Adiós a los padres: Rodrigo García Barcha

Jul 24 • Conexiones, destacamos, principales • 13115 Views • No hay comentarios en Adiós a los padres: Rodrigo García Barcha

 

En entrevista, Rodrigo García Barcha, autor de Gabo y Mercedes: una despedida, habla sobre el proceso de escritura al cual se enfrentó para este libro, pues en él no buscaba retratar el testimonio de la muerte de un famoso, sino compartir las memorias que como hijo guarda sobre el escritor colombiano Gabriel García Márquez, y de su madre, Mercedes Barcha

 

POR GERARDO ANTONIO MARTÍNEZ
Abrir las puertas de la privacidad familiar no es una tarea sencilla, sobre todo si tu padre es Gabriel García Márquez, Premio Nobel de Literatura 1982 y personaje popular, amigo de mandatarios, intelectuales, gran conversador y un hombre reconocido en el mundo de habla hispana. Esta tarea se vuelve aún más compleja cuando se narran los últimos días de los padres. Los días de angustia por las decisiones médicas, la espera de otros familiares para dar la última despedida se suman al cuidado de que afuera no se sepa más de lo necesario de lo que ocurre en casa.

 

A lo largo de cinco semanas, Rodrigo García Barcha tomó apuntes sobre el ambiente familiar, la evolución médica del autor de Cien años de soledad, las conversaciones con su madre ante la inminente partida de su esposo, la muerte, el sepelio, los homenajes y los abrazos de los amigos. El resultado es un testimonio familiar de cómo los hijos van construyendo la memoria de sus padres y de ellos mismos como personajes de una misma historia.

 

La muerte de los padres nunca está en la agenda. Esa es una de las impresiones que dejan las primeras noticias del deterioro definitivo de su padre. Escribe García Barcha en las primeras páginas de Gabo y Mercedes: una despedida (Literatura Random House, 2021): “Llamo a mi madre entre semana una mañana de marzo de 2014, y me dice que mi padre lleva dos días en cama por un resfriado. No es raro en él, pero me asegura que esta vez es diferente. ‘No come y no se quiere levantar. Ya no es el mismo. Está apático. Así empezó Álvaro’, agrega, refiriéndose a un amigo de la generación de mi padre que había muerto el año anterior. ‘De esta no salimos’, es su pronóstico.”

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Las referencias a su obra, en especial a Cien años de soledad, son inevitables, pues son también testimonio del vínculo entre literatura y vida, pero sobre todo la presencia que sus historias tienen en la mente de sus lectores. Al igual de Úrsula Iguarán, uno de los personajes centrales de esta novela, García Márquez murió un Jueves Santo. García Barcha no ahorra palabras en mencionar con puntualidad los padecimientos que ocasionaron la muerte de su padre, y evita los detalles innecesarios.

 

“La neumonía de nuestro padre responde al tratamiento, pero las imágenes de la tomografía revelan acumulación de líquido en la región pleural y unas zonas sospechosas en el pulmón y el hígado. Son compatibles con tumores malignos pero los médicos están renuentes a especular sin las biopsias. Las zonas en cuestión son de difícil acceso, de modo que las muestras de los tejidos tendrán que tomarse con anestesia general. Dado su actual estado de debilidad, es posible que después no pueda respirar por sí mismo y que se vean obligados a ponerle un ventilador. Es lo más usual en los programas médicos de la televisión; simple pero no menos apabullante. En Los Ángeles, le planteo la situación a mi madre y, tal como lo imaginaba, rechaza el ventilador. De modo que, sin cirugía ni biopsias ni diagnóstico de cáncer no hay tratamiento.”

 

En entrevista, Rodrigo García Barcha habla del proceso de escritura de este libro testimonial en el que hace un homenaje a sus padres, Gabriel y Mercedes, a quien dedica la última tercera parte del libro, describe las vulnerabilidades físicas e intelectuales del padre con el cuidado que sólo puede dar un hijo, en este caso el cuidado de su memoria. Desde Los Ángeles, donde radica por su trabajo como director de cine, habla también de las adaptaciones a miniseries en plataforma streaming de Noticias de un secuestro y Cien años de soledad, esta última con una producción más ambiciosa que no escatimará capítulos para satisfacer a los lectores de su padre.

 

Otro proyecto que como familia tiene pendiente junto con su hermano Gonzalo es la creación de dos casas-museo dedicadas a la difusión de la obra de su padre, una en la Ciudad de México y otra en Cartagena, Colombia, iniciativas que quedaron suspendidas por la crisis sanitaria.

 

¿A qué se enfrentó al momento de escribir el testimonio de dos despedidas, las de sus padres? Ha manifestado sus dudas al hecho de abrir las puertas de la vida de su familia para contar los últimos días de sus padres.

