Expedición a la biblioteca de Alí Chumacero
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A lo largo de su vida, Chumacero formó una biblioteca de más de 46 mil volúmenes, entre libros, folletos, atlas y revistas, testimonio de su devoción lectora y su adicción a la poesía
POR GERARDO ANTONIO MARTÍNEZ
La biblioteca personal de Alí Chumacero es el taller de un editor y el universo privado de un poeta. De las anotaciones que este acucioso corrector hizo sobre los mecanuscritos, el visitante puede apreciar la tipografía de los borradores en primera o segunda revisión, títulos empastados en piel o –casos excepcionales– en fibra vegetal. Aquí conviven las enciclopedias Británica y Salvat con la Historia crítica de la literatura y las ciencias en México de Francisco Pimentel y diferentes versiones de La Biblia, como la del padre Amat o la Biblia de Vence, a las que el poeta nayarita dedicó minuciosas lecturas.
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“Todos los libros que hay en la biblioteca de mi padre tienen una historia. Sólo que algunos tienen más historia que otros”, dice el escritor Luis Chumacero, hijo del poeta, y quien nos acompaña en este recorrido para conocer parte de los 46 mil volúmenes de esta biblioteca, sus orillas y algunas de sus historias particulares.
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En la primera de dos salas que alojan su biblioteca hay un busto femenino tallado en piedra volcánica, del escultor Luis Ortiz Monasterio. El origen de “Musa”, como se llama esta escultura, es un fragmento del poema “A una estatua”: “Vives inmersa en tu silencio… forma sostenida en puro resplandor”. Sobre este mismo anaquel están algunos de los libros con más historia de esta biblioteca, como la primera edición en español de Pablo y Virginia de Jacques-Henri Bernardin de Saint-Pierre, de 1843, editado en México por José Mariano Lara.
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En la sala principal, los visitantes pueden apreciar un mecanuscrito de La muerte de Artemio Cruz de Carlos Fuentes, y poemas de Octavio Paz, Xavier Villaurrutia y José Emilio Pacheco corregidos a pluma por Chumacero. A unos pasos hay un segundo borrador de Picardía mexicana de Armando Jiménez, empastada cuero y fibra de zacate, con el título tentativo de Picaresca mexicana revisado y corregido por el poeta. Otra obra poco común es Cantar de los Nayares, del ex gobernador de Nayarit, Julián Gascón Mercado, con dibujos de Rosendo Soto, en una edición rústica con tapas de cartón.
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En la vitrina que exhibe algunas de las correcciones que el poeta hizo en la obra de sus colegas también se muestran fotografías con algunas de sus amigos más cercanos y constantes: ahí están Juan Soriano, Juan Gelman, Jorge González Durán, Salvador Elizondo, entre otros. En una foto tomada por Lola Álvarez Bravo está el joven Alí Chumacero detrás de un monolito como una figura de la que apenas se percibe sus rasgos humanos. Parecen superpuestas pero también fundidas en una sola imagen. La cantera y el verbo.
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En los anaqueles que se encuentran en pasillos superiores está la mayor parte de la colección hemerográfica: Tierra Nueva, la revista que a instancias de Mario de la Cueva fundaron en 1940 los jóvenes Chumacero, José Luis Martínez, Jorge González Durán y Leopoldo Zea. A unos pasos está una amplia colección de El Hijo Pródigo, donde trabajó entre 1943 y 1946 por invitación de su director, Octavio G. Barreda.
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Fue en este periodo donde apareció su primer poemario, Páramo de sueños, publicado por la Imprenta Universitaria en 1944. En la sala de consulta, donde un grupo de estudiantes hace sus tareas está un ejemplar de esta primera edición.
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La profesión por la palabra está presente en cada uno de los tomos de esta biblioteca, donde cada librero es una línea de su biografía bibliófila y de su empeño como editor por llevar a los lectores lo mejor de las obras que pasaron por sus manos. Son huellas de un pacto por la claridad y la palabra perdurable. Algunas de estas obras son testigos del trabajo editorial que el poeta hizo durante décadas.
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En 1950, Chumacero inició su trabajo editorial en el Fondo de Cultura Económica, donde ocupó el Departamento Técnico y la Gerencia de Producción. Ya en los años 70 colaboró en SepSetentas, un proyecto que coordinó María del Carmen Millán. Su hijo Luis describe algunas de las colecciones que pasaron por su ojo crítico: “Por sus manos también pasó muy buen porcentaje de las colecciones ‘Tezontle’, ‘Letras mexicanas’ y ‘Breviarios’ del Fondo de Cultura Económica. Entonces no sólo hacía corrección de la edición sino que proponía cómo hacer el libro. Muy poca gente sabe la labor de un editor. No solamente recibe el mecanuscrito, sino que debe pensar en las páginas que va a ocupar según la extensión del texto. Además de corregir la edición, mi padre también se ocupaba de proponer las interlíneas, el papel y la familia tipográfica que debía usarse”.
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Los mismos anaqueles que concentran la mayor parte de la colección hemerográfica también resguardan el tomo XIX de las Memorias de la Academia Mexicana de la Lengua. Publicado en 1968, sus páginas incluyen el discurso de ingreso que Chumacero ofreció el 27 de noviembre de 1964. Luego de dedicar la primera parte al poeta Francisco González Guerrero, problematiza sobre la relación entre la razón y la imaginación en la práctica poética. Estas líneas son una muestra de su devoción lectora y de su humilde erudición. Luego de concluir con Heidegger –cuyo modelo más claro de poeta fue Friedrich Hölderlin– que la poesía es “la más inocente de las ocupaciones”, Chumacero no se está quieto y busca cobijo en palabras de Shelley: “Un poeta participa de lo eterno, de lo infinito y de lo uno; por lo que respecta a sus concepciones, el tiempo, el lugar y el número no existen”.
