Alí Chumacero: la construcción de un monumento

Jul 7 • destacamos, principales, Reflexiones • 6227 Views • No hay comentarios en Alí Chumacero: la construcción de un monumento

“Regresaré así a mi origen, descansado ya del viaje, a cumplir la antigua idea de que el hombre es sólo un relámpago entre dos eternidades”, declaró alguna vez el autor de “Salón de baile”, de cuya poesía crepuscular y de linaje bíblico presentamos este ensayo

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POR JOSÉ HOMERO 

Para Dionicio Morales los contrarios son preponderantes en la poesía de Alí Chumacero. La pareja que destaca es la del mar y el desierto, además del amor y la ruina, o del monumento que crea el amor y la ruina que impone el tiempo. En el estudio introductorio a la antología Amor entre ruinas1, que efectúa un corte a partir de la temática amorosa, amén de fechar poemas, procedencias y procedimientos, explora la semántica del concepto y postula una posible lectura de esta poesía tan elusiva y en sus resonancias compleja. El linaje bíblico sería una de sus peculiaridades. Quien ha nutrido su voz con las melifluas carnes del dátil sabe que arena y agua son tan consustanciales como instante y eternidad, como fertilidad y esterilidad. Aunque ciertamente en este cuerpo textual abundan las menciones a los orbes inversos del océano y el desierto, a la espuma y al polvo, no lo es menos que dicha correspondencia propone una concepción que acaso podríamos ceñir enunciados como fertilidad y esterilidad.

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Una criba de estos poemas, distribuidos en tres escuetos volúmenes: Páramo de sueños, 1944; Imágenes desterradas, 1948; y Palabras en reposo, 1956, ofrecería un abanico de imágenes signadas por la oposición. Los amantes y el amor conocen una ensoñación marítima; el amor es espuma y del encuentro amoroso surge una floración. Poeta de símbolos e imágenes arraigadas en la tradición, cuyo uso en varios momentos recuerda al utensilio del epíteto, Chumacero vincula al erotismo con la fecundación. El atributo acuático prohija vergeles, los cuales cifra la rosa, símbolo decisivo dentro de este sistema textual. Lo contrario, el tiempo del presente en que se remonta el cauce del tiempo, entendido como una dimensión, es desierto, páramo, naufragio. Y acaso por ello, si bien uno de los poemas más celebrados, “Amor entre ruinas”, precisa los derroteros del amor en nuestra cotidianidad, no menos cierto es que el romántico –en el sentido del término oriundo: trascendentalismo a partir del amor– “Poema de amorosa raíz” se antoja insoslayable complemento. Reminiscente de la filosofía de Empédocles, enfatiza el amor como fuerza genésica confrontada con la esterilidad y la no-creación; un fundamento que antecede al origen del cosmos mismo.

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Cuando aún no nacía la esperanza
ni vagaban los ángeles en su firme blancura;
cuando el agua no estaba ni en la ciencia de Dios;
antes, antes, muy antes.

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Ecos del páramo

Un verso resume con precisión los polos entre los que se desarrolla la poesía de Chumacero; “Igual que rosa o roca”, del poema “Vencidos”. Sería oportuno asentar la importancia de la rosa y la roca para comprender las dualidades que urden este imaginario. Para Ramón Xirau, roca y rosa revisten la discrepancia entre instante y eternidad, entre fluidez y petrificación temporal; un aspecto que consiento existe aunque no constituye, desde mi perspectiva, la oposición fundamental. Rosa y roca entrañan a la vida y la muerte. El parentesco fónico entre esos dos símbolos privilegiados, la flor (rosa), la terrenidad (roca), nos guía precisamente al jardín central de esta construcción. Jacobo Sefamí, que la ha estudiado con prolija inteligencia, ha dicho: “la dualidad muerte fugaz-muerte perenne rige casi toda la obra poética de Chumacero. De la rosa o de la roca parte toda recreación del mundo.”

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Amor y desamor se revisten con los atributos agrarios de la fertilidad y la esterilidad que encarnan en rosa y roca, mar y desierto. Otro duplo atendería las oposiciones verbales y sobre todo la dinámica del ascenso-descenso, observada por Evelyn Picón-Garfield. Aunque de acuerdo a José María Espinasa, dicha pareja también sustentaría una pesquisa fenomenológica sobre el acto de ver y la ceguera. La pertinencia de estos análisis, me parece, radica en que además de corroborar la impresión de que todo asedio a la obra Chumacero precisa de un diseño binario, encausa nuestra atención hacia los acontecimientos, los actos que ocurren entre ese limbo que configuran los opuestos.

