La lectura como práctica de la libertad

Nov 22 • destacamos, Lecturas, Miradas, principales • 9743 Views • No hay comentarios en La lectura como práctica de la libertad

 

POR JAVIER MUNGUÍA

 

Me resultan antipáticos los intentos de algunos lectores pretendidamente avezados de censurar el entusiasmo con que otros lectores promueven su vicio. Si estos dicen que leer es mágico, aquellos, con ceño fruncido de seudointelectuales, opinan que no, qué cursilada. Si estos osan afirmar que leer es felicidad, aquellos se apresuran a desmentirlos: tampoco es eso, sino algo más complejo. Si leer es viajar a otros mundos, y aunque la metáfora venga respaldada por escritores de la talla de Rulfo, Vargas Llosa, Ende y muchos otros, de ninguna manera: no mitifiquemos la lectura. Si leer nos hace mejores, ¿cómo se te ocurre?, y no les faltan ejemplos de grandes lectores que a la vez fueron canallas consumados.

 

En mi opinión, cada cual tiene el soberano derecho de encontrar en la lectura magia, felicidad, viaje, mejoría, conocimiento, entretenimiento, y de usar sus hallazgos como carnada para pescar lectores nuevos. Nadie tiene derecho, en cambio, de plantear la lectura como una obligación (¡flaco favor le haría!) ni de sugerir que los no lectores son necesariamente personas incompletas, limitadas, ignorantes, y los lectores, lo contrario. Lo limitado, en todo caso, sería pensar que esos hallazgos están sólo en los libros. Este es el argumento central del iluminador ensayo Leer bajo su propio riesgo, de Juan Domingo Argüelles: una defensa apasionada de la lectura como un acto de libertad y un prontuario muy completo sobre el acto de leer y sus diversas aristas. Aquí solo tocaré unos cuantos, pero son numerosos los puntos en torno a la lectura que el libro aborda y sugiere, un libro que defiende ante todo el placer de leer y que es, a su vez, una lectura placentera que se puede abrir por cualquiera de sus apartados siempre con provecho por su lucidez y erudición fértil, nunca presuntuosa.

 

Con Borges y Pennac, Domingo Argüelles sostiene que el verbo leer no tolera el imperativo. No puedo estar más de acuerdo. Soy padre de dos hijas, y con lo mucho que me importan los libros, no querría jamás que la biblioteca familiar fuera para ellas un lugar de castigo, sino, como creo que ha sido, una invitación persuasiva. Suscribo la idea de Domingo Argüelles según la cual la lectura es, antes que nada, una forma de felicidad que va más allá del conocimiento que pueda obtenerse de ella, y, como bien recuerda Borges, “no se puede obligar a nadie a ser feliz”.

 

Hace bien Domingo Argüelles en recordarnos que leer no es el camino, sino un camino que debería ser elegido y no impuesto. Ya en Escribir y leer con los jóvenes, los adolescentes y los niños cuestionaba que a nadie se le ocurriera juzgar como una tara del espíritu el no saber una palabra de, por ejemplo, deportes, agricultura, cine, ciencia, música, mientras que no es poco común que se intente creer culpa en quienes no leen, como si su desinterés fuera un pecado mayor. En Leer bajo su propio riesgo insiste con la idea y afirma que leer parte de una necesidad, que no todos sienten y que no tienen obligación de sentir.

 

En todo caso, lo que los promotores de lectura deberían procurar es que la oportunidad de descubrir el gozo y los otros beneficios de la lectura lleguen de manera eficaz a los lectores potenciales, “propiciar los encuentros con el libro” tomando en cuenta que leer no siempre es cuestión de voluntad, sino que en el hacerlo o no hacerlo intervienen factores socioeconómicos: “Cuando la necesidad obliga a las personas a ocupar la mayor parte de su tiempo en busca del sustento, es imposible que se vuelvan lectoras nada más porque hay un insistente discurso bienintencionado que leer es importante, placentero, prestigioso, informativo, glorioso y que, además, les reportará mejoría” (p. 41).

 

Si bien defiende el derecho de los lectores de elegir sus lecturas según sus intereses, sin la obligatoriedad de recurrir al canon o a las lecturas prestigiosas, Domingo Argüelles advierte sobre la falsedad de que todo libro es bueno. Los libros nos configuran, sí, pero para bien o para mal, ya que no son objetos neutros. Es evidente que asimilar sin sana distancia crítica Mi lucha, de Hitler, que el autor menciona, o algunos libros del Antiguo Testamento, podría llevarnos a legitimar el genocidio en nombre de la religión o la ideología. Es mentira, pues, que los libros nos vacunen siempre contra la barbarie, pero no lo es que algunos tienen la posibilidad de hacerlo. Lo cierto es que la lectura, por sí misma, despojada de la ética, no basta: no se entiende de otro modo que una novela tan bella y sensible como El guardián entre el centeno, de J. D. Salinger, haya inspirado más de un asesinato.

 

La libertad para leer o no leer es una de las premisas centrales de este libro, con una excepción: cuando se habla de la lectura como un fin en sí mismo. En repetidas ocasiones, el autor prescribe el acto de leer no como una meta sino como un medio. Leer, pues, no sería significativo por sí mismo, sino por lo que nos revela de la vida, pues los libros “no son la vida ni pueden sustituirla”. Recomienda Domingo Argüelles no olvidar todo lo demás en nombre del único placer de la lectura e incluso llega a atacar la excesiva lectura que nos distraería de vivir.

 

Tal vez sea este el único punto en el que estoy en total desacuerdo. En primer término, me parece muy cuestionable oponer lectura a vida, como si aquella no formara parte de esta. Nunca se dice “haz menos deporte y vive más”, “ten menos sexo y vive más”, “viaja menos y vive más”. En cambio, la lectura sí suele ser víctima común de esa dicotomía engañosa que incluso convence a un lector tan enamorado de los libros como Domingo Argüelles. Por otro lado, así como este reconoce la autonomía de las personas para leer o no leer, y para elegir sus lecturas, podría considerar un derecho del lector el “aturdirse de literatura” si así lo desea, para usar los términos flaubertianos que el mismo Domingo Argüelles nos recuerda. Si la lectura es un placer entre muchos, es potestad del lector decidir en qué cantidad lo frecuenta y con qué fines. No puedo dejar de recordar aquí la conmovedora historia de Margaret Trask, que no encontró en su entorno cotidiano pero sí en las novelas románticas que leía y escribía las emociones sublimes deseadas, y que a esos libros dedicó casi la totalidad de su vida.

 

*Juan Domingo Argüelles, Leer bajo su propio riesgo, Ediciones B, México, 2014, 384 pp.

 

*Fotografía: En “Leer bajo su propio riesgo” Juan Domingo Argüelles retoma la temática de la divulgación de la lectura / Especial.

 

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