Acercamiento a la correspondencia de Garro
/POR LUCÍA MELGAR
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En 1997 Elena Garro vendió a la Universidad de Princeton parte de su archivo: correspondencia, manuscritos, algunos cuadernos. Más adelante, Helena Paz dispuso que diarios, cuadernos de notas, otras cartas y documentos fueran completando el archivo de su madre en la Colección de libros raros y manuscritos de la Biblioteca Firestone, que aloja los papeles de Fuentes, Vargas Llosa, Cortázar y otras figuras notables de la literatura latinoamericana. Conservar manuscritos y correspondencia no ha sido práctica común en América Latina, quizá por eso tampoco ha destacado aquí la biografía. Afortunadamente esto va cambiando y existen bibliotecas como ésta que hoy reúne ochenta archivos latinoamericanos.
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Del baúl al archivo
El paso del baúl al archivo sacó del desorden los papeles de Elena Garro, quien, con esa decisión demostró, en mi opinión, su interés por la posteridad. Sin duda apreció que sus papeles y manuscritos estuvieran bien preservados y resguardados, y que, abiertos a cualquier investigador/a, permitieran ahondar en la historia de sus libros, y en la persona y el personaje que ella fue construyendo y plasmó en sus cartas y diarios. Aunque se expusiera desde el inicio a los seguidores del chisme o a las inevitables lecturas sesgadas, Garro no puso plazos para la consulta de ninguna sección. Tal vez apostó por que, a la larga, alguien que no haya conocido a los personajes, lea desde otro lugar y narre una versión de su vida y de su figura pública menos contaminada de ideología, intereses de grupo, prejuicios y de la doble moral de la época que le tocó vivir.
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Además de los pocos manuscritos y escasos inéditos conservados, lo más valioso para la crítica, literaria o biográfica, es la correspondencia y el conjunto de diarios en base a los cuales se puede entrever al personaje detrás de la obra y de la figura pública, rastrear huellas de su escritura y de las lecturas y aficiones que alimentaron su creatividad y su oficio, despejar algunos enigmas, desmontar algunos mitos. A través de estos textos se descubren también nuevas contradicciones, por ejemplo, entre la correspondencia y los diarios, o diferencias de matiz entre los “yo” que la escritora plasma ante distintos corresponsales, según su intención o grado de amistad. Hay, desde luego, huecos temporales; quedan incógnitas, cuya resolución tal vez se encuentre en los diarios y manuscritos que no han llegado a este archivo, o en las cartas que otros recibieron.
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Aun incompleto y fragmentario, el archivo de Garro ofrece múltiples posibilidades de lectura y trabajo para la investigación. En este centenario en que celebramos su obra, son de particular interés las referencias a sus escritos y a las lecturas que inspiraron su imaginación y sus ideales literarios. Aquí sólo expondré parte de la historia de Los recuerdos del porvenir y Testimonios sobre Mariana, para acercarnos a la figura de la escritora, a las condiciones en que escribió y publicó, y confirmar que separar su obra en dos etapas es en gran medida arbitrario pues varias de las novelas que publicó en los 80 existían en una primera versión desde los años 60, lo cual no implica que su escritura no cambie sino que esto no se debe sólo al corte del exilio.
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De Los recuerdos… a Testimonios sobre Mariana
Una de las correspondencias más ricas para documentar los inicios literarios y trazar un perfil de la escritora es la que Garro mantuvo con el escritor argentino José Bianco, editor de la revista Sur cuando se conocieron en París en 1947. Aunque hay huecos importantes, la conjunción de ambas correspondencias en Princeton ofrece más información que en casos donde sólo se cuenta con las cartas que recibía Garro y las copias que ella hacía de las suyas, quizá desde los años 70.
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Entre los aportes fundamentales de esta correspondencia, destaca la historia editorial de Los recuerdos del porvenir, novela cuya primera versión data de 1953 cuando Garro, recuperándose de una grave enfermedad en Suiza, ficcionalizó sus recuerdos de infancia. Tras perderla en una de sus mudanzas y recuperarla años después, la escritora decidió retomarla para su publicación y, desde Europa, se la envió en 1961 a Bianco para que la revisara y le ayudara a publicarla en Argentina porque, según decía, en México nadie le quería publicar nada.
