“Todas las lenguas tienen historias”

Mar 28 • Conexiones, destacamos, principales • 3309 Views • No hay comentarios en “Todas las lenguas tienen historias”

Conversación con Fabio Morábito

 

POR VICENTE ALFONSO

 

 

Entre los títulos que llegan a las mesas de novedades esta temporada destaca Cuentos Populares Mexicanos, volumen de casi seiscientas páginas publicado por el Fondo de Cultura Económica. Se trata de una compilación de relatos orales provenientes de distintas regiones del país. Conviven en este libro cuentos chontales, tarahumaras, otomíes, tzotziles… reunidos y reescritos en clave literaria por uno de los más hábiles exponentes de este género en México: Fabio Morábito.

 

“El presente libro reúne sólo cuentos, no mitos ni leyendas y mucho menos anécdotas o cualquier otro tipo de narrativa tradicional”, aclara Morábito en un prólogo en el que deja claras las características que distinguen al cuento de otros tipos de relato, y especifica que, más que limitarse a ser un mero recopilador y prologuista, debió asumir la difícil tarea de reescribir no pocas entre las ciento veinticinco historias contenidas en el volumen.

 

En entrevista exclusiva con Confabulario, el ensayista, poeta y narrador abordó la utilidad de los cuentos en nuestra vida diaria, las diferencias entre contar una historia en voz alta y hacerlo por escrito, así como las dificultades y los hallazgos que implicó el armado de este libro.

 

 

Hay una división entre el cuento como producto literario y el cuento como elemento de la tradición oral. ¿Cómo visualiza usted esta separación?

La tradición oral es mucho más larga que la escrita. El cuento oral siempre ha existido, y el cuento escrito conserva muchos de los recursos y de las estrategias del cuento oral tradicional. Pensemos simplemente en el suspenso y en el final sorpresivo, herramientas que ya están en la oralidad de una manera incluso más intensa. De hecho la escritura ha ido atenuando estos recursos y buscando por otro lado, por ejemplo el carácter de los personajes, elemento que en la oralidad prácticamente no existe, pues son muy arquetípicos. Los cuentos sobre todo le apuestan a las peripecias que le ocurren a la gente más que a la interioridad y la sicología, esto ya es un invento de la literatura.

 

¿Por qué en ciertos ambientes se percibe una devaluación de los relatos orales?

Se le presta poca atención porque lo que ha hecho la literatura frente a la tradición oral es devaluarla. No nos damos cuenta porque estamos tan identificados con el mundo de la escritura, que sólo un analfabeto puede percibir el secreto y a veces no tan implícito desprecio que el mundo de la escritura siente hacia el mundo analfabeto. Se considera entonces que la tradición oral es una especie de remanente primitivo frente a la tradición literaria, cuando en realidad son dos mentalidades y dos formas de contar completamente distintas. Acabo de apuntar algunos rasgos de esta diferencia, pero en realidad podríamos seguirnos. Por ejemplo: para mí el rasgo principal de un relato oral es que se cuenta a varias personas a la vez y por lo tanto el que oye participa de una mínima comunidad. Es muy diferente escuchar una historia cuando se está en grupo que cuando se está a solas con el autor y además sin sonido. Las diferencias estructurales son fundamentales y determinan el tipo de recepción, las expectativas del lector o del oyente y las estrategias mismas de las historias que cambian fundamentalmente.

 

En el prólogo a Cuentos Populares Mexicanos usted dice que los cuentos, a diferencia de los mitos, son una advertencia: lo que estamos leyendo le podría pasar a cualquiera de nosotros. ¿Podemos decir que por eso los cuentos nos resultan más cercanos?

Claro, porque en los cuentos los personajes son como nosotros: les pasa lo mismo que nos podría pasar a nosotros, y además actualizan constantemente nuestros problemas, mientras los mitos simplemente describen un estado de cosas inmutable que representa el marco en donde nos movemos. Podríamos decirlo así: el mito describe los ingredientes de lo que comemos, pero son los cuentos los que nos dicen cómo comemos, de qué manera. Por eso son fundamentalmente distintos. Parte de las dificultades en mi trabajo de recolección de los cuentos para este libro fue el hecho de que muchas veces esa diferencia entre cuentos y mitos no se respeta, a veces ni siquiera se percibe. Entonces vemos muchas colecciones de narrativa oral o tradicional donde se mezclan cuentos, mitos, leyendas e historias de vida. El cuento como género se ve acosado por esos otros que tienen similitudes con él, pero que carecen de eso que tienen los cuentos que para mí es el suspense en sentido general. No es que siempre deba haber un asesino y debamos buscar un culpable, pero sí un estado de anomalía, de cosa insólita frente a la realidad a partir de la cual nos preguntamos cómo va a ser posible que se reestablezca la normalidad de todos los días. La solución de ese enigma es propiamente del cuento, no de la leyenda.

 

¿Podría hablarnos de las diferencias entre trabajar estos relatos y escribir sus propias ficciones?

Diría que fue el mismo trabajo. Cada vez me convenzo más de que la escritura en general exige su propia lógica, y el escritor lo que hace es obedecer el desarrollo de un poema o de un cuento. La mayor objetividad, por así decirlo, que yo sentía frente a esos cuentos que no eran míos, sino cuentos que yo reescribía, fue una sensación que no es muy diferente de la que he sentido al escribir mis propias historias porque llega un momento en que mi poder de decisión frente a mis propias historias se ve sumamente reducido: más que decidir lo que va a ocurrir, tengo que intuir qué es lo que demanda la historia, como si fuera la historia de otro y yo estuviese reescribiéndola. Llega un momento en que las correcciones, las insatisfacciones que yo sentía de pronto y que me llevaban a corregir o a probar una nueva versión de esos cuentos eran el mismo tipo de insatisfacción que siento cuando escribo mis propias historias.

