Fantasmas que el fervor mantiene vivos

Jun 20 • Conexiones, destacamos, principales • 5904 Views • No hay comentarios en Fantasmas que el fervor mantiene vivos

De safari en Donceles con Juan Villoro

 

POR VICENTE ALFONSO

 

“Ramón, o el fantasma que nuestro fervor mantiene vivo, camina en 2014 por Mesones, pero no se detiene en casa de Saturnino Herrán. Sigue rumbo a la calle de las librerías de viejo”. Con esa imagen de un Ramón López Velarde que camina hacia el poniente por Donceles y que viaja al futuro gracias al fervor de sus lectores, Juan Villoro cerró, el 25 de febrero de 2014, su discurso de ingreso al Colegio Nacional. Inevitable recordarlo mientras avanzamos por la misma calle pero en sentido contrario —al oriente y al pasado— dispuestos a rastrear a otro fantasma: Amado Nervo. Villoro aclara que no le interesa por ahora analizar su poesía, sino hacer una crónica de sus funerales. Porque si un mexicano ha sabido morir, ése es Amado Nervo: sus funerales han sido los más concurridos en la historia del país, superando a Pedro Infante, a Cantinflas y a Chespirito. (“La vida de Amado Nervo no fue otra cosa que una larga preparación para la muerte”, escribió Enrique Diez Canedo en el prólogo a las obras completas del poeta). Emprendemos un safari por las librerías de segunda mano con un título específico en la mente: El bachiller, la primera novela de Nervo. La ficción, que en 1895 causó revuelo continental, es hoy una rareza para coleccionistas.

 

Hace poco, en un artículo, Villoro definió las librerías de viejo como un “limbo donde pocas veces hay una resurrección”. Mientras caminamos, el autor de El Testigo recuerda un proyecto reciente de Pablo Helguera, artista plástico y teórico del arte que emigró a los Estados Unidos. El proyecto, que consistió en llevarse a Nueva York toda una librería de viejo y colocarla en distintos lugares públicos, se llama precisamente Librería Donceles. Lo que Helguera quiso dejar claro, explica Villoro, es que el español es “algo más que el idioma que hablan los mexicanos en las cocinas del imperio”, y agrega que si bien el español es un idioma oficial en Nueva York, donde muchísima gente lo habla, es un idioma sin cultura ni referentes, pues no hay una sola librería importante en español en esa urbe que se precia de ser la capital del mundo.

 

 

Nos detenemos afuera del local marcado con el número 78. Bibliofilia. Frente a nosotros, en una mesa, conviven volúmenes de edades muy diversas: “Los libros son viejos, pero no todos son igual de viejos, pues algunos son de hace apenas cinco años y otros son de hace cien. Así pues, una librería de viejo no está sujeta a la moda, no es una cuestión de tendencias de consumo, sino un depósito de cultura, un acopio de muy distintas épocas”.

 

Es justo eso lo que le atrae de estos lugares al autor de Arrecife, que contienen un acervo a contrapelo de la moda y las tendencias, pero no de la cultura. “La circulación de la cultura real, de la cultura profunda, es una circulación lenta que muchas veces pasa por las bibliotecas, por las fotocopias, por los libros prestados, por los libros que habías comprado hace mucho y no habías leído, por los libros de referencia y por las librerías de viejo, entonces aquí hay muchos elementos de la cultura viva de la que no necesariamente tenemos acceso cotidianamente”.

 

Entramos al local. Aunque está limpio, el sitio huele a polvo y papel viejo. Preguntamos por la sección de literatura mexicana. Al fondo, nos responde el encargado. En la historia de la cultura, precisa Villoro, los libros tienen una vida muy azarosa, en zig zag, donde los autores en una época pueden ser muy famosos y luego desaparecer: “Yo ya he vivido lo suficiente como para encontrarme en librerías de viejo libros que en mi época eran auténticos bestsellers, por ejemplo Henry Miller es un autor que ha desaparecido prácticamente de todos los catálogos modernos y en mi época era el precursor de la literatura erótica y había influido mucho en la generación beatnik y en los hippies, era un autor que leíamos muchísimo”. También recuerda a Hermann Hesse: “era, digámoslo así, un autor de filosofía pop y orientalismo, de búsquedas interiores, que leímos muchísimo en la adolescencia con gran éxito masivo y desapareció por completo del los catálogos”.

 

Entre los autores del boom latinoamericano también existen condenados a estos limbos polvorientos: no es fácil, por ejemplo, encontrar libros de José Donoso, pero en las librerías de segunda mano suele haber ejemplares de Coronación y de El obsceno pájaro de la noche. También hay libros de Juan Carlos Onetti que periódicamente desaparecen: “Onetti es un autor que ha tenido una suerte muy parecida a la de sus personajes, que tienen empresas ambiciosas y luego fracasan; él mismo ha desaparecido muchas veces de los circuitos más evidentes de las librerías”.