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Aunque había ya publicado las farsas presentadas en el marco de la iniciativa teatral Poesía en voz alta en 1957, Garro se sentía todavía como una escritora “primeriza”, asustada. Al mismo tiempo, era ya una aguda crítica de su propia creación: estaba escribiendo Reencuentro de personajes, que publicaría en 1982, y la consideraba “mejor escrita” que Los recuerdos que ya le parecían “muy ñoños” (EG a JB, VIII. 61) , sorprendente calificativo para esta obra maestra.
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Ni Bianco, ni Bioy Casares, a quien también pidió apoyo para publicarla, lograron que la novela apareciera en Argentina, por lo que la autora la envió entonces a Seix Barral. La respuesta de Carlos Barral, conservada en el archivo, confirma que con Los recuerdos… Garro se adelantó a su época y que en España todavía no se entendía el valor de la innovación latinoamericana: en ese país, explica el editor, sólo interesa el realismo (CB a EG, 22.XI. 62).
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La escritora optó entonces por seguir el consejo de Octavio Paz, y Max Aub, de intentar publicarla en México. Como sabemos, la editó Joaquín Mortiz en 1963 y fue galardonada con el prestigioso premio Villaurrutia, que también recibió Arreola por La feria.
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La publicación de esta novela y de la colección de cuentos La semana de colores en 1964 consolidó la posición de Garro como escritora. No le atrajo, sin embargo, el pleno reconocimiento que ella deseaba. Las cartas de la época que se han conservado trasmiten, en efecto, una imagen contrastante de la autora, dedicada también al periodismo, y al activismo agrarista hasta 1965. Decepcionada por la recepción de su obra y todavía sin conciencia de la exclusión que dejaría a las escritoras – no sólo a ella- fuera del Boom, se quejaba con Bianco del poco interés que despertaba su obra, en comparación con el éxito de escritores a los que consideraba menores.
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A través de su correspondencia se observa que antes del 68 tuvo fricciones con el mundo intelectual que no se debían sólo a diferencias literarias. El contexto de la guerra fría, el auge de la revolución cubana, y las divisiones subterráneas en el sexenio de Díaz Ordaz, entre ellas la renuncia a la presidencia del PRI de Carlos Madrazo, tras su fracasado intento de reformar a ese partido, también provocaron en Garro cierta sensación de extrañeza. No pertenecía del todo al medio intelectual progresista con el que, pese a su heterodoxia ideológica, tenía aspiraciones comunes. Su amistad y su apoyo a Madrazo, por ejemplo, la separaron de quienes veían el cambio en la revolución y no en el reformismo. Aunque no estaba, ni mucho menos, marginada, puede plantearse que, antes del movimiento estudiantil, Garro ya estaba distanciada de los intelectuales de “izquierda” más reconocidos.
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La historia de Garro en el 68 es demasiado complicada para resumirla aquí. Aunque existen versiones más objetivas, como la de Rafael Cabrera, todavía hace falta más investigación para entender mejor los hechos y los motivos de la escritora en ese episodio que partió en dos su vida y afectó la escritura y recepción de su obra en México. Baste recordar que tras ser acusada, junto con Madrazo, de encabezar el movimiento estudiantil (del que se había deslindado públicamente con el artículo “El complot de los cobardes” ), Garro hizo declaraciones que la lanzaron al margen del campo cultural progresista, sin aliarla con ningún grupo, y quedó también bajo sospecha del gobierno. Aterrada por la muerte de Madrazo en un accidente aéreo que se ha considerado crimen de Estado, y tras unos años de insilio en su propio país, salió al exilio en 1972.
