Abdulrazak Gurnah y las voces migrantes de África del Este

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La autora explora las temáticas que caracterizan la literatura del ganador del Nobel de Literatura 2021 y se hace mención a la tradición literaria que existe detrás de él

 

POR NAIR MARÍA ANAYA FERREIRA
El suspenso que cada año acompaña la revelación del Premio Nobel de Literatura dio un giro inesperado con la sorpresiva designación de Abdulrazak Gurnah, autor nacido en 1948 en la isla de Zanzíbar, y de quien pocos conocían incluso el nombre. Sin embargo, tiene una larga y sólida trayectoria como novelista y ha sido reconocido en el ámbito de la literatura africana como uno de los principales exponentes de la tradición literaria del África oriental. Su obra se concentra en parte, como insistió la Academia sueca, en explorar la problemática de los refugiados africanos en Europa, específicamente en Gran Bretaña, pero va mucho más allá, pues aborda en detalle las causas que han provocado las migraciones masivas de las últimas décadas, las cuales son resultado del fenómeno colonial europeo. Gurnah pone el dedo en la llaga, entonces, sobre un aspecto que, a pesar de ser evidente, muchas veces se omite en los debates y discusiones sobre esta situación.

 

En las diez novelas escritas hasta ahora, Gurnah construye un mosaico múltiple en el que la vida de los personajes queda vinculada de forma inexorable a contextos históricos inestables, marcados por diferentes proyectos colonialistas que han afectado al continente africano de formas diversas. Así, su obra no se limita a abordar el sufrimiento de los refugiados, sino que ubica esta problemática tan vigente y actual en una dimensión histórica mucho más densa y profunda. De hecho, novelas como Paradise (1994), Desertion (2005) o la más reciente Afterlives (2020) están situadas en África, a principios del siglo XX, y recrean no sólo los violentos procesos de despojo, desplazamiento y dislocación, individuales y colectivos, que marcaron al continente, sino también la atmósfera cosmopolita que caracteriza tanto a su isla natal como a la región oriental de África, con lo que ofrece una visión mucho más compleja de la historia que la que puede aparecer en ciertas representaciones populares. De hecho, su obra abre el horizonte para visualizar la riqueza y diversidad histórica de una región que, aunque padeció el colonialismo europeo, ha sido configurada además por siglos de contacto comercial, político, cultural y religioso —anterior, incluso, a la expansión europea— con las naciones árabes de Medio Oriente, así como los territorios del Océano Índico e incluso del Lejano Oriente.

 

Gurnah ha insistido en que esa región de África se caracteriza por un cosmopolitismo que rebasa, con mucho, la noción limitada que suele asociarse con el cosmopolitismo europeo. Este rasgo distintivo da a su obra un sello particular, pues ofrece una perspectiva marcada, de entrada, por una conciencia profunda de que las identidades individuales y colectivas no pueden quedar restringidas a un sentido de unicidad excluyente. La experiencia de vida de Gurnah es un ejemplo de esto. Al igual que su famoso compatriota Freddy Mercury, Gurnah nació en Zanzíbar, que fue posesión portuguesa desde el siglo XV, formó parte del Sultanato de Omán en el XVII, tuvo una importante presencia alemana a fines del siglo XIX, fue Protectorado Británico, formó parte de la colonia de Kenia y, en la fiebre independentista, se configuró como un sultanato constitucional que fue de inmediato desarticulado para dar paso, después de la Revolución de 1964, a la República Popular de Zanzíbar que, a su vez, quedó absorbida en la República de Tanganica (hoy Tanzania). En este contexto, tuvo que salir de forma ilegal de la isla, junto con su hermano, para escapar del violento proceso de marginación y despojo de la población musulmana a manos de los nuevos revolucionarios anticoloniales africanos.

