Adiós, Gloria
POR JUAN HERNÁNDEZ
Murió Gloria Contreras: bailarina, coreógrafa, directora y, sobre todo, apasionada amante de la danza. En 1970 fundó el Taller Coreográfico de la UNAM, en donde montó alrededor de 200 coreografías, que presentó en temporadas ininterrumpidas en el Teatro Carlos Lazo, ubicado en la Facultad de Arquitectura en Ciudad Universitaria, y en la Sala Miguel Covarrubias del Centro Cultural Universitario.
Nació en la ciudad de México en 1934 y falleció el pasado 25 de noviembre a los 81 años de edad, pocos días después de su cumpleaños, que habría celebrado el 15 de este mes.
Gloria Contreras hizo danza hasta el último suspiro. Su prolija carrera abarcó la creación coreográfica, la enseñanza y el desarrollo de una cultura dancística en el seno de la Universidad Nacional Autónoma de México, que la acogió en 1970, cuando la máxima casa de estudios era el centro del movimiento artístico de vanguardia, que rompía esquemas y paradigmas en el teatro, la plástica, la música y, desde luego, la danza.
De figura fina, piel blanca, ojos pequeños, voz suave, pausada y casi niña, la creadora se transformaba en gigante cuando hablaba de sus batallas en la danza; feroz, mostraba el carácter de titán con el cual consiguió mantener viva a una compañía durante 45 años.
Cuando hablaba para los medios de comunicación no dejaba pasar el hecho de que fue en Nueva York en donde su trabajo se valoró: en esa ciudad creó la célebre obra Huapango, con música de Moncayo, y al verla, George Balanchine le otorgó todas las facilidades para que desarrollara una carrera en la urbe de los rascacielos. Así lo platicaba Gloria, orgullosa y feliz de aquel encuentro decisivo en su vida como artista.
En México no había tenido cabida en ninguna compañía, decía, pero cuando la arropó Balanchine, en Nueva York, la coreógrafa ya no paró hasta convertirse en uno de los gigantes del arte del siglo XX en México. La coreógrafa forma parte de una estirpe que sólo se puede entender en el contexto histórico y cultural del país de aquella época: 1970, cuando se movían fuertemente las aguas de la creación en todas sus disciplinas y Gloria encontraba su nicho, ni más ni menos, que en la Universidad Nacional Autónoma de México.
Su aportación artística fue decisiva: el Taller Coreográfico de la UNAM, la compañía de ballet en la que se hicieron obras alejadas del acartonamiento e ingenuidad del repertorio decimonónico, para entablar un diálogo con la contemporaneidad; recuperando para la danza el vigor del bailarín de cuerpo fuerte, varonil, y de la bailarina que no sucumbe a la tierna fragilidad de una equivocada concepción de la condición femenina.
Influenciada por lo que había visto en Nueva York y particularmente por el trabajo de George Balanchine, la artista mexicana tomó bajo su responsabilidad hacer del ballet una expresión de actualidad. La gloria llegó con el apoyo creativo e incondicional del director de orquesta Eduardo Mata (México, D.F., 1942-1995), con quien hizo temporadas memorables, montando obras con música del también compositor, y convocando a centenas de estudiantes al Teatro Carlos Lazo.
“No voy a estar monte y monte El lago de los cisnes, ¡ya por favor! ¡pobre Chaikovsky! De tanto llevar a escena ese ballet tan maravilloso lo han hecho aburrido. Yo tengo una puesta de Romeo y Julieta, pero con una vuelta de tuerca que lo hace contemporáneo; en él hablo del conflicto entre familias, que pueden ser pueblos: palestino o judío. Eso es lo que le interesa a la gente: lo actual”, comentaba con voz emocionada.
Gloria Contreras se sintió incomprendida, rechazada por la comunidad dancística de México. Decía que nunca la habían querido y que había realizado su carrera a contracorriente del gremio de la danza nacional. Lo cierto es que la bailarina y coreógrafa fue reconocida en el país, en donde no sólo obtuvo el apoyo para consolidar su quehacer como bailarina, coreógrafa, maestra y directora de una compañía dancística, sino también los premios más acariciados por los artistas mexicanos, entre ellos: el Premio Universidad Nacional, en 1995, y el Premio Nacional de Ciencias y Artes en el área de Bellas Artes, en el 2005.
Sin embargo el mayor reconocimiento que Gloria Contreras agradeció siempre fue el del público, el de los estudiantes y gente del pueblo, para quienes, decía, iba dirigido su trabajo.
A los 80 años de edad aún bailó para la cámara cinematográfica del director Julián Hernández, quien con la bailarina abre su cinta Yo soy la felicidad de este mundo, en donde la intérprete se transforma en ave que emprende el vuelo alto e infinito.
Gloria Contreras pertenece a la estirpe de los grandes monstruos del arte del siglo XX en México. Figura insustituible, que cumplió con una tarea necesaria en la escena dancística nacional. Quedarán su obras como legado y su visión de una danza sin límites, libre para dialogar con su tiempo: esa fue la enseñanza. A las nuevas generaciones les toca tomar la batuta y seguir por ese camino, no para repetir lo que la creadora hizo, sino para inspirarse en su vocación, sensibilidad y capacidad organizativa a favor del desarrollo de una cultura dancística.
La acompañan en su viaje final la música eterna de Bach, Mozart, Beethoven, Schubert, Mahler, Wagner, Schumann y Moncayo, en cuyos universos se sumergió para hacer danza alejada de los cuentos de hadas y hablar de lo esencial: las pasiones y la condición humana. Descanse en paz la bailarina y coreógrafa.
*Foto: Bailarina, coreógrafa y creadora de instituciones dancísticas como el Taller Coreográfico de la UNAM, Gloria Contreras falleció el 25 de noviembre a los 81 años. El jueves fue despedida en la sala Miguel Covarrubias de esta casa de estudios/Archivo El Universal.
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