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El exilio en Estados Unidos, España y París, cambió radicalmente la vida de la escritora y de su hija, Helena Paz. Como a muchos escritores exiliados, le afectó dejar su casa, su pais, su público, su lengua. Se encontró sin redes de apoyo, sin domicilio fijo, por temporadas sin documentos ni dinero suficiente… De sentirse intocable pasó a sentirse vulnerable, a dejarse dominar por el miedo, a veces hasta la paranoia. No sorprende entonces que en su correspondencia con Bianco, entre 1972 y 1974, Garro transmita a menudo desesperanza y agobio. Llama la atención más bien que, pese a todo, siga escribiendo, aun en condiciones materiales y personales difíciles. En los años 70, en Nueva York y Madrid, Garro escribe la mayoría de los cuentos de Andamos huyendo Lola, que publica en 1980, y retoma Testimonios sobre Mariana, con la que gana el premio Grijalbo en 1981.
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Entre los muchos temas que discuten Garro y Bianco en esos años, uno de los más interesantes es la ficcionalización de la biografía, las limitaciones del sesgo biográfico en la lectura, y el poder transformador de la ficción. En 1972 cuando está en Nueva York, su amigo le envía La pérdida del reino, que por fin ha publicado. Se trata de un roman à clef donde los iniciados pueden reconocerse entre los refinados intelectuales situados en el París de la posguerra y donde Laura, la protagonista inspirada en la joven Elena, repite párrafos completos de sus cartas de los años 40 y 50.
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La calidad de la novela rebasa desde luego la biografía o la crónica novelada pero, como reconoce la propia Garro, los iniciados han de evitar la lectura biográfica para disfrutarla como literatura. Como lectora crítica, expresa gran admiración por el estilo del autor y la capacidad de distanciarse de sus personajes, que atribuye a los hombres escritores; manifiesta también cierta nostalgia por el pasado, a la vez que se burla de su alter ego ficticio: “Esa Laura dice muchas tonterías”, afirma (EG a JB, 21-XI.1972). A su vez, le comenta a Bianco que ha retomado Testimonios sobre Mariana y ofrece enviarle la tercera parte, que está corrigiendo. Explica que en ella aparecen los mismos personajes que en La pérdida…, pero distintos, ya que ella los ha transformado en “monstruos”.
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Esta reconfiguración, distorsionada, de personajes de carne y hueso a la que alude, y la tendencia a la lectura biográfica del roman à clef, explican en parte el escándalo que provoca Testimonios sobre Mariana en ciertos grupos culturales mexicanos cuando se publica en 1981. Las polémicas que suscita se deben también a que, de nuevo, Garro se había adelantado a su época pues el momento de la literatura escrita por mujeres todavía no había llegado.
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Las reacciones de Garro ante el escándalo se pueden documentar a través de una carta a Emanuel Carballo y de algunos comentarios a Fernández Unsaín, en 1986 y 1987, respectivamente. Al primero le asegura que no se trata de una novela autobiográfica, y defiende la libertad de la literatura para inspirarse en la vida, transformarla, y crear personajes ficticios como lo han hecho con ella Bianco, Paz y Bioy. A Fernández Unsaín, en cambio, le dice que la escribió con base en su biografía, para ganar dinero (EG a FU,14. VII. 87).
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Dado que con Fernández Unsaín, Garro suele emplear un tono más emotivo y hasta dramático, hay que tomar estas declaraciones, y contradicciones, con cautela. Aunque sí hay, o puede haber, un trasfondo autobiográfico, como en el caso de La pérdida del reino, lo que cuenta es el estilo, la estructura, y, en Testimonios…, la aguda crítica de la violencia machista que despliega. En general, Garro rechaza las lecturas biográficas y aprecia las críticas que no reducen su literatura a un retrato de su vida, y peor, de su vida marital.
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Dado que la tendencia a la lectura biográfica de la obra de Garro no ha cesado, importa destacar que, por su extraordinaria calidad literaria, su obra trasciende su vida. Como le escribiera Bianco, pasa el tiempo pero queda la obra y “quedan Los recuerdos del porvenir y La semana de colores”, dos libros que bastan para consagrarla entre las mejores plumas del siglo XX.
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Referencia general:
Elena Garro Papers (C0827), Rare Books and Special Collections, Firestone Library, Princeton University.
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Foto: En el año de 1937 la famila Paz Garro vivió en Japón por un puesto diplomático de Octavio. En la imagen, ella posa con zapatillas de ballet. / Archivo personal de Elena Garro