Alí Chumacero: Recuerdos de Acaponeta

Jul 7 • Conexiones, destacamos, principales • 7165 Views • No hay comentarios en Alí Chumacero: Recuerdos de Acaponeta

Una visita a Acaponeta, “la Atenas nayarita”, revela que ésta se ha llenado de Alí Chumacero, a través de la poesía y las anécdotas que sus amigos cuentan del autor de Palabras en reposo, libro esencial de la poesía mexicana. Celebramos el centenario del nacimiento de este hombre gallardo, de palabra fácil, amante del whisky y enamoradizo que, al final de su vida, regresaba con frecuencia a su tierra

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POR YANET AGUILAR SOSA 

Alí Chumacero amó Acaponeta a través de los ojos de su madre, doña Mary Lora, habitante del Barrio de la Ch. Ella lo llevó a estudiar a Guadalajara “para que fuera alguien”, y fue por ella que el poeta, ensayista y editor regresó, “ya viejo”, a ese municipio de la costa nayarita de apenas 37 mil habitantes que ahora enfrenta, como buena parte del país, problemas de violencia y drogas.

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Más de uno de los viejos habitantes de Acaponeta recuerda al poeta sentado en una banca de la plazuela dejando pasar el rato, mientras parecía mirar hacia el pasado, a los años de su infancia; otros tantos lo recuerdan tomándose un raspado de nanche para afrontar las altas temperaturas que pueden superar los 40 grados centígrados; unos más lo evocan paseando por malecón o por el panteón municipal acompañado de su amigo, el doctor Elías Luis Chan Castañeda.

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Ese pueblo que muchos llaman “La Atenas nayarita” o “la ciudad de las gardenias”, cuyo nombre significa “lugar junto al río donde crece el frijol enredado en la caña de carrizo”, se ha llenado de Alí a través de su poesía y de las anécdotas que sus amigos cuentan sobre ese hombre gallardo, de lentes de pasta, palabra fácil y frases ocurrentes.

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Desde los primeros meses del año, todo el pueblo huele a Ch de Chumacero, de chisme, de chorcha, de chusma, en el mejor sentido de la palabra, tal como lo ha descrito su amiga Alma Vidal. Carteles anuncian las actividades conmemorativas por el centenario del nacimiento del poeta, que es hijo predilecto de Acaponeta y que está en la lista de los personajes ilustres de ese municipio que llama a sus mujeres “gardenias”.

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La Ch de Chumacero suena fuerte, late con ganas en la plazuela donde todas las tardes las mujeres caminan alrededor del quiosco, y se expande como el olor de las gardenias que han vuelto a ser sembradas en las jardineras de la Alameda. Ruge potente en el Barrio de la Ch, donde el 9 de julio de 1918 nació Alí Chumacero, en el número 45 de la calle de Allende.

Entre los recuerdos de la casa familiar figura este retrato de los hermanos Chumacero. / Jorge Alberto Mendoza / EL UNIVERSAL

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El poeta que conquistó el mundo con sólo tres libros de poesía y podría ser mito con sólo el último verso de su “Poema de amorosa raíz”, vive en cada calle, en cada casa de Acaponeta, en la plazuela central de ese pedacito de tierra nayarita donde se come puerco tatemado y gorditas bañadas en caldo de gallina, donde la vida en estos días gira alrededor de un personaje: Alí Chumacero.

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“Es una figura importante para mí, para el estado, para la ciudad. La casa de cultura de aquí se llama Alí Chumacero, el teatro del pueblo en Tepic se llama Alí Chumacero, hay una calle que se llama Alí Chumacero; en la casa de mi abuela donde nació hay una placa en la pared. Fue homenajeado por toda la República, por todas partes”, afirma

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sonriente Alfonso Chumacero, hermano menor de Alí y el único sobreviviente de la familia nuclear.

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Alí Chumacero es una energía que fluye alrededor del número 45 de la calle de Allende. Allí una placa fechada el 20 de noviembre de 1990 sentencia: “En esta casa nací yo. Aquí en el Barrio de la CH”. La cita es de Alí Chumacero. La leemos mientras se escucha la música de banda de un botanero localizado al final de esa calle sin pavimentar, mientras huele a cerveza y se escucha el rugir del tren que todos los días atraviesa Acaponeta, el pueblo del que Alí salió a los seis años y al que regresaba de tres a cuatro veces al año cuando se empezó a hacer viejo.

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Allende #45, en Acaponeta, Nayarit. En esta casa nació Alí Chumacero el 9 de julio de 1918. / Jorge Alberto Mendoza / EL UNIVERSAL

Pero, ante todo, la energía de Alí está en cada rincón, en cada pared, en todas las mesas y vitrinas de la casa paterna ubicada al costado de la Ferretería Chumacero, en el número 13 de la calle Juárez Oriente. Alí es el centro de esa casa donde hay fotografías de juventud de los hermanos, reproducciones de retratos del poeta que poco a poco fue ganando premios; hay billetes de lotería conmemorativos, reconocimientos, orgullo y amor por el muchacho que al final se convirtió en “gente importante”.

