Daniel Guzmán: rock por la muerte
POR GERARDO LAMMERS
Daniel Guzmán (DF, 1964) es un extraordinario dibujante, pero se podría decir que lo suyo, lo suyo, lo suyo, es el rock. El título de su más reciente exposición, Death Never Takes a Vacation está tomado de una canción de El Reverendo Gary Davis, un bluesman que influyó a músicos como el propio Jerry García de Grateful Dead. La muestra, que consta de 65 obras en formato mediano –pertenecientes a la serie Chromosome Damage–, realizadas en acrílico, pastel y carbón sobre papel estraza (el mismo que se usa para envolver las tortillas), marca el regreso de Guzmán a la galería Kurimanzutto luego de algunos años de ausencia. Los dibujos también pueden ser vistos como pinturas en las que se aprecian ecos a Orozco (en el trazo y la temática) y a Chucho Reyes Ferreira (en el uso del color). O bien, como riffs alusivos a la Madre Tierra, a la mujer, al monstruo, a la metamorfosis. A la vida. O a su contraparte. En el nuevo disco de la banda Pellejos, de la cual forma parte, ha escrito por primera vez una canción: “La muerte es perfecta”.
¿Cuál fue el detonante de este nuevo grupo de obras que estás haciendo?
Mi amor por la escultura azteca, en especial por la Coatlicue, por la diosa de la Madre Tierra.
¿En qué momento comienza esta fascinación?
Creo que es más bien mi reencuentro con mi parte india. Crecí en la ciudad de México, pero también en La Mixteca. Era un niño de la ciudad totalmente imbuido por la televisión, la cultura popular, los cómics y todo ese rollo, pero, por otro lado, siempre había un momento en mi vida en que me iba al campo, a la montaña, con la gente que cultivaba la tierra. Y creo que estoy haciéndome para atrás, no sé cómo explicarlo; a lo mejor tiene que ver con esa fascinación por ciertos íconos y ciertas figuras y ciertos paisajes de la cultura azteca. Finalmente es esa fascinación por algo que está aquí, que está permeando todo el tiempo a la ciudad de México.
La entrevista ocurre en la galería. Le propongo que me lleve a ver sus grandes hits. Comenzamos justamente por la única que tiene formato horizontal: su versión remasterizada de la Coatlicue con el rasgo distintivo que la caracteriza: la falda de serpientes. Junto a ésta hay por ahí dos o tres dibujos con textos a lápiz, frases de Camus y de Sartre. Calaveras que, aún con peluca, no dejan de ser calaveras. “Estaba leyendo de nuevo La náusea. Me encantó la forma en que el protagonista visualiza su vida, en retrospectiva, ¿te acuerdas de la novela? Hay ciertos momentos en que él está parado, viendo el paisaje citadino y todo se empieza a disolver”, cuenta.
Hay dos claras influencias que veo en estas obras y me gustaría corroborar si están presentes para ti. Una es José Clemente Orozco y la otra es Chucho Reyes Ferreira.
Totalmente. Orozco siempre ha sido y es mi pintor favorito de México de todas las épocas. Y también me gustan mucho los dibujos de Chucho Reyes que hacía sobre esos papeles de china.
Y si a influencias vamos, Guzmán también menciona a Guston y a De Kooning. Y, claro, a Hermelinda Linda, que siempre lo acompaña. También es posible encontrar ecos de Munch, sobre todo en esas mujeres que lanzan sus excreciones (“bolitas de popó” las llamaría el monero Jis) sin ningún recato. Y por ahí hasta se podría colar Toulouse-Lautrec.
¿Por qué usaste papel estraza?
Siempre he trabajando con él, desde que era estudiante. Mi maestro Gilberto Aceves Navarro nos decía que compráramos ese papel, para que lo rompiéramos, para que lo destruyéramos, para que no nos preocupara nada en absoluto.
Guzmán trabajó estas obras, una tras otra, dos o tres al mismo tiempo, dibujando, pintando, esculpiendo directamente sobre el papel. Así, por la serie desfilan las transformaciones de la Coatlicue, que se va convirtiendo en una y a la vez muchas mujeres impúdicas, felinas, dispuestas a sorprender al espectador con sus caras burlonas (en el mejor de los casos), sus racimos de tetas y sus pitos como serpientes (o viceversa).
Nos detenemos a apreciar a un ser ataviado con un extraño calzado. Le pregunto si se trata de una mujer. “Sí”, responde, “pero tiene una botas como de Kiss”.
¿Por qué es tan importante el rock para ti?