 

¿Cómo fue el trabajo de contrastar distintas versiones de un mismo relato para decidir cuál versión se quedaba?

En realidad la originalidad no es el elemento predominante de los cuentos orales. Las historias arquetípicas, las que dan vida a todas esas variantes, no son muchas. Donde se decide la riqueza de esa literatura es justamente en las variaciones, allí sí hay buenos narradores y malos narradores como hay buenos escritores y malos escritores. Suele ser una literatura de combinación de elementos, de motivos. El motivo es el componente esencial de esa literatura, por eso Vladimir Propp pudo escribir un libro sobre la tipología de esos cuentos. Los podemos localizar, y la pericia de cada narrador está en utilizarlos de la manera lo más diestra posible para atrapar a su público. Hay historias que de boca en boca se enriquecen, otras se empobrecen, y eso depende no sólo de quién narra, sino del tipo de reacción del público ante el que se narra y que demanda que la historia se alargue si está muy interesado, o da muestras de aburrimiento y eso obliga a cortarlo… son muchos los elementos que hacen que un cuento oral realmente no sea un texto. Texto es el cuento escrito, y nuestra mentalidad está conformada por esa idea de un texto inamovible, perfecto dentro de sus elementos, que tiene un comienzo y un desenlace. No hay una palabra capaz de dar esa idea de todo lo que ocurre cuando se narra un cuento oralmente, que es la participación del público aunque esté callado, a través de miradas y gestos. Hay algo de ritual al escuchar una historia en grupo dicha por una persona. En la escritura, en cambio, el lector lee en silencio el libro de alguien a quien no conoce, a quien muchas veces no ha visto ni en foto, de modo que se establece una relación mucho más racional, mucho más exigente desde el punto de vista de la lógica.

 

Hablamos ya de buenos y malos narradores, pero ¿cuál es el papel del recopilador?

Todo es una larga cadena de mediadores. Yo soy un mediador más en esa cadena donde no hay historias originales: no podemos decir quién fue el primero que inventó la historia de Hansel y Gretel, que se llama así porque los hermanos Grimm le pusieron ese nombre, pero por supuesto es una historia que recoge variantes muy anteriores. No podemos llegar al original, sería una búsqueda quimérica. No existe de hecho, porque todo es variaciones sobre variaciones. Todos somos mediadores y vamos construyendo una historia que no termina nunca de alcanzar su plenitud, pero que alcanza momentos más afortunados que otros. Mi trabajo consistió en encontrar las variantes más afortunadas, más eficaces literariamente, pero claro, las mediaciones son infinitas. Pensemos en las historias contadas originalmente en lengua indígena, lo cual supone que hay una traducción en primer paso, muchas veces hecha por el mismo narrador o bien por un informante que traduce esa historia narrada originalmente en otra lengua. Luego llego yo que rehago esas historias con una clara intención estética y literaria y sobre todo con una clara mentalidad de escritura. Un aspecto que cuidé mucho fue no remedar el estilo oral. Me hubiera parecido un fraude hacer creer que yo estaba trasladando a la letra escrita la oralidad viva de esas personas, así que decidí cortar por lo sano y respetar la profunda distancia que hay entre lo escrito y lo oral y trabajar esos textos con plena consciencia escritural y con todas las adulteraciones que eso supone. Pero como ya hemos visto que todo es una larga cadena de adulteraciones y de mediaciones, eso me daba cierta libertad de conciencia para trabajar en lo que yo sé hacer, que es dentro del referente literario.

 

¿Cuánto tiempo le llevó armar esta compilación y cuáles fueron las dificultades principales?

Alrededor de cuatro años. Lo que más me llevó tiempo fue la lectura y la búsqueda de material, porque es un material muy escurridizo. Uno puede encontrarse un cuento oral en una monografía antropológica que por su título no hace sospechar que allí pueda haber una historia o un cuento. Tuve la suerte de contar con alguien que está armando un banco de datos de cuento rural y que me proveyó de una bibliografía bastante nutrida, pero también hubo que rastrear muchas cosas en bibliotecas. Habría que armar un equipo de buscadores, y lo ideal sería que además de buscadores bibliográfícos incluyera también buscadores orales, gente que saliera al campo y rescatara la literatura oral de todas las lenguas que se hablan en México, pues es inimaginable una lengua que no tenga historias.

Lo ideal sería que ese libro fuera creciendo en sucesivas ediciones y que pudiera contar cada vez con más variantes para aumentar el menú imaginario con historias nuevas, pero también con proveniencias lingüísticas diferentes.

 

Entonces en este caso lo ideal sería que, en lugar de que el texto sirviera para fijar los relatos, el libro adquiriera el carácter cambiante de lo oral.

Claro, sería quizá lo más fiel al material del que se nutre: ser él mismo una especie de travesía como los cuentos son travesías. Obviamente la escritura congela, petrifica. Me gustaría que ese libro fuera creciendo no necesariamente de mi mano, sino que otros fuesen agregando historias.

 

 

Fabio Morábito, Cuentos populares mexicanos, compilación y adaptación, FCE-UNAM, México, 2014, 595 pp.

 

 

*En Jueves de Corpus, Orlando Ortiz hace una crónica de la represión al movimiento estudiantil mexicano del 10 de junio de 1971 / Foto: EL UNIVERSAL

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