Alatorre y Arreola, hermanos de inquietudes

Sep 15 • Reflexiones • 3880 Views • No hay comentarios en Alatorre y Arreola, hermanos de inquietudes

 

A cien años del nacimiento de Juan José Arreola recordamos la amistad entre el filólogo Antonio Alatorre y Arreola que comenzó cuando ambos eran muy jóvenes, en Jalisco; con los años se fue consolidando y no estuvo exenta de peripecias, lo mismo en Guadalajara como en la Ciudad de México. Impulsó las carreras y vocaciones de ambos

 

POR SERGIO TÉLLEZ-PON

 

La amistad que mantuvieron Juan José Arreola y Antonio Alatorre no sólo estuvo llena de complicidades literarias, también llegó a la mutua admiración y además fue bastante duradera, prácticamente hasta la muerte de Arreola a finales de 2001. Junto con Juan Rulfo, quien había nacido en Sayula, los dos venían de pueblos del sur de Jalisco: Arreola de Zapotlán el Grande (“que de tan grande nos lo hicieron Ciudad Guzmán”) y Alatorre de Autlán de la Grana. Lo lógico entonces sería suponer que pudieron haberse conocido gracias a las cercanías de sus pueblos natales, en algún viaje que alguno pudo haber hecho al pueblo del otro, en un punto intermedio o en el mismo Zapotlán, pues, por lo que cuenta Arreola, era paso obligado en la zona. Y si no, tal vez en la Ciudad de México, donde pudieron haber coincidido en 1937, cuando Arreola vino a estudiar teatro y Alatorre estudiaba en un seminario religioso. Sin embargo, no fue así.

 

Es una amistad que inició cuando ambos eran aún jóvenes y que vio pasar las publicaciones, sus éxitos y sus años. A partir de entonces sus vidas estuvieron estrechamente relacionadas y la amistad los llevó más allá de la complicidad literaria. Sin duda, los dos aprendieron uno del otro: Alatorre salía del seminario y no había leído nada que no fuera textos religiosos, así que Arreola le dio a leer a Neruda (a quien había conocido en Zapotlán durante el verano de 1942), a López Velarde, a García Lorca, a Borges, a Whitman, entre otros, es decir, lo introdujo en la modernidad literaria. Y Arreola, que sólo había acabado la primaria y se declaraba autodidacta, no dudó en abrevar de los conocimientos que Alatorre había tomado justamente en el seminario, incluido su aprendizaje del latín y, como podría decir su admirada sor Juana, de unas cuantas lecciones de griego.

 

Los nietos de Arreola, Alonso y José María, recogen unas palabras de su abuela, Sara Sánchez: “Haz de cuenta que Antonio era más que un hermano, pues él estaba diario con tu abuelo. Le dio mucha lata tu abuelo, hasta eso. Lo aguantó Antonio, lo aguantó mucho”. Y ellos agregan: “Hemos mencionado antes al sabio filólogo mexicano Antonio Alatorre, cuya relación amistosa y literaria con nuestro abuelo daría para otro libro. Sara solía hablar mucho de él, tanto como Claudia y Fuensanta [Arreola Sánchez]”1. Para Arreola hubo unos cuantos “hechos grandes en mi vida”, algunos parteaguas que cambiaron el rumbo de su existencia; uno de ellos, reconoce, fue “el hecho Antonio Alatorre”, como él lo llama2, y fue así como compartieron desde las penurias de su juventud hasta la predilección por las ediciones críticas de los libros y pasó por el detalle de que en una edición de su Narrativa completa3, Arreola agregó una discreta dedicatoria a Alatorre en el cuento “Apuntes para un rencoroso”, incluido en la sección “Prosodia”, de Confabulario. No aspiro a hacer todo un libro sobre la hermandad Arreola-Alatorre, como dicen los nietos, pues como puede verse Alatorre era un amigo muy cercano de la familia, sino más modestamente esbozarla en estos escuetos párrafos.