 

Su llegada a Inglaterra coincidió con el movimiento conservador que intentaba restringir la migración, el cual quedó articulado, en su forma más extrema, en el célebre discurso de los “Ríos de sangre” de Enoch Powell. No obstante, como dice Gurnah, si bien la violencia empezaba a impregnar la atmósfera, las leyes todavía permitían a quienes llegaban en ese periodo buscar alternativas de vida. Gurnah tuvo suerte y logró estudiar una carrera universitaria: dejó ingeniería para licenciarse y doctorarse en literatura inglesa, en el Christ Church College, Canterbury, que poco después se convertiría en la Universidad de Kent. Después de un corto periodo en una universidad en Nigeria, se incorporó como docente en Canterbury, donde contribuyó a establecer un campo de estudios emergente en la década de 1980, el de la literatura y los estudios poscoloniales.

 

Gurnah logró conjuntar, así, su vida profesional con sus intereses creativos. Como académico, difundió y consolidó la importancia de ese tsunami literario proveniente de las regiones, otrora colonias, de la Mancomunidad de Naciones Británicas; sobre todo, hasta principios de los 90, la obra de los escritores considerados como de la primera generación: Chinua Achebe, Flora Nwapa, Wole Soyinka (Nigeria), Ngugi wa Thiong’o (Kenia), Ayi Kwei Armah y Kofi Awoonor (Ghana), por nombrar a algunos. Su propia escritura se inscribe, con certeza, en esta tradición de literatura africana (escrita en lenguas europeas) que se caracteriza por buscar un reconocimiento pleno de las historias y prácticas ancestrales del continente, de las problemáticas surgidas del proceso colonial y de los desafíos de encontrar alternativas posibles para un desarrollo integral de la región.

 

No deja de ser irónico, entonces, que Gurnah haya recibido el Nobel ahora, dejando de lado a su prestigiado antecesor, proveniente también de la región oriental de África, Ngugiwa Thiong’o, escritor emblemático de Kenia, cuya defensa a ultranza de las lenguas originarias (recordemos que dejó de escribir en inglés precisamente cuando Gurnah publicaba su primera novela, a fines de los 80) y su postura crítica de los gobiernos de su país lo mantienen viviendo en el exilio en Estados Unidos.

 

Ante la pregunta de si se considera un escritor “poscolonial” o, quizá, parte de ese nuevo agrupamiento denominado “literatura-mundo”, Gurnah rechaza, como lo hacen todos estos escritores, quedar definido por esas etiquetas, aunque reconoce la necesidad de usarlas precisamente para poder hacer referencia a autores que comparten cierto tipo de preocupaciones, temáticas y estrategias discursivas. Dentro de los campos emergentes en las humanidades, su obra se estudia también, por ejemplo, en el marco de los estudios archipielágicos, sobre los océanos y, más específicamente, sobre el Océano Índico.

 

Visto desde la llamada perspectiva poscolonial, Gurnah pertenece a la generación de escritores que migraron desde muy jóvenes a Inglaterra y que se han dedicado precisamente a analizar de forma minuciosa las consecuencias emocionales, psíquicas y sociales tanto de los procesos coloniales que transformaron a sus respectivos países, como de las migraciones masivas, en ocasiones fomentadas y “autorizadas”, muchas más forzadas, ilegales y dramáticas, como quedan entendidas en el concepto de “refugiado”. Al igual que sus coetáneos —autores como Salman Rushdie, Ben Okri, Timothy Mo, Romesh Gunesekera, Kazuo Ishiguro o algunos más jóvenes como David Dabydeen, Caryl Phillips, Leila Aboulela— Gurnah explora las formas en que los individuos se reconfiguran para constituirse en sujetos y ciudadanos de metrópolis otrora imperiales que luchan también por entender las consecuencias del proceso de globalización y de su propio sentido de identidad.

