Infancia y cine, un recorrido en 10 películas

Abr 25 • Conexiones, destacamos, principales • 8487 Views • No hay comentarios en Infancia y cine, un recorrido en 10 películas

 

POR MAURICIO GONZÁLEZ LARA

@mauroforever

 

 

El “día del niño” se acerca y no, no hay escape posible.

 

En los próximos días comenzará el bombardeado de cientos de exhortaciones para celebrar la infancia, no sólo en el sentido literal de festejar a los pequeños, sino en el de proteger lo que la sicología new age ha denominado como el “niño interior”. Los únicos oasis para protegerse de los maratones de películas de Marvel, Pixar y Dreamworks serán los canales pornográficos y deportivos.

 

Poco se puede hacer al respecto: si bien no faltará el crítico que se lamente de no disfrutar el legado de Hayao Miyazaki en los canales de Televisa, lo cierto es que el consumo cultural de los niños está centrado en superhéroes y la animación dominada por las directrices estéticas y temáticas de Pixar y sus imitadores. No es gratuito, entonces, que la discusión sobre infancia y cine suela reducirse a productos culturales, y no a la representación de los niños en las narrativas audiovisuales. Más aún, la tendencia pop de equiparar infancia con bondad y lindura ha derivado en que con frecuencia se consideren a las películas protagonizadas por niños como expresiones menores o ñoñas.

 

Es un error que va en contra de una verdad casi absoluta: los niños –o mejor dicho, el retrato de los infantes en pantalla– constituyen, en buena medida, la esencia del cine. Desde luego: las actuaciones infantiles más memorables son proyecciones adultas que por lo general desean reflexionar sobre un tema sustantivo; sin embargo, ni siquiera el director más estricto puede evitar que el niño exhiba un espíritu al margen de toda disciplina y normatividad. Esas epifanías, como bien apunta Mark Cousins, crítico cinematográfico y director de A Story of Children and Film, definen al arte cinematográfico. La pantalla luce más viva cuando los realizadores permiten que los niños sean impredecibles frente al lente. Las películas más logradas sobre la infancia, apunta Cousins, son de doble autoría: le pertenecen al realizador, pero también a los niños que actuaron en ella: “No importa si hablamos de Steven Spielberg, Francois Truffaut, Luis Buñuel o Jafar Panahi: el director termina por seguir el ritmo caprichoso del pequeño histrión. Los niños pasan de una emoción a otra con intensidad y rapidez, sin necesidad de disfrazar su vulnerabilidad. Eso es maravilloso. Sólo el cine puede capturar a plenitud esa ingobernabilidad”.

 

Timidez, belicosidad, aventura, soledad, ensoñación y pérdida, sobre todo pérdida. Para Cousins, estas son las características que definen a los retratos más logrados de la niñez en el cine. Fieles a este criterio, presentamos una lista de cintas clave sobre los claroscuros que conforman la experiencia infantil. El objetivo no es celebrar al niño como un sinónimo de blancura, sino festejarlo como el origen de lo que somos y podemos llegar a ser.

 

            El Chico (1921). La película definitiva sobre el que quizá sea el temor más poderoso de la infancia: la orfandad. El poder de la secuencia en la que los oficiales del servicio social se llevan al niño no radica en el lenguaje físico de Chaplin, sino en el rostro de desesperación y angustia de Jackie Coogan. La cinta es un punto de quiebre en el desarrollo del personaje de “The Tramp”, quien era percibido por muchos como una especie de niño en cuerpo de adulto. El Chico ayudó a mostrar al personaje de Chaplin en una faceta más adulta y entrañable, además de que lo lanzó como un director exitoso de largometrajes.

 

Cero en conducta (1934). De apenas 44 minutos de duración, esta historia de rebelión en un internado infantil trasciende la mera narrativa: es, sin exagerar, la expresión más pura que pueda encontrarse del espíritu anárquico infantil. El aspecto que más impresiona de la obra de Jean Vigo es la lucidez con la que contrasta la ridiculez de las reglas adultas con la espontaneidad infantil, desbordada en amistad, onirismo y caos. La insurrección final es liberadora y surrealista. Una influencia mayor en obras tan disímiles como Los 400 golpes y Naranja mecánica.

 

 La noche del cazador (Night of the Hunter, 1955). Tras enterarse de que esconden una fortuna, el reverendo Harry Powell (Robert Mitchum, macabro e icónico) se convierte en la peor pesadilla de una familia integrada por una viuda y sus dos hijos. Después de perder a su madre, los niños buscan refugio en la casa de una anciana, quien fungirá como un improbable y violento ángel de la guarda. El debut de Charles Laughton como realizador combina elementos visuales del expresionismo alemán con la estructura de un cuento infantil. El resultado, emotivo y aterrador, es un relato gótico sobre a la urgencia de proteger a las generaciones emergentes de la perversión adulta.

 

Los 400 golpes (1959). Olvidado por sus padres e incomprendido por sus maestros, Antoine Doinel, interpretado con contagioso abandono por Jean Pierre Leaud, pasea por las calles de París en busca de la empatía que no encuentra en casa. El cosmos conspira en su contra y acaba en un internado, del cual escapa para encontrarse con el mar. El título de la ópera prima de Francois Truffaut remite a una frase utilizada en Francia para describir un acto pícaro o malicioso, como las divertidas travesuras de Antoine, pero bien podría referirse a los numerosos golpes que la vida le propina. Doinel no experimenta una tragedia mayúscula, pero los diversos sinsabores que debe enfrentar son, en conjunto, devastadores. No existe un niño más querido en la historia del cine que Antoine, uno de los personajes de ficción más reconocibles del siglo pasado.