 

“Nada tiene tanto carácter como un libro. Una biblioteca es un almario: una colección de almas (…) Los libros se mueven como almas en los cementerios, para acercarse a alguien o para huir de él”, dice el tío Tito en El libro salvaje, novela juvenil de Juan Villoro donde un adolescente busca un huidizo libro que se oculta en la biblioteca de su tío. Más adelante, el mismo tío especifica: “cada libro tiene un espíritu. Ese espíritu busca a su lector”.

 

El fantasma que hoy buscamos es Amado Nervo, y Villoro explica por qué. Lo abordará en una de sus próximas charlas en el Colegio Nacional porque “fue uno de los grandes constructores del sentimentalismo mexicano, de la cursilería mexicana. Como poeta no perdura tanto, mi generación abjuró de él y nos parecía una figura un tanto ridícula, pero siendo un gran escritor contribuyó a la configuración de un sentimentalismo nacional, no solamente en la parte romántica, sino también en la parte cívica: la mitología de los niños héroes, de la raza de bronce, valores compartidos”.

 

Mientras estudia las antiguas ediciones, Villoro hace otro paréntesis para evocar un aspecto amargo de las librerías de segunda mano: cuando encuentras allí ejemplares de tus libros, para los que habías planeado un mejor destino. Recuerda entonces una historia ya famosa en el mundo de la literatura: “un día el escritor norteamericano Paul Theroux encontró en una librería de viejo todos los libros que le había dedicado a su gran amigo V.S. Naipaul y dijo ¿pues qué clase de amistad es ésta? A partir de entonces escribió un libro cargado de rencor que es una de las piezas más divertidas sobre la amistad y enemistad que pueden tener dos escritores, La sombra de Sir Vidia”.

 

Al fondo, en el estante asignado a literatura mexicana, encontramos veinte títulos de Nervo. Nada mal para un poeta que hoy rara vez figura en catálogos y en ediciones autorizadas, a pesar de que sus obras completas abarcan 29 tomos. Nada mal para un autor que hoy parece confinado a este limbo donde pocas veces hay una resurrección.

 

Se diría que, más que resucitarlo, Villoro quiere retratarlo muerto, pues son sus funerales lo que el cronista desea recrear en clave cronística. Ocurridos en noviembre de 1919, se calcula que asistió una tercera parte de la población capitalina: “Dado que había muerto en Montevideo, el cortejo fúnebre duró seis meses: lo trajeron dos barcos, uno pintado de negro, uruguayo, otro un barco escolta argentino. Ambas embarcaciones fueron tocando puertos de América Latina donde se recitaban sus poemas y donde se le rendían honores. Al llegar a la ciudad de México, el cadáver fue velado en la Universidad y luego llevado a la Rotonda de los Hombres Ilustres”.

 

Villoro ha terminado de revisar los títulos disponibles. Ni rastro de El bachiller. No obstante, selecciona un Mosaico biográfico de Amado Nervo publicado por el Instituto Jaliciense de Antropología e Historia en 1970, y también un viejo ejemplar de Ellos. Hurga también en la sección de libros sobre música, y en esa búsqueda bolero es la palabra clave. Le interesa la influencia de Nervo en ese género, en concreto en figuras como Agustín Lara, a quien define como un “músico y poeta de gran creatividad y de irredenta cursilería”. Recuerda que en la Escuela Nacional Preparatoria, Agustín Lara fue compañero de Carlos Pellicer. Pellicer a su vez fue amigo de Gabriel Ruiz, el compositor de “Usted”: “Buscando material de la relación entre Amado Nervo y Pellicer, quienes fueron grandes amigos, encontramos la letra de un bolero de Pellicer a Gabriel Ruiz. No sabemos si se grabó alguna vez. Lo estamos investigando. Si nunca se grabó, queremos hacerlo nosotros”.

 

Se diría que, más que resucitar a Nervo, Villoro quiere retratarlo muerto. Pero uno nunca sabe. En no pocas de sus obras, Nervo mostró una obsesión por la frontera entre la vida y la muerte, por ejemplo en el ya mencionado “La amada inmóvil”, donde dice “¡Estoy enamorado de una muerta!”. Estudioso de la vida y obra de Sor Juana Inés de la Cruz, Nervo fue uno de los primeros que contribuyeron a sacar a la décima musa del limbo del olvido, y paradójicamente lo hizo escribiendo un estudio en donde la retrata muerta: “entre cuatro cirios y con un severo traje de mística golondrina, quedó, rígida, tendida, en la capilla del convento, la mujer siempre afable, siempre expresiva, movida siempre por una inteligente y afectuosa actividad; la mujer de grandes ojos luminosos, ventanas del genio”.

 

Esta vez no hubo suerte, pero tarde o temprano Juan Villoro dará con un ejemplar de El bachiller. Como en su novela para jóvenes, el libro terminará por acercarse a su lector. Y si, como él sostiene, hay fantasmas a los que nuestro fervor mantiene vivos, entonces la frase de Diez Canedo también funcionará en sentido inverso: para Amado Nervo la muerte no habrá sido otra cosa que una larga preparación para la vida.

 

*FOTO:El escritor Juan Villoro ojea un libro de segunda mano durante su visita a librería Bibliofilia, en la calle Donceles de la Ciudad de México/ Juan Carlos Reyes/EL UNIVERSAL

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