Abrasados: el poder de la escena
POR JUAN HERNÁNDEZ
Hay una vertiente de la escena contemporánea decidida a distanciarse de textos dramáticos en los que se cuentan historias con personajes delineados, campos de acción específicos y una atmósfera establecida por el escritor; y busca, por el contrario, unirse a una vena literaria del teatro que permite mayor libertad a la creación escénica, siendo esta —por encima del texto— lo más importante del hecho teatral.
Se podrá estar a favor o en contra de esta manera de asumir el quehacer escénico; lo cierto es que se trata de una forma que gana terreno en la actualidad.
Un ejemplo de este tipo de propuesta es el montaje que de la obra Abrasados, del dramaturgo francés Luc Tartar, realiza el director Hugo Arrevillaga (México, D. F., 1975), en el cual el texto, traducido por Humberto Pérez Mortera, se diluye en el poderoso juego escénico, cuyo objetivo es reproducir la energía de un cuerpo adolescente no sólo descontrolado por la explosión hormonal, sino también por la terrible y al mismo tiempo gozosa experiencia de descubrir las posibilidades que el mundo ofrece.
En esta obra, dirigida al público juvenil —como lo es también Los ojos de Ana, del mismo autor, en donde se aborda el tema del bullying, que montó en México el director Boris Schoemann— la historia y los personajes son evocaciones que se traslucen en sensaciones, emociones y sentimientos producidas por la acción de los actores.
Son las decisiones de Hugo Arrevillaga las que determinan la narrativa de la puesta y no el texto, cuyo papel en el proceso es la de disparar el artificio, que es creación del director. Una propuesta del teatro que declina valores literarios a favor de la escena.
Parece que la antigua lucha de poder entre el director y el autor dramático se desvanece en la escena contemporánea, en donde el poder del director se eleva por encima del escritor de teatro, que claudica a favor de quien concreta el hecho escénico vivo.
Abrasados es una obra que, creemos, obedece a esta lógica; en ella resalta, por encima de todo, la dirección de Hugo Arrevillaga, un talentoso creador de artefactos escénicos mediante los cuales busca una reacción, emotiva e intelectual, en el espectador.
La puesta en escena en cuestión está pensada para los adolescentes, que es un sector de la población especialmente difícil de atrapar. La tarea se vuelve, en ese sentido, doblemente retadora para el director. Sin embargo, el resultado es halagüeño, toda vez que Arrevillaga levanta un espejo de grandes dimensiones, en el cual los jóvenes pueden ver reflejadas sus inquietudes y necesidades más íntimas, así como su manera de ver y de estar en el mundo.
Al mismo tiempo, el director busca que su puesta en escena sea ágil, que atrape la atención del adolescente al ofrecerle un dispositivo que recrea la energía que el joven maneja en su vida cotidiana. La vitalidad desbordada de la adolescencia, la curiosidad infinita, el desconcierto frente a sensaciones nunca antes vividas, las pulsiones sexuales, la visión idílica de las relaciones amorosas, constituyen el gran paisaje que se dibuja en el montaje.
Arrevillaga cuenta con actores jóvenes, flexibles y maleables, que consiguen producir la energía que es vital para la concreción del discurso y la eficacia del montaje. Ellos son Mahoalli Nassourou, Isabel Toledo, Ángel Luna y Leonardo Zamudio, quienes crean un lenguaje corporal, emocional y psicológico elocuente, con el cual retan la atención intrépida e inconstante del espectador adolescente.
La obra dura 34 minutos; el juego escénico es, como la vida de los jóvenes, precipitada, ágil y cambiante; se desarrolla en un área circular, pensada por Arrevillaga para ser presentada en patios escolares, en los que se busca sumar el espacio cotidiano de los jóvenes a la propuesta.
Ya sea en este tipo de espacio o en teatros convencionales, el juego escénico creado por Arrevillaga y los actores de la puesta consigue que el espectador adolescente sienta empatía en relación con la energía que sólo es vivible en ese periodo de la vida. Por otro lado, los adultos se recuerdan, a su vez, en aquella etapa idílica en el que se descubrieron asombrados frente al mundo: a-bra-sa-dos.
*Abrasados, de Luc Tartar, dirigida por Hugo Arrevillaga, se escenifica en la Plaza de la Música del Centro Nacional de las Artes (Churubusco y Tlalpan, Country Club), sábados y domingos, dos funciones diarias a las 17 y 18 horas, hasta el 27 de abril.
*FOTOGRAFÍA: “Abrasados” de Luc Tartar, dirigida por Hugo Arrevillaga/Alma Curiel