Aki Kaurismäki y el destino sarcástico
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Segunda parte de un tríptico dedicado a la migración de Medio Oriente en Europa, El otro lado de la esperanza, de Aki Kaurismäki, narra las hostilidades que sufre un aspirante a refugiado sirio en las calles de Helsinki, paraíso del Estado benefactor pero carente de la mínima misericordia
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POR JORGE AYALA BLANCO
En El otro lado de la esperanza (Toivon tuolla puolen, Finlandia-Alemania, 2017), desarmante opus 19 del iluminado autor total finlandés iniciador del minimalismo europeo de 60 años Aki Kaurismäki (Ariel 85, La chica de la fábrica de cerillos 89, Cambio de vientos 96), el joven inmigrante sirio involuntario Khaled Alí (Sherwan Haji) emerge inopinadamente como espontáneo espantajo de un montón de carbón apenas haya llegado a la inclemente capital portuaria de Helsinki la nave carguera donde viajaba en calidad de clandestino, desembarca por su propio pie, ofrece limosna a un músico callejero para averiguar el paradero del más cercano baño público, se ducha, cambia de ropa y, contra cualquier previsión, hace otra indagación para dirigirse a la estación policiaca más cercana y autodenunciarse de honesta manera civilizada, entregando de inmediato su pasaporte, con el objeto de pedir asilo político, creyendo que le será fácil conseguirlo por provenir accidentalmente de un país en guerra y sujeto a la cruel devastación de Alepo donde ha perdido a su familia entera, salvo a una hermana a la que busca con desesperación tras extraviarla en la fuga por numerosas fronteras, pero, interrogado con minucia y colocado en un albergue que le servirá de refugio, pese a las tenaces embestidas de una pandilla de cabezas rapadas racistas, y donde entablará amistad con el iraquí en stand by de meses Mazdak (Simon Hussein Al-Bazoon) que lo auxilia en la búsqueda fraterna mediante telefonemas de larga distancia desde su celular, el buen Khaled ve negada su solicitud de asilo, debe escapar hábilmente antes de ser deportado en avión hacia la hostil Turquía, se convierte en paria y, para su buena suerte, choca por azar contra el ensimismado sesentón exviajante de comercio y diestro jugador de póker Wikström (Sakari Kuosmanen) que con gran orgullo roñoso acaba de refundar un viejo restaurante barrial no obstante para gourmets, en cuyo excéntrico personal logra integrarse el infeliz sirio, para agenciarse, gracias a la ayuda bondadosa del patrón incipiente, una falsa identificación de residencia, y entonces seguir buscando a su hermana Miriam (Niroz Haji), localizarla por fin en una frontera lituana, hacerla traer como ilegal por un generoso trailero contrabandista (Tommi Korpela) y, por terca insistencia de la chica, en trance de acompañarla ya a su inútil solicitud ritual de asilo, sucumbir bajo las heridas causadas por un perseguidor racista y cumplir así sobradamente, como todos los dolientes personajes fílmicos de Kaurismäki que lo han precedido, con los paradójicos e irónicos dictados de un destino sarcástico.
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El destino sarcástico lleva los resortes de su planteamiento dramático nuclear y esencial hasta una verdadera metafísica del sarcasmo, sarcasmo sorprendentemente aquilatado por el paciente autodidacta Kaurismäki a lo largo de los años y los lustros y las décadas, sarcasmo hiriente y calculado, sarcasmo de la puñetiza desafiante entre el débil joven inerme y el frágil viejo al parecer aún más inerme para sellar a golpes su nueva amistad viril hawksiana, sarcasmo del odio a la diferencia ejercido por los propios parias, sarcasmo que depende en mil por ciento del corte exacto asestado por el editor Samu Heikkilä, sarcasmo de una sociedad del bienestar cerrada a la más elemental misericordia pero ávida de huir a México (“donde beberé sake y bailaré hula-hula”), sarcasmo de las mutaciones e improvisaciones hilarantes del restaurante hípster súbitamente de sushi o tailandés, sarcasmo del abrazo disparejo entre la hermana indiferente y el ahora chef Khaled sacrificado, y sarcasmo viviente en las figuras pululantes de los tres freaks empleados del restaurante-falansterio utópico: el portero, el cocinero y la mesera análogamente aprovechados y chantajistas.
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El destino sarcástico se desarrolla a través de una hábil, contrastante y sugerente estructura en paralelo que sólo habrá de converger y unirse luego de dos tercios de comenzado el relato, pero en realidad se trata sobre todo de una tajante estructura fragmentaria, una rapsódica estructura muy elíptica donde se inserta de manera casi natural el aparente automatismo artificial y mecánico con que se conducen todos los estoicos personajes, ora melancólicos ora herméticos, donde se ubica idealmente el silencio que media sin respuesta ni remedio entre esas criaturas de pronto desentendidas de sí mismas (“Yo no importo”), pero donde asimismo, por contraste, los músicos callejeros invaden y se apropian de esa estructura para convertirla por arte de magia lumpen (cercana a nuestro clásico populachero Nosotros los pobres o a cierto cine filipino extremo) en una suerte de comedia musical desarrapada y contrahecha.
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El destino sarcástico constituye la segunda parte de un tríptico sobre la inmigración forzada a Europa, iniciado con Le Havre: el puerto de la esperanza (11), donde la esperanza simulaba ser la palabra clave; una esperanza desecha y en andrajos, porque los planos muy abiertos de la parca fotografía de Timo Salminen juegan con ella ahora como si fuese una caprichosa y reacia pelotita invisible siempre situada en el campo enemigo, y la jodidez del inmigrante se compara con la del Perdedor Radical de Enzensberger (siendo lo contrario), el fracasado que no se resigna, ni claudica, el derrotado que “se aparta de los demás, se vuelve invisible, cuida su quimera, concentra sus energías y espera su hora”.
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Y el destino sarcástico afirma lo contrario del humor fresco y alegre en la presencia viva y constante de la muerte, hasta en la selección de las canciones populares (“Cómprame madre un traje blanco/ ya estaré frío y exánime”), rumbo a su triunfo final bajo un árbol del parque público, homologando al héroe que se desangra con el perro inteligente que lo acompañaba en su encierro dentro del baño de damas y que se convirtió al Islam aunque con fuertes inclinaciones al Budismo, según advirtió en seguida el mismo Khaled.
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FOTO: La segunda parte de este tríptico que el director finlandés dedica a la migración de la población de Medio Oriente a Europa, se exhibirá en la Cineteca Nacional hasta el 15 de marzo. / Especial
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