural como un deus ex machina, “una fuerza conspiratoria externa que manipula las industrias culturales domésticas”, eliminando de la ecuación las interacciones y tensiones que se dan entre contextos nacionales e internacionales para crear los productos culturales predominantes.

 

Las realidades actuales en nuestro mundo irreversiblemente globalizado no permiten ya la aplicación de un modelo teórico de transferencia cultural pasiva para comprender los vehículos de significado contemporáneos, o sea, los cómics. En este sentido, son muchos los mencionados puntos ciegos que la aplicación del modelo marxista de Dorfman y Mattelard han dejado en los estudios culturales en México. Únicamente en el mundo de la historieta se nos presenta un campo enorme de trabajo que, sin embargo, requiere que nos acerquemos a él con una actitud ante todo comprensiva y dispuesta a documentar y estudiar sistemáticamente y sin prejuicios tanto a sus lectores como a sus más “repelentes” productos (i.e., las tan temidas historietas semipornográficas, etcétera) abordándolos desde modelos de adaptación e hibridación.

 

La falta de una cultura de archivos públicos en nuestro país le dificulta al investigador la tarea de realizar estudios retrospectivos sobre el cómic, pero podemos comenzar de cero (o casi) a archivar y estudiar seriamente en una dimensión estructural los productos gráficos que proliferan actualmente desde el mainstream y, más consistentemente, desde una vibrante escena alternativa liderada por jóvenes que tal vez nunca aprendieron a leer al Pato Donald y tal vez nunca lo harán. Y eso está muy bien.

 

*Fotografía: “Para leer al Pato Donald” enfrentó la censura en los Estados Unidos / Especial.

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