 

Escribe Alatorre que se conocieron durante el verano de 1944 en Guadalajara. Los presentó Alfonso de Alba, un compañero de trabajo de Arreola. En la capital del estado, Arreola tuvo otro de sus varios trabajos, en esa ocasión como jefe de circulación del rotativo El Occidental. En un ensayo sobre Juan Rulfo4, Juan José Doñán escribió que ambos, Arreola y Alatorre, “trabajaban en el periódico El Occidental”; en honor a la verdad, el único que trabajaba en ese periódico era Arreola, según se ha dicho, como jefe de circulación… “y, claro, el periódico, no circulaba”, reconoce socarronamente el propio Arreola en amena charla con Vicente Leñero, Federico Campbell y Armando Ponce5; mientras que Alatorre era más bien un colaborador habitual del diario. Por su parte, Alatorre había estudiado en un seminario de Tlalpan, en la Ciudad de México, como lo cuenta en su noveleta inconclusa La migraña, y regresó a Guadalajara donde, dice él mismo, vivía de “arrimado” con unas tías6 y apenas había terminado el primer año de la carrera de Derecho en la Universidad de Guadalajara, donde había participado en la revista estudiantil Tribuna. Poco después Arreola conocerá a Rulfo en las tertulias que ofrecían las hermanas Xóchitl y Guadalupe Díaz de León en la casa marcada con el número 1000 de la calle Pedro Moreno, y luego Arreola presentará a Rulfo con Alatorre para conformar una pequeña y fugaz generación de genios.

 

El paso de Arreola por El Occidental no es sólo un dato curioso más en su vida llena de fugaces chambas por la sencilla razón de que gracias a ese “trabajo” tuvieron a la mano las prensas en las que pudieron imprimir Pan. Revista de literatura. Esta revistita, escribe Alatorre, era “un documento de mi relación con Arreola, recuerdo de un breve periodo (junio a noviembre de 1945) de nuestra amistad, algo tan personal, tan íntimo como una conversación o una carta”7. Aunque para ellos no era más que un divertimento, lo cierto es que elegían los textos, los editaban, imprimían ellos mismos las hojas y las encuadernaban. Así publicaron siete números espaciados: allí aparecieron dos cuentos de Rulfo (“Nos han dado la tierra” y “Macario”), capítulos de una supuesta novela de Arreola y traducciones, las primeras reseñas críticas ¡y hasta poemas! de Alatorre. Por aquellos días, el de Zapotlán le escribió en una carta al de Autlán: “Yo tuve la alegría de encontrar en usted alguien que poseía instrumentos de crítica iguales a los míos y cuya precisión iba siempre mucho más lejos. Vea usted en esto el verdadero origen de nuestra amistad y halle aquí la explicación del placer que yo encuentro en fomentarla”8.

 

A finales de ese año, en octubre de 1945, Arreola dejó su trabajo en El Occidental y un mes después se fue becado a Francia para estudiar en la Comédie Française con Louis Jouvet. Y con él se vino Alatorre a la capital. Arreola sólo permaneció en París cinco meses, así que al regresar a México se encontró otra vez sin trabajo. Cuenta Arreola que, a su regreso, Alatorre estaba convertido en el niño mimado del Fondo de Cultura Económica (FCE), entonces dirigido por Daniel Cosío Villegas. Alatorre intervino ante Cosío Villegas para que le dieran un trabajo a Arreola también en el Fondo, pero el director se negó argumentando que “tenemos el carro completo”; acto seguido, según Arreola, Alatorre amenazó con renunciar él también si su amigo no se quedaba a trabajar con ellos. Desconcertado, Cosío Villegas cedió y le ofreció a Arreola un sueldo de trescientos pesos como corrector, pero también para escribir solapas y posteriormente traducir algunos libros9. El mismo Arreola reconoció en distintas ocasiones que el Fondo había sido su universidad, pues allí aprendió todo el proceso de edición, para años después poder hacer Los Presentes, Cuadernos del Unicornio y la revista Mester. Un año más tarde ingresarán a El Colegio de México, presidido por Alfonso Reyes, lo mismo que al recién creado Centro de Estudios Filológicos, que vino a fundar el argentino Raimundo Lida, donde empezaron a editar la Nueva Revista de Filología Hispánica.

 

