Alexandr Sokúrov y la rivalidad milagrosa
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En la Segunda Guerra Mundial, el director del Museo de Louvre, busca un acuerdo con los nazis para que las obras de arte no sean enviadas a Berlín
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POR JORGE AYALA BLANCO
En Francofonía (Francofonia, le Louvre sous l’Occupation, Francia-Alemania-Holanda, 2015), henchida obra maestra 16 del autor total vanguardista ruso hoy postsovietico de 64 años Alexandr Sokúrov (Los días del eclipse 88, Madre e hijo 97, El arca rusa 02, Fausto 11), el culto y aristocrático oficial nazi de ocupación Conde Franziskus Wolff-Metternich (Benjamin Utzerath pelando desorbitados ojos azules) se encuentra durante la Segunda Guerra Mundial, exacto el festivo 14 de julio de 1940, con el único funcionario de un París declarado ciudad abierta que no ha huido a refugiarse en la suriana ciudad termal de Vichy: el tersamente sereno director del museo del Louvre y encargado del arte europeo en su conjunto Jacques Jaujard (Louis Do de Lencquesaing de serena prudencia), para hacerle conocer y volverlo partícipe de su plan Kunstschatz (literalmente: tesoro artístico), destinado a proteger y resguardar el remanente de los acervos del majestuoso museo semidesértico (esculturas y piezas monumentales) pues todos los cuadros habían sido repartidos a tiempo entre 600 castillos lejos de los bombardeos inminentes (“Bombardeamos Londres y Rótterdam, ¿o no?”), y de inmediato, pese a sus desconfianzas mutuas y al enorme peso de sus diferencias genealógico-culturales, ambos acometen una relación colaborativa de altísimo nivel, que se prolongará un par de años, sin sospechar el rumbo que tomaría el conflicto ni cuándo finalizaría, aunque el teutón exencargado artístico de su natal Renania sería in extremis removido de su cargo por oponerse a la entrega de los tesoros artísticos galos a Alemania y el francés esperaría a ser condecorado con su tercera Legión de Honor y nombrado ministro cultual apenas concluida la guerra, sellando así con trayectorias opuestas los detonantes avatares imposibles de su rivalidad milagrosa.
La rivalidad milagrosa propone una magna y arrolladora e incontenible fantasía poética so pretexto y origen curiosamente promocionales museísticos (tal como ya lo hacía la cinta de toma única El arca rusa respecto a L’Ermitage de Leningrado vuelto otra vez San Petersburgo megazarista) cuya estallante e irreprimible multidimensionalidad se torna tan evidente cuan eminente, al cobrar intempestivos caracteres cósmicos, más de media docena de ellos, a saber: la crónica por internet del catastrófico zarandeo-naufragio de unos contenedores con obras artísticas en las costas holandesas que el sexagenario realizador intenta impedir en vano (el propio Sokúrov impotente en su viejo estudio oscuro lleno de monitores), una monografía del Louvre a modo de biografía de un organismo vivo y cambiante a través de los siglos cual palacio acumulativo de palacios, una declaración de amor a París como la ciudad más feliz del mundo pero jamás a salvo del desastre, una requisitoria de odio casi in absentia contra el austriaco Hitler y sus ávidos “amantes del arte” como inmostrables paradigmas de la siempre Germania compleja y cambiante, un homenaje in situ a la meliflua alegoría francesa con gorro frigio Marianne (Johanna Korthals Altes) resistiendo con su crispado lema-cantaleta “Libertad, igualdad, fraternidad” a los embates del insaciable corso omnipresente en el laberíntico recinto inabarcable Napoleón Bonaparte (Vincent Nemeth cerdazo) de obesa obsesa megalomanía imperial apropiatodo muy bien asesorada porque “son mías” y “para eso son las conquistas”, una burla sangrienta a la supuesta nobleza del alma de los pueblos “tan crueles como pueden serlo”, una remoción geológico-arquitectónica de cimientos-entraña para construir cierta ultramoderna pirámide, una doliente recreación del destino bélico de la pacifista y normalizada joya urbana del Sena en contraste-réquiem con los horrores vividos por el hambriento millón de ciudadanos arrojados sin remedio al Neva, un vehemente ensayo pictórico sobre el arte del retrato y los ojos que nos siguen mirando desde todas las épocas (“¿Qué sería de la cultura europea sin el arte del retrato?”), una suma de sentencias-dictum y frases líricas que aluden e insinúan más de lo que designan (“Un ser humano tiene un océano en sí mismo”/ “A menudo nos parece que los museos expropian lo que nos rodea pero también pueden custodiar los peores secretos del poder o de las personas”), un descenso a los infernales/paradisíacos sótanos o pasadizos donde se guardaron obras como La balsa de la Medusa de Géricault, y una serie de imágenes de claquetas insertadas por aquí y allá para provocar efectos de anticatártico-crítico distanciamiento brechtiano, todo ello corriendo y entreverándose e invadiéndose al mismo tiempo, con fotografía técnicamente ultraintervenida de Bruno Delbannel y esquizofrénica música pluriestilística de Murat Kabadokov, cual si se tratara de una polímera Intolerancia (a lo Griffith 1915) de los patrimonios artísticos.
La rivalidad milagrosa calificaría sin duda como (in)suficiente para definir su furia inventiva cinematográfica el análisis de su más larga secuencia clave, la del primer encuentro Metternich-Jaujar: el sonido en off de las botas en la oquedad de un patio del Louvre, la entrevista cara a cara en los extremos de una mesa a contraluz, el paso sincrético del blanco/negro de las tomas de archivo a la ficción azulgris o en radiosos colores nunca tan bellos como los lienzos, los arbitrarios desenfoques o focalizaciones monocromáticas, la visualización a la izquierda de una doble banda sonora fílmica arcaica para tornar paradójica la ficción y obviamente manipulada-manipuladora.
Y la rivalidad milagrosa se afirma como una gigantesca ironía sobre la fragilidad y el desamparo del arte y en general de las criaturas vivientes, como esos tragiheroicos cómplices-aliados-conjurados innombrables Metternich y Jaujard sentados en dos mugres sillas al término de un suntuoso paseo para asestarles en vida y en ficción narrativa la indeleble revelación de sus futuros personales por supuesto increíbles (“Es absurdo”).
Recomendaciones de un cinéfilo
1.- Danton. Andrzej Wajda (1983)
2.- Sin anestesia. Andrzej Wajda (1978)
3.- La tierra de la gran promesa. Andrzej Wajda (1975)
FOTO: Francofonía fue nominada al León de Oro en el Festival Internacional de Cine de Venecia en 2015. /Especial
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