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Marco Antonio Campos, recurriendo a una equivalencia del gusto popular, llama a la poesía de Chumacero “crepuscular”. Calificativo justo con la condición de que recuperemos la noción de crepúsculo. ¿Entre qué momentos sucede?, ¿cuáles son los periodos que separa? Si he apuntado que más que los límites importa la superficie que estos delimitan, cabría entonces recorrer esta configuración para señalar los cauces. Cabe sorprendernos de que una escritura tan declaradamente terrena, consciente de que todo conocimiento procede de los sentidos, parezca escenificarse en un escenario abstracto que no vacilo en comparar con el espacio analítico de la imaginación ilustrada. Esa suerte de campana neumática, que a decir de Vicente Quirarte preside la obra de Contemporáneos, determina no pocos de los poemas de Chumacero. Sea el espacio donde cae la rosa aporística o donde se erige la estatua, sean esos sitios aislados de la ciudad que son los jardines o las ínsulas del deseo que constituyen hoteles, posadas y mesones, esta virtualidad acontece entre dos periodos y por ello pareciera escrita desde un altozano o bien desde el limbo; siempre desde una ausencia. Una cesura que permite observar el tiempo pasado y columbrar el venidero. Sólo que en una visión tan desolada, el día por venir ya está aquí: es la caída y por ende su correspondiente campo es desértico. El páramo, eco de la tierra baldía: “un alto simulacro de ruinas”.

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Comarca ficticia que permite confrontar tiempos y territorios distintos, la poesía de Alí admite una interpretación sustenta en la dualidad, cara a las lucubraciones mitologizantes de Roger Callois y Mircea Eliade. Una primera y no infiel lectura argüiría que el poeta es un expulsado de la esfera sacra, con la cláusula de que no olvidemos que para este poeta el único dominio consagrado es el cuerpo femenino. Indicada esta particularidad, la rosa del sentido se abre y podemos advertir que en realidad el territorio cargado de significación negativa es la vida entera del hombre nacido de mujer, corto de días y harto de sinsabores. También que será en este ámbito, el lugar de los sentidos, donde se encuentra un sucedáneo, el “mentido paraíso” que la mujer ofrece; ese “simulacro de ruinas”, que ya citamos.

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De este modo, los poemas de Alí antes que privilegiar el amor terrenal, recuerdan su imbricación. Sustentan que sólo el erotismo, esa isla que engendran los amantes y que los une con todas las parejas de amantes que la historia registra, nos permite acercarnos a la esencia vital. Durante la regencia del Amor surgen las flores, el mar se agita, las manos ven, los ojos tocan. Fuera de ello, sólo el poema, la recuperación así sea mediante el recuerdo, permite remontarse a ese lugar cargado de valencia positiva donde prevalece sin embargo la convicción de que se trata de un pálido trasunto del paraíso primordial:

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Vuela el amor sobre la orilla, salva
tribus, memorias, abre eternidades
para que en ellas el engaño triunfe
y luego, cuando baja la marea
pierde su furia contra airada zona
y la caricia es triste duración.

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Relámpago entre eternidades

“Regresaré así a mi origen, descansado ya del viaje, a cumplir la antigua idea de que el hombre es sólo un relámpago entre dos eternidades”. Tales palabras, pronunciadas por Chumacero, durante el homenaje que le rindió la ciudad de Acaponeta el 23 de abril de 1987, remiten curiosamente al verso último de “Cuerpo entre sombras”, uno de los poemas postreros del poeta; y a decir de Morales, una transformación del verso de Carlos Pellicer “en el tiempo entre dos eternidades”. Lo que me interesa aquí es la concepción de la vida, ese “periodo de tiempo durante el cual estamos vivos”, más que como un relámpago, como una ocurrencia. Si he apuntado que los contrarios delimitan un territorio, el cual puede manifestarse como espacial o temporal, nada mejor que la imagen del relámpago para representar la vida.

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Una figura vecina con sus rasgos semejantes, como son la brevedad y el aislamiento, es la isla, que en “Responso del peregrino” se convierte en la Isla de Pathmos, metonimia que representa la vida misma, según explicación del propio Chumacero. Si la vida es precisamente un breve lapso, también lo es que se trata de un “valle de lágrimas”, como gusta repetir este escritor magistral, que a decir de Jaime Ramírez Garrido aconseja no rehuir el lugar común. Analizando la imagen de Pathmos, Alí menciona que se trata de la vida plena de infortunio. Para entender cabalmente la alusión deberíamos remitirnos a las explicaciones consecuentes. La tempestad, más que el amor, como quiere Dionicio Morales en su lectura del magistral responso, se transforma en la propia vida. Nada más preciso entonces que relatar isla, tempestad y relámpago. Si la vida permite esta comparación es precisamente por su brevedad y su dureza. De ahí a tejer un admirable tapiz con una historia de tempestad y naufragio apenas si hay un paso. No deberíamos dudar en convertir la crítica en una suerte de narrativa, siguiendo los derroteros por los que se internan los amantes, las huellas de la estatua y completar nuestras observaciones con estampas coloridas.

/Lector instruido en la filosofía moderna, singularmente en las obras de Martin Heidegger, Jean-Paul Sartre y Albert Camus, para Chumacero la existencia acontece entre dos tiempos:

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…el denodado/alucinar de quien anhela y sabe
que entre el ardid de la sonrisa todo
sueña y descansa en el navío fúnebre.