Todavía estaban en el FCE cuando se crea una nueva colección, Letras Mexicanas, dentro de la cual se publicará en 1949 el primer libro de Arreola, Varia invención. Es el segundo título de la colección, así que el debut literario de Arreola quedó entre la Obra poética, de Alfonso Reyes y El nuevo Narciso, de Enrique González Martínez; según el colofón, la edición de Varia invención fue cuidada por Alatorre. Al año siguiente, cuando su hijo Orso está a punto de cumplir un año, las limitaciones económicas siguen; así se lo dice en una carta a su esposa y desliza una curiosidad: “Comprenderás que mi situación es difícil y no me permite enviarle un regalo. Estoy viviendo con Alatorre y ya realmente me da pena seguir así. Ha habido algunas dificultades para mí y no tengo trabajo suficiente”10. Para entonces, Alatorre ya estaba casado con Margit Frenk y vivían en la colonia Condesa, y es allí donde Arreola pudo haber pasado una temporada viviendo con ellos. Cuando Arreola organizó el primer programa de Poesía en Voz Alta, en el Teatro el Caballito, en 1956, no se olvidó de su amigo, pues incluyó al “Grupo Alatorre”, un conjunto de madrigalistas integrado por Enrique Alatorre, Margit Frenk y Antonio Alatorre al piano, quienes cantaron textos medievales de la lengua española con vestuarios diseñados por Héctor Xavier. Sin duda, el exitoso experimento de Poesía en Voz Alta le ayudó a Arreola para llevar a cabo muchos otros eventos igualmente exitosos en la Casa del Lago cuando fue nombrado como el primer director de ese espacio cultural universitario por Jaime García Terrés el 15 de septiembre de 1959, función que desempeñó hasta 1961 (por esa razón, luego de su muerte, en 2001, fue renombrada Casa del Lago “Juan José Arreola”).

 

Arreola tuvo sus momentos estelares en la televisión en los años setenta con los programas Decíamos ayer, Arreola y su circunstancia y Vida, cultura y magia de Juan José Arreola. En todos ellos tuvo un sinfín de invitados a los que, invariablemente, con su excéntrica presencia, pocas veces los dejaba hilar más de dos ideas. Lo contrario sucedió cuando llegó Alatorre para figurar a su lado en la pantalla, pues con él tuvo a un verdadero interlocutor; de hecho, ya lo era desde hacía treinta años, y entonces era Alatorre quien lo aplacaba y corregía, porque la serenidad de uno se complementaba con la exaltación del otro. Con cierta malicia, el filósofo Emilio Uranga dijo de Juan José Arreola que “la vida le ha matado el estilo”, en referencia a que su ya largo silencio en la literatura parecía no tener fin, menos aún con el histrionismo de que hacía gala en la pantalla chica. Incluso llegó a ser comentarista en las Olimpiadas de Barcelona en 1992. Al terminar el periodo de la televisión, su amistad continuó a lo largo de los años, pues sé que Arreola nunca dejó de visitar a Alatorre en su casa de la calle Espigones número 13, en Las Águilas (al surponiente de la Ciudad de México).

 

En varias ocasiones Alatorre dijo que en Arreola reconocía a su maestro, no sólo porque era unos cuantos años mayor, sino en gratitud por los autores y las lecturas modernas que le reveló cuando salió del seminario, donde sus lecturas se habían limitado a los clásicos latinos y católicos. Y el de Zapotlán declaró que también veía a Alatorre como su maestro y como su “hermano de inquietud”, pero además agregó que escribiría algo sobre su relación y condisciplina con Alatorre. Queda el testimonio, la declaración durante una entrevista, pero no deja de ser una lástima que no haya escrito sobre Alatorre; seguramente se le quedó en alguno de los tantos papeles que decía pergeñar y que no alcanzaron a tener una versión definitiva. También queda esta mínima historia de una minigeneración de tres integrantes que valían por todo un grupo y, sobre todo, quedan las cartas que cruzaron ambos. Si llegan a publicarse, éstas serán un valioso testimonio sobre estos hermanos de inquietudes.

 

 

Notas:

1. Juan José Arreola, Sara más amarás. Cartas a Sara, Joaquín Mortiz, México, 2011, p. 165.

2. Efrén Rodríguez (comp.), Arreola en voz alta, Conaculta, México, 2002, p. 166.

3. Alfaguara, México, 1997, pp. 161-162.

4. “Antes de El llano en llamas”, en Luvina, núm. 86, primavera de 2017, p. 24.

5. Arreola en voz alta, p. 202.

6. “Juan José Arreola”, en Estampas, Colmex, México, 2012, pp. 99-107.

7. Eos / Pan, colec. Revistas Literarias Mexicanas Modernas, fce, México, 1985.

8. Orso Arreola, El último juglar. Memorias de Juan José Arreola, Diana, México, 1998, p. 200.

9. Arreola en voz alta, p. 151.

10. Sara más amarás, p. 258.

 

FOTO: El filólogo Antonio Alatorre y Juan José Arreola. / Tomada del libro El último juglar de Orso Arreola (Grijalbo, 1998).

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