Leñero y la máquina de escribir

Dic 6 • Conexiones • 3534 Views • No hay comentarios en Leñero y la máquina de escribir

 

POR MARCO ANTONIO CERVANTES

 

Para los que pasamos por las aulas universitarias en la década de los noventa, el nombre de Vicente Leñero nos remitía a un ser mitológico: “Ni siquiera se atrevan a molestarlo, nunca les dará una entrevista”. “Es un cuate muy ocupado”. “Sólo Julio Scherer tiene su teléfono”. Pese a esas referencias que nos remitían a un ogro con máquina de escribir lo leíamos con reverencia que rayaba en el fanatismo.

 

Sus textos fueron, siempre, un ejemplo insuperable de cómo resolver el enigma ancestral de contar algo bien. Aún recuerdo la impresión de la lectura de Asesinato: un reportaje trepidante que buscaba reconstruir el famoso caso de un doble homicidio ocurrido en la Ciudad de México el 6 de octubre de 1978. El relato pretendía atar todos los cabos en una investigación que ponía a prueba a la realidad misma. Los recuerdos que viven en nosotros de los libros predilectos son caprichosos. Pese a que la lectura de esa novela sin ficción la he hecho en una sola ocasión aún recuerdo perfectamente algunas de las escenas que reconstruyó el periodista en ese libro.

 

Leñero contradijo algunos de “los buenos modales” del cronista canónico. El periodista registró con un estilo inconfundible la crónica donde validó con su talento la primera persona del singular: yo soy mi historia. Por ejemplo, en La gota de agua relata el infierno tan temido de quedarse sin agua: “Me sentí anticipadamente mugriento, sudoroso, oliendo a chivo, barbón”.

 

En 1996 Leñero publicó “El día que Salinas pensó ‘trascender’ a Julio Scherer”. La trama es fácil de resumir: el hombre más poderoso de México invita a conversar al entonces subdirector de la revista Proceso. No conozco otro texto donde se sugiera entre líneas tanta tensión, ironía y una lista inolvidable de descripciones: “Entonces llegó Carlos Salinas. De traje azul marino cortado por el mismísimo Dios”. El texto es un duelo de diálogos que tiene como escenario un hermoso jardín y el tintinear de hielos en vasos con coca cola.

 

Desde hace algunos años Leñero publicaba una columna en la Revista de la Universidad de México. Cada mes escribía la semblanza anecdótica de un personaje de las letras. Exquisitos joyas que se tendrán que recopilar y reunir en un solo volumen. Los textos se planteaban como testimonios con una anécdota principal. Estupendos, irónicos e inteligentes, no dejaban títere sin cabeza: García Márquez, Monsiváis, Pérez Gay, Granados Chapa. Pese a la “simpleza” de la forma, Leñero alardeaba de una técnica estupenda y depurada en cada entrega: el maestro nunca dejó de enseñar.

 

Hace muy poco tiempo encontré una errata en uno de sus libros más recientes. La imprecisión era mínima. Con la humildad del alumno que le encuentra un error a uno de sus mentores le escribí un recado y se lo puse en su buzón, en San Pedro de Los Pinos. Me acercaba a la temida guarida del cronista. El maestro trabajaba detrás de ese zaguán: Leñero y su máquina de escribir.

 

* Fotografía: Vicente Leñero / Archivo EL UNIVERSAL

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