 

Los olvidados (1950). Aunque todavía muchos confunden la dureza e ironía de Luis Buñuel con crueldad y desprecio, pocos son ya los que descalifican a este retrato de marginación situado en los barrios bajos del Distrito Federal como una visión denigrante sobre la realidad mexicana, como sucedió el año de su estreno. Los niños son damnificados de un contexto injusto, pero ellos son, a su vez, capaces de actos aún más atroces. Los personajes son paroxísticos y extrañamente sexuales. Incluso en su cinta de mayor “conciencia social”, Buñuel subvierte por completo la idea de la naturaleza bondadosa del hombre. El director desea lo mejor para sus protagonistas, evidentemente, pero jamás se engaña en torno a su verdadera humanidad.

 

El espíritu de la colmena (1973). Ambientada en un pueblo de Castilla, España, a mediados de los cuarenta, esta obra de Víctor Erice cuenta la historia de dos niñas que entretejen la realidad y la fantasía para escapar de la violencia que, intuyen, domina el universo adulto. Erice utiliza a la figura rota y ultrajada del monstruo de Frankenstein –un niño confundido y solo, a fin de cuentas– como símbolo de una infancia vencida por el fascismo franquista. Un trabajo sobre cómo las imágenes icónicas del cine de nuestra infancia se llenan de significados en la madurez. Erice tomó el título de El espíritu de la colmena de La vida de las abejas, del dramaturgo y poeta Maurice Maeterlinck, quien utiliza la imagen para describir “ese espíritu todopoderoso, enigmático y paradójico al que las abejas parecen obedecer, y que la razón de los hombres jamás ha llegado a comprender”. El rostro melancólico de Ana Torrent, también estrella de Cría Cuervos (Carlos Saura, 1975), es un símbolo de la cinematografía española. El filme de Erice es una influencia capital en El laberinto del fauno, de Guillermo del Toro.

 

La pandilla de pícaros (The Bad News Bears, 1976). Martin Scorsese los llama “contrabandistas”: directores que logran infiltrar obsesiones autorales en trabajos aceptados por encargo e interés económico. En manos de un equipo creativo convencional, La pandilla de pícaros sería una cinta más sobre un equipo de underdogs que logra sobreponerse a circunstancias adversas y aspira a ser un campeón deportivo (beisbol infantil, en este caso); bajo la dirección de Michael Ritchie y el guionista Bill Lancaster, la premisa da pie a un divertimento subversivo, casi contracultural. Compuesto por “perdedores” y minorías, The Bad News Bears son una pandilla guarra que demuestra en los hechos la teoría de Cousins: nada más gozoso que una cámara que se rinde a la ingobernabilidad de los niños. Walter Matthau brilla como el coach alcohólico que encuentra la redención en el equipo. Otro punto a favor: la figura estelar es una niña: la bella y simpática Tatum O’Neal. Richard Linklater filmó un remake con Billy Bob Thornton en 2005.

 

E.T., el extraterrestre (1982). La obra de Steven Spielberg gira en torno a una paradoja fascinante: pese a todo su optimismo, se encuentra animada por un trauma oscuro: el abandono paterno. El imperio del sol, Hook, Atrápame si puedes, A.I. (Inteligencia artificial) y La guerra de los mundos son los ejemplos más notorios. También está presente en Tiburón, Parque Jurásico e Indiana Jones y la última cruzada, entretenimientos puros plagados de daddy issues. ¿Qué otra cosa es La lista de Schindler sino la proyección del deseo de contar con un padre mítico entregado a salvar a los hijos del pueblo de Dios? En E.T., Spielberg muestra con maestría la lógica caprichosa de la infancia –Elliott y el extraterrestre pasan de la timidez y la belicosidad a la ensoñación, no sin antes experimentar soledad y pérdida– sin descuidar agilidad y subtextos. Detrás de su fachada de aventura de ciencia ficción, E.T. es el retrato de un niño confundido por la ausencia de su padre y el aislamiento suburbano de la clase media estadounidense. Un blockbuster hollywoodense que puede ser etiquetado con toda legitimidad como cine de autor.

 

El listón blanco (2010). Con esta pieza sobre “el origen del terrorismo”, Michael Haneke consiguió su película suma: la violencia, la manera en la que la representamos, las relaciones de poder, la degradación del mapa social, la carencia de memoria, todos temas habituales del austriaco que se manifiestan con un dominio formal categórico y deslumbrante. Las miserias adultas son el caldo de cultivo de la violencia ejercida por los niños (los nazis del mañana, creaciones culturales de las monstruosidades de sus padres); no obstante, al igual que los jóvenes adultos de Funny Games, hay algo en los infantes de Haneke que remite a una maldad abstracta, casi primigenia. No en vano los infantes de El listón blanco recuerdan a las criaturas demoníacas de El pueblo de los malditos (1960), esa obra maestra del cine de terror donde los niños tienen ojos blancos y carecen de alma.

 

 De tal padre tal hijo (2013). Después de seis años de haber procreado a su hijo, una familia nipona de clase media alta se entera que el hospital cometió un error y el niño que criaron como suyo es vástago de otra familia. ¿Qué hacer? ¿Intercambiar niños o pretender que nada ha pasado? El punto de partida es casi de telenovela, pero Hirokazu Koreeda, observador acucioso de la niñez japonesa, genera una obra sabia, incisiva y conmovedora. La secuencia de la reunión familiar en el río, donde el padre acepta el desamor por su hijo no biológico, es capaz de quebrar a cualquiera. El final es merecidamente feliz. Fotograma de la película Los 400, de François Truffaut / Foto: Especial

 

 

*Fotograma de la película Los 400 golpes, de François Truffaut / Foto: Especial

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