Abenshushan o contra la servidumbre voluntaria
POR JEZREEL SALAZAR
Digámoslo pronto: Escritos para desocupados es un libro que se preocupa por problematizar su entorno y que, al mismo tiempo, no soslaya sino pone en su centro la necesidad de producir experiencia estética como método para resistir los vasallajes del mundo moderno. Su autora, Vivian Abenshushan, va más allá del proyecto de aquellos ensayistas que buscan escribir textos sólo con fines lúdicos y estéticos: asume que el ensayo también produce pensamiento y que puede intervenir críticamente la arena pública. Para Abenshushan la reflexión política, sociológica o económica no están necesariamente peleadas con la escritura del yo, la búsqueda de estilo o la narración literaria, en suma, con la ficción.
El libro atrapa por su cariz beligerante, algo no común en el medio literario mexicano, tan ajeno a la polémica inteligente o a las diatribas informadas. En Escritos…la idea de que la crítica es un valor se vuelve práctica escritural y punto de observación. Al conectarse directamente con el contexto de la crisis argentina del 2001, y en general con las movilizaciones y protestas antisistema (desde Occupy Wall Street hasta los freegans, pasando por el movimiento de software libre de Richard Stallman y los indignados españoles), el texto ejerce un proselitismo explícito a través de un tono militante y personal. Su enemigo fundamental es la “enfermedad del progreso”: la suma de prácticas y valores que han llevado a que la técnica y el trabajo imperen sobre la libertad, los placeres y los cuerpos. A lo largo de 300 páginas, la autora condena la opresión de un mundo laboral que ha reducido nuestro tiempo de ocio, nuestra autonomía creadora y nuestra capacidad para la introspección.
En diálogo íntimo con Literatura de izquierda de Damián Tabarovsky (no en balde publicado por Tumbona Ediciones) y con las reflexiones libertarias de Michel Onfray, Abenshushan concentra su pólvora contra la industria cultural. Al hacerlo capta una sensibilidad de época: la asfixia de un campo cultural que no ejerce el pensamiento autónomo, sino sólo reproduce los dictados del mercado y ha hecho de lo estético una “carrera burocrática” en la cual la literatura es “objeto de lujo” o marca comercial. Esto lo hace cumpliendo los momentos clásicos del ensayo (diagnóstico-crítica-propuesta) y, más allá de ciertas mitificaciones, las alternativas que ofrece evidencian el modo en que nos hemos vuelto presos de la banalidad del medio. Contra el éxito editorial y la velocidad del reloj (“un adorno con funciones policiacas”), la eficiencia y la productividad imposibles, el consumo imparable y el “olvido de sí”, el libro propone una defensa de la pereza como espacio de autoconocimiento, la desocupación como rehumanización del trabajo, la impuntualidad como rebelión, la escritura sin concesiones y la insumisión lectora como ejercicios de soberanía literaria. Quien no se vea reflejado de algún modo en las críticas de este libro podrá lanzar una granada contra su carácter insumiso, pero esto no lo redimirá de su propia servidumbre voluntaria.
La perspectiva disidente del libro adquiere su correlato formal a través de estrategias de escritura que apuntan a trastocar límites genéricos (el ensayo dialoga con el manifiesto, el apunte aforístico, el relato autobiográfico, el diario, la confesión y otras formas de escritura fragmentada). Este ejercicio alcanza momentos muy sugerentes, como en “Notas sobre los enfermos de velocidad” (que pone en crisis nuestros hábitos de lectura) o en “una interrupción de la línea oficial (incluye imágenes)”, en donde resulta fructífero el diálogo con las artes gráficas (la fotografía, el esténcil, el collage). Hay algo de performativo en todo el proyecto: si el ensayo tipo Montaigne es un método de autoinvestigación y autoinvención, la “sublevación personal” de la que habla Abenshushan implica volverse ella misma una suerte de experimento contra las leyes del mundo que critica. No sólo eso, la propuesta también atenta contra la idea tradicional de libro. Escritos… nació primero como blog, luego se publicó en papel, y después regresó a la red en forma de página web. Esta migración de la escritura implicó un enriquecimiento en la medida en que desde su inicio convocó al diálogo con los lectores y a eso que la propia Abenshushan ha llamado “escritura expandida”: un archivo abierto, una creación colectiva y nómada. Su defensa del derecho a la circulación libre de textos, su argumentación a favor del copyleft y las posibilidades creativas de la apropiación, la reescritura y la copia, toman forma en este libro editado bajo licencia Creative Commons y puesto en circulación en Internet de manera gratuita.
Sorprende, no obstante, la unanimidad sin crítica con la que se ha recibido el libro. Me refiero al hecho de que en las reseñas que se han publicado, no encuentro reparos, deslindes, contrasentidos, que es a fin de cuentas lo que la naturaleza combativa del libro exige. ¿Qué cosa es pensar sino disputar sentido? En realidad existen varios núcleos problemáticos; sólo me detengo en uno: los reduccionismos en los que llega a caer a la hora de valorar ciertas prácticas como el trabajo académico o el mercado. No son pocas las razones que permiten defenestrar lo que proviene de estos espacios, en la medida en que domestican el pensamiento y la escritura; pero resulta maniquea su crítica cuando lleva a un purismo poco convincente. Por supuesto, la postura de libro parte de la necesidad de encontrar salidas prácticas a las subordinaciones que nos acechan, de modo que la teoría se le vuelve el gigante con pies de barro contra el que hay que soltar golpes. El riesgo consiste en reproducir, al interior del campo literario, el tradicional antiintelectualismo de la sociedad mexicana. La insistencia vanguardista de conectar escritura y vida la lleva a romper otros lazos posibles, a dejar de trastocar fronteras entre terrenos que no tendrían por qué estar aislados. Su noción de contraensayo, muy discutible, es un ejemplo de esto. Lo mismo ocurre con la imagen que proyecta en torno al mercado. Más que asumir una guerra entre autonomía radical y enajenación absoluta, me parece que la escritura debería pensarse en la tensión que se produce entre disenso personal y público masivo, entre placer estético e industria cultural. Digo que me parece muy valiosa la voluntad de provocación del libro, su vitalidad libertaria. Digo también que le hacen falta matices.
El ideal aquí es la ausencia de servidumbres, un ideal imposible de cumplir de forma pura. De ahí que el texto parezca ser al mismo tiempo un manifiesto y la confesión de su fracaso: “¿Todavía sigues trabajando en tu libro contra el trabajo?”, le preguntan a la autora. Las paradojas se reproducen: Abenshushan apuesta por la lentitud y supone que la digresión le será útil y fiel, pero ¿qué forma es más afín a la velocidad que el fragmento? Me parece que, en realidad, ahí está lo mejor del libro, en la constatación de que la utopía de la emancipación nunca es plena: “Con el tiempo mi personalidad se ha convertido en un campo de batalla donde se enfrentan a diario… la excesiva actividad y la pereza metódica, el frenesí patológico y la indiferencia hacia el ajetreo mundano. La manía y la depresión”. Más allá de reproches menores, vale decir que en un país donde los espacios de protesta son cada vez más acotados, la aparición de este volumen me parece valiosa y excepcional, por su apuesta anárquica contra nuestros lugares comunes, por su crítica a nuestra forma de habitar lo público, por evidenciar nuestro automatismo literario. Lo celebro porque a veces leer nos lleva a mirarnos. Y a veces mirarnos nos permite abrir los ojos.