A la mitad del camino de la vida

Ago 27 • destacamos, principales, Reflexiones • 2156 Views • No hay comentarios en A la mitad del camino de la vida

 

Clásicos y comerciales 

 

POR CHRISTOPHER DOMÍNGUEZ MICHAEL 
El ensayista y editor Fabrizio Cossalter (Padova, 1974), mexicano por elección, acaba de publicar Frammenti dell’età di mezzo (Schibboleth, 2022). El libro honra la tradición tan italiana del fragmento, que bien puede ser pensamiento, aforismo, microficción o apunte, como la escrita por Leopardi en su obra irrepetible, el Zibaldone, y en la cual han destacado desde Umberto Saba hasta Ennio Flaiano o el recientemente fallecido Mario Andrea Rigoni, cuya Vanidad (2017) leímos, por cierto, gracias a los buenos oficios de Cossalter como traductor y editor.

 

Frammenti dell’età di mezzo asume, pero no tanto, la naturaleza miscelánea del género puesto que los pensamientos están divididos en tres partes: “Tempi di latenza”, “Ricordi randagi” y “Notturno messicano”, que aluden a la genealogía intelectual, a la memoria familiar y a la sobrada década del autor en México, país donde vive desde 2009 y al cual dedica comentarios sorprendentes no por expresar ideas y sentimientos distintos a los míos o a los de algún otro lector vernáculo, sino precisamente por estar escritos en otra lengua. Así, al ser —por naturaleza— una relectura, suenan distinto.

 

El disgusto de Cossalter ante el actual régimen populista, al cual define como “una dictadura logorreica que conculca cotidianamente los derechos más elementales de la lengua española”, no le impide ver, más allá del émulo de Napoleón III, presidente-emperador que lo dirige, un desastre mexicano más viejo y encallecido, visible en los kioscos, donde quien aún acude a comprar su ejemplar en papel del periódico de su preferencia se encuentra, exhibida en los tabloides, con la “perseverante indecencia” de “dos tipos afines aunque distintos de pornografía: la fotografía a colores de una muchachas semidesnuda, procaz y vulgar al lado de un muerto asesinado, sangrante y patético en su irredimible y patética desnudez”.

 

Una perseverante decencia caracteriza a ese peatón, regularmente acompañado por sus perros, que es Cossalter, misma que hace de su mal humor ante los tópicos de la mexicanidad, precisamente, lo más sardónico de sus breves prosas. Así, se resigna a que, en estas tierras, llegar a tiempo a una comida o a una cena sea una muestra de falta de educación; asume el éxito de los restoranes de la Ciudad de México por la cantidad de guaruras que los resguardan; se asusta, italiano al fin, con los temblores, aunque no deja de notar el carácter con frecuencia embustero o impreciso de nuestra alarma sísmica; toma nota de que ante una emergencia médica a sus vecinos, si se les pide auxilio con una ambulancia, prefieren llamar a la policía; devoto de la civilización maya pero también de la cultura de los indígenas actuales, distingue el doble rasero de los mexicanos, quienes incluso siendo morenos consideran un insulto ser llamados “indios” pero prefieren la ostentación de lo indígena en los artistas (vieja incongruencia nacional) y entiende, en fin, que “la hipocresía española” (él mismo pasó por Madrid antes de llegar al antiguo Distrito Federal) se transformó, en este país, en nuestros requiebros al dar malas noticias, o simplemente, a la hora de decir no: ello es “genéticamente” imposible para un mexicano.

 

“Cuando tenía veinte años leía yo a Krauss sin entenderlo. Ahora que tengo algunos más y lo releo desde hace veinte, quizá lo comprendo mejor, pero no gano ningún beneficio. Excusatio non petita…”, nos dice este italiano del norte, al presumir ese escepticismo centroeuropeo que sólo se protege de la rabia o del suicidio con la desidia, la que se supone es característica del autor de pensamientos, derrotado de antemano ante toda forma de obra mayor. Esa flema determina las intuiciones políticas de Cossalter (“En América Latina, por una suerte de circunstancias fortuitas y al mismo tiempo perfectamente inteligibles, la persona espiritual sólo puede ser reaccionaria”) y se exhibe como un hombre, “a la mitad del camino de la vida”, representativo. Alcanzó a pasearse, muy joven, por las ruinas dejadas por la implosión del Partido Comunista Italiano, lo cual es una manera italiana de preservarse como aristócrata pero detesta a los representantes del “humanismo global”, como Nuccio Ordine. Entre los mexicanos, sus bestias negras son el cardenal Norberto Rivera Carrera y el novelista policíaco Paco Ignacio Taibo II.

 

Horrorizado ante lo políticamente correcto y ante el lenguaje inclusivo que el partido de Pablo Iglesias en España lleva desde el nombre, Cossalter encontró en México, en contraste, a figuras impecables en su pensar analítico y desdeñosas de las opiniones manidas. No es extraño que a la hora de elegir antecesor, éste no pueda sino ser Alejandro Rossi (1932-2009), el florentino de madre venezolana que se quedó con nosotros y cuyo Manual del distraído (1978), es lectura sapiencial para Cossalter.

 

A la lectura de Rossi dedica Cossalter algunos párrafos de Frammenti dell’età di mezzo, convirtiéndose en el primer discípulo póstumo que le conozco a quien también fuera mi maestro. No deben ser muchos los lectores de Rossi actualmente porque la época espanta a los happy few. Pero contra lo que pudiera pensarse, las opiniones políticas y filosóficas de Rossi, empáticas con las del padovano, no son las que le interesan más. Cossalter ha leído a Rossi con ánimo profundo y ha encontrado en el Manual del distraído, “un personal essay libre de cualquier coacción y tenazmente leal a una concepción continua de la escritura, verificada con valentía con recursos literarios cuya categoría cognitiva es la necesaria para atravesar sin doblarse una época pequeña y desconcertante”.

 

La admiración de Cossalter por Rossi —autor a quien este libro debería traerle la curiosidad de los lectores italianos— no se limita a quien considera un “discípulo de ultramar de Montaigne y de Samuel Johnson”, sino incluye a Rulfo, a toda la generación de 1932, a Mutis y a Bolaño (quien como Karl Krauss escribía para ver, se nos dice). Va, desde luego, más allá de los libros, incluyendo a las imágenes del álbum familiar pero también a las de las fotógrafas Lavista e Iturbide, y a los obcecados vénetos de Chipilo, Puebla.

 

Y finalmente, hijo de su tiempo, Cossalter deja en Frammenti dell’età di mezzo una página muy apropiada sobre los años 70 y 80 del siglo pasado en que, a los profesionistas liberales —nuestros padres profesores, médicos o ingenieros— les dio por el camino del camping, que permitía vacaciones económicas para las familias, revivía en los adultos la vena aventurera y hacía de los niños —lo agrego yo— habitantes de una utopía doméstica que consistía en comprobar que la casa se podía trasladar, en escala, al campo, que nada tenía de agreste y mucho de kermesse. Lejos de ser un regreso a la Naturaleza era una sobredosis de urbanidad. Ya Fabrizio Cossalter descubrirá a un filósofo antiguo capaz de explicarnos de qué nos sirvió, a los últimos babyboomers, esa vagancia a la distancia incómoda y ciertamente insólita.

 

FOTO: El ensayista Fabrizio Cossalter (Padua, 1974)/ Archivo EL UNIVERSAL

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