Porque el rock tiene este impulso vital de agarrarte. El buen rock te cimbra, te lleva, te conmueve. Y al mismo tiempo te da un golpe, te hace ver la realidad. Te dice: esto es así. Como el blues que te dice: esta confianza que tienes puede ser destruida inmediatamente por un riff, ¿no?
Deep Purple, Led Zeppelin, Creedence, Iggy Pop, Johnny Rotten y Bob Dylan son algunas de sus influencias sonoras, pero, como se puede apreciar, también visuales. Y cómo olvidar a Jim Morrison: el primer disco que Guzmán tuvo se lo regaló su papá: un vinil de los grandes éxitos de Los Doors.
Encuentro que hay un asunto existencial en tu obra, que el rock de alguna manera aligera.
Claro. Sí, sí, sí. Yo creo que el meollo del asunto es ése: la existencia: ¿Quiénes somos? ¿Por qué estamos aquí? ¿Qué es lo que nos conmueve? ¿Qué es lo que nos gusta? ¿Qué nos da placer?
Y, bueno, me parece que además eres alguien que gusta de la literatura y un poco de la filosofía.
Pues más que nada me gusta leer ficción y no me meto con la filosofía, a menos que sea muy necesario. Me gusta Nietzsche…
Sartre.
Sartre, claro. Cuando estaba en la prepa había leído mucho La náusea. Y de pronto vuelvo a tomar el libro y me brinca toda esta cuestión que te decía de la visión del personaje de la novela, en donde al final se le acaba disolviendo todo frente a él, esa seguridad sobre lo que está pasando. Todo se empieza a romper. Esa idea me gusta mucho: la de la materia oscura, la de que el universo se está disolviendo y nosotros estamos aquí aguantando un poquito y haciendo planes para mañana.
Otro grupo de obras se caracteriza, precisamente, por esta disolución, esos desvanecimientos; ese fluir de ojos, pezones y deposiciones.
“La muerte nunca se va de vacaciones” es una frase que habla del pasado y el presente de México.
Y de todo el mundo —se ríe—. Es tan actual. Es lo continuo, es lo que sucede todo el tiempo. La muerte es lo único que está presente todo el tiempo. Es lo que está ahí.
Si pensamos en esta época tan siniestra que estamos viviendo en el país, ¿encuentras vasos comunicantes entre lo prehispánico y lo contemporáneo en relación a los cultos a la muerte?
Creo que hay muchas manías. Se dice que son leyendas. Hay ritos en las matanzas de los narcos, rituales cercanos a los sacrificios que hacían los aztecas. Desollamientos, decapitaciones.
¿Tenías presente todos esos asuntos al momento de hacer estas obras?
No, no. Eso yo ya lo había abordado en otra serie que se llama El Gráfico… Lo importante, creo yo, es la presencia de la muerte. Nada más que no la queremos ver, la queremos ocultar. Nos queremos distraer de otras maneras para pasar el tiempo en lo que nos llega. Creo que en este caso se trata de una reflexión más interior. Es más hacia mí. Tiene que ver con prepararme para cuando venga. Lo he estado pensando: ¿Qué actitud tomaré? ¿Qué pasará? ¿Me daré cuenta? ¿Visualizaré ese momento? Digo, porque me ha tocado ver fallecer a varias personas que quiero. Vi morir a mi madre y a mi padre. Y a mi abuela. Entonces esas experiencias te marcan.
¿Sigue entonces este viaje alrededor de la muerte que es muy evidente en una de tus anteriores exposiciones, Materia oscura?
Sí. De otra manera pero sigue. Yo creo que va a seguir hasta el final.
Terminamos hablando de Pellejos, el grupo que ha formado junto con Mariano Villalobos (batería), Esteban Aldrete (guitarra), Nacho Perales (voz). “Y yo, Daniel Guzmán, en el bajo”, dice, como si estuviera arriba del escenario. El grupo, aclara, no es un proyecto de arte contemporáneo, sino una banda de gente que realmente se dedica a hacer música. Se llama así, cuenta, porque un día que Villalobos, de 62 años, estaba viendo su reflejo, el espejo le dijo que así se tenía que llamar la banda. En los próximos días comenzarán a presentar su material más reciente, Soy cavernas. Casi todas las letras las compone Villalobos, con excepción de la ya mencionada, “La muerte es perfecta”.
¿Y de qué va?
Pues de eso: de que la muerte es perfecta —se ríe otra vez—. De que finalmente es como un viaje en carretera. Decimos que es nuestra versión de “L.A. Woman”, pero versión Pellejos.
*Death Never Takes a Vacation permanecerá abierta al público hasta el 2 de mayo. La galería Kurimanzutto se encuentra en Gob. Rafael Rebollar 94, San Miguel Chapultepec, ciudad de México / Foto: Germán Espinosa