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“Alí, Luis y Juan empezaron aquí la primaria, pero mi mamá quería que fueran gente importante y entonces se los llevó a Guadalajara a los tres. Allá cursaron la primaria, la secundaria, la prepa. En la prepa Alí se metió de comunista; hubo una huelga y lo corrieron años después. Alí se fue a México. Cuando fue por sus papeles, le dicen que no había ni un Alí Chumacero, que todo lo habían desaparecido. Mi hermano Juan estaba en la prepa, también de Guadalajara. Alí le dijo a Juan: ‘Me voy a México’. Juan le dijo: Está bien, pero como ‘soy Chumacero, soy comunista’ sin serlo. Y se fue a San Luis, donde presentó exámenes. Los dos luego se fueron a México. Luis se murió”, cuenta Alfonso Chumacero.

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El hermano menor de Alí, que este año cumplirá 97 años, recuerda que cuando él tenía doce su mamá le llevó a México a visitar a sus hermanos y entonces Alí le dijo: “Aquí te vas a quedar”. Alfonso tenía doce años y se quedó a vivir con Juan y Alí. “Viví diez años; como Alí no tenía papeles, se metió a la UNAM, así nomás por la puerta grande: entró a una clase de literatura que era lo que le gustaba; allí estuvo de oyente. Como era un tipo muy inteligente, se hizo cuate de los maestros; era el mejor de la clase pues brillaba, pero no tuvo un cinco ni un diez, nada, nunca. Allí estuvo uno, dos, tres años”.

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Ante cada nuevo recuerdo Alfonso señala una foto o un reconocimiento de su hermano el poeta; detiene la charla para ofrecer una bebida. “No habrá lana, pero hay cervezas, refrescos, hielo, whisky, tequila, ¿qué quieren tomar?” Luego retoma la plática, vuelve a las evocaciones.

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“Desde los 15 años Alí se metía a la biblioteca a leer, estaba tres horas o más lee y lee. Lo hacía luego de salir de las clases en la universidad. Ésa fue su vida, de allí adquirió sus conocimientos, allí hizo sus amistades. Así fue como luego se metió al medio literario en México, donde hizo muchos amigos, todos eran cuates de él y ganó todos los premios de literatura en México: el Villaurrutia, el Alfonso Reyes, todo. Ésa fue su vida”, afirma Alfonso.

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Recuerda que de muchachos y con muchas limitaciones los tres hermanos vivieron en una vecindad. “Juan Chumacero dejó en Guadalajara a una señorita embarazada. Regresó a verla y a conocer al niño: se trajo a la muchacha con todo y niño a México, allí vivió con nosotros, con Juan, Alí y conmigo. Vivíamos en una vecindad, en Costa Rica 118, interior 11, por la colonia Morelos, muy cerquita del Zócalo. Ella, mi cuñada Luz, hacía de comer. Fue la mamá, pues, aunque nomás tenía 17 años”.

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Alfonso dice que hubo penurias. Sus padres les mandaban de Acaponeta 300 pesos al mes. “Era una miseria, pero yo no me daba cuenta. Alí empezó a trabajar. Nos pasaba 300 pesos al mes; él ganaba 450. No sé de qué trabajaba, en el medio literario hizo muchas amistades. Al tiempo se hizo corrector de pruebas del Fondo de Cultura Económica. Hizo amistades, relaciones en su medio, empezó a ganar más dinero y nos daba más: quizás unos 600 pesos”.

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También recuerda los paseos. Alfonso dice que él tenía doce o trece años y Alí 20 ó 21. No había ni papá ni mamá ni nada. Entonces Alí era como su padre. “Él me daba mi domingo, me quería mucho. Me llevaba a los toros, a caminar. Nos íbamos al monte. Allá dormíamos, nos íbamos de excursión. Un día calculamos que anduvimos 60 kilómetros. Íbamos a las lagunas de Zempoala a pata, en camión a las orillas de México. Cargábamos cada quien con una mochila con comida. A veces yo me cansaba y él agarraba mi mochila y la cargaba”.

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Juan se hizo médico y Alfonso no pudo con la carrera y se regresó a Acaponeta. “Iba a estudiar medicina, pero no pude con la anatomía. Es la verdad, no pude. Entré al cuartel de conscripto, un año. Eso me cortó un poco el camino que llevaba. Me vine acá con mi papá a atender la tienda, que era una tristeza verla, pues no tenía nada. Después yo vendía 100 ó 120 pesos al día gracias a que llegó Maseca”.

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Alfonso rememora los inicios de Alí en la corrección de libros, los premios literarios que iba ganando, los reconocimientos y homenajes que enorgullecían a la familia. “Mi mamá se sentía orgullosa y recompensada, pero fue muy difícil para ella”. La vida no fue fácil para los Chumacero. El doctor Elías Luis Chan Castañeda dice que tuvieron una historia de grandes tragedias.

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“Fuimos seis hermanos: Luis murió tuberculoso; Juan, el doctor, se murió aquí a los 63 años; Alí, se murió a los 92; María Luisa se murió a los 19 años; a Guillermo lo mataron, era muy enamorado; y yo, nomás yo quedo. Luego se murió mi papá del corazón, un día ya no amaneció; y después mi mamá se murió, tuvo daños en una pierna y ya no pudo salvar el problema y se murió”, relata Alfonso.

