El malentendido, de Camus
POR JUAN HERNÁNDEZ
La visión del mundo que Albert Camus expresa en la obra El malentendido (1944) es cruda: Dios ha cerrado sus oídos a los lamentos. Es un mundo abandonado, desprovisto de fe y de moral; los hombres deciden su destino y provocan la muerte por inanición del espíritu.
El texto de Camus (Dréan, Argelia, 1913-Villeblevin, Francia, 1960) fue escrito durante la Segunda Guerra Mundial, en una Europa convulsa, que vivía los horrores de la devastación; una de las mayores tragedias en la historia de la humanidad. Camus deja fluir en El malentendido el sinsentido de la conducta humana, que se reflejaba en la Solución Final: un extrañamiento absoluto de moral en el tejido podrido de la naturaleza humana.
La visión del hombre sin Dios, tomando en sus manos la realización de su destino, era absolutamente descorazonada o, mejor: des-al-ma-da. Una humanidad sin alma se revelaba a los ojos de un Dios sordo, ausente. El mundo se dejaba caer por el precipicio al que la conducta de los hombres le había llevado.
Las reflexiones filosóficas de Camus son evidentes en la obra El malentendido, que la Compañía Nacional de Teatro ha producido, con la dirección de Marta Verduzco, y las excelsas actuaciones de Luisa Huertas, Roberto Soto, Emma Dib, Rodrigo Vázquez y Ericka de la Llave.
En esta tragedia contemporánea, el escritor —quien recibió el Premio Nobel de Literatura en 1957, a los 44 años de edad— se emparenta con los clásicos y escribe sobre el sinuoso terreno del destino; sólo que, en este caso, es el hombre sin Dios, sin azar y sin oráculo, quien construye el paisaje anímico del mundo.
La anécdota: dos mujeres, una madre y la hija, viven solas en un lugar sin ánima, desolado. Manejan una posada en la que asesinan a los huéspedes para robarles el dinero. El hijo y hermano de las mujeres, respectivamente, regresa a su casa, luego de 20 años de ausencia y silencio. Quiere compartir con ellas su riqueza, hacerlas felices, pero no se decide a revelar su identidad, así que se presenta como un huésped más. El resto de la historia es absolutamente previsible.
La obra de Camus es más que la anécdota, es el estado sicológico que se percibe en los personajes, la situación anímica de la madre (Luisa Huertas) y la hija (Emma Dib), y la toma de decisiones en las que reflejan, una, su cansancio infinito y desesperanza y, la otra, el ansia por escapar de la muerte única y eterna: la del espíritu.
En contraste con aquel paisaje oscuro del alma, Camus crea a los personajes Jean (el hijo, interpretado por Rodrigo Vázquez) y su esposa María (Erika de la Llave), quienes rebosan esperanza, felicidad y cierta ingenuidad. Son prófugos del mundo, personajes que no alcanzan a ver el horror que significa la existencia; porque en esta postura existir no es un regalo sino condena.
Marta Verduzco toma con mano firme la difícil tarea de llevar a escena un texto de gran complejidad. Construye una caja blanca, con muebles blancos y sábanas blancas. Un espacio sin adornos, ni cuadros sobre las paredes que hablen de una historia, ni colores vivos. Sólo blanco.
El espacio es un encierro, apenas con una salida, por la que se adivina un mundo afuera: tierra, plantas y un río. Por el espacio hace apariciones furtivas un personaje, El criado. Presencia fantasmal, sobrehumana, que escucha, observa y sólo auxilia en la consecución del crimen. Es una especie de conciencia que atestigua, sin aceptación ni condena, las acciones del hombre.
Luisa Huertas expresa el cansancio de la madre, en el cuerpo y el alma. La actriz consigue construir a un personaje llevado al límite: indiferente al mundo, con el único deseo de descansar de la vida. Emma Dib como Marta (la hija) es la figuración misma de la muerte del espíritu; alegoría del mundo que ha perdido la fe cuando su destino está en manos de los hombres.
Rodrigo Vázquez como Jan (el hijo) consigue dotar a ese ser de una ingenuidad que se mimetiza con la blancura del espacio que le rodea. El actor crea a un personaje verosímil, cuyo dilema es cómo presentarse frente a su madre y hermana luego de 20 años de ausencia. Vacilante, torpe, ingenuo, el personaje espera ser reconocido, lo que no ocurre y lo lleva a un final trágico.
Conmociona la escena en la que Erika de la Llave como María se revuelca de dolor por la pérdida del ser amado y frente al horror del crimen, de la crueldad y la indiferencia del mundo, pide ayuda a Dios, que acude a su llamado sólo para responderle con un terrible y seco: ¡No¡. La visión de Camus, descarnada, fría, no puede ser más perturbadora: el hombre se ha quedado solo.
El malentendido, de Albert Camus, con la Compañía Nacional de Teatro es una obra imprescindible. Producida en el marco del Segundo Ciclo: Patrimonio Universal del Teatro, acerca al espectador al conocimiento del pensamiento de uno de los más importantes narradores, filósofos y dramaturgos del siglo XX, muerto prematuramente a los 47 años de edad.
La obra pone sobre la escena un cuestionamiento propio del existencialismo al hacer un análisis crudo de la condición humana, el libre albedrío, la responsabilidad individual sobre el destino, y el uso de la voluntad en la toma de decisiones que revelan el tamaño moral de los individuos y el mundo. Imperdible.
*El malentendido, con la Compañía Nacional de Teatro, dirigida por Marta Verduzco, actuaciones de Luisa Huertas, Roberto Soto, Emma Dib, Rodrigo Vázquez y Erika de la Llave, escenografía e iluminación de Gabriel Pascal, diseño de vestuario de Estela Fagoaga y música de Joaquín Gutiérrez Heras, se presenta en el Teatro Jiménez Rueda (Avenida de la República 154, Tabacalera, a un costado del Monumento a la Revolución), jueves y viernes a las 20 horas, sábados a las 19 y domingos a las 18, hasta el 24 de mayo. Entrada libre.