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Habría que reparar en esta acotación y en las correspondencias que entabla con otro cantor del cuerpo femenino y de la poética del intersticio: Octavio Paz. Si no pocos poemas pacianos postulan la experiencia estética como un suceso entre dos realidades y permiten una lectura a raíz de El ser y el tiempo, las imágenes, más herméticas, menos notorias de Chumacero, coinciden en mostrar no sólo al existir como una ocurrencia sino a todo lo verdaderamente memorable como una germinación entre lindes opuestos. El “Amor entre ruinas” de Chumacero, tan comentado y notorio, verdadera imagen que declara y enuncia el sentido de esta obra, del mismo modo que el relámpago o la isla, sugiere al “Himno entre ruinas” de Paz.

Retrato de Alí Chumacero en 1965. /Tomada del libro Alí Chumacero. Poeta de amorosa raíz. Ediciones del ermitaño, 2008.

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En tanto vivimos en el dominio de la caída, antes que postular una estética metafísica deberíamos fincar una terrena. En apariencia, Chumacero, con su melodía sutil, que él ha explicado en términos musicales remitiendo al impresionismo de Claude Debussy, con su ausencia de color, con sus símbolos y metonimias de sello culterano, es curiosamente uno de nuestros poetas más vivos y sensuales. No sorprende entonces esa aparente paradoja que ha motivado el reparo de críticos y comentaristas: la vida del poeta. No se trata de oponer la jovialidad de su talante a la seriedad de su obra, un truco para el infantil asombro del lector, sino de indicar la secreta coherencia que une al autor con su producción: ambas coinciden en configurar a la existencia como desdichada con efímeros momentos de gracia. Beber, bailar, amar, la alegría preconizada por el Eclesiastés, constituyen esos momentos que Alí encuentra en la vida y asienta en su poesía.

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La evocación remite a un acto pasado. Si la existencia está regida por el infortunio y los únicos momentos felices se vinculan al amor, el papel de la memoria es recuperar sensaciones. Doble infortunio, en tanto la dicha ha huido y la evocación altera los sucesos. Si la poesía condensa la temporalidad –en la interpretación de Xirau–, o bien vuelve a ésta cristalización, según Morales, también es cierto que el procedimiento resulta indisociable no sólo de una concepción del arte sino ante todo del mundo. De idéntica manera en que se desdeña la correspondencia entre biografía y obra que proclaman la terrenidad y la fiesta, así tampoco se advierte que esa consagración del momento que propone es intrínseca a un programa estético de raigambre romántica, a condición que entendamos dicha índole en su dimensión original y no en la versión sentimental. En diversas entrevistas el poeta ha enfatizado su noción del poema como un producto destinado a durar. Si rastreamos sus opiniones críticas encontraremos ese eje, no sólo en sus reflexiones sobre el trabajo poético sino también con relación a otras disciplinas estéticas: danza, pintura, música o escultura. Mientras la vida transcurre y las cosas suceden, el arte se ocupa de la detención del devenir. No habría que olvidar las resonancias heraclíteas de sus principios, como él mismo se ha encargado de indicar. “Responso del peregrino” es para el caso ilustrativo, con su imagen de la alondra pero también palpitan las ideas de Empédocles de Agrigento, quien postulaba un incesante fluir del universo, una alternancia entre Amor y Odio. Tal es la tesis del Responso…: nosotros moriremos pero nuestros hijos, las generaciones siguientes, continuarán el ciclo, esa alternancia entre infortunio y dicha, entre Amor y Odio.

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Cristalización, detención del fluir, ¿a dónde nos conduce esto? Espinasa, en su juiciosa y bella exploración de “Los ojos de la estatua”, explica que la estatua es la petrificación de una mirada viva. Por su parte, Xirau advierte la cualidad temporal y el aspecto petrificante (“estructural, arquitectónico, escultórico”, lo llama). Cierto, los poemas remiten a un periodo feliz pero sobre todo convierten en perdurable, en posible de reiterarse, así sea en las distintas voces de los lectores, un momento de otro modo perdido. Y es por ello que surge la posibilidad del amor en un cuerpo distinto.

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Lector de Heidegger, a Chumacero no debió escapársele, por un lado, la visión de la poesía como un suceso en el tiempo de los dioses desterrados; por el otro, que el arte, enfrentado a una existencia desprovista de sentido, yergue su solitaria llama como un monumento. Es en este sentido que pienso debe leerse la obra entera de Chumacero: como un monumento, detención de la cualidad temporal de la existencia, memoria y elogio de esa condición mortal; y a la vez, manifestación que nos permite revelarnos como seres verdaderos.

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Amor detiene al tiempo
y el tiempo se detiene en su carrera,
convertido en el témpano que al agua inmoviliza

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Nota: 1. Amor entre ruinas, prólogo y selección de Dionicio Morales, colección Ars Amandi, CNCA/Centro Cultural Tijuana, Gobierno del Estado de Nayarit, 109 pp. México, 1999.

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FOTO: Durante el homenaje que le rindieron por sus 90 años en la librería Rosario Castellanos del FCE, en la Ciudad de México, el poeta dijo que viviría hasta los 500, y que no moriría de un piquete de mosco, sino apuñalado por un marido celoso. Notimex.

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