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Como todo territorio, la biblioteca de Alí Chumacero necesita una cartografía o un guía conocedor de las particularidades bibliográficas de este universo. Luis Chumacero abunda en otras de las preferencias de su padre:
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“Era un gran conocedor de la obra de Mariano Azuela. Aquí hay una edición de Los de abajo, publicada en 1916 en El Paso, Texas, y un ejemplar de Andrés Pérez, maderista, publicado en 1911 por editorial Botas. En cuanto a libros del siglo XIX, hay algunos de Guillermo Prieto y José Tomás de Cuéllar. También hay una edición de For whom the Bell Tolls, de Ernest Hemingway, de 1940, de la editorial Scribners. Entre las primeras ediciones hay ejemplares de Muerte sin fin o Canciones para cantar en las barcas de José Gorostiza. También hay un número de la revista Azul donde se publicó por primera vez en español un cuento de Alexander Pushkin. Tenía mucha devoción por Omar Khayyam. Tuvo tantas ediciones del Rubaiyat que las regalaba. Pero aquí conservamos una edición en inglés de 1914”.
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Durante el recorrido, Luis Chumacero recuerda también a Emmanuel Carballo, a quien también considera su maestro, y de quien recuerda deliciosas polémicas futboleras con ese crítico literario y aficionado de las Chivas del Guadalajara. El futbol siempre fue un espectáculo ajeno a Alí, para quien sólo hubo uno digno de su atención: los toros.
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“De todas las bibliotecas personales que hay aquí en La Ciudadela, en la de mi padre está la mayor colección sobre tauromaquia. Quizá es la mayor en todo el país”.
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Cerca de esta colección hay un ejemplar de la poesía completa de T. S. Eliot, de quien la crítica ha reconocido un diálogo en la poesía de Alí Chumacero. Es una edición de 1991, publicada por la Universidad Autónoma Metropolitana con traducción de José Luis Rivas. Desde las primeras páginas aparecen precisiones a mano hechas por Chumacero. En éstas puntualiza verbos que él habría elegido para la traducción, intercambia frases, agrega datos que le parecen pertinentes o sugiere otro puntaje para la tipografía. A la pregunta de cómo era el diálogo que su padre mantenía con los autores que frecuentaba, si hacía comentarios al margen, si subrayaba o corregía sus libros, su hijo responde:
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“Fue enemigo de maltratar los libros. Muy ocasionalmente hacía una anotación al margen. Si encontraba una errata, hacía una corrección. Casi siempre tenía cuadernos donde hacía anotaciones de lo que iba leyendo. Los guardaba no sé dónde y luego no los encontraba”.
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En los pasillos superiores, cerca de las colecciones de revistas, Luis Chumacero nos muestra otros ejemplares que también pertenecieron a su abuelo, Luis Chumacero Lizárraga, a los que llama “los pericos”. Se trata de la colección de clásicos que publicó José Vasconcelos cuando estuvo al frente de la SEP en la década de 1920. Ahí están las Vidas paralelas, de Plutarco; La Odisea, La Iliada, los Diálogos de Platón…
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Para el poeta Alí Chumacero, las artes plásticas eran una parte importante en la formación intelectual de cualquier poeta o editor. En los libreros dedicados a esta materia están están los tomos de El Renacimiento en Italia, de J. A. Symonds; otros dedicados a la obra del escultor británico Henry Moore, otros a Picasso, Braque, José de Ribera “Lo Spagnoletto”.
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“Tenía muy presente que las artes plásticas son importantes en la formación de un intelectual. Conocía muy bien la tradición de la pintura mexicana. Conocía autores desde la Colonia hasta la obra de autores más jóvenes que le agradaban. Sus favoritos contemporáneos eran Ricardo Martínez, José Chávez Morado, Juan Soriano, Olga Costa, la generación de ruptura: Lilia Carrillo, Fernando García Ponce, Enrique Echeverría.”
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La lectura minuciosa es una de las constantes que el visitante puede apreciar en las pocas páginas con anotaciones que Alí Chumacero dejó en sus libros. A este hábito se suma la devoción por cada uno de los libros. Son 46 mil volúmenes los que componen esta biblioteca, cada uno con su propia historia.
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Por último, Luis Chumacero comparte una anécdota que ejemplifica la generosidad de su padre con los lectores:
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“Te dejaba consultarla con la condición de que dejaras el ejemplar en su lugar. Una vez le pedí prestada la Historia crítica de la literatura y las ciencias en México de Francisco Pimentel. Ese ejemplar, publicado en 1883, había pertenecido a mi abuelo. Hoy es inconseguible. Como seis meses después me preguntó por ese libro. Le dije que lo había dejado en su lugar. No lo encontraba y tuve que pedir a mis amigos libreros que me consiguieran otros ejemplares. Después encontramos el original en la parte de arriba de sus libreros”.
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FOTO: La biblioteca personal del poeta nayarita (en la imagen) se sumó en 2011 a los acervos de la Biblioteca de México en La Ciudadela. /Paulina Lavista/EL UNIVERSAL.