 

Desde su primera novela, Memory of Departure (1987), Gurnah explora las dislocaciones ocasionadas por la inestable situación política de África y la lucha de los individuos por acoplarse a nuevos entornos para sobrevivir (en este caso, en África misma). Su narrativa posterior —Pilgrims Way (1988), Dottie (1990), Admiring Silence (1996), By the Sea (2001), Desertion (2005), The Last Gift (2011) y Gravel Heart (2017)— aborda la temática del exilio desde diferentes perspectivas y con diferentes contextos históricos, lo que abre un abanico de posibilidades para aprehender y comprender las causas y las repercusiones de la migración. Ante la posturas radicales de rechazo a migrantes y refugiados, Gurnah insiste en que hay que humanizarlos y reconocer que cada individuo tiene algo que aportar al nuevo entorno. Las tramas de sus novelas permiten tener vislumbres de esos mundos posibles sin una idealización romántica, pues él se ocupa de explorar precisamente las ordalías personales que enfrentan sus protagonistas para conciliar las contradicciones de habitar en los espacios intersticiales, en el enorme abismo entre culturas. Aquí es donde radica la enorme atracción de su narrativa, que también puede definirse como paradójica. Por un lado, sus novelas se guían por un enigma que afecta la vida y el comportamiento de los personajes, un enigma que viene de vidas pasadas y que con frecuencia conlleva una carga de culpabilidad. Aunado a esto, los entornos pueden ser hostiles, sumamente racializados y violentos, en donde los vínculos interpersonales están marcados por relaciones desiguales de poder. Por el otro, la convicción de Gurnah de que el abismo no es irreconciliable abre pequeños espacios de esperanza y de comunicación. Quizá por esto sus novelas no tienen finales completamente felices y las tramas quedan abiertas a posibilidades diversas.

 

Si a partir de la década de 1950 se gestó un fuerte cuestionamiento sobre la identidad africana de las obras escritas en las lenguas europeas, la convicción de algunos autores de que estas lenguas tendrían que soportar la carga de las experiencias no europeas es lo que ha hecho que esta literatura tenga una presencia y una vigencia tan significativa en las últimas décadas. Gurnah está consciente de ello y lo ha trabajado a profundidad en su escritura. El inglés se convierte en su medio de expresión, en el medio que transmite los paisajes imaginativos de otras culturas y de otras lenguas, es decir, produce una escritura marcada por la hibridez cultural y lingüística que es característica de la literatura poscolonial. Esta es una de las grandes contribuciones de estos escritores: cómo, a través de la incorporación de las diferentes capas lingüísticas y culturales en su escritura en inglés dejan huella también de la compleja historia de sus regiones de origen. En el caso de Gurnah, como él lo ha dicho, la región oriental de África, en el territorio comprendido entre Somalia y el norte de Mozambique la cultura cosmopolita es también políglota y las lenguas se cruzan y sobreponen para expresar la enorme diversidad cultural de la región. El swahili (su lengua materna), el árabe, el inglés, el alemán, así como la creación de texturas y dicciones que no cabrían del todo en una noción de inglés británico estándar han servido para desplazar, como él ha dicho, la relación de subalternidad entre los sujetos africanos (poscoloniales) y la lengua y la cultura coloniales y, al hacerlo, han servido también para desafíar y desmantelar los discursos coloniales y las narraciones hegemónicas europeas que pretendían negar al continente africano incluso una historia propia.

 

Abdulrazak Gurnah forma parte de un selecto grupo de escritores africanos y poscoloniales, de diferentes procedencias, que han obtenido el Premio Nobel de Literatura: Wole Soyinka (Nigeria, 1986), Naguib Mahfouz (Egipto, 1988), Nadine Gordimer (Sudáfrica, 1991), J. M. Coetzee (Sudáfrica/Australia, 2003), Doris Lessing (Zimbabue/Reino Unido, 2007), Derek Walcott (Santa Lucía, 1992) y V. S. Naipaul (Trinidad y Tobago/Reino Unido, 2001), además de Toni Morrison (Estados Unidos, 1993), a quien podemos incluir en este grupo por sus preocupaciones temáticas y lingüísticas. Como dijo Wole Soyinka en alguna red social: “¡bienvenido a la tribu!”

 

FOTO: El ganador del Nobel 2021, el tanzano Abdulrazak Gurnah/ Crédito: EFE/EPA/NEIL HALL

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