Nielsen I: los conciertos
POR IVÁN MARTÍNEZ
Hablar de Carl Nielsen (1865-1931) no debería suponer la rareza que es, por lo que cualquier texto alrededor suyo inevitablemente surge de una máxima que ha rondado el medio musical desde hace poco más de medio siglo y que parece no haber tomado fuerza sino justo antes de la celebración de su 150 aniversario: hablamos, injustamente, de uno de los compositores más desestimados en la historia de la música, quizás el más.
Puede tratarse de su lejanía, tanto la geográfica como la que existe estilísticamente con sus pares escandinavos: Grieg en Noruega y Sibelius en Finlandia; hablar de la figura nacional única, supone para muchos un aire nacionalista que difícilmente se encuentra en Nielsen. Su país, Dinamarca, fue también el que más tarde llegó al concierto de las naciones, donde no figuró hasta las giras internacionales de la Orquesta de la Radio Danesa, que comenzaron en 1950.
Puede haber también, y recuerdo a Moncayo, algo de cierto en la falta de pretensión: la misma que le permitió desarrollar su romanticismo tardío a niveles de lenguaje universal, más preocupado por la naturaleza humana que en la de su patria; y una inclinación más bien íntima, personal, mirando hacia el resultado de una música (cito a su biógrafo Robert Simpson) no de escala heroica, sino con sustancia alejada de toda superficialidad. Logró ambas cosas y los ejemplos más claros se encuentran en su obra sinfónica en general; en los conciertos en particular.
Para justicia del propio Nielsen y los melómanos, están los discos. Para el lector curioso que quiera adentrarse a este mundo sonoro, he elegido un puñado de ellos –de reciente manufactura- con sus tres conciertos como primer acercamiento.
El de violín, escrito en 1911, ha encontrado en la joven violinista noruega Vilde Frang (1986) un espléndido paladín. Su disco del 2012 (Warner) sigue siendo novedad: acompañada por la Orquesta de la Radio Danesa, con Elvind Gullberg Jensen a la batuta, ha presentado una versión llena de firmeza, en la que toca con mucha exuberancia, pero exenta de superficialidad o falso lirismo. Frang toca con un sonido muy asentado tanto en los pasajes virtuosos como en los cantábile, con una frialdad que resulta rústicamente bella y característica. Sin embargo, orquestalmente no contiene la riqueza de textura que uno esperaría de una de las orquestas nacionales; su sonido es potente, pero no tan controlado como la mano derecha de la solista.
Ésa debiera ser la referencia de la discografía moderna, aunque tratándose de una de sus obras más clásicas en cuanto a la forma y también una de las escritas con lenguaje plenamente romántico, la tecnología nos ha devuelto remasterizada la más importante: la que Yehudi Menuhin grabó en 1952 para la RCA al lado de Mogens Wöldike dirigiendo la Orquesta Sinfónica Nacional Danesa. Un disco tratado injustamente por la época pero que en la distribución actual (EMI y Naxos) debería servir para juzgar este Concierto en su justa dimensión: al lado de los de Sibelius y Tchaikovsky.
La de Menuhin es una grabación menos exuberante que la de Frang, pero también mucho más personal. Orquestalmente, su acompañamiento es menos protagónico, lo que permite cantar más al solista. En el sonido general, aun remasterizado, permanece el sabor añejo de una grabación de la época, pero permite distinguir bien la resonancia del instrumento de Menuhin, quien ofrece una pronunciación más idiomática a la obra, menos desbordante y más sutil en su fraseo.
Vino luego para Nielsen el proyecto de escribir cinco conciertos para instrumentos de aliento: cada uno para cada miembro del Quinteto Danés, pensados como retrato de las personalidades de los dedicatarios. Sólo alcanzó a escribir el de flauta (1926) y el de clarinete (1928), su última obra orquestal y la que goza de mayor presencia en las salas de concierto.
Prolífico como fue en todos los ámbitos, el legendario Wolfgang Schulz dejó para la posteridad la postproducción de la grabación que hizo del concierto para flauta con su propia Camerata Schulz (Camerata Tokyo, 2014) poco antes de morir en 2013. Sin su supervisión, es quizá el disco menos logrado de su extensa discografía, con pasajes de sordedad y sin uniformidad en el resultado del audio; sin embargo, posee musicalmente las mejores cualidades para esta obra: además del sonido excepcionalmente bello del solista y una articulación precisa sin ser incisiva (balance difícil de encontrar en la oferta existente), una lectura orquestal ecuánime, con suficiente presencia y cuidado detallado de una característica muy propia de los conciertos de Nielsen: el diálogo entre el solista principal y los solistas obligados dentro de la masa orquestal.
Al igual que en ése, el cuidado de esos detalles orquestales llamó mi atención tanto como el sonido notable de su solista, robusto, redondo, para elegir mi referencia actual al concierto para clarinete: el que Julian Bliss presentó hace unas semanas (Signum, 2014) con la Royal Northern Sinfonia dirigida por Mario Venzago. No se escucha la riqueza de texturas escuchada en grabaciones dirigidas por Salonen o Blomstedt, pero sí la energía y frescura inexistentes en grabaciones otrora consideradas clásicas.
*La violinista noruega Vilde Frang presentó en 2012 su versión del Concierto para Violín del compositor danés Carl Nielsen / Foto: Especial
« La Bella Durmiente: un desastre inolvidable Octavio Paz a tres voces »