Adiós a Michèle Albán

Dic 23 • destacamos, principales, Reflexiones • 5331 Views • No hay comentarios en Adiós a Michèle Albán

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El editor evoca sus años como colaborador en el comité editorial de las Olimpiadas del 68, recuerda a la mujer que fue musa y compañera de grandes escritores de su generación y revela cómo Albán incluso fue fundamental en los proyectos de traducción de Juan García Ponce

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POR HUBERTO BATIS


En mi entrega anterior me referí a mi ingreso a la Imprenta Universitaria de la UNAM. En la foto salimos varios compañeros, entre ellos Augusto Monterroso, que en la vida real era como un personaje de sus cuentos: muy ingenioso. También está Alicia Pardo, quien fue mi consejera más valiosa y antes había sido secretaria de Jaime García Terrés, director de Difusión Cultural. Su hermana trabajaba con el rector Javier Barros Sierra, por lo que ambas estaban bien conectadas con la alta burocracia. Ahí también está retratado mi gran amigo Rubén Bonifaz Nuño, quien entró a trabajar a la Imprenta el mismo día que yo. Ahí está en esa foto con su cara de Pedro Armendáriz.

 
Esos fueron años de mucha efervescencia editorial. Aunque en la Imprenta Universitaria todavía se trabajaba con linotipos y lingotes de plomo, en otros medios ya se experimentaba con las impresiones a color. Uno de ellos fue El Heraldo Cultural, en donde trabajé con José de la Colina bajo la dirección de Luis Spota. Ese fue el primer suplemento con fotos a color en los interiores.

 

Alguien que no aparece en esa foto y que también trabajó en la Imprenta invitado por mí fue Gustavo Sainz, con quien había trabajado en la revista Visión, de la que era director. Entonces estaba casado con Rosita, la muchacha que salía retratada al final de Gazapo, su novela más famosa, y en quien se inspiró para el personaje de Gisela. Recuerdo que Gustavo era muy cuidadoso con su biblioteca. Un día me invitó a comer a su casa, en la calle Río Po, en la colonia Cuauhtémoc. Cuando pasamos a su biblioteca, tomé un libro y lo abrí. Entonces me dijo: “Te lo regalo”. Luego Rosita me dijo: “Te lo regala porque ya lo abriste. Él apenas les echa un ojo para no maltratarlos”. Entonces me di cuenta que Gustavo apenas se asomaba entre sus páginas.

 

El año de 1967 fue muy duro para mí. Mi primera esposa, Estela Muñoz Reinier, estaba en Francia. Fue en esas fechas que renuncié de la imprenta en protesta por la expulsión de Juan Vicente Melo de la dirección de la Casa del Lago, una decisión de Gastón García Cantú, entonces director de Difusión Cultural, y a quien Melo le cantaba “Gastón García Cantú, en México se piensa mucho en tú”, con el compás de la canción “Madrid”, de Agustín Lara: “Madrid, Madrid, Madrid. En México se piensa mucho en ti”. Luego vino mi salida de El Heraldo Cultural, justo por haber publicado ahí mi carta de renuncia que envié al rector Barros Sierra. Me quedé en la calle y tuve que trabajar por un tiempo en la redacción de la Enciclopedia de México que hacía Gutierre Tibón, que ya iba por la letra “G”, por lo que yo redacté las entradas de Glorieta, Garbanzo y todos los García. Ese proyecto enciclopédico después lo retomó José Rogelio Álvarez, un tapatío igual que yo, quien también fue asesor del entonces secretario de Educación, mi maestro y protector Agustín Yáñez.

 
Todo se me complicó en esas fechas, hasta que conseguí un trabajo en la dirección editorial del Comité Organizador de los XIX Juegos Olímpicos. Juan Vicente Melo, Juan García Ponce, José de la Colina y yo llegamos ahí por Tomás Segovia, quien nos había recomendado para trabajar cuando se fue a París en donde fundó con el crítico uruguayo Emir Rodríguez Monegal la revista Mundo Nuevo. Esta publicación fue muy relevante porque ahí se dieron a conocer varios de los trabajos más importantes del Boom Latinoamericano. Por ejemplo, ahí se publicaron capítulos de Cien años de soledad de Gabriel García Márquez, poemas de Octavio Paz y textos de jóvenes cubanos como Severo Sarduy y Guillermo Cabrera Infante. Tomás había conocido a Emir cuando pasó una temporada en Uruguay junto con su esposa, Inés Arredondo, en la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (ALALC).


En la dirección editorial fui encargado de contenidos bajo la supervisión de Beatrice Trueblood. Desde esos Juegos Olímpicos ella hizo vida en México, pues se casaría con un viejo amigo mío, digo viejo por su edad y saberes: Archibaldo Burns. Recuerdo que Juan García Ponce le decía “Beatrice Falseblood” porque ella es de origen letón y su verdadero apellido es Aboltins. El apellido Trueblood lo tomó de un marido que tuvo, que venía de una familia aristocrática en Estados Unidos. Fuimos muy cercanos y me llevó a Nueva York a trabajar en un libro del arquitecto Pedro Ramírez Vázquez sobre el Museo Nacional de Antropología.


Hace poco hablé con ella. Estaba deshecha porque había muerto su hija Edwina, a quien llamaron así en honor de un gran amor que tuvo Archibaldo. Se trataba de Edwina Annette Ashley, quien se terminó casando con Lord Luis Mountbatten, virrey de la India. Archie, quien falleció en 2011, y Beatrice tuvieron dos hijos: Adrián y Edwina.

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Michèle Albán (Requiescat in pace)

Hace unos días me enteré de la muerte de Michèle Albán, ex esposa de Tomás Segovia, Salvador Elizondo y quien fue el gran amor de Juan García Ponce. Por la columna de Paulina Lavista en El Universal supe que falleció el 11 de diciembre en Tepoztlán, Morelos, en brazos de su hija Mariana.

 

Michèle y yo convivimos mucho. Fue una amiga encantadora. Mi esposa Patricia y yo íbamos a cenar a casa de Juan García Ponce cada ocho días. A Michèle le debemos mucho. Ella le enseñó a sus empleadas a cocinar unas delicias de la cocina francesa y española. Y ellas a su vez le enseñaron varias recetas a Patricia González Rodríguez. Conocía todas esas recetas porque hasta su adolescencia había vivido entre Francia y España. A Patricia y a mí nos atendió regiamente en el restaurante Las Marionas, que tenía con una amiga en Tepoztlán, Morelos.

 

Michèle hablaba tan buen francés que ella fue fundamental para las traducciones que Juan García Ponce hizo de autores desde esta lengua. El más importante fue Pierre Klossowski. La traducción inicial la hacía Michèle. Juan le daba el estilo literario. Además daba clases de francés y de latín. Podemos decir que fue la musa y compañera de grandes escritores. Con Tomás Segovía se había casado muy jovencita y tuvieron un hijo: Rafael, también poeta. Tiempo después se unió a Salvador Elizondo, con quien tuvo dos hijas: Pía y Mariana. Es importante recordar que Farabeuf, la gran novela de Elizondo, no sólo la escribió en la época en que vivieron juntos, sino que está dedicada a ella. García Ponce también le dedicó algunos de sus libros.

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Foto: Archivo de Paulina Lavista

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