 

Bueno, fue un proceso de diferentes etapas porque inicialmente no planteé escribir realmente algo publicable. Cuando estábamos viviendo lo que resultaron ser las últimas semanas de Gabo, evidentemente las cosas eran muy interesantes, muy cargadas y emotivas. Entonces, empecé a tomar notas con cierta reticencia, sin saber un poco para qué. Pensé que a lo mejor escribiría una memoria personal para mí, para mis hijas, para mi hermano, la familia; siempre con ese sentido de culpabilidad de que si esto que escribí en algún momento se publicaría, sería una traición a la privacidad de la vida familiar. Cuando murió mi padre escribí cerca de dos terceras partes del libro y lo dejé a un lado porque no sabía muy bien qué iba a hacer, si debía hacer algo con eso. Era muy largo para ser un artículo, muy corto para ser un libro. Sobre todo no quería hacer el libro sobre la muerte del autor famoso. No era lo que me interesaba. Quería que fuera una cosa más familiar. Entonces fue hasta después de que murió mi madre cuando me di cuenta del tema. El tema realmente era la despedida de los padres, la despedida de este mundo que formaron ellos y que éramos nosotros cuatro. Entonces fue cuando me animé a escribir la parte final sobre mi madre. Todo fue un proceso.

 

¿Cómo lidiaba su padre con esta necesidad de conservar la privacidad y su rol de personaje público? ¿Qué situaciones evitaba y cuales disfrutaba?

 

Era una situación muy llena de contradicciones porque por un lado era una persona privada y por otro era muy gregario. Le daba mucha importancia a las amistades. Era muy de amigos. Pero a medida que su fama creció ese grupo de amigos creció con amigos de amigos. Siempre fue una labor necesaria porque sí le gustaba mucho estar con gente y estar con lectores. Como a toda persona le gustaba la admiración, el aplauso y que los libros gustaran. México era uno de los lugares donde se refugiaba, donde creo que tenía mucha más capacidad de privacidad que en lugares como Colombia. Entonces era un ir y venir entre refugiarse, sobre todo para escribir, y la vida social y pública.

 

*

 

La vejez fue una etapa de la vida a la que Gabriel García Márquez le dedicó reflexiones, las que compartió con sus hijos, como lo relata Rodrigo en una de sus páginas: “Un día te despiertas y eres viejo. Así no más, sin aviso. Es abrumador”. Más adelante, confiesa: “Hace años escuché que llega un momento en la vida del escritor en que ya no puede escribir una extensa obra de ficción. La cabeza ya no puede contener la vasta arquitectura ni atravesar el terreno traicionero de la novela larga. Es cierto. Ya lo siento. Así que, de ahora en adelante, serán textos más cortos”.

 

¿Fue difícil para su padre aceptar las limitaciones que la edad le iba imponiendo? ¿Qué les decía? ¿Cómo actuaron ustedes frente a esta realidad?

 

No creo que le fuera difícil en el sentido que lo tenía que aceptar. No había alternativa. Sobre todo porque la limitación no era sólo de ejecución, sino de imaginación. Creo que hay un momento en que ni siquiera había una idea para una novela de 400 páginas. El cerebro ya no tiene ese músculo. Entonces era una cuestión de aceptar. De todas maneras escribió piezas más cortas. Sus últimos tres o cuatro libros fueron cortos. Pero los disfrutaba de todas maneras. No fue una pérdida sino una aceptación de que ese iba a ser el marco de la posibilidad.

 

García Márquez fue también un gran lector. Usted refiere la admiración que su padre tuvo a lo largo de su vida por Thornton Wilder, en especial por su novela Los Idus de marzo. ¿Qué más hay en la cocina literaria de su padre?

 

Recuerdo que le gustaba mucho una novela italiana que se llamaba Los novios, de Alessandro Manzoni. También El amante de Marguerite Yourcenar. De todas las épocas, libros viejos y nuevos. Para él no había libros viejos, sólo libros de otras épocas. También le gustaban los libros de memoria, los libros de farándula. Era muy omnívoro.

 

Al mismo tiempo tenía una gran admiración por el género del vallenato y la música pop. ¿Tenía García Márquez una distinción entre cultura popular y alta cultura?

 

A él le gustaba lo que le gustaba. Le gustaba la Ilíada, la Odisea, Edipo Rey, Rocío Jurado y Serrrat. Para él, si le gustaba, era bueno. Hubo muchos clásicos muy grandes que nunca le interesaron o no lo conmovieron.

 

Menciona en uno de los capítulos su asombro ante el descubrimiento de Elton John. ¿Qué había en el disquero de su padre?

 

Mucha música clásica, pero sobre todo de cámara. No tanto sinfónica: Beethoven, Brahms. También era amante de los Beatles y no sólo del vallenato, sino de la balada hispanoamericana y los boleros, por supuesto. Era más variado en la lectura.