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A lo largo del año, al autor de Páramo de sueños, Imágenes desterradas y Palabras en reposo le han rendido homenajes en Acaponeta. El pasado 29 de enero, el cabildo del Ayuntamiento de Acaponeta declaró “2018. Año del Centenario del Natalicio de Alí Chumacero”, con lo cual todos los documentos que emite el gobierno municipal llevan la leyenda, al rubro o al calce.

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Su terruño lo celebra aunque Alí se fue muy niño y nunca volvió.

“Alí es el centro de esa casa donde hay fotografías de juventud de los hermanos, reproducciones de retratos del poeta que poco a poco fue ganando premios; hay billetes de lotería conmemorativos”, /Jorge Alberto Mendoza / EL UNIVERSAL

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“Estuvo muchos años fuera. Ya cuando se sentía más viejo empezó a venir. Venía tres o cuatro veces al año, por seis u ocho días y se quedaba aquí en mi casa. Llegando aquí yo le daba mil pesos. Él ganaba bien, vivía bien, le gustaba el whisky. De aquí se iba a Tepic. Le hacían homenajes por todos lados. Cuando le dieron el Premio Nacional [de Lingüística y Literatura, en 1987] fueron más los homenajes”.

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Su amigo, el doctor Elías Luis Chan Castañeda echó la casa por la ventana cuando Alí cumplió 90 años. Le organizó una gran fiesta en Acaponeta, en el Hotel Plaza. “Invité a las gentes más allegadas de Alí. Había compañeros de la primaria. Le hice un banquete como para 200 personas. Vino Carlos Montemayor, Héctor Gamboa, Alma Vidal. Hice la fiesta de mis petacas, con un pastelón grandísimo, y hasta hay una foto en la que él parte el pastel: yo levanté el pedazo para dárselo en la boca y él sale con la boca abierta”.

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Para esa fiesta, Chan Castañeda montó una exposición con más de 80 imágenes que él se dio a la tarea de reunir poco a poco. Fotografías del archivo familiar de Alí, de su madre doña Mary, de su padre don Alí, de la abuela Benita, de Alí en Guadalajara con José Luis Martínez y Juan Soriano, de Alí en la capital con Juan Rulfo, Jorge López Páez y Carlos Montemayor.

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“Fue una gran fiesta. Contraté un mariachi. Cantaron y bailaron. Alí estaba divertidísimo. Después del banquete fue el acto oficial en la casa de la cultura que lleva su nombre y allí estuvieron Montemayor, Héctor Gamboa y Alma Vida. Cuando íbamos para allá, como siempre, me recordó: ‘no se te olvide la botella’, pues como dijo Octavio Paz: ‘era un bebedor heroico’”, cuenta el doctor Elías Chan. Alfonso, quien es el único de la familia Chumacero que vive en Acaponeta, junto con su esposa y su hijo, dice que Alí era muy ocurrente. “Para todo sacaba una frase, nunca estaba callado. Siempre era el centro de las reuniones, era muy ágil. Bebía whisky, era de muy bien carácter. Cuando tenía unos 28 años y ganó un premio literario, mandaron a la Poniatowska a hacerle una entrevista. Tenía ella unos 19 años y empezaba en el periodismo. Ella contó: ‘fui a hacerle una entrevista al poeta Alí Chumacero y cuando lo vi, me fui de espaldas. Era guapísimo’”.

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“¿Era muy enamorado?”, le pregunto a don Alfonso y éste responde veloz: “Como un perro bichi. Un perro encuerado, pues. Le encantaban las nenas. De viejo le encantaba verlas, no sé para qué, pero le encantaban. Sí, era muy enamorado”.

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“¿Usted leía los libros de Alí?”, le vuelvo a preguntar.

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“No. Ahí los tengo. Luego, al tiempo, los fui leyendo. Él no era presumido, no me los mandaba”. “¿Le gusta lo que escribió, le gusta su poesía?” “No la entiendo. Dicen que a Alí Chumacero hay que leerlo dos, tres, cuatro veces, y entiendo por qué, empezando por el verso más conocido de él, ‘Poema de amorosa raíz’. Dicen que es el más importante y el que todo mundo conoce”.

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“¿Ya mayores los dos de qué conversaban?” “Hablábamos mucho cuando él venía y yo también iba a la Ciudad de México. Con la enfermedad de mi esposa visitamos muchos médicos. Nos quedábamos en la casa de Alí. Nos daba billetes. Él fue muy sano gracias al whisky, que lo conservó bien. Me decía: ‘Toma whisky y vas a vivir 20 años más’. Viví más que él, ya hasta me pasé”, dice Alfonso Chumacero, mientras acomoda en la mesa una libreta en la que ha escrito todas las frases y anécdotas de Alí, su hermano poeta, para que no se le olviden.

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Foto: Retratos del autor de Páramo de sueños e Imágenes desterradas, y otros documentos personales cuelgan de los muros de la casa familiar, en Acaponeta. / Jorge Alberto Mendoza.

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