Alain Guiraudie y la paternidad lumpenizadora
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Un director de cine francés se enfrenta al desafío de escribir un libreto para su nueva película. Mientras hace una visita al campo, se involucra con una mujer campesina, quien lo abandona meses después de tener un hijo con él. Esta nueva película de Alain Guiraudie hace uso de las posibilidades visuales de los sueños y de la sexualidad
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POR JORGE AYALA BLANCO
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En Animal vertical (Rester vertical, Francia, 2016), abismal filme 5 del autor total regionalista francés vuelto magno estilista heterodoxo de 52 años Alain Guiraudie (No hay descanso para los valientes 03, El rey del escape 09, El extraño del lago 12), el treintón cineasta bisexual a quien aún le basta con una llamada de celular para obtener jugosos adelantos por sus guiones inconclusos Léo (Damien Bonnard) viaja por las magníficas landas de la Creuse francesa cercanas a un melancólico puerto fluvial y en vano intenta interesar por el camino al joven bello tenebroso Yoan (Basile Meilleurat) siempre dilapidando los ahorros del anciano pederasta enfermo Marcel (Christian Bouillette), pero logra ligarse de inmediato a la endurecida pastorcita doble madre soltera obsedida por el asedio de los lobos a sus ovejas Marie (India Hair) que labora para su silencioso padre deforme también bisexual Jean-Louis (Raphaël Thiery); inicialmente se siente bien con ella, viven juntos, le hace un bebé, pero se niega a seguir a su lado; entonces ella huye al puerto con sus dos mayorcitos, el buen guionista inútil debe encargarse del cuidado total del menor y eso sí le cambia la vida por entero: se encarga temporalmente de las ovejas aunque no tolera los avances sexuales del abuelo de su nene, recurre a la excéntrica doctora Mirande (Laure Calamy) en su cabaña lacustre, acaba en el río escondiéndose del productor fílmico (Sébastien Novac) que llega a exigirle el terminado de sus libretos, queriendo convivir con los mendigos portuarios resguardados bajo un puente, siendo saqueado y desnudado por ellos, y rinde visitas al jodido viejo Marcel siempre esquilmado y abandonado, con quien se identifica emocionalmente al grado de asistirlo en su clemente suicidio, sodomizándolo, provocando un pavoroso escándalo, yendo a dar a la cárcel preventiva, egresando de allí despojado de su bebé, y refugiándose a concluir sus días en el vil corral del abuelo Jean-Louis para, ahora sí, enfrentarse a los lobos depredadores de borregos, al cabo de su periplo físico-sexo-espiritual de consentida paternidad lumpenizadora.
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La paternidad lumpenizadora escapa limpia y astutamente a cualquier determinismo psicológico o conductista gracias a su recurso a una lógica de la indeterminación en el comportamiento y la observación de sus criaturas, para dejar a los personajes hundidos en la más salvaje e inquietante soledad, una soledad deambulatoria de la ciudad al campo y viceversa o al interior de ellos, errabunda y errática a la vez, la monstruosa soledad grotesca del abuelo, la destemplada soledad rabiosa del frágil provecto obsexo Marcel, la erizada soledad temerosa/rechazante/demandante de Marie, o la ubicuidad erobjetal del desesperado héroe Léo condenado a la cadena perpetua de cargar en brazos a su bebé, hasta consumar delante de él ese acto sexolímite tanático que le hará perderlo.
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La paternidad lumpenizadora se hace determinar, en compensación, por una identificadora visita al mendigo o escondites geográficos o tecnológicos que son ante todo morales, por las imágenes hermosamente lacias de la fotógrafa colaboradora habitual guiraudiana Claire Mathon, por lacónicos diálogos agudos (“Ya no viajo, estoy viejo”) hasta lo corrosivamente puntilloso (“No podría acostarme con el abuelo de mi bebé”), por la ausencia de música extradiegética y por las elipsis sistemáticas entre secuencia enigmática y secuencia insinuante que diseña sin piedad narrativa la edición de Christophe Hym (también indispensable para el realizador), pero ante todo por sus cortes brutales: corte de la cogida efusiva al parto en directo del bebé, corte de la sodomía-shocking a la primera plana de un tabloide sensacionalista reportando el hecho, o corte del pacífico paisaje-pasaje idílico al reguero de ensangrentados corderos de dios dispersos por la depredada pradera hasta perderse en un horizonte que resume la obra maestra islandesa Carneros (Hákonarsson 15) en una sola ojeada.
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La paternidad lumpenizadora se afirma en sus puntos fuertes o clave como un cine del cuerpo muy particular y casi provocador, aunque de hecho más allá de cualquier mera provocación, en la línea iniciada por Guiraudie con El extraño del lago: compulsivas caricias inmediatas en la entrepierna o en los genitales ajenos, gráfica cópula heterosexual, vulva en big close-up, demoledoras erección y sodomización explícitas, nacimiento del ficcional bebé en vivo y en directo cualquier cosa menos clínica; un cine de cuerpos siempre fragorosos y amenazados por la devastación, expandidos o marchitándose, agresivos o vencidos, ese cuerpo siempre excluido del cine, el mismo que visualmente se desinhibió desde mediados del siglo XIX con el vaginal Origen del mundo de Courbet (1866), el cuerpo corrupto de antemano y el mancillado cuerpo terminal, el mortal brebaje verdoso, la enculamiento en vivo para bien morir cual altiva forma civilizadamente misericordiosa de la eutanasia, el desnudamiento noctívago por mendicantes más atroz que una violación tumultuaria, piezas extremas de un innominado realismo pulsional, pero eso no debe verse sino sentirse, sufrirse, resentirse.
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Y la paternidad lumpenizadora expande finalmente todos sus sentidos, tanto los virulentos como los latentes, en un discurso sobre los lobos, esos lobos que la obsesiva Marie teme y odia por sobre todas las cosas, los lobos-principio pulsional e instintiva sustancia demoledora, los lobos que son ineluctable piel y aliento como lo más propio del hombre y sus negaciones y vacíos, los lobos invisibles que acometen y devastan entre secuencias, los lobos del Hombre de los Lobos de Freud y de la especulativa novela El viejo y los lobos de Kristeva y de la cinealegoría visceral Pacto de lobos (Gans 01), los lobos emblematizados como seminal otredad absoluta por la omnipresencia extrañante del bebé, los lobos que se visibilizarán hipnóticamente para dar la vertical medida de la animalidad humana.
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FOTO: Animal vertical, de Alain Guiraudie, se exhibirá hasta el 20 de abril en la Cineteca Nacional./ESPECIAL
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