 

Rescata usted la sencillez, la franqueza y la indulgencia de su madre. ¿Cómo complementaban estos rasgos a su padre, en lo familiar y en lo público?

 

Es imposible saber realmente cómo es un matrimonio por dentro. Pero sí compartían una enorme curiosidad por la vida, por la vida ajena, por la gente, eran muy gregarios. Es un rasgo muy caribeño: la reunión, la conversación. Ambos coincidían en eso, cierta reticencia de la vida privada y por otro lado siempre estuvieron dispuestos a juntarse con gente.

 

Menciona que su padre era particularmente cuidadoso de no adquirir el lenguaje académico e intelectual. ¿Cómo es que esto definía de algún modo su quehacer literario y de algún modo su actitud ante la vida?

 

Yo creo que tenía un poco de sospecha con lo que fueran actividades intelectuales de análisis, tratar de descifrar, interpretar, deconstruir las obras. La obra era más bien algo que se disfrutaba o no. Las disfrutaba de manera intuitiva. Tenía sus herramientas de escritor y leía con eso en mente. Pero en general le gustaba más la expresión artística que el análisis. Prefería la historia a la teoría.

 

Hacia el final del libro menciona que su padre desconfiaba de los ejercicios terapéuticos para lidiar con sus obsesiones y quizá frustraciones. Recomendaba tener muchos amigos. ¿Había una dosis de confesión en las charlas que tenía con sus amigos más allegados? Pienso en Álvaro Mutis, por ejemplo, ambos grandes conversadores.

 

Con sus amigos más cercanos creo que sí. Con Álvaro Mutis, sin duda. Además de Luis y Leticia Feduchi, amigos psicólogos de Barcelona que aparecen en el libro. Con Carmen Balcells por su puesto, y un sin número de amigos, sobre todo en Colombia, en México, en España, en Cuba. Muchos sudamericanos. Siempre estuvo dispuesto a hablar con mucha franqueza con gente más joven. Ellos siempre tuvieron amigos más jóvenes. Vivieron mucho tiempo. A los 80, la mayoría de sus amigos eran más jóvenes, incluso más jóvenes que yo. Con los amigos cercanos había confidencia, como con Carmen Mutis, la esposa de Álvaro, también con “La Chaneca”, Bertha Maldonado.

 

En el libro menciona que usted y su hermano Gonzalo evalúan convertir su casa de la Ciudad de México en una casa-museo. ¿Cómo va ese proyecto?

 

Espero que ambas. En Cartagena ya existe lo que fundó Gabo, que es la Fundación para un Nuevo Periodismo Iberoamericano. Eso ya tiene una sede allá y estará bajo lo que se llama Centro Gabo, que será un centro cultural. Probablemente la sede de ese Centro Gabo será la casa de Cartagena. También en México queremos hacer una casa-museo en la casa de la calle Fuego, que sea un tipo de centro cultural. Eso tarda, por supuesto. Hay que formar un patronato, hay que tener a los participantes públicos y privados necesarios. Se hará con algunas entidades culturales de la Ciudad de México. Pero estamos dizque saliendo de la pandemia y todo va lento. La idea es que la casa permanezca de manera visitable y activa.

 

Prepara la adaptación de Cien años de soledad al formato de serie en la plataforma Netflix, al igual que Noticia de un secuestro. Entiendo que son proyectos de varios capítulos. ¿Qué tan difícil es la elaboración de los guiones para estas adaptaciones, sobre todo a la vista del genio literario que fue Gabriel García Márquez?

 

Toda adaptación es difícil. Hacer cualquier película, serie original, novela, pintura, ópera, es díficil. En el caso de Noticia de un secuestro pensé que puede ser una buena miniserie de seis horas. Es una obra periodística. Muy precisa, muy concreta. Hemos logrado hacer muy buenos guiones, sobre todo con guionistas colombianos. La dirigió el chileno Andrés Wood. Le tengo mucha fe, creo que va a resultar muy bien. Cien años de soledad es más ambiciosa, más difícil de adaptar. Harán falta más horas, por supuesto. Imagino que al final serán 14, 15, 18 horas. Ese era uno de los atractivos de hacerlo en una plataforma como Netflix, que se iban a hacer las horas que fueran necesarias. Creo que la adaptación es difícil, se está haciendo muy buen trabajo. El guionista puertorriqueño-americano José Rivera es quien ha estado adaptándolo. He leído los primeros tres guiones y realmente creo que va por buen camino.

FOTO: El escritor Gabriel García Márquez y su esposa, Mercedes Barcha, la mañana en que fue anunciado como ganador del Nobel de Literatura 1982/ Crédito: Cortesía Rodrigo García Barcha

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