Abel Quezada, eterno
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A cien años de su nacimiento, recordamos al caricaturista Abel Quezada, un genio de la crítica social que retrató siempre el lado más salvaje de la sociedad mexicana, con visión aguda, lápiz afilado y humor ácido. Un clásico del género muy vigente
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POR AGUSTÍN SÁNCHEZ GONZÁLEZ
Historiador. Autor de Miradas que matan. Crónicas de mujeres asesinas (Lectorum, 2019); Twitter: @agusanch
México ha sido tierra fértil para la caricatura. El horror de tener una historia como la que padecemos, y desvirtuarla como hace el oficialismo cada sexenio, generó que el humor nacional lograra, de manera casi automática, mostrar el ser del mexicano. Los retratos realizados por personajes como Constantino Escalante, Santiago Hernández, José Guadalupe Posada, Ernesto García Cabral o Rogelio Naranjo, por mencionar a un selecto grupo que conforma lo mejor de nuestra caricatura, junto a otra media docena de artistas, han delineado y expresado, con sus dibujos, lo que somos.
Entre este grupo, participa un hombre que este 13 de diciembre cumple cien años de haber arribado a este mundo: Abel Quezada, quien plasmó, a través de sus cartones, la definición que otros autores como Samuel Ramos, Leopoldo Zea u Octavio Paz, habían analizado con profundidad: la busca de nuestro ser.
Abel Quezada, que nació en Monterrey, se preguntó alguna vez “¿El mexicano, como problema, tiene solución?”. Su propia respuesta fue: “Algunos intelectuales han declarado que México es un país surrealista, pero la expresión no deja de ser snob; pues surrealismo indica claramente algo fuera de la realidad, mientras que México es la realidad. El mexicano es un ser tan misterioso que ha logrado burlar toda pesquisa. Lo poco que diferentes autores han sacado en claro de sus estudios es que el mexicano que es “un ser muy complejo”, cosa que cada quien entiende como le es posible, por supuesto, sin haber entendido nada. Se acepta, sin embargo, que el mexicano es un problema- y, diríamos nosotros- un problema muy serio para la humanidad, sobre todo porque tiene la facultad de reproducirse vertiginosamente; ya ha invadido el sur de los Estados Unidos” (la reciente elección, mostró ya ese músculo).
Miembro de una generación que creció en la post revolución, empezó a trabajar profesionalmente cuando tenía 14 años, en los albores del cardenismo, cuando se hablaba de la educación socialista, la educación sexual, se expropiaba el petróleo y se gestaba la gran obsesión que hoy nuestro gobierno vive, más de ochenta años después.
Quezada padeció la sutil, y muchas veces descarada, censura, sobre todo a la figura presidencial cuyo mito vio crecer a lo largo de más de medio siglo que se mantuvo activo.
De Cárdenas a Salinas, vivió el paisaje político, social y cultural, con una presencia que debió sobrevivir los embates de esa política y equilibrar, dibujando para sobrevivir, obras de propaganda priista, como el cartón que muestra al peluquero que corta las orejas a un cliente y todo por las prisas de ir al mitin de apoyo al candidato Miguel Alemán; pero también de crítica contundente, y sutil al mismo tiempo, como el cartón publicado el 3 de octubre de 1968, el día siguiente de la masacre de Tlatelolco: un cartón pintado de negro con la pregunta ¿Por qué?
El humor requiebra todo, es una vista zigzagueante que mutila, ensombrece, se resguarda tras la puerta, desequilibra, pero siempre, tras cualquiera de esas cosas, se encuentra la verdad, la objetividad que, en el caso de la caricatura, no se expresa de manera realista, sino con recovecos que obligan a reflexionar, aun dentro de la mayor frivolidad. Claro, cuando hay humor, cuando hay crítica, no cuando se retrata al poder tras un buen plato de paella.
El humor es el cuestionamiento más inteligente que se hace al poder y que vive en el hoy. Retratar el ayer, como hacen hoy los ilustradores del poder, es para quienes hacen libros de texto o para los historiadores.
Abel Quezada mostró cómo ser crítico y no morir en el intento. Como Andrés Audiffred, captó la vida social y política de nuestra sociedad. Con ojo avizor conformó los personajes de la tragicomedia mexicana que han permanecido en el inconsciente colectivo y conforman ya, para siempre, el perfil social de lo que somos: El charro Matías, Gastón Billetes, el Taquero, la dama de las Lomas, el campesino unidimensional, el policía y hasta Solovino, el perro triste, callejero y abandonado, que cruza melancólico las calles de la villa miseria en que se ha convertido nuestra nación y que hace unos meses evocó el presidente López Obrador, al llamar así a sus seguidores.
Con Abel Quezada y sus personajes, se volvió a demostrar que el humor y la caricatura, además de ser un retrato crudo que devela nuestra realidad, puede ser premonitorio. Uno de sus cartones fundamentales fue al retratar al tapado, en 1957, el candidato con el que los presidentes juegan con sus sucesores y que forma parte del pasatiempo de adivinanzas mexicanas, desde el mismo instante que asume la presidencia y se conforma un gabinete.
Abel Quezada no conformó un universo, mostró muchos mundos paralelos (y no para-lelos, pues su humor siempre fue inteligente) Su obra, es un mosaico de inquietudes, dudas, prefiguraciones.
Empezó su carrera dibujando historietas, Máximo Tops es una obra clásica de ese género, y terminó escribiendo literatura, Antes y después de Gardenia Davis. Carlos Monsiváis, el padre de todas las citas, lo describió como el “novelista en el país de los cartones” y es una definición que le viene bien a quien, como Quezada, no dejó un espacio del arte fuera de su larga vida que configurar.
Un hombre de suerte, pues contrario al noventa y nueve por ciento de los caricaturistas, sus cartones han sido calificados y clasificados por la fundación que lleva su nombre; mejor aún, no pasa una década en que su obra se muestre en grandes museos. Es también, a excepción de Rius, el autor con la mayor bibliografía publicada.
Su presencia en la prensa nacional cubrió un amplio espectro, desde Ovaciones, hasta Novedades, pasando por Esto, Cine Mundial, pero es en Excélsior donde la memoria colectiva lo ubica. Pero Quezada perteneció a toda la prensa, tan es así que al retirarse de la caricatura, en 1989, seis cartones fueron publicados simultáneamente en todos los diarios mexicanos, situación inédita que jamás se ha repetido y, difícilmente, podrá volver a ser. Con ello, Abel Quezada mostro su valía y el respeto a la obra de un gigante del arte.
Apenas semanas antes de fallecer, el 28 de febrero de 1991, inauguró los murales que pintó para PEMEX, como un legado final de una obra que trasciende, como la de pocos caricaturistas, al tiempo y que nos permite leer, con una vigencia enorme, hoy que revivimos un presidencialismo trasnochado, la rareza del ser del mexicano.
FOTO: La carrera como cartonista de Abel Quezada abarcó varios sexenios, desde Cárdenas hasta Salinas de